lunes, 16 de enero de 2023

¡ QUE ME DEJEN SER UN BORRACHO, POR EL AMOR DE DIOS!

Mi vida ha fracasado completamente tanto como vida afectiva como en el terreno profesional. No estoy muy seguro de que mi salud física se encuentre actualmente en buen estado. Todos sabemos que la situación mundial se convulsiona y se oscurece cada vez más. Dadas estas circunstancias, tengo claro que para mí lo mejor sería encaminarme directamente al abismo y lanzarme decididamente a él. En mi caso concreto, este abismo salvador viene representado por el alcohol. Si él es un abismo desde el punto de vista de la corrección vital burguesa, yo quiero hundirme en ese abismo, pues si bien ello significaría la ruptura definitiva con las apariencias de formalidad y sensatez burguesas, estoy seguro también que en él encontraría el vértigo entusiasta de la exaltación de todas las potencias del alma. Debo ser consecuente con mi fracaso práctico-material concreto en mis intentos de integrarme en la sociedad burguesa normal y aceptar que solo puedo obtener de la vida las satisfacciones que me puedan ofrecer frutos prohibidos para los burgueses, como el alcoholismo. Lo que para los burgueses es abismo de perdición y condenación a la marginalidad puede ser para mí paraíso del éxtasis y del misticismo dionisiacos, que realmente pienso que no tienen por qué estar ligados al nihilismo y a la existencia religiosamente maldita, sino que creo sinceramente que pueden ser un medio de alcanzar el vislumbre de una conciencia liberada de mojigaterías burguesas y pequeñoburguesas y de alcanzar también la sensación entusiasta y “trascendente” de una existencia superior liberada del yo convencional y petrificado ( o cosificado) de la socialidad y liberada también de la miseria trivial y empequeñecedora de la cotidianidad. Los burgueses reducen la experiencia del alcoholismo a la pérdida de la conciencia racional, que sería lo más preciado psicológicamente que poseemos. Pero existe sin duda un misticismo de borrachos ( despreciado por ese puritano pero gran escritor filosófico y religioso que fue don Miguel de Unamuno) que abre la conciencia a sensaciones profundas relacionadas tanto con el apego intenso a la tierra, al suelo natal, como con la acentuación de los anhelos de trascendencia, anhelos que tienen todo el derecho a llamarse religiosos. Los efectos de las sustancias que alteran la conciencia pueden ser muy variados en función de las personas que los usan, y si para los buenos burgueses convencionales la ingesta del alcohol suele conducir a estados psicológicos que no son otros que los del beodo ridículo y penoso, para los que no somos burgueses convencionales las bebidas muy bien llamadas espirituosas pueden producir efectos muy diferentes, de valor propiamente espiritual. Estos efectos espirituales puedo confirmar que son, principalmente, la comunión profunda con el sabor telúrico del suelo natal unido a la memoria intensa y profunda de los seres ya fallecidos y que reposan en la tierra de ese suelo natal, por un lado; y por otro, la sensación de liberación con respecto al cosificado y falso yo social, en la que es legítimo presentir una entusiasmada prueba del destino no enteramente terrenal de nuestro yo. 

       Amo el alcohol y como dice el Don Giovanni de Mozart “io mi voglio divertir”, yo me quiero divertir. No tengo absolutamente ningún escrúpulo burgués o pequeñoburgués que indique a mi conciencia que el alcoholismo es malo moralmente y las advertencias de los hoy llamados “expertos”, los médicos en este caso, sobre los efectos perniciosos para la salud física del alcohol tampoco son capaces de insuflarme el miedo puritano, burgués y formal al alcoholismo. Lo que quiero es disfrutar el tiempo que me quede de vida, poco o mucho, con un placer que reafirmo que es de valor espiritual superior e intensifica las potencias del alma: la memoria, haciéndonos experimentar una sensación de cercanía a los muertos queridos y trayéndonos también el gozo del recuerdo de los momentos vitalistas felices de nuestra existencia, especialmente de los relacionados con mujeres; la voluntad, identificándonos con nuestros deseos y anhelos al margen de las contingencias de nuestro yo constituido socialmente, y también el entendimiento, dejándolo inundar por nuestras aspiraciones profundas de carácter metafísico “trascendente” y librándolo del yugo de la racionalidad lógica, que no es otra cosa que parte del yo social cosificado y cosificante que necesita la lógica para su supervivencia y éxito en el medio social dado. 

              La tan preciada conciencia racional de los burgueses con su cohorte de tendencias, potencias e imposiciones sociales ( la tecnociencia, el capitalismo, el progresismo político racionalista, la ética del trabajo y de la racionalización burguesa de la vida, la racionalización tecnoburocrática del mundo de la vida y el desencantamiento del mundo en general) nos ha traído hasta la actual situación del mundo, que ahora cuando la decadencia, la barbarie y el desastre civilizatorio van llegando hasta los aspectos materiales de la existencia, los propios buenos burgueses empiezan a ver ya con temor. Habría que concluir que esa conciencia racional no es el máximo valor que creíamos, sino que más bien es una potencia enemiga de la Tierra y que debemos apostar por ir alejándonos de la Razón ( o, como decía el filósofo Ludwig Klages en su terminología, el espíritu) para ir al encuentro  de la Vida, del Alma y de lo Elemental terrenal, y en todos los pueblos que han permanecido fieles a estas últimas potencias el uso de sustancias alteradoras de la conciencia ha sido fundamental. 

             Pero yo no puedo lanzarme al alcoholismo. Mi situación personal me lo impide, porque estoy sujeto a un poder humano que me reprime y me retiene para que no caiga en tal cosa. El políticamente muy problemático Carl Schmitt ( pero cuyo valor como gran pensador del Derecho y de la política es hoy reconocida por todo el mundo) se refería a las famosas palabras de San Pablo ( II Tesalonicenses 2, 7) en las que este decía que en su tiempo había un poder político humano ( el katejón) que retenía y sujetaba a los poderes malignos y antievangélicos para que no se produjera en el mundo la perversión total que sería el preludio del fin de los tiempos. Algunos piensan que se podía referir al Imperio Romano, pero parece que no está claro. Pues bien, esta situación de contención del Mal por el “katejón” que San Pablo plantea en un contexto político-escatológico se puede trasponer a mi situación vital personal. Existe en mi vida un poder ( creo que no es difícil adivinar a qué personas, con las que convivo, me refiero) que me impide salir a beber y con esto retrasa que yo caiga de lleno en la iniquidad del abismo del alcoholismo. Si ese poder faltara, ya hace mucho tiempo que me habría perdido. Igual que Carl Schmitt veía en esta doctrina del “katejón” un tema con el que poder desarrollar una filosofía política cristiana, yo tengo que ver en la existencia de mi “katejón” particular un signo positivo de la Providencia. Pero no puedo librarme de las ganas de beber que me hacen pasar malos ratos ( y algunas veces también beber “en la clandestinidad”, cuando tengo ocasión de ello). Pero debo estar agradecido a mi “katejón” y desear que siga existiendo mucho tiempo, porque, debo reconocer a pesar de todo lo dicho, el alcoholismo causaría el desastre total de mi vida y todo se quedaría en eso, no sería una solución.