jueves, 12 de diciembre de 2019

CARTA DE AMOR A LA FILOSOFÍA

CARTA DE AMOR A LA FILOSOFÍA 


Desde que Platón te considerara una forma suprema de amor, muchas son las complicaciones y transformaciones que has sufrido en tu historia. El “intelectualismo” de tus métodos y de tus objetos de conocimiento parece que han hecho olvidar la carga libidinal sublimada, amorosa, que pertenece a tu esencia. 
Pero yo te amo porque, a pesar de todo, tú eres praxis amorosa de la razón frente al trabajo utilitario de la razón ocupada servilmente en sus cálculos y experimentos cuando hace ciencia. 
Yo te amo también porque tú no eres “cultura” para los burgueses y burguesas que gustan  de ornamentar sus vidas de amores y trabajos sensatos sometidos a la funcionalidad social con un poco de estética de la que no tiene problemas “ideológicos”. Para eso los burgueses y las burguesas ya tienen la música, las artes plásticas y la literatura decorativas. Como dijo también Platón, tú eres, igual que el amor supremo, divina locura, que a la fuerza tiene que resultar extraña y peligrosa para esos buenos burgueses y esas buenas burguesas hundidlos en una miseria intelectual y espiritual que se hace más inmunda cuando se presenta con el engañoso aroma de lo que hoy pasa por y se celebra como “cultura”. Parafraseando lo que Karl Marx dijo sobre la religión, se puede decir que la sedicente cultura de hoy es el aroma espiritual de un mundo sin espíritu. 
Yo te amo desde que era un adolescente. Sí, porque yo también he sido uno de los adolescentes que, porque te han descubierto y ha nacido en ellos la elevada pasión de conocerte y amarte, sufren y son estigmatizados como “intelectuales” o “raros” por los tontos y las tontas del bote, por los filisteos y filisteas.  
Yo también te amo porque tú no eres cosa de literatos “a la violeta” que disimulan sus ignorancias con vanos jugueteos del lenguaje. Tú buscas la seriedad del concepto y la profundidad de la idea, pero siempre movida por un amor auténtico al que no le importa la imposibilidad de la posesión plena, sino que encuentra en la aspiración y el anhelo su máxima vitalidad y su máxima razón de ser. 
Tú, si eres auténtica y valiosa, puedes ser y tienes que ser una divina locura de amor y tienes que brotar en medio del mundo burgués como una divina anomalía. “Los filósofos están locos” dice la siempre patosa sabiduría popular de los muchos. Ellos no pueden comprender que existe una divina locura, esencialmente amorosa, que según decía Platón había proporcionado a Grecia sus mejores cosas. Si yo te he amado desde mi juventud es porque para mí nunca han sido un modelo de normalidad deseable los burgueses y burguesas que solo viven para sus mezquinos intereses materiales y los de sus familias y que gustan dormir su triste sueño vital recostados en el almohadón de sus creencias vulgares y fáciles que les hacen vivir en la miserable seguridad de un optimismo superficial y barato y de una sensatez filistea.  Quien te ame tiene que estar dispuesto a luchar toda su vida con los filisteos y filisteas, con los hombres y mujeres de alma vulgar y pequeñoburguesa y hostiles al verdadero espíritu. Para ellos solo puede contar y tener valor lo que de alguna manera colabora en la producción material de la vida y en su reproducción animal. Ellos, los muchos del rebaño burgués, son los verdaderos culpables de que el mundo se esté convirtiendo en un hormiguero humano donde cada vez es menos lo que puede quedar por encima de los intereses materiales y biológicos de la especie. Por eso, si se ama la filosofía y ello lleva a entrar alguna vez en conflicto con la ideología del trabajo de los burgueses y de las burguesa, no hay que sufrir, porque se está cumpliendo la sacrosanta misión de colaborar a evitar que todos quedemos reducidos a habitantes de un inmenso hormiguero planetario sin más finalidad que la producción y reproducción de la vida material y biológica. 
Si se ama la filosofía, hay que evitar el error de pensar que ella es para todos. Cuando se es joven es fácil caer en la tentación de imaginar “utopías” en las que todos pudiéramos vivir siendo “intelectuales” para los que la condiciones materiales de la existencia no se convirtieran en su fin, sino que fueran solo un medio a solucionar de la manera más “justa” y “racional”, para que todos pudiéramos dedicar la parte fundamental de la vida al desarrollo espiritual de la personalidad. Pero esto es un error y una ilusión política. En todas las culturas y civilizaciones solo han sido minorías las que han podido elevarse por encima del estar esclavizadas a la producción y reproducción de la simple vida material y biológica. Y siempre será así. Pero esas minorías no eran parasitarias, como seguramente le gustará pensar al vulgar progresismo social hoy tan extendido, sino que eran, con sus formas de vida no sujetas a las servidumbres materiales, las que permitían el sentido y la dignidad humanas de las culturas y civilizaciones. Por eso el que ame la filosofía nunca se debe dejar vencer por el temor a no ser productivo o a no poder integrarse con normalidad burguesa funcional en el rebaño de los muchos. 
Yo, a pesar de toda esa ideología productivista y normalizadora de los muchos, te amo como lo extraordinario que nos saca de la miserable cotidianidad totalitariamente normalizadora en la que habitan los muchos, los filisteos y filisteas del rebaño burgués. Tú, la filosofía eres, como dijo Heidegger en su “Introducción a la metafísica”, el extraordinario preguntar por lo extraordinario, La filosofía requiere lo que también Heidegger llama el salto de la libertad “de misterioso fundamento”, que hace que de manera totalmente voluntaria nos apartemos de la “urgente atención y satisfacción de las necesidades dominantes”. Como dijo Nietzsche, citado también por Heidegger, “filosofía... es vivir voluntariamente en el hielo y en la alta montaña”.
Yo te amo porque tú nos inspiras el “amor a lo lejano”, que Nietzsche opuso al cristiano “amor al prójimo”, propio, según él, del animal de rebaño. Tú eres la más excelsa y apasionante aventura del espíritu. Tú eres para amantes solitarios que no confunden el calor del rebaño con eso que los muchos suelen llamar felicidad. 
Yo te amo, pero porque a la concepción “intelectualista”, académica y raciocinante que de ti tienen ciertos filisteos intelectuales le opongo la visión que de ti tuvo Nietzsche en “Más allá del bien y del mal”: “Un filósofo es un hombre que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias”. 

