jueves, 24 de marzo de 2022

CONTRA EL ANTIHUMANISMO POSMODERNO

 Hay que seguir reclamando, frente al antihumanismo de lo sub-individual y lo trans-individual,  al individuo con una identidad y una historia claras y fuertes, capaz de constituirse como sujeto autocentrado de oposición y rechazo frente a la modernidad en estado de descomposición (posmodernidad) y de consumación del nihilismo. El individuo no deconstruido sino reconstruido, no “esquizofrénico” sino “neurótico” centrado en la identidad fuerte constituida edípicamente. El individuo con pulsiones no “líquidas” o disgregadas sino con pulsiones fuertes sublimadas. 

                El intento de los filósofos posmodernos de desbaratar el humanismo de la subjetividad fuerte y autocentrada es el último asalto del nihilismo, no su superación por un cuestionamiento del envanecimiento de la subjetividad humana hipertrofiada que sería responsable de la situación de nihilismo práctico destructor material del planeta.

                La subjetividad humanista clásico-burguesa no tiene nada que ver con la historia esgrimida por los posmodernos antihumanistas de una subjetividad convertida en fundamento metafísico del mundo y de la verdad que se habría enseñoreado destructivamente del planeta con la tecnociencia. El imperio maléfico de esta solo puede ser contrarrestado por la subjetividad humanista empeñada en un proceso de autoformación cultural (Bildung) frente a las exigencias de especialización y mecanización anímicas de la formación tecnocientífica. Los posmodernos que, con sus “esquizoanálisis”, “rizomas”, “decosntrucciones” y autodisoluciones en general, quieren terminar de cargarse a  esa subjetividad humanista que busca un proceso de autocentramiento por la formación cultural trabajan a favor de la labor de zapa nihilista del espíritu iniciada en la modernidad. Son sus rematadores y los consumadores de su nihilismo, no sus superadores, tal y como a ellos les gusta presentarse.

                El regreso a la subjetividad humanista clásico-burguesa no significa ningún compromiso con el subjetivismo metafísico idealista, ni con un “gran proyecto” de dominio técnico depredador del mundo. La cuestión del subjetivismo metafísico idealista afecta solo a la “filosofía pura” y nunca se ha traducido en una cultura idealista efectiva en la historia práctico-social. Ha sido precisamente en ese nivel práctico-social donde se ha dado únicamente un “gran proyecto” tecnocientífico  materialista, utilitarista y mecanicista (a pesar de todos sus disfraces pos-mecanicistas en su paradigma científico avanzado) que ha destruido casi por completo la subjetividad humanista clásico-burguesa y del que los posmodernos antihumanistas son cómplices con sus ataques a la individualidad bien conformada y autocentrada. Los posmodernos no son  contradictores de la destrucción tecnocientífica, que antes de ser material ha sido y sigue siendo espirtual, sino sus aliados. El único punto de resistencia a tal destrucción solo puede ser la subjetividad humanista recuperada y erigida en fortaleza individual culturalmente fuerte y eminente frente a los estragos espirituales de la tecnociencia y sus exigencias formativas.

                Los posmodernos antihumanistas no son los sanadores de la patología de la modernidad, ni siquiera quieren serlo, sino que la agravan destruyendo la corriente interna a la modernidad que es la única instancia que puede oponerse a ella: el humanismo del individuo formado como subjetividad, idéntica, centrada y eminente.

                Esta subjetividad en busca de formación superior cultural puede fracasar y aun perecer en el caso de muchos individuos que buscan su consecución, y dar lugar así a fenómenos psicológicos que aparentemente pueden parecerse a los fenómenos posmodernos de la fragmentación, autodisolución y descentramiento. Pero se trata de casos muy diferentes: el fracaso de la subjetividad humanista “clásica” es un fenómeno trágico y romántico que no tiene nada que ver con los fenómenos de sub-individualidad gozosa posmoderna. Esos casos románticos y trágicos son todavía casos donde resplandece el espíritu, la personalidad valiosa más allá de toda inteligencia técnico-instrumental, mientras que los fenómenos posmodernos de autodisolución son fenómenos de destrucción del espíritu en una deriva nihilista que se regocija de su potencial no ya antihumanista, sino directamente enemigo de la humanidad. 

