lunes, 30 de noviembre de 2020

CARTA DE AMOR A LAS TETAS

CARTA DE AMOR A LAS TETAS
( Para presentarla a la próxima edición del concurso de cartas de amor de San Valentín organizado por las amas de casa de Daimiel. Hay que ampliar la carta con alguna cita más) 

Leí una vez una encuesta sexual realizada por André Breton entre escritores de su escuela surrealista en la que la mayoría de los encuestados, a la pregunta sobre cuál era la parte del cuerpo femenino que preferían, se decantaban por el culo. Yo, que estoy reñido con todo tipo de vanguardismo, habría contestado sin dudarlo que las tetas. Yo os amo locamente, tetas. Yo siempre he sido protetas. 
Yo veo más interés psicológico profundo en vosotras, tetas, que en los culos. En vosotras está el arquetipo de la madre nutricia y la ambivalencia hacia él. 
La tetofilia supone un mayor grado de sublimación que la culofilia, y hay que favorecer la sublimación, por razones políticas y también por razones propiamente espirituales. 
Vosotras, tetas, nos lleváis, por vuestra función nutricia del hijo, que posee el falo logocéntrico, al problema de la dialéctica naturaleza/espíritu. Las nalgas, por el contrario, son simples posaderas. 
Ante el coño, el hombre tiene que aparecer como el macho potente y dominante, pero ante vosotras el hombre puede aparecer como el hijo, lo cual, por su significación edípica, también supone mucha mayor carga de psicología profunda que la que cabe imaginar en el vulgar manoseador de culos. 
A vosotras os dedicó el genial Ramón Gómez de la Serna un estupendo libro titulado “ Senos”, mucho más conseguido y de lirismo más acendrado que el libro de Juan Manuel de Prada titulado “Coños”. Porque vosotras sois la parte más poética del cuerpo femenino. La parte más espiritual de todo cuerpo humano, masculino o femenino, son los ojos, pero en vosotras, queridas tetas, hay naturaleza profundamente potente y simbólica. Como queda dicho, en vosotras se condensa todo el poder arquetípico de lo femenino. Lo más profundo y sagrado que hay en la mujer, a despecho de corrosivos feminismos y de desublimadoras ideologías de género, es el instinto maternal, que vosotras, tetas, simbolizáis y fundamentáis materialmente. 
Y como dijo el gran Enrique Jardiel Poncela, “los senos de la mujer son la única persistencia del hombre; los coge al nacer y ya no los suelta hasta morir de viejo”. Alguien también dijo de vosotras que sois como los payasos, que son para los niños pero les gustan más a los mayores. 
Pero como no quiero que esta carta de amor se convierta en una doxografía ( una colección de opiniones) sobre vosotras, termino exclamando:
¡Qué decir de vosotras cuando sois de gordura turgente y tenéis esos pezonzacos que parecen pitones de encastada lujuria! Sois como la “esfera bien redonda” del Ser de Parménides. Como el Ser eleata, representáis la máxima perfección, lo absoluto, lo incondicionado. Sois el “ Uno y Todo” de la carne y de mi deseo. 
¡Qué riquitas y buenecitas estáis cuando lucís al aire en las playas veraniegas! Pero no menos divinas sois cuando os insinuáis en escotes y prendas ceñidas. Sois Bendición de Dios para la vista y no digamos para el tacto y también para la boca y la lengua. 
Vosotras, tetas, sois Gloria Bendita en nuestros días. ¡Yo os amo locamente, hermosísimas, preciosísimas y cachondísimas tetas!

Enviado desde mi iPhone 

jueves, 19 de noviembre de 2020

EN EL DÍA DE LA MUERTE DE JOSÉ ANTONIO


Nuestra misión política también debería ser hoy la de salvar de la ola de bárbaros ( ayer las hordas bolcheviques, hoy la chusma neoizquierdista  desarraigada y resentida), que tarde o temprano destruirá el capitalismo, los valores del espíritu y la tradición que puedan actuar como “gérmenes de un orden futuro y mejor”.


Pero como en la realización de esa tarea no se podría evitar el doble peligro totalitario del comunismo y del fascismo, dediquémonos –mientras llegan los bárbaros que todo lo anegarán, capitalismo y últimos restos de los valores espirituales y tradicionales– a disfrutar como refinados decadentes hedonistas de las posibilidades de desarrollo liberal de la individualidad que ofrece el capitalismo, si es que pertenecemos a la minoría de afortunados para los que esas posibilidades existen. 

martes, 17 de noviembre de 2020

DIOS

 


DIOS



Dios de la tiniebla y la montaña,

Dios inmenso en la cumbre solitaria,

en el desierto del clamor sufriente,

en misterio de prodigios celestes.

No el Dios de la felicidad burguesa, 

ni el Dios de altas perfectas esferas,

Dios de la historia y la poesía, 

Dios de luz en el abismo sentida.

Oscuridad y secreto del Verbo,

promesa del purificador fuego.