Te amo porque te concibo no como una búsqueda intelectual de la realidad de las ideas extremas de la razón (lo absoluto, lo incondicionado, lo infinito, el fundamento último), sino como impulso apasionado de la voluntad hacia el Bien, la Verdad y la Belleza. Porque te vivo de una forma en la que hay una primacía del amor sobre la contemplación, y, desde luego, una primacía del amor sobre la razón pura, la lógica estricta, el intelecto riguroso. Es un Eros superior, celestial, divino, el que me inspira el amor que te tiene mi voluntad, que busca la plenitud, nunca poseída totalmente pero siempre anhelada, del Máximo Valor, que no es otra cosa que la plenitud sentida y creída de Dios. Porque el amor hacia ti es búsqueda amorosamente apasionada de Dios. 

sábado, 30 de noviembre de 2019

APUNTES PARA UN DISCURSO SOBRE “LAS CIENCIAS Y LAS LETRAS”

(escrito hacia el año 2000)


“La conversación no decaía un momento; la princesa no tuvo que echar mano de las dos piezas de artillería que reservaba para los casos en que no se hallaba tema para charlar: el bachillerato de letras y el de ciencias y el servicio militar obligatorio”.

León Tolstoi, “Ana Karenina”


Desde que C. P. Snow publicara su libro “Las dos culturas” periódicamente se ha reproducido en medios intelectuales la típica discusión de los institutos y colegios mayores sobre ventajas e inconvenientes, méritos y deméritos de ciencias y letras. Comúnmente la discusión se establece en términos psicológicos y sociológicos, que en sí mismos son irrelevantes, pero detrás de la cuestión sí hay problemáticas que son más esenciales, como la de sí existe un criterio claro de demarcación metodológica entre ciencias de la naturaleza y ciencias del hombre, la crítica política de la razón instrumental, qué es lo que puede querer decir la aseveración orteguiana de que existe una razón histórica y vital distinta de la razón científico-natural, etc.
No es mi intención insistir en la cháchara humanista en defensa de las letras con la que últimamente nos machacan hasta los gobiernos, sino solo ofrecer unas pequeñas glosas, más bien desordenadas y de carácter “culturalista”, sobre el particular. 