  

    

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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domingo, 6 de marzo de 2022

OTTO WEININGER, FILÓSOFO MISÓGINO Y WAGNERIANO

                                                                  I

 

El caso del filósofo vienés Otto Weininger (1880-1903), muerto con tan solo 23 años por suicidio (Weininger puso la mano sobre sí en la misma casa vienesa donde murió Beethoven, situada en la Schwarzspannierstrasse o calle de los Españoles Negros, en alusión a los frailes dominicos), es un caso extremadamente delicado y problemático, porque se trata de un autor que publicó un libro Sexo y carácter[1]muy popular en su época (publicado en 1903, llegó a las veintiocho ediciones hasta que fue retirado por los nazis)[2], que pretende desarrollar y fundamentar filosóficamente una doctrina misógina. Y para mayor problematicidad, uno de los capítulos del libro está dedicado a exponer, también con pretensión filosófica, una doctrina antisemita (siendo el propio Weininger judío). Ni que decir tiene que la polémica y la descalificación como enfermo mental han acompañado el nombre de Weininger hasta nuestros días[3]. Pero también es obligado decir que Weininger fue expresamente admirado por una figura tan importante y tan presente en la filosofía académica de nuestros días como el también vienés y judío Ludwig Wittgenstein[4]. Escritores tan reconocidos como Strindberg, Karl Kraus o Cioran[5]también han prestado especial atención a Weininger.

            No es Weininger una figura del todo desatendida en nuestros días. Existe en español al menos una tesis doctoral sobre él, la presentada en la Universidad de Valencia por Noemí Calabuig Cañestro[6]en 2012; el filósofo catalán Josep Casals, especializado en estética, le ha dedicado a Weininger unas sustanciosas páginas en su libro Afinidades vienesas[7], y el prestigioso escritor italiano Roberto Calasso le dedica uno de sus ensayos recogidos en el libroLos cuarenta y nueve escalones[8].

            Quizá algunos sepan que en el libro Las conversaciones privadas de Hitleraparece una siniestra alusión a Weininger[9]cuando el tremebundo dictador alemán, recordando con aplauso algo dicho por el mentor de su primera época política, el poeta y publicista Dietrich Eckart, afirma que Weininger habría sido el único “judío decente”, porque se pegó un tiro cuando se dio cuenta, siendo él mismo judío, como queda dicho, de que “el judío vive de la descomposición de los pueblos”. 

            Pues bien, Weininger fue un convencido y fervoroso wagneriano y en su obra (tanto en Sexo y caráctercomo en su libro póstumo De las últimas cosas[10]) hay alusiones a la obra del Maestro e importantes interpretaciones de algunos de sus momentos. A ello dedicaremos la tercera sección de este artículo tras una exposición, lo más condensada posible, de las ideas más generales de su pensamiento.

 

                                                           II

 

Para comprender bien la diatriba antifemenina de Weininger y hacerle justicia, hay que tener muy en cuenta que ella no va dirigida, en teoría, contra las mujeres empíricas, reales, sino que Weininger establece, para poder justificar el conocimiento de las diferencias sexuales esenciales, el “tipo ideal” de la mujer absoluta o mujer total y es a esta entidad ideal, esta mujer puramente mujer, podemos decir, a la que el filósofo vienés atribuye toda la negatividad metafísica que él considera que pertenece esencialmente a lo femenino. En la realidad empírica no existe la mujer absoluta; todos los individuos, en su personalidad psicológica, son una mezcla de caracteres pertenecientes a la esencia femenina y de otros pertenecientes a la esencia masculina; es decir, Weininger afirma la bisexualidad psicológica de todos los individuos humanos. Generalmente, en los individuos de sexo masculino predominarán los rasgos masculinos, y en los de sexo femenino, los rasgos psicológicos femeninos, pero esto no tiene que se necesariamente así. En todo individuo habrá siempre una proporción de masculinidad y una proporción de feminidad. En el caso de las mujeres, cuanto más alta sea su proporción de feminidad, más se acercarán al “tipo ideal” de la mujer absoluta, y con ello, como veremos, al disvalor metafísico e incluso a la nulidad metafísica[11].

            También para una adecuada comprensión de Weininger que vaya más allá de una visión sensacionalista o escandalizada de su pensamiento es necesario tener en cuenta que su presupuesto metafísico básico es un extremo dualismo, que en el prólogo de Sexo y carácter el propio Weininger califica expresamente de “platónico-cristiano- kantiano”. Estamos ante un pensamiento que frente al mundo empírico, que es sensible, temporal, cambiante, imperfecto, afirma la realidad de un mundo ideal, inteligible, eterno, no sometido al cambio, perfecto, absoluto. No podemos entrar aquí en la explicación de en qué consiste la especial modulación kantiana del dualismo metafísico de Weininger[12], pero ella es esencial y muy destacada en su pensamiento. Solo diremos que el kantismo de Weininger le hace pensar que la realidad ideal-inteligible se halla ínsita en el propio sujeto en tanto yo “nouménico”, es decir como centro activo situado más allá de lo fenoménico, de la naturaleza de la que hay experiencia empírica. Ese sujeto no empírico impone su ley lógica y su ley ética a la realidad empírico-sensible. Ambas leyes “trascendentales”, la ley lógica y la ley ética, se encuentran, para Weininger, estrechamente vinculadas y dependen una de la otra: ser lógico es una exigencia ética, la exigencia de pensar con claridad y consecuencia en lugar de mediante los estados psicológicos que Weininger llama “hénides”, estados intermediios entre el sentir y el pensar que se tienen en semiconsciencia y con la vaguedad propia de lo imaginativo, sin un claro pensar racional; y, a su vez, podemos ser éticos en tanto somos conscientes de los principios lógicos que permiten tener asegurada nuestra identidad personal, y así sabernos responsables de los actos que han sido realizados por nuestra personalidad idéntica. Y tanto lo uno como lo otro dependen de la actividad de la memoria, que posibilita que, frente al flujo temporal de los estados psicológicos cambiantes y pasajeros, conservemos la permanencia evidente de nuestro yo supraempírico, en la que se basa la intemporalidad y validez absoluta de juicios y valores lógicos y éticos. 