Sin razón de estéril geometría,

drama del pecado y vida maldita.

Solo la Palabra en Amor forjada,

Revelación de la incierta esperanza. 


martes, 10 de noviembre de 2020

CONTINÚA LA DISCUSIÓN SOBRE EL CIENTIFICISMO


 Te envío la segunda parte de mi respuesta donde trato, no sé si bien y con la suficiente claridad, de insistir en alguna de las cuestiones que ya señalé en el anterior escrito. 


La cuestión de la concepción del hombre como ser cultural y no natural, o al menos del hombre como ser más cultural que natural, creo que ya te la expuse lo suficiente y podemos dejarla por el momento, o hasta que tú me digas qué piensas de ella. 


Sobre la concepción naturalista del conocimiento científico, que lo reduce a un producto más de la evolución biológica y de la que se deducen consecuencias que parecen llevarnos al escepticismo, sí quisiera decir algo más. Tal vez haya que aceptar que nuestro conocimiento científico es relativo a nuestro ser fáctico, llámese este mente o cerebro, que para estos efectos igual da, y que por tanto la pretensión de que sea un conocimiento universal y necesario carece de fundamento. No es otra que esta la posición adoptada por Hume con su empirismo radical y la posición que subyace, como filosofía de fondo, a buena parte de lo que Nietzsche asume sobre el hombre y el conocimiento que este desarrolla. Tiene Nietzsche un breve escrito que se llama “ Verdad y mentira en sentido extramoral” donde es clara su posición a este respecto. Tengo que releer estos días este escrito, porque las conclusiones que creo recordar que saca Nietzsche son muy interesantes. Si la ciencia queda deslegitimada como conocimiento universal y necesario y es relativa a nuestra naturaleza particular y contingente, entonces la ciencia queda reducida a creencia útil que tiene su fuerza de evidencia en que resulta exitosa en nuestro proceso de adaptación dominadora al medio. La ciencia es la perspectiva dominadora en nuestra relación con el mundo porque es la perspectiva más útil y al ser la más útil es la que se ha hecho más común y compartida. Pero Nietzsche, según recuerdo, aboga por la creación de otras perspectiva sobre la realidad, como puede ser la del arte o la de la concepción dionisiaca del mundo, que supongan nuevas “metáforas” sobre la realidad que sean menos comunes y estén menos desgastadas por el uso común que las de las ciencias. Pues esta, según él, también consta de metáforas, no puede ser pura verdad objetiva, al depender de nuestro punto de vista biológico particular y contingente sobre la naturaleza. Frente al uso de las metáforas científicas que las ha desgastado, como si fueran las efigies de monedas que han corrido de mano en mano, Nietzsche aboga por la creación de nuevas metáforas artísticas y dionisiacas. En “sentido extramoral”, hay que considerar como verdad no la imposible correspondencia con el en-sí objetivo de las cosas, ni lo que resulta útil para “el rebaño”, que solo busca la utilidad y la comodidad que le faciliten la vida, sino lo que, aunque sea también ilusión y error, como en realidad es la ciencia misma, sirva para intensificar, engrandecer y transfigurar estéticamente la existencia. 


Bueno, voy a ver si releo este texto de Nietzsche( “Verdad y mentira en sentido extramoral”) para tratar de explicártelo mejor o ver si tengo que corregir algo de lo dicho. 


Terminaré solo insistiendo en que si la ciencia, como ella afirma de sí, es una realidad biológica evolutiva, no queda más remedio que aceptar el escepticismo como conclusión. Esto está muy claro en Hume: la ciencia se basa en la observación de los hechos, pero lo que sucede particular y contingentemente, es decir, los hechos, no puede ser la base de ningún conocimiento seguro, universal y necesario. Solo sucede que observamos los hechos y por nuestra constitución mental ( dígase de nuestro cerebro, si se quiere) esperamos o creemos que las cosas sucederán permanentemente como las hemos observado. En la base de esta creencia está la costumbre psicológica, mental, que tenemos de esperar la regularidad de la naturaleza. Como esta costumbre de hecho no se ve defraudada, nos resulta útil y nos permite manejar los fenómenos, seguimos manteniendo la creencia en la regularidad de la naturaleza a la que lleva esta costumbre. Pero esto no es conocimiento universal y necesario, conocimiento lógicamente justificado, sino solo la forma contingente, no necesaria, de funcionar nuestra mente. Si los hechos dados  a la experiencia, siempre particulares y contingentes, no sirven para fundamentar un conocimiento universal y necesario, tampoco puede servir para lo mismo el funcionamiento de nuestra mente ( o cerebro) basado en la costumbre que lleva a la creencia en la regularidad de la naturaleza, pues ese funcionamiento, al fin y al cabo, también es un hecho particular y contingente de la naturaleza. 