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Cuenta don Marcelino Menéndez-Pelayo en esa maravilla que es su “Historia de los heterodoxos españoles” que en la Edad Media hubo un curiosísima secta que defendía que cualquier cosa que se encontrara escrita en un libro era verdadera.
La tradición humanista, sin llegar a tanto, supone siempre que en las “escrituras” literarias se encierra una verdad humana universal, lo cual puede ser una suposición tan contingente históricamente, tan desmontable genealógicamente, como esa suposición que Foucault estudia a través de un amplio desarrollo que alcanzaría su apogeo con las prácticas confesionales y posteriormente psicoanalíticas y del que acabaría saliendo latan influyente políticamente “hipótesis represiva”, suposición según la cual la sexualidad sería el lugar donde se depositaría una profunda verdad personal. 
A propósito de escrituras, uno tiene la impresión de que los griegos, a pesar de lo que digan Nietzsche y compañía, eran gente más bien de ciencias, mientras que los judíos, con su Ley, sus Escrituras y su historicismo trascendente y obsesivo, eran como más de letras, hasta el punto de que la contraposición Atenas-Jerusalem, que hoy tan de moda está en la filosofía hermenéutica de la religión, podría entenderse como un enfrentamiento entre el Número y el Verbo. En tiempos de Jesús se decía entre los rabinos lo siguiente: “¿Cuándo estudiaré la ciencia gringa? Cuando no sea ni de noche ni de día, pues esta escrito: estudiarás la Ley noche y día”. Desde una postura anticientificista se le podría decir al joven intelectual de hoy: ¿Cuándo estudiarás la ciencia físico-matemática? Cuando no sea ni de noche ni de día, pues estudiarás la literatura, en todos sus géneros, incluyendo el metafísico, noche y día. 

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Existe un parentesco entre filosofía y matemáticas que a muchos sorprende cuando se habla de él. Tal vez no sea mucho lo que la filosofía tenga que decir a las matemáticas, a pesar de sus pretensiones de fundamentación, que en la mayoría de los casos pueden resultar ridículas o patológicas, pero sí es mucho lo que la filosofía le debe a las matemáticas o por lo menos a gente con formación matemática:
Temas muy queridos por los filósofos “de letras” como la dialéctica o la visión no mecanicista sino dinamicista y organicista de la realidad hunden sus raíces últimas en determinadas direcciones de la filosofía de uno de los creadores del cálculo diferencial, Leibniz. La imponente gigantomaquia del idealismo alemán poskantiano, con su atractivo ético ( Fichte), historicista (Hegel) o de visión de la Naturaleza alternativa a la tecnocienífica (Schelling), tampoco hubiera sido posible sin la aportación del matemático y óptico práctico Spinoza y su “Ética more geometrico demostrata”. Si en el siglo XX ha habido una filosofía sólida distinta del positivismo, de la que han estado alimentándose existencialistas, hermeneutas, personalistas y demás, ha sido gracias a la invención de la fenomenología por un matemático llamado Edmund Husserl. 