            Pues bien, la misoginia metafísica de Weininger consiste en que él niega que el tipo ideal femenino, la mujer absoluta o total, posea tal “yo nouménico” o subjetividad trascendental, es decir, niega que la mujer absoluta posea lo que comúnmente llamamos alma y, por tanto, no está capacitada para hacer valer en su vida y comportamiento la ley lógica y la ley ética. Todas las polaridades cargadas de valor -es decir, que pueden ser comprendidas como una oposición entre el valor y el disvalor- derivadas del dualismo metafísico se resumen en la polaridad básica varón (ideal)-mujer (ideal), donde el hombre representa el valor y la mujer el disvalor. Así tenemos que el varón es el polo que significa lo inteligible, lo ideal, lo racional puro, la validez absoluta, lo intemporal, lo permanente, la perfección, la forma, la sustancialidad, el bien y, en definitiva, el Ser; y la mujer significa lo sensible, lo cambiante, lo imperfecto, lo pulsional, la materia, el mal y en definitiva la Nada.

            Al carecer de memoria como facultad “transcendental” (condición de posibilidad de la lógica y de la ética), la mujer absoluta está condenada a vivir en la incoherencia y en la amoralidad. La incapacidad lógica y ética hace que la mujer absoluta solo tenga sensibilidad para lo que potencia y acrecienta el mundo sensible inferior, esto es, para la sexualidad, y que solo pueda desarrollarse y realizarse fenoménicamente como puta o como madre. La mujer absoluta es toda ella pura sexualidad, su pensamiento está dominado enteramente por la sexualidad, todos sus afanes psicológicos son sexuales, aunque ella no sea consciente d ello al no poder desdoblarse, distanciándose de la sexualidad y de tal manera objetivarla sintiéndola como algo distinto de ella misma, por lo que todo su afán sexual dominante permanece inconsciente para la propia mujer absoluta.

            Sobre el antisemitismo de Weininger, que como queda dicho era él mismo judío, hay que decir que el capítulo de Sexo y carácter dedicado al tema es más bien una crítica de la religión judía como religión “materialista”, en sentido práctico, por lo que más que de antisemitismo racialista se trata de antijudaísmo religioso. A la religión judía entendida en sentido “materialista” opone nuestro autor el “idealismo” (ético-práctico) del cristianismo, religión a la que se convirtió Weininger recibiendo el bautismo protestante.

            Por tanto el antisemitismo de nuestro filósofo vienés suicida no tiene nada que ver con las vulgaridades y tonterías cientificistas de signo racialista biologicista en las que consistía el antisemitismo histórico que se nos suele venir a la cabeza cuando se trata del tema. Y ni que decir tiene, que siendo el propio Weininger judío, de él están ausentes las intenciones horrendamente criminales que desde sus inicios, digamos que “teóricos”, tuvo ese otro antisemitismo histórico que está en la mente de todos. 

            Pero sin duda es el antisemitismo judío de Weininger el asunto desde el que mejor se puede apreciar que en toda la filosofía de nuestro autor hay una motivación psicológica profunda que no puede ser menospreciada (tal y como se suele hacer en el gremio filosófico) como un mero factor subjetivo “externo” e irrelevante con respecto al contenido esencial interno del pensamiento puramente “lógico-intelectual” ante el que estaríamos. El pensamiento de Weininger es, sin duda, testimonio de una personalidad especial, psicológicamente singularizada, pero ello tiene más valor que la universalidad vacía o trivial a al que llegan los sitemas filosóficos de la razón impersonal con pretensiones de “cientificidad estricta” o de validez para la intersubjetividad de individuos pura y abstractamente racional-comunicativos, desprendidos de su subjetividad psicológica personal. En la individualidad señera y singularizada se descubre lo “puramente humano” (por decirlo con una expresión muy querida por Wagner) mejor que en los grandes sistemas filosóficos donde queda “segregada” la subjetividad viva y sintiente que los ha creado. Esto es acorde con la filosofía del propio Weininger, que considera que el individuo en el que es máxima la vigencia de la ley lógica y la ley ética no queda subsumido, e tanto ser pensante y actuante, en una razón universal impersonal, sino que constituye una “mónada”, una unidad omniabarcante, que contiene en sí todas las posibilidades humanas y es capaz de comprender su sentido singular. Esta es la teoría del genio sostenida por Weininger: el individuo máximamente singular, el genio, contiene en sí todo el mundo de lo humano y lo comprende de manera concreta. Ni que decir tiene que Weininger identifica el genio con el hombre absoluto y lo considera la antítesis total de la mujer absoluta.

