sábado, 11 de febrero de 2023

CARTA DE AMOR A LAS TÍAS BUENAS

 ¡ Ya tengo mi carta de amor para el concurso de San Valentín del año que viene! 


CARTA DE AMOR A LAS TÍAS BUENAS 


Como dice un chiste Woody Allen, “hasta Freud habla del periodo de latencia”, pero a mí me habéis gustado vosotras, las tías buenas, desde tiempos infantiles. Y a partir de la pubertad, el deseo inagotable que yo he sentido de vosotras ha sido para mí como la rueda de Ixión, como el suplicio de Tántalo, como el trabajo de Sísifo, y he tenido que soportar todo un universo de desdichas y de dolor, cual condenado Atlas, por no ser capaz de ligar con vosotras. 

Mi rareza, mi torpeza y mi naturaleza irremediable de tontiloco nunca me han permitido superar esta grave limitación de mi personalidad. Vosotras, que representáis la vida en su esplendor inocente y en su máxima salud exuberante y fértil, no podíais amar al desgraciado neurótico, al tontiloco, al raro. Pero eso no ha impedido que yo siempre os haya amado con locura, porque, como dijo Hölderlin, quien piensa lo más profundo, ama lo más vivo, y vosotras sois sin duda lo más plenamente vivo. 

Sobre vosotras siempre he proyectado lo que yo sentía como lo superior y lo más excelso, porque la belleza sensible, como ya sabía Platón, es la más motivante manifestación de eso superior excelso aquí abajo. Con vuestra belleza corporal sois estímulo para ponerse en marcha hacia el Bien, la Verdad y la Belleza supremas, celestiales, de pureza inteligible. 

Pero, ay, como mujeres que sois, sois también muy buenas psicólogas, y enseguida detectáis al que está dominado por bajos instintos que impiden que sean sinceras sus supuestas aspiraciones a lo ideal. Por eso no me habéis querido a mí. 

Mucho es el resentimiento que esto me ha producido y mucho el desprecio hacia vosotras que de ese resentimiento ha emanado en mí. Os he querido encasillar y etiquetar, categorizar, como pequeñoburguesas, filisteas y como seres vulgares e insustanciales espiritualmente. Pero esto ha sido, como digo un mecanismo de defensa producido por mi resentimiento. Por mis fracasos con vosotras, me convertí en psicólogo resentido de vuestras personalidades. Pero nunca he podido engañarme totalmente a mí mismo y siempre he sabido en el fondo de mi alma que sois una maravilla de la creación. Os he ofendido muchas veces denigrando vuestras personas, por ejemplo con la afirmación de que sois la ironía de lo dionisiaco, es decir, que cuando sois adolescentes y jóvenes parecéis encerrar miles promesas de exaltación vitalista, pero que lo que en realidad queréis y buscáis es la normalidad vulgar del matrimonio, la maternidad y la vida pequeñoburguesa estable y asegurada. Pensando esto he querido yo ser más y mejor psicólogo de vosotras que lo que vosotras sois como psicólogas de los hombres. 

Pero, a pesar de todo y de mi edad ya madura, yo conservo el amor desinteresado hacia vosotras, os amo como seres vital y espiritualmente superiores, aunque sé que ya no podré conseguir nada de vosotras. Esto es el “amor puro” que algunos místicos consideraron como el tipo más elevado de amor, incluso en relación con Dios. Yo, más modestamente, experimento este amor hacia vosotras y sé que los poetas Dante y Goethe no se equivocaban cuando consideraban a la mujer atractiva sensorialmente como una fuerza impulsora hacia lo alto, hacia lo divino ideal. 

No puedo evitar, a pesar de mis esfuerzos por consideraros como simples objetos vulgares para satisfacer la pulsión sexual, sublimar mi deseo hasta esas cumbres de la idealización donde aparecéis como seres representantes del mundo celestial de la divina Belleza. 

Y como final de esta carta, un modesto soneto dedicado a vosotras, tías buenas:


Es sagrada vuestra alegre belleza

cuando estalla la fiesta poseída

por vuestra feliz carne bendecida,

que consume mi intelectual tristeza.


Es el cachondeo vuestra destreza

para entusiasmar al alma perdida 

en el ritmo y la disco enfebrecida

de noche de dionisiaca certeza.


¡Qué ricura y hermosura en movimiento!

¡Qué placer de las almas deseantes!

¡Qué buenura el carnal ofrecimiento!


Se olvidan esfuerzos desesperantes

de la vida extraviada en pensamiento

y es la hora de las juergas triunfantes.