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Los argumentos anticientificistas que muchas veces se plantean no pasan de ser a menudo tópicos humanistas de una notable baratura, como ese de la “barbarie de la especialización”, cuando resulta ridículo pensar, como dice el profesor Gustavo Bueno, que un bárbaro pueda ser especialista en algo. ( Lo mismo podría decirse de la expresión mayo-sesentayochista de “idiotas especializados”, expresión que habría suscrito por ejemplo Ortega, autor sobre el que, por cierto, uno ha pensado muchas veces que, a pesar de lo antipático que puede resultar frecuentemente desde el punto de vista político, con su desprecio de las masas y su “prefascismo” de las minorías dirigentes, se habría sentido entusiasmado con el movimiento parisino de Mayo. Quede para otro artículo el tratar de mostrar lo necesaria que es ahora mismo, desde el punto de vista de la propia izquierda “auténtica”, la desmitificación de ese movimiento, con sus frases literarias de baja calidad y sus nefastas consecuencias en el campo, por ejemplo, de los planteamientos pedagógicos).
Los argumentos psicológicos y sociológicos son los que suelen emplear los padres “convencionales” para que sus hijos estudien ciencias. Sin embargo, recuerdo que cuando se producían mis primeros escarceos con la literatura y la filosofía, estando todavía en el bachillerato, mi padre trataba de disuadirme con argumentos como el de que los literatos solían ser malas personas, en apoyo de lo cual me remitía a un libro de Ortega donde al parecer se hace ese juicio a propósito de Ortega (argumento psicológico pero culto), o que Kant en su “Crítica de la Razón Pura” había dejado demostrado definitivamente ( se refería al famoso pasaje de las Antinomias de la Razón en la Dialéctica Transcendental) que los problemas filosóficos básicos no podían tener solución alguna, por lo que era mejor olvidarse de ellos. Incluso cuando, en una situación algo más dramática, no pude seguir ocultando mi entusiasmo por Marx y Nietzsche de consuno, me decía que esos autores habían escrito hacía más de cien años, cuando, por ejemplo, las casas no podían tener agua caliente, pero que la consolidación posterior del mundo burgués y capitalista, al proporcionar un bienestar generalizado, había hecho sus críticas totalmente obsoletas. Uno debe agradecer, desde luego, tener un padre que le oponía tales argumentos y no el filisteísmo crudo que suele ser más frecuente entre la pequeña burguesía. 
El filósofo abecedario José Antonio Marina ( que es de esos autores que cuando hablan o escriben parece que están en posesión del Santo Grial de la condición humana y tienen a bien aleccionarnos para que alcancemos la perfección con su palabra salvífica) afirma, seguramente con razón, que más que insistir en la enseñanza de las humanidades lo que hay que hacer es mostrar que existe una manera humanista de enseñar las matemáticas o la física. 
Recuerdo que en las clases de Física y Química de segundo de bachillerato se nos dijo en alguna ocasión que en muchas ocasiones la ciencia divergía del mundo aparente de los sentidos, como cuando, por ejemplo, la física atómica nos revelaba como una materia llena de “huecos” lo que a nuestros sentidos les parece materia compacta. Importante observación que puede llevar directamente al crucial tema filosófico de la relación entre el mundo tal y como lo describe y explica la ciencia y el mundo de la vida, tema en el que se atraviesa de lleno toda la fenomenología. Es evidente que la teoría científica puede dar mucho juego de este tipo, y no voy a descubrir ahora que los problemas centrales de la filosofía, que no es de ciencias ni de letras, como les gusta decir a algunos colegas, tienen su origen, sobre todo en la época moderna, donde el problema fundamental es el del conocimiento, en cuestiones lógicas y metodológicas que se plantean en lo más general de la teoría científica. 
Pero igual que Hegel decía que no hay filosofía que valga si no se entra en el arduo trabajo del concepto, si lo que se quiere es instruir personas con una sólida formación científica no queda más remedio que internarse de lleno en el terreno del todavía más arduo trabajo de la razón calculador ( como bien hacíamos en esas clases de segundo, que me aterrorizaban), razón que obviamente es una razón “deshumanizada”, lo cual no quiere decir algo negativo, análogamente a como precisamente Ortega veía en el carácter deshumanizado del arte del siglo XX su superioridad sobre el arte romántico y sus secuelas, que con todas sus sublimidades y florituras nunca sería capaz de sacarnos de los estrechos límites de “lo que les pasa a Juan y María”. El carácter deshumanizado de la razón instrumental tecnocientífica nos saca de una manera efectiva, inmediata de las miserias psicológicas e ideológicas de lo “humano, demasiado humano”. En la ciencia sí que se pasa, de una manera efectiva, en el ejercicio, en lo que efectivamente se está haciendo, y no de una manera meramente intencionada o en la mera representación, como solemos hacer los profesores de filosofía, de la “doxa” (simple opinión) a la “episteme’ (conocimiento razonado).

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En relación con la formación de Michel Foucault hay algunas anécdotas significativas concernientes a nuestro tema: cuando se encontraba en la elitista Ecole Normal Superier eran los alumnos de letras los que despreciaban a los de ciencias y no a la inversa, como hemos tenido que sufrir los que hemos convivido en algún colegio mayor con “telecos” y otras mentes robóticas; cuando estaba en el bachillerato su madre se preocupó (su padre era médico) de que en el colegio donde estudiaba se contratará un buen profesor de filoso, pues consideraba que esa asignatura era fundamental y muy difícil, lo que es significativo de la diferencia entre la burguesía francesa, la más culta de Europa, y la burguesía que se estila por otros pagos.