De todas formas, si la cosmovisión misógina de Weininger puede considerarse una “racionalización” de motivaciones psicológicas, tal vez patológicas, también es cierto que en Sexo y carácter está expresada esa cosmovisión mediante una teoría filosófica, todo lo endeble que se quiera, pero que al plantear como tema intelectual de fondo el problema del dualismo y sus consecuencias, tiene más interés que muchas florituras académicas que no ofrecen resultados que puedan ser relevantes para una actitud espiritual concreta en su alcance existencial.

La filosofía de Weininger es una cosmovisión concreta que su autor sentía y vivía como verdadera, que él no ofrecía como una simple ars combinatoriade ideas que pueden ser expuestas y razonadas con independencia de toda implicación personal, como es el caso de lo que hacen muchos profesores de filosofía, y precisamente esto refuerza el valor de la personalidad de Weininger, que él fue capaz de expresar filosóficamente. 

No obstante, la pretensión de Weininger de poder identificar todo lo metafísicamente negativo con lo femenino, con la “mujer absoluta”, según su terminología, tendría que haberse basado en la idea de que es posible una intuición de esencias más allá de lo empírico -en este caso, más allá de las mujeres empíricas, todas ellas “no absolutas”, no enteramente femeninas, según el principio de la bisexualidad psicológica de todos los individuos- intuición que permitiría la aprehensión infalible de lo femenino como una de tales esencias metaempíricas, que, en este caso, representaría todo lo marcado como disvalor o valor negativo por la tradición metafísica occidental, que tendría sus momentos fundamentales en el platonismo, el cristianismo y el kantismo. Pero Weininger no va por este camino en Sexo y carácter. Tendría que haber desarrollado nuestro joven filósofo suicida una gnoseología de la intuición de esencias y una teoría de los valores como entidades ideales para haber proporcionado auténtico estatuto filosófico a su libro, que, más bien, se queda en una arbitraria asignación a lo femenino, por un punto de vista particular del autor no fundamentado, de todo lo metafísicamente negativo. 

 

                                                            III

 

Pasamos ya en esta tercera sección a enunciar y comentar las principales alusiones a Wagner que se encuentran en la obra de Weininger.

Digamos lo primero[13]que Alex Ross en su importante y reciente libro Wagnerismo (Arte y política a la sombra de la música)[14]llama a Weininger el más extremo de los wagnerófilos judíos y le dedica varios extensos párrafos.

Nos informa Ross[15]de que Leopold, el padre de Otto Weiniger, le llevó a este a ver Los maestros cantores de Weininger cuando su hijo contaba tan solo con ocho años de edad. Leopold Weininger era un judío profundamente admirador de la cultura germánica y en quien ya estaba presente la relación conflictiva con el propio judaísmo, relación que su hijo llevaría hasta el extremo, igual que llevaría hasta el extremo su wagnerismo heredado: Otto llamó a Wagner “el hombre más grande desde Cristo” y escribió que la obra de Wagner “deja atrás todas las demás impresiones, incluidas las que pueden provocar Miguel Ángel, Bach o Goethe”. 

Precisamente en el capítulo de Sexo y carácter dedicado al judaísmo[16], al hablar Weininger de que, al igual que ocurre con lo femenino en relación a las mujeres empíricas, no hay que confundir el judaísmo con los judíos, pone nuestro autor el ejemplo de Richard Wagner, al que llama el artista más grande de la humanidad. Según Weininger, el judaísmo también puede estar presente en los no judíos, igual que lo femenino, la esencia femenina ideal, puede estar presente en los varones, y nos dice Weininger a continuación que ni siquiera Wagner, “el más profundo antisemita” y que en Siegfriedhabría creado “lo menos judíos que pueda imaginarse”, estaría libre de judaísmo. Igual que la hostilidad de Wagner hacia las óperas y hacia el teatro convencional puede estar basada en que se sentía poderosamente atraído hacia ellos, nos dice Weininger, en la música de Wagner habría algo (“cierta pesadez”, cierto “exceso de sonoridad”, cierta “falta de distinción”) que la haría poderosamente atrayente tanto para los antisemitas judíos “incapaces de librarse enteramente del judaísmo” como para los antisemitas indogermánicos que “temen caer en él”. Wagner habría visto claro en su propio judaísmo y esto le sirvió para luchar y llegar a las cumbres espirituales que significan Siegfried Parsifal. El deseo de superar el judaísmo solo puede surgir, nos sigue diciendo Weininger, en la lucha contra el propio judaísmo, entendido como temple caracteriológico contra el que se debe luchar para superar el propio ”materialismo”. “Quien odia al judío”, nos dice literalmente Weininger, “odia en primer término al judío que lleva en él”. Y añade, “y cuando lo persigue en los demás es un intento para librarse de su carga localizándola en quienes le rodean”. Esta aquí Weininger explicando el antisemitismo por un mecanismo psicológico de proyección de lo que se ve en uno mismo como odioso, lo cual viene a coincidir con lo que desde instancias más o menos psicoanalíticas se ha dicho sobre el antisemitismo cunado se lo ha querido analizar para condenarlo y prevenirlo. Es indiscutible que en el propio Weininger, judío antisemita, estaba actuando un principio de odio hacia sí mismo como el que fue explicado por Theodor Lessing en su famoso libro El autoodio judío[17].