Habría que entrar ahora en la cuestión de cómo reaccionó Kant a este escepticismo de Hume y cómo se las apañó para salvar el conocimiento científico como conocimiento universal y necesario, dándole a la ciencia una base apriórica, subjetiva pero no empírico-psicológica sino “trascendental”, que sería el fundamento de su universalidad y necesidad. Pero esto sería muy arduo para mí y, si te soy sincero, nos llevaría a entrar en cuestiones relativas a la interpretación de Kant que yo no domino con claridad. 


Desde la perspectiva de Nietzsche, aquello que creemos porque reposa en una costumbre psicológica  que nos permite manejar las cosas con utilidad y provecho para la vida común, debe posponerse a lo que nos permite una visión de la realidad que la transfigura estéticamente, que permite al individuo elevarse por encima de las metáforas “vulgares” y gastadas de la ciencia.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

CONTINUACIÓN DEL DEBATE SOBRE EL CIENTIFICISMO

Veo que tu posición se aproxima bastante a lo que es el positivismo en el sentido filosófico estricto del término: el conocimiento científico nos permite aprehender los fenómenos, como tú bien dices, pero no llegar hasta la esencia última, metafísica, de la realidad, ni hasta sus causas primeras. A mí me parece bien esta posición y también creo que, como suelo decir, cuando la ciencia, o más bien habría que decir los científicos, pretenden sacar conclusiones metafísicas cosmovisionales, la ciencia lo mismo vale para un roto que para un descosido, según la ideología particular extracientífica o los gustos personales de cada científico en cuestión. Si nos atenemos al positivismo , en el sentido filosófico riguroso de la palabra, creo que hay que sacar la conclusión que sacó un científico positivista, Du Bois-Reymond: en todo lo concerniente a lo metafísico“Ignoramus et ignorabimus”( Ignoramos e ignoraremos).
No obstante yo insistiría en la cuestión de que si la ciencia es un mero instrumento, como dices, que ha resultado de un proceso evolutivo contingente, entonces es un conocimiento puramente relativo a nuestra constitución fáctica. Pero resulta que la misma Lógica, con la que construimos el edificio del conocimiento, en su ejercicio, en sus rendimientos cognitivos concretos, tiene en sí misma y por sí misma una pretensión de validez absoluta, ideal, que no puede tener un origen fáctico, es decir, que la Lógica perdería necesariamente si la concebimos como un resultado de la forma fáctica, natural, en que funciona nuestro cerebro. Esta es la cuestión que planteó el matemático y filósofo Edmund Husserl en sus “Prolegómenos a una lógica pura”, que constituyen la introducción a sus “Investigaciones lógicas”.
Hay que plantear otra cuestión. Lo haré ahora brevemente para desarrollarla en alguna comunicación sucesiva. El rechazo del naturalismo materialista en el tratamiento de la cuestión del hombre no es necesario que vaya unido a una posición metafísica espiritualista. Puede basarse simplemente en la idea de que aunque el hombre sea en su origen evolutivo un ser natural, en su concreción vivida el hombre es un ser cultural, histórico, social, institucional, político, simbólico, y que por tanto su estudio debe hacerse con los medios no de la ciencia natural, sino con otros medios ( comprensivos, hermenéuticos,fenomenológicos, filosófico-antropológicos) que capten esa concreción cultural y no natural del hombre. Es bien conocido desde antiguo ( por ejemplo se encuentra en el “Protágoras” de Platón) y es una idea que ha tenido múltiples modulaciones en la antropología y en la filosofía del siglo XX, que la naturaleza deja al hombre en una amplia indeterminación, que el hombre es el ser no fijado por naturaleza y que es culturalmente e históricamente como el hombre adquiere y desarrolla su concreta y particular forma de vida. “El hombre no tiene naturaleza, solo tiene historia”, dijo Ortega y Gasset. Esto es sin duda una exageración, pero apunta a esta cuestión de la concreción esencial histórico-cultural que tiene la vida del hombre, que no puede ser reducida a los procesos naturales que tienen lugar en él o que han conducido hasta él y que no puede ser entendida por ellos. Esta idea del ser no natural sino cultural del hombre era el Leitmotiv de mis clases cuando yo era profesor de filosofía. Si te digo la verdad, ahora no estoy seguro de nada, tampoco de esto. Y además esta idea de la indeterminación natural del hombre y su determinación cultural, siendo el hombre por naturaleza un ser completamente o casi completamente abierto, tiene implicaciones políticas de actualidad, por ejemplo en la “ideología de género”, que a mí últimamente no me gustan un pelo. Pero eso es otra historia. Hay un libro de Steven Pinker, psicólogo digamos “cientificista” e ilustrado, que se llama “La tabla rasa, que es una crítica de este planteamiento “antinaturalista” que tan presente ha estado en la filosofía contemporánea y en todo el pensamiento antropológico del siglo XX. El famoso “antiesencialismo” posmoderno tiene su origen moderno en esta idea del hombre no determinado por naturaleza, que tan importante fue también en el pensamiento existencialista, por ejemplo en el de Jean Paul Sartre.