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Anécdotas psicológicas y sociológicas de la Facultad de Filosofía son muchas las que podría contar: cómo algunos de los alumnos más brillantes, amigos míos, eran hijos de ingenieros de “teleco”; lo que decía un compañero que había estudiado Derecho y al acabar se había puesto a preparar las oposiciones para notario: “estar en aquella situación me producía preocupaciones muy gordas, así que me dije: voy a ir a un sitio donde pueda institucionalizar mi neurosis...ya sé, voy a ir a la Facultad de Filosofía”; la presencia en aquellas aulas de un nieto comunista, también amigo mío, de don Raimundo Fernández-Cuesta; la cantidad de alumnos que se habían matriculado allí, según decían, por prescripción facultativa; el numerito que una licenciada en matemáticas le montó a un profesor porque no le entendía ni “papa”; las peleas entre analíticos y metafísicos; las misoginadas de algunos profesores, etc. 



sábado, 23 de noviembre de 2019

A UNA FOLLAMIGA (Nueva versión)

Ricura y hermosura de tu cuerpo
con la alegría de esas tus tetas
y el travieso coñito quitapenas,
poderoso santuario de mi miembro.

Qué maravilloso es el folleteo
que me das sin pamplinas de burguesa
y me venga de tanta tía buena
que no me tiré cuando era tiempo.

¡Vaya marcha que tienes, niña mía!
Son nuestros polvos la Gloria Bendita
o bendición de Dios en nuestros días.

Me como feliz esa tu almejita 
para que estés contenta de la vida
gozando celestial filosofía. 




viernes, 22 de noviembre de 2019

A UNA FOLLAMIGA

Ricura y hermosura de tu cuerpo
con la alegría de esas tus tetas
y el travieso coñito quitapenas
que presiona poderoso mi miembro. 

Qué maravilloso es el folleteo
que me das sin tonterías burguesas
y me venga de tanta tía buena
que no me tiré cuando era tiempo.

¡Vaya marcha que tenemos, niña mía!
Son nuestros polvos la Gloria Bendita
o bendición de Dios en nuestros días.

Me como ya otra vez tu almejita 
para que estés contenta de la vida
gozando celestial filosofía. 


sábado, 12 de octubre de 2019

FRAGMENTO FILOSÓFICO I

Hay que oponer a la razón metafísica auto-centrada, fundacionalista, totalizadora, que domina y somete a los entes violentándolos, no el “juego de los signos”, los “efectos textuales”, el “Acontecimiento” (Ereignis) frente a la presencia sustancial, sino algo tan sencillo como el sentimiento y la pasión, que dan la presencia indubitable de una subjetividad individual que ya no es la subjetividad racional metafísica depredadora de lo ente. Una subjetividad sentida y sentiente   que no es la subjetividad intelectual del conocimiento alumbrada filosóficamente por medio del ejercicio de la abstracción efectuado sobre las funciones lógicas de la facultad de conocer. 
Frente a este sujeto gnoseológico abstracto hay que afirmar un sujeto concreto y vivo, con sangre emocional y vital, como el que Dilthey pedía que se convirtiera en tema de la filosofía frente al sujeto disecado, sin carne y sin sangre, de la gnoseología moderna. La alternativa real al “logocentrismo” ( término ya usado por Ludwig Klages antes que por Derrida) está solo en el vitalismo, no en la metafísica negativa, invertida, de los posmodernos. 
El sujeto vital y emocional ya no puede ser el fundamento de la verdad del conocer objetivo y del mundo para una razón autoasegurada en su dominio de la naturaleza externa e interna al hombre, porque se trata de la individualidad radical que se siente a sí misma como única verdad en su finitud y radical contingencia no metafísica, es decir, como finitud contingente no deducible de ningún principio único omniabarcante de lo real. 
El sentimiento y la pasión sí descubren una verdad cierta no alcanzable por la razón, pero esta verdad es solo la facticidad radical de la individualidad, no ninguna verdad metafísica universal que pueda servir como fundamento último del conocer y de lo todo lo existente. La individualidad sentida en certeza emocional, al sentir y al querer, no dable ni compartible comunicativamente, sino solo vivida en la interioridad incomunicable, es, como sentenció Kierkegaard, la única verdad de la existencia. No hay tal verdad en ninguna “ontología de la facticidad” que conste de “estructuras” universales y necesarias, trascendentales, del comportarse en el mundo. Si se quiere llegar a la existencia, solo podemos toparnos allí con nuestra individualidad e interioridad como única y suprema verdad. 
Esto supone que tenemos que vérnoslas allí con nuestra perspectiva individual inexcusable e ineliminable, no con un abstracto e indeterminado “ser-ahí”. En el intento de dilucidar la existencia con categorías ontológicas que pretenden estar por encima de la perspectiva “óntica” contingente de nuestra individualidad sigue operando el afán metafísico de laminar todo lo individual elevándose a la región de lo universal-intelectual abstracto. El intelectualismo metafísico continúa aquí intacto y no estamos haciendo otra cosa que tratar de aplicar la universalización por abstracción al plano de la vida, con lo que está seguirá escapándosenos y alumbraremos auténticos monstruos ontológicos, al querer unir lo máximamente conceptual-intelectual, el “Ser”, con la concreción sentida de la propia vida y su radical singularidad no conceptualizable. Estaremos llevando la abstracción filosófica a su más desgraciada y desviada expresión, al quererla aplicar lo que se nos da como concreción realísima no categorizable, nuestra individualidad. A la singularidad de la propia vida sentida solo se le puede hacer justicia mediante un nominalismo radical que rechace toda pretensión de hacer ontología de la existencia y también toda pretensión de que lo esencial constitutivo de la vida es la comunicación intersubjetiva. 
Yo me siento como singularidad no categorizable e incomunicable, es decir, mi existencia individual la siento con certeza absoluta que no puede ser ni comunicada en su sentirse ni incluida en ningún sistema ontológico.