Pero no es en Sexo y carácter donde hay más alusiones explícitas de Weininger a Wagner, sino en su libro póstumo De las últimas cosas, una colección miscelánea de apuntes y aforismos donde nuestro autor complementa y prolonga lo dicho por él en Sexo y carácter, siempre en ese sentido metafísico marcadamente dualista y de moralismo podemos decir que especulativo, intensificando notablemente las ideas de culpa, pecado y necesidad de redención que tal dualismo asocia a la existencia mundana del hombre.

En una sección de este libro (De las últimas cosas) titulada “Sobre Parsifal”[18]tiene Weininger palabras de reconocimiento admirado para la forma en que en su época se representaba esta obra en Bayreuth, y describe muy vivamente y con entusiasmo el pasaje del diálogo entre Parsifal y Kundry del acto II, tal y como había podido verlo en la representación del 2 de agosto de 1902 a la que había asistido. 

Weininger interpreta las palabras finales de Parsifal( “Redención al redentor”), de manera poco ortodoxa, como expresión de que Jesucristo al redimir al mundo se redime a sí mismo de la culpa. El deseo de redención del mundo habría estado presente del modo más vivo y más intensificado en Jesucristo en tanto que personalidad religiosa genial omniabarcante de todo el mundo y en la que estaba presente el más alto sentimiento de responsabilidad universal. Lo propio del genio, según la teoría que Weininger desarrolla en Sexo y carácter, es precisamente la capacidad de albergar en sí mismo todo lo humano y de sentirse responsable en la propia voluntad de toda la humanidad. 

También en esta sección del libroDe las últimas cosas dedicada a Parsifalnos dice Weininger en un corto aforismo, aludiendo a la herida de Amfortas provocada por la lanza (que se supone que le fue infringida por Klingsor en sus órganos genitales cuando Amfortas había sido seducido por Kundry), que las relaciones sexuales son experimentadas por la moralidad como pecado. Insiste así nuestro autor en la idea desarrollada en Sexo y carácter según la cual la sexualidad en tanto supone utilizar como medio a otro ser humano (para el placer o para la procreación) es intrínsecamente inmoral. Recuérdese que para Kant, referencia filosófica fundamental de Weininger, la utilización del otro como medio y su no consideración como fin en sí mismo es el resumen de toda inmoralidad. Además, el hombre cuando realiza el acto sexual se hunde en lo material-sensible, dando realidad a la mujer para justamente convertirla en su pecado.

Cuando Kundry, nos sigue diciendo Weininger, trata de despertar el instinto de Parsifal por su madre estaría buscando la redención por el amor, que el propio Wagner defendió habitualmente con anterioridad a Parsifal. Pero para el Wagner de Parsifalla única redención posible es que el hombre niegue su deseo, que convierte a la mujer, en principio una nada metafísica, en su pecado.

En otro apunte de esta sección, Weininger hace una interpretación del personaje de Klingsor. El mago malvado de la última obra de Wagner se había castrado, como se recordará, para poder resistir sus tentaciones carnales. Pues bien, Weiniger afirma que al hacerlo Klingsor pretende forzar la moralidad, poseerla de una vez por todas, y olvida algo de lo que Weininger está convencido siguiendo los pasos de Fichte y del mismo Kant: que la moralidad no es posesión definitiva, sino “acción eterna, creación eterna”. Klingsor quiere ser Dios, para no ser molestado ya más por sus tentaciones, y con esto, nos dice Weiniger al final del apunte, Klingsor está queriendo usar la divinidad para un fin, hedonista y egoísta, con lo cual estaría trayendo a Dios al tiempo. La temporalidad está unida, según el dualismo metafísico de Weininger, a lo mundano-material, a la culpa, al pecado, a la condena del hombre. En este libro, De las últimas cosas, esta idea de dualismo metafísico sobre la temporalidad está muy presente y recibe unos desarrollos muy interesantes.

