miércoles, 10 de agosto de 2022

EL FILÓSOFO TONTO




Había una vez un filosofo que era tonto porque todas sus equivocadas y vanas aspiraciones filosóficas no le permitieron ascender nunca al mundo de lo ideal inteligible, que es el Bien que nos salva del Mal que significa el mundo sensible.

Fue precisamente Platón quien dijo, en el libro VII de La República, aquello de que el descrédito había caído sobre la filosofía porque no la cultivaban los bien nacidos sino los bastardos. Vamos a exponer aquí el caso de alguien que siendo intelectualmente bastardo, por no poseer un claro y solvente entendimiento natural, pretendió dedicarse a la filosofía. Que no sean hoy tampoco infrecuentes los débiles mentales como él que tratan de ser filósofos sigue sin duda provocando el descrédito de la filosofía. 

A nuestro filósofo tonto se le encendió la bombilla de querer ser filósofo cuando se dio cuenta de su invalidez para la vida burguesa y de que tampoco se podía salvar personalmente recurriendo a lo literario. En primer lugar, viendo durante su época de bachiller que su inteligencia no le permitía el cultivo de la ciencia físico-matemática, buscó en la filosofía un atajo para llegar a la superioridad del saber. Pero la filosofía no malnacida debe ser la culminación racional de la inteligencia científica efectiva, no una simple cultura ideológica al servicio de la voluntad de compensación psicológica de los débiles mentales. Desde la Antigüedad, los psicológicamente defectuosos buscaron una falsa filosofía, la sofistica de la cultura de "humanidades" acumulativa y memorística, que les sirviera de compensación a una incapacidad natural para la ciencia seria y que es el único camino con el que se puede iniciar el salvífico ascenso a lo inteligible. 

Dada esta incapacidad científica del filósofo tonto y comprobada también su ausencia de ingenio literario imaginativo y además su torpeza para lograr claridad y brillantez en el terreno de lo simplemente ideológico, surgió en él el deseo de filosofar como "hybris" del tonto. Pero sus impostadas alas de falso filósofo fueron quemadas por el implacable sol de la seria dificultad de lo que está en juego en la filosofía. Iba a comprobar en su propia biografía que la filosofía exige para su cultivo serio y exitoso un ascetismo de la razón, no el desarreglo bohemio de la mente y de la vida. La filosofía no es una fiesta para sensibilidades turbias y desviadas, sino un duro trabajo para la razón responsable. Además, el tonto seudofilosófico nunca se libró de una grave confusión entre lo literario, lo ideológico y lo filosófico. Y no era el primero en equivocarse buscando en la filosofía un consuelo para deficiencias vitales. Nunca tuvo claro que la filosofía es un recto camino hacia la supremacía de la razón y no las tortuosas vías trazadas por una psicología malograda. Ese camino debe llevar a las relucientes cumbres de la razón y no a las tenebrosas simas de una presunta profundidad del espíritu inaccesible a la inteligencia. 

No en vano creyó el tonto ver despertada su vocación filosófica cuando leía a Nietzsche, ese simple "écrivain", como le llamaba Max Scheler, que a tantos débiles mentales ha seducido y perdido haciéndoles pasar por filosofía una enferma y destructora exaltación de las apariencias sensibles y su sensualidad transfiguradas mediante ese término que provoca la indeterminación irracional total, el término vida. Así, el tonto entendía la filosofía como un subversivo licor para embriagarse de nihilismo gozoso y para alcanzar la intensificación vital que él no podía alcanzar por las justas satisfacciones de una juventud espiritualmente honesta y sana. Y así, hacía uso de una supuesta filosofía como estímulo de una rebeldía sin razón, confundiendo los vapores, que en su caso eran también muchas veces etílicamente no metafóricos, del radicalismo y el entusiasmo adolescentes  con la verdadera filosofía. De esta manera profanaba él, como intelectualmente  mal nacido, el templo de la filosofía y la convertía en un estímulo para sus pobres nervios similar a ciertas músicas desaforadas de las que se hizo adepto, pervirtiéndose en él el secreto esencial inteligible de la música por el goce inmediato de su apariencia sensual.  

Como les suele suceder a los débiles mentales, en su adolescencia le asaltaron vagas inquietudes románticas .Y la confusión mental que ello le producía le hizo albergar la ilusión de estar en posesión de una profundidad de espíritu que siempre sería, pensaba él, un valor de su subjetividad. Aprendió así a oponer desde temprano a la ciencia la profundidad de la "vivencia" de lo individual. Pero las inquietudes románticas eran solo el resultado de tontas, triviales y torpes  pasiones sensuales que por su debilidad mental eran en él más fuertes que en otros adolescentes. 

También como tantos otros débiles mentales psicológicamente mal nacidos, vio en la filosofía un arma contra la religión cristiano-burguesa, esa forma de religión que permite un orden de vida y una racionalización moral de la misma que es condición para alcanzar la serenidad de espíritu que lleva al predominio de la parte buena superior de nuestra alma. La embriagante fruta prohibida que era la filosofía para él le condujo al librepensamiento que hunde y destruye la personalidad en el nihilismo.

Nuestro falso filósofo era sin duda un débil mental y también un neurópata. Cabe la duda de si se le podría llamar, en realidad, tontiloco. Mezclaba con muy poco discernimiento un milenarismo seudomarxista con un rechazo nietzscheano de la normalidad de los muchos. Todo ello desembocó en una incapacidad para el estudio sistemático de la filosofía que no pudo menos que conducirle al fracaso y a una creciente confusión mental. Terminó en una seudofilosofía que exaltaba todo lo irracional, lo transitorio de lo corporal sensible bajo la forma de su inmediatez placentera, el desarreglo emocional y la intuición confusionista. Pero daba igual, porque su debilidad mental tampoco le permitía expresar en una obra coherente y acabada este irracionalismo maléfico. Siguió pensando, como consuelo seudofilosófico de su incapacidad creadora, que era algo espiritual esencial una supuesta superioridad del contenido interior en su profundidad frente a la exterioridad de las formas.

El desenlace de la historia de este filósofo tonto puede consistir perfectamente en que su alma no sobreviva a su cuerpo, pues puede haber perfectamente una inmortalidad del alma condicionada al desarrollo de nuestra parte intelectual y al predominio de ella sobre nuestro ser sensible para el ascenso al reino de lo eterno inteligible. Esto se consigue mediante el conocimiento racional, primero de la ciencia natural matematizada y luego mediante la verdadera filosofía que hace tomar conciencia del ser ideal, que es el único objeto posible de esa ciencia y que nos salva de la contingencia perecedera de nuestro ser sensible corporal.

El único problema real de la filosofía es el de la oposición entre lo sensible y lo inteligible y la posible primacía ontológica y de trascendencia ética y existencial crucial de lo segundo sobre lo primero. La renuncia de la filosofía del día a seguir investigando una razón que pueda despegarse totalmente de lo sensible constituye una auténtica "traición de los clérigos".

Nuestro filósofo tonto nunca pudo moverse por el reino de lo inteligible puro pero tampoco servía para triunfar en la vida con sus placeres y negocios. Por eso quedó en una tierra de nadie donde tristemente existía como lo que era: tonto, fracasado y neurópata.