Con esto acaba toda filosofía y solo queda el silencio, pero no el silencio wittgensteniano que solo deja lugar a la representación figurativa del mundo y niega la capacidad de sentir el yo real y concreto y su interioridad, sino el silencio del sentimiento de la propia individualidad encerrado en su interioridad, que vive absolutamente la verdad de sí misma, la verdad de su existencia pura, como verdad única y suprema. 

miércoles, 10 de julio de 2019

DESAHOGO

Miseria del cálculo y de la técnica,
amor noble y sublime rechazado,
razón científica vulgar y gélida,
ignorancia del furor elevado,
necedad de la reflexión escéptica,
a eso está tu vivir condenado. 


Sentir limitado de seudoculta,
anodino pensar cientificista,
no saber de profundidad oculta,
charco de simplona psicología,
espíritu que a lo auténtico insulta,

zopenco filisteísmo es tu vida.

martes, 9 de julio de 2019

FRACASO EN EL ATARDECER




Azul como lo imposible
brilla triste lejanía,
inquietud de mi deseo
busca la calma perdida
en luces y resplandores,
pero noche entristecida
amenaza el placer oculto
de la tarde de la vida.
Dorado el cielo y mísera
la soledad de mi huida 
hacia el horizonte incierto,
donde luz correspondida
por el alma y la pasión
ya es por lo oscuro vencida.
Solo el amor imposible
se alegra del fin del día 
porque su templo es la noche
donde verdad bendecida
serán la nada y el olvido 

y la muerte presentida. 