En una serie de cortos aforismos sigue Weininger interpretando el sentido religioso de Parsifal,siempre en esta línea dualista y de puritanismo metafísico, podemos decir. Todo va a resumirse en lo que nos dice en uno de estos aforismos: “Kundry es el símbolo de todo lo sensual, no lo moral, de la naturaleza; con ella es absuelta la naturaleza; el hombre como redentor de sí mismo, es el redentor del mundo”. Pero nos dice también Weininger que como Kundry se resiste a la redención y no puede tener otra función, como mujer, que ser la culpa del hombre y de hacerle consciente a este de su culpa, tiene que ser condenada por Wagner a morir. 

En un pasaje[19]del mismo libro que comentamos, anterior a la sección sobre Parsifaly donde Wagner establece una comparación entre esta obra wagneriana y el Peer Gyntde Ibsen, nos dice nuestro autor que en Parsifal Wagner, revocando su anterior pensamiento sobre la mujer como redentora del hombre a través del amor (Elizabeth de Tannhäuserpor ejemplo) niega a la mujer afirmando la completa castidad del hombre. La mujer ya no puede ser la redentora, sino, en todo caso, ser redimida por el hombre, en este caso Parsifal. Y en una interpretación del personaje de Kundry muy poco favorecedor del mismo, Weininger dice que, a pesar de que Parsifal quiere redimir a Kundry, ella se resiste, por lo que ya no tiene cabida en el “reino de Dios”, y ya no puede seguir existiendo después de haber visto el Grial: por eso Kundry muere al final del drama escénico-sagrado. Si la mujer ya no puede ser el pecado del hombre, el objeto a través del cual el sujeto-hombre toma conciencia de su culpa y a través de esa conciencia quiere alcanzar la castidad, tiene que morir.

La sección dedicada a la interpretación de Parsifal está precedida por otra[20]dedicada al “contenido del pensamiento de la obra de Richard Wagner” que está encabezada por un bello panegírico de la obra del Maestro. Comienza así este panegírico:

“Nunca antes ha sido un arte tan capaz de fascinar y de satisfacer tan completamente las exigencias artísticas de una época como las creaciones de Wagner. Todos los esfuerzos por promover una nueva literatura, por fundar un nuevo arte, parecen artificiales y falsos comparados con lo que admiramos en sus obras. Que tantas personas hayan encontrado esta satisfacción únicamente en Wagner corresponde al hecho absolutamente indudable de que nunca antes hubo un hombre con una necesidad de expresióntan enormemente poderosa como él”.

Continúa Weininger exaltando con palabras no técnicas el poder musical de Wagner para crear el “concepto más elevado de la obra de arte que nunca haya tenido un artista”. Los temas de Wagner tendrían, según Weininger, “un máximo de densidad musical, (…) nunca se diluyen, sino que siempre lo dicen todo”. En la música de Wagner habría un sentimiento de la naturaleza inigualado por otras cumbres expresivas de la cultura literaria y musical alemana. La música de Wagner es más que matemáticas, más que un lenguaje de espacio y tiempo, expresa lo que Weininger llama la “física” del Universo. La intensidad y la amplitud de la Tierra en su atmósfera y en su interior aparecen en Wagner “como no han aparecido en ningún hombre en tal medida como aquí”. 

Se muestra en este hermoso y exaltado panegírico escrito por Weininger cómo Wagner, para que le sea hecha justicia y para ser aprehendido en toda su grandeza, necesita ser considerado elevándolo por encima de las “tecniquerías” (Unamuno) de músicos y de musicógrafos con su esteticismo formalista. 

La sección dedicada a Parsifaltermina con una alusión en una breve anotación a la necesidad de pasar en la interpretación del Anillo desde lo natural a lo moral, para lo cual sería necesario entender a Alberich, en paralelo con el Klingsor de Parsifal,como expresión de la psicología del sacrilegio. Y propone también Weininger el paralelo entre Wotan y Amfortas y entre Siegfried y Parsifal. 

También en el libro De las últimas cosas incluye Weininger una sección[21]-que forma parte del mismo capítulo donde aparecen las secciones sobre el pensamiento de Wagner y sobre Parsifal(titulado “Sobre caracteriología”)-donde se establece una distinción entre “buscadores” y “sacerdotes”, distinción que Weininger ilustra diciéndonos en qué sentido y en qué obras Wagner sería un “buscador” y en qué otro sentido y otras obras habría sido un “sacerdote”.