sábado, 29 de junio de 2019

PRECISIONES ÉTICAS


No estamos sabiendo diferenciar bien entre la cuestión de justicia del derecho universal a la elección de la propia forma de vida y la cuestión de las opiniones particulares, basadas en concepciones plurales acerca de la vida buena, sobre el uso concreto que se haga de ese derecho. El que yo considere racionalmente que es justo que todos tengan derecho a elegir su propia forma de vida no implica que a mí me tenga que gustar vitalmente cualquier uso que se haga de ese derecho.
            El derecho a la elección de la propia forma de vida es un principio normativo de carácter universal que tiene fuerza obligatoria para todo ser racional; la valoración que yo haga de los usos concretos de ese derecho se basará en mi particular concepción de la vida buena, que no se puede imponer normativamente como algo debido para todo ser racional pero a la que yo tengo que recurrir no solo para concretar prácticamente mi derecho a la propia forma de vida sino también para juzgar las opciones vitales de los demás.
            La diferencia a la que estamos aludiendo no es otra que la diferencia, habitualmente discutida en la filosofía práctica contemporánea, entre cuestiones de moralidad, referidas a principios universales de lo justo, y cuestiones de eticidad, referidas a concepciones particulares de vida buena. Según el uso que algunas veces se hace de los términos “ética” y “moral” en el castellano coloquial, habría sido más apropiado, tal vez, referirse a las cuestiones de justicia universalista como cuestiones éticas y a las cuestiones de concepciones particulares de vida buena como cuestiones morales, pero la influencia del vocabulario inglés y alemán ha hecho que en el castellano académico de los debates filosóficos prácticos se use “moralidad” para referirse  a la cuestión de lo justo susceptible de justificación universalista racional y el término “eticidad” (Sittlichkeit) para referirse a la cuestión de la vida buena ligada a un modo individual de ver la vida y el mundo o a la tradición particular de una determinada comunidad.
            Se ha pensado que la tarea de la filosofía práctica sería la justificación de los principios “morales” universales, que alcanzarían así una validez incuestionada en su universalidad y vinculante para todos. Pero el discurso público práctico también puede consistir en la concurrencia de distintas concepciones “éticas” particulares sobre la vida buena que tratan de alcanzar, mediante un uso del lenguaje no demostrativo sino persuasivo por retórico, la hegemonía cultural. Se tiende a pensar que las concepciones particulares sobre la vida buena tienen que tener solo una relevancia privada y que el discurso público tiene que reservarse para las cuestiones “morales” susceptibles de universalización argumentativa. Habría que diferenciar entre un discurso público político, donde sería obligatorio referirnos a lo normativo susceptible de universalización, y un discurso público cultural, donde podrían aparecer concepciones particulares de la vida buena, que no pueden estar apoyadas en discursos racionales de argumentación universalista sino solo en un uso del lenguaje que, como decía Aristóteles, busque no la demostración racional sino la simple persuasión sobre lo que mediante ese uso del lenguaje puede hacerse más plausiblemente atractivo y convincente.
            Yo tengo que tener claro que mi concepción de la vida buena no se puede imponer normativamente pero también es un principio normativo “moral” que yo tengo derecho a recurrir a ella para que me guste o no me guste, e incluso para criticar públicamente, las opciones particulares que cualquiera pueda adoptar en el uso de su derecho universal-racional a la elección de la propia forma de vida. En el discurso cultural práctico se tienen que poder expresar y criticar las concepciones de la vida buena, que no pueden justificarse mediante argumentos racionales demostrativos de su universalidad vinculante normativamente pero alrededor de las cuales pueden desarrollarse exposiciones retóricas sobre su conveniencia plausible.
            No se puede limitar el alcance y relevancia de las concepciones de vida buena a una estricta privacidad individual sino que tiene que ser posible su expresión y explicación en un ámbito cultural público. Sería un totalitarismo de la razón comunicativa querer circunscribir el ámbito del discurso público a lo susceptible de universalización argumentativa o a aquellos elementos de las concepciones sustanciales de vida buena que pueden servir de apoyo motivacional para el cumplimiento de principios normativos universales. Tiene que haber un ámbito de discusión pública no de lo práctico-universalizable sino también de concepciones particulares que se expresan y se tratan de comprender no mediante el uso racional-universal del lenguaje sino mediante un uso retórico-expresivo del mismo. El que mi concepción de la vida buena no sea universalizable normativamente no reduce a cero su relevancia práctica pública. Hay una relevancia práctica “existencial” de la convicción privada “monológica” sobre la verdad de mi propia concepción de la vida buena. Y esa relevancia privada “existencial” puede ser compartida culturalmente mediante un apropiado uso retórico del lenguaje expresivo en el contexto de un discurso cultural público de carácter práctico.
            En última instancia, las concepciones de vida buena pueden estar solo apoyadas en mi opción perspectivística, dependiente de mi estar situado fatalmente y fácticamente en una circunstancia personal particular. Pero en la entrada en liza cultural de mi concepción de la vida buena frente a otras, yo puedo tratar y tengo que tratar de hacer ver mediante un uso retórico del lenguaje que mi concepción es la verdadera. Un uso del lenguaje que no podrá ser demostrativo de la validez universal evidente de mi concepción de la vida buena pero sí un uso revelador de aspectos de la cosa misma.  Así es como expreso la verdad existencial de mi perspectiva fáctica y como, además, puedo hacer que alguien pueda alcanzar la evidencia intuitiva de aspectos objetivos de la vida que podrían haber pasado desapercibidos en su concepción de partida sobre la vida buena.
            La restricción del discurso de la filosofía práctica a las cuestiones de “moralidad” tiene que ver con una concepción de la filosofía según la cual esta es un discurso dirigido a la transmisión demostrativa de la verdad con el criterio de universalidad como norma de la evidencia de tal verdad. Una concepción de la filosofía que la entienda como diálogo de perspectivas donde la idea regulativa no sea la obtención evidente de la verdad única y universal sino la expresión y la comprensión de perspectivas es más apropiada para dar cabida a la discusión, no concluible por apelación a principios universales evidentes, de concepciones particulares sobre el mundo y la vida. Pero por eso mismo, una filosofía hermenéutica en sentido “edificante” (por utilizar el término empleado por Richard Rorty) no puede limitarse a un metadiscurso que trate de hacer valer el relativismo sobre el objetivismo o el contextualismo sobre la justificación universal sino que tiene que dar rienda suelta a la declaración de cosmovisiones, juicios de valor, concepciones concretas de vida buena y posicionamientos críticos sobre todo ello, que si bien no pueden tener una pretensión de verdad universal, se tienen que exponer como perspectivas concretas en las que uno cree como verdaderas. Esas perspectivas concretas no podrán contar nunca con el apoyo de la argumentación universalista que las harían normativamente vinculante para todos, pero pueden estar apoyadas, y así se tiene que querer intentar mostrar, en una evidencia intuitiva, la cual siempre tendrá que permanecer, en su fuerza última de convicción,  privada y “monológica”, pero que se puede intentar compartir culturalmente mediante un discurso no demostrativo pero sí revelador y dirigido a los “existentes” y no a la subjetividad o intersubjetividad de los individuos en su pureza racional desligada por su universalidad de toda situación mundana y vital particular-concreta.
Habría que ver también si los principios normativos, racionales en su universalidad, sobre lo justo no tienen solo un valor negativo, limitador de la acción, en la medida en que me prohíben moralmente hacer nada que pueda menoscabar esos principios como constituyentes de derechos subjetivos, mientras que la acción positiva requeriría siempre recurrir a concepciones de la vida buena que no pueden estar nunca basadas en el universalismo de la razón pura práctica
Pero nuestra intención en este artículo era solo recordar la diferencia entre “moralidad” y “eticidad” para así advertir de que el que yo considere justo “moralmente” la universalidad del derecho a la propia forma de vida no me compromete a juzgar como buenos y correctos “éticamente” los uso concretos que se hagan de ese derecho justo. Igual que se dice que el partidario consciente y comprometido de la libertad de expresión estaría dispuesto a decir: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero daría mi vida por su derecho a decirlo”, el partidario de la libre elección de la propia forma de vida podría decir: “Su forma de vida me parece equivocada y no acorde a un proyecto correcto de vida buena, pero daría mi vida por su derecho a elegir esa forma de vida”. Igual que yo puedo ser consciente de la corrección “moral” del derecho de toda persona a leer el periódico que quiera pero puedo pensar que leer determinado periódico es señal de poca inteligencia o un error en relación al desarrollo íntegro y superior de la persona, yo también puedo estar a favor de que todos tengan derecho a elegir su propia forma de vida y que cualquiera que sea la forma de vida elegida se tengan los mismos derechos civiles que los demás, y sin embargo puedo pensar que la elección de determinada forma de vida es un error en la medida en que no contribuye a la consecución de la vida buena, plena y superior. Y si yo pienso que leer determinado periódico es de idiotas, eso no justifica el que se me considere un enemigo de la libertad de elección de periódico o que se considere mi opinión sobre ese periódico como algo moralmente reprobable o que se considere que tengo una fobia inmoral a la lectura de ese periódico que atenta contra o dificulta la libertad de cualquiera para leerlo.         
 dar rienda suelta a la declaracivalor, concepciones concretassas  justificacina filosof de tal verdad.     
           
                  
                       

sábado, 25 de mayo de 2019

AGRADECIMIENTO EN LA NOCHE DE AMOR




Hoguera sosegada de mis sueños
y dulzura callada de tu amor;
habrá estrellas ebrias de pasión,
morirán en luz los terribles miedos.

La noche será alto triunfo eterno,
cesarán la locura y el dolor,
resplandecerá la santa visión
del día con gozoso encantamiento.

Es la calma de la noble alegría 
del reflejo brillante de tu risa
en toda la extensión de nuestra unión.

Es la incomunicable sensación
que vive en la constante elevación
donde soñará siempre nuestra dicha. 



miércoles, 10 de abril de 2019

ENTUSIASMO



ENTUSIASMO


Fervor del vino, mujeres hermosas,
rápida huida del alma humedecida
hacia feliz locura bendecida
sin difíciles Ideas penosas. 

Perdición en las músicas rumbosas
con sensación de gozo repetida
que vence la seriedad resentida
contra las dulces chicas salerosas.

Quiero disfrutar del carnal abismo
que el burgués y el filósofo condenan,
heraldos del racional filisteísmo.

¡ Guerra a los que mis instintos refrenan!
¡Renuncio a todo mi intelectualismo!
¡Vida de entusiasmos que el alma llenan!