El buscador busca, ante todo a sí mismo, y le acompaña siempre el sentimiento de imperfección; el sacerdote, por el contrario, no busca sino que informa, y está convencido de la existencia de la perfección. El sacerdote, podemos decir, posee ya lo absoluto, la deidad; al buscador, por el contrario, solo le es dado lo absoluto como objetivo. El sacerdote tiene ya la luz, mientras que el buscador trata de buscarla en lo elevado, pero aún está ciego. El sacerdote encarna ya la perfección y solo se esfuerza por entenderla y expresarla completamente. Pues bien, nos dice Weininger que los hombres más grandes son ambas cosas, buscadores y sacerdotes, siendo las más de las veces buscadores al principio y luego sacerdotes. Esto es lo que habría ocurrido con Goethe y también con Wagner. Este habría sido buscador en El holandés errante, en Tannhäuser (y Weininger cita el coro de peregrinos como una magnífica representación de lo que significa buscar) y también en Tristán e Isolda,sobre todo en el acto II. Sacerdote habría sido Wagner ya en Lohengrin,por su sentido de la fiesta y de la celebración, y sobre todo en el tercer acto de Siegfried, donde, nos dice Weininger, es enormemente grande el sentimiento de haber encontrado lo que se busca, el triunfo de la satisfacción.   

 

                                                  IV

 

En el Diario de Weininger[22]que aparece como añadido a la edición alemana reciente de Sexo y carácter,nuestro autor confiesa abiertamente que el odio a la mujer no es otra cosa que odio no resuelto hacia la propia sexualidad. El antisemitismo del filósofo suicida vienés tampoco puede ser otra cosa que odio a sí mismo, dada su condición de judío. Toda la misoginia y también, y principalmente, todo el antisemitismo de Sexo y carácter pueden verse como un intento por parte de Weininger de exorcizar lo que en él no le gustaba, sus tendencias pulsionales hacia dirigidas a lo sensible y material, proyectándolas sobre las mujeres y sobre los judíos. Cuando se está filosóficamente convencido de un dualismo metafísico entre lo ideal superior y lo material-sensible inferior, parece que tiene que surgir la animadversión hacia todo lo que nos recuerda que vivimos, al menos por el momento, en lo inferior sensible, y se trata de dar salida a esa animadversión eligiendo un objeto ante el que se pueda descargar, y en Weininger le toca ese papel de objeto odiado a las mujeres y a los judíos. La tradición metafísica dualista, con su idea de verdad absoluta espiritual y de minusvaloración de este mundo, alberga una carga potencial de violencia y odio que aflora plenamente, y seguramente también patológicamente, en Weininger. La razón metafísica especulativa, con su seguridad de poseer el secreto último del valor y del disvalor, se ofusca contra lo sensible, lo particular, lo contingente, lo temporal, lo pulsional. Y de manera que no puede ser calificada sino de irracional, Weininger, aunque su punto de partida sea un extremo racionalismo filosófico antiempírico, identifica todo eso categorizado como inferior con la concreción sensible del carácter femenino y también, aunque no olvidemos que esto ocupa mucho menos espacio en su libro, con el carácter judío. 

            Pero también es cierto que en la obra de Weininger hay mucho más que expresión psicopatológica. Como ha puesto de relieve el crítico literario izquierdista Hans Mayer [23](que, por cierto, se ha ocupado ampliamente de Wagner[24]), la obra de Weininger es expresión también de “estados traumáticos de concienica de la clase burguesa de Europa Central” en la época de transición del siglo XIX al siglo XX. La imagen de la mujer que tiene Weininger es enteramente deudora de la situación de hecho de la mujer burguesa de su circunstancia, a la que se le obligaba a ser “furcia o sirvienta”. En Weininger, además, hay una socialmente típica mezcla de crítica romántico-regresiva de la cultura moderna, como cultura judía y marcada por una decadencia femenina, con el sueño ilustrado-racionalista, convertido ciertamente en delirante, de una humanidad liberada de toda atadura a la irracionalidad metafísica de lo fáctico-sensible. Una mezcla explosiva de contrailustración e ilustración, de racionalismo e irracionalismo. 

Pero en el pensamiento de Weininger hay por lo menos concreción cosmovisional, todo lo arbitraria y delirante que se quiera, pero que se agradece por contrastar poderosamente con las vaciedades formalistas del trascendentalismo o seudotrascendentalismo fenomenológico o hermenéutico o de la racionalidad comunicativa de la ética del discurso, derroteros por los que discurre buena parte de la filosofía continental actual.                       

                   

                 

   

                 

 

   

  



[1]Otto Weininger, Sexo y carácter, traducción de Felipe Jiménez de Asúa, Península, Barcelona 1985

[2]Cf. Josep Casals, Afinidades vienesas (Sujeto, lenguaje, arte), anagrama, Barcelona 2003, pg.63

[3]Para una visión de Weininger en este sentido véase David Abrahamsen (doctor en medicina), the mind and death of a genius, Columbia University Press, New York 1946. Véanse también las dos cartas de Freud dirigidas al autor de este libro e incluidas en Jacques Le Rider, Der Fall Otto Weininger, Löcker, Wien- München 1985, pg. 96 

[4]Cf. David G. Stern y Béla Szabados (eds.), Wittgenstein reads Weininger, Cambridge University Press, 2004

[5]De Strindberg véanse las cartas dirigida a Arthur Gerber, incluida en Otto Weininger, Geschlecht und charakter, Matthes & Seitz, Múnchen 1980, pgs. 650-651. Sobre la ambigua y co pleja relación entre Weininger y Karl Kraus véase la tesis doctoral de  Noemí Calabuig Cañestro, La teoría del sujeto de Otto Weininger y su influencia en la filosofía de Wittgenstein, Universitat de València, “Contexto intelectual. Inspiraciones, coincidencias e influencias”, pg. 158. De Cioran véase “El romanticismo de la prostitución (Carta a Jacques Le Rider a propósito de Weininger)” en E. M. Cioran, “Ejercicios de admiración y otros textos”, Tusquets, Barcelona 1992 (1995), pg. 177   

 

[6]Noemí Calabuig Cañestro, op. cit., disponible online en  https://roderic.uv.es/handle/10550/27992

[7]Josep Casals, op. cit., pgs. 63-84

[8]Roberto Calasso, Los cuarenta y nueve escalones, Anagrama, Barcelona 1994 (2016), pgs. 289- 294, “El hombre superior y la cocotte absoluta”

[9]Las conversaciones privadas de Hitler, Crítica, Barcelona 2004, pg. 113

[10]Otto Weininger,De las últimas cosas,traducción, introducción y notas de José María Ariso,Antonio Machado Libros, Boadilla del Monte (Madrid) 2008

[11]Hay que dejar también muy claro que Weininger en ningún momento extrae un antifeminismo práctico de su misoginia metafísica. Más bien lo contrario: la moralidad del hombre exige que este trate siempre a las mujeres empíricas como seres morales (lo cual incluye el reconocimiento de su igualdad jurídica total), aunque la “mujer absoluta”, como veremos, no lo sea. Además Weininger afirma estar a favor de la emancipación de las mujeres, pero la entiende como emancipación de las mujeres respecto a la feminidad, a la esencia femenina, cargada par él, como también veremos, de disvalor metafísico.  

[12]He intentado tratar este tema del apoyo que Weininger buscó en Kant en mi artículo “En torno a Sexo y carácterde Otto Weininger”, que apareció originalmente en la revista Meta (enero de 1989, N. 4), publicada por un grupo de estudiantes de la Facultad de Filosofía de la UCM, y que puede encontrarse también en mi libro (autoeditado) Mis panfletos intelectuales,Caligrama 2015, pg. 292

 

[13]Ya en su tesis doctoral Eros und Psyche, Weininger,tal vez en un momento en el que su wagnerismo no se encontraba suficientemente asentado, había dicho: “Al mismo tiempo, la música puede sustitur de forma vicaria al acto sexual: la pasión wagneriana especialmente no es, con frecuencia, más que un sucedáneo mejor para el coito”. Cf. Otto Weininger, Eros und Psyche,Österrreichischen Akademie der Wissenschaften, Wien 1990, pg.148

[14]Alex Ross, Wagnerismo (Arte y política a la sombra de la música), traducción de Luis Gago, Seix Barral, Barcelona 2021. Este libro es de lectura obligada para cualquier wagneriano no limitado culturalmente o no anclado en una visión ideológicamente estrecha o sectaria del Maestro.  

[15]Alex Ross, op. cit., pg. 313

[16]Otto Weininger, Sexo y carácter, cap. XIII “El judaísmo”, pgs. 298-327

[17]Theodor Lessing, Die jüdische Selbsthass,Matthes & Seitz, München 2004

[18]Otto Weininger, De las últimas cosas,pgs. 132-139

[19]Otto Weininger, De las últimas cosas, pgs. 80-82

[20]Ibd., pgs. 129-132

[21]Ibd., pgs. 121-124

[22]Otto Weininger, Geschlecht und charakter, Matthes & Seitz, München 1980, pg. 686. “Der Hass gegen die Frau ist immer nur noch nicht überwundener Hass gegen die eigene Sexualität”. 

[23] Hans Mayer, Historia maldita de la literatura, Taurus, Madrid 1977, pgs. 111-118. Hans Mayer llega a decir en su excurso sobre Weininger incluido en este libro que en la lucha de Weininger contra el empirismo, en cuanto centrado y limitado a lo particular-sensible y cerrado a la elevación a lo ideal-inteligible-nouménico, pueden encontrarse atisbos de una anticipación nada menos que de la diatriba de Adorno contra el positivismo en nombre de una filosofía social especulativa.

 

[24]Hans Mayer, Richard Wagner, Suhrkamp, Frankfurt am Main 1998