En mis
escritos aparecen frecuentemente los términos “burgués”, “pequeñoburgués” y “filisteo”. Bien puede decirse que en ellos
hay más burgueses, pequeñoburgueses y filisteos que en los casinos de pueblo
que visitaba a principios del siglo XX el escritor del 98, considerado menor,
Eugenio Noel.
Creo que es
necesaria una aclaración sobre el significado de los términos mencionados, pues
el sentido en el que empleo los dos primeros no coincide con aquél en el que
son empleados, por influencia de la terminología marxista, por muchas personas
y el significado en sentido figurado del tercero no es muy conocido, a pesar de
la importancia que ha tenido, sobre todo en el área cultural germánica.
“Burgués”
no lo empleo en el sentido marxista de persona perteneciente a la clase propietaria de los medios de
producción, sino en el sentido que podríamos llamar “romántico” o “bohemio”, de
persona “vulgar, mediocre, carente de
afanes espirituales o elevados”, que es el que recoge en la acepción cuarta del
término el DRAE. El difunto profesor Aranguren hace explícita mención de esta diferencia semántica al
hablar de su experiencia universitaria norteamericana con los movimientos
juveniles de protesta de los años sesenta, que tan decisivos fueron en el giro
político que tomó su carrera intelectual.
En el uso
habitual de la palabra “burgués” se hace referencia en realidad al carácter de
la bourgeoisie ,burguesía en su versión francesa decimonónica: el gusto
por el lujo y la ostentación, la riqueza y el refinamiento material. Existe
otra acepción, más germánica, del término “burguesía” que se refiere
favorablemente a una clase caracterizada por su laboriosidad, meticulosidad,
probidad y honradez. Es la clase surgida de la ética protestante del trabajo y
de la racionalización de la vida, ideal ético que se ha extendido, o se
extendió, también a las clases medias de los países católicos, moralizando o
desfigurando, según se mire, la propia religiosidad católica.
Pero ya he
dicho que yo uso el término “burgués”, o “pequeñoburgués”, en su significación
despectiva de hombre vulgarmente convencional y acomodaticio, una significación
que viene a coincidir con la significación figurada, también de origen
germanico, del término “filisteo”, del que luego hablaremos.
En sentido
estrictamente sociológico, “burgués” no tiene por qué significar persona rica o adinerada que
lleva una vida opulenta, pues como también recoge el DRAE se llama burgués a lo perteneciente o
relativo al burgués, ciudadano de la clase media. Es burgués quien no es
aristócrata, obrero o campesino: los empleados de servicios(que formarían el
núcleo de la subclase de la pequeña burguesía), los propietarios, grandes o
pequeños, y también los profesionales liberales. En este sentido “burgués” no
tiene por qué tener una connotación despectiva, como cuando los historiadores
hablan de la época de las “revoluciones burguesas” o de la “sociedad burguesa”
como opuesta a la del Antiguo Régimen. Incluso puede admitir un matiz
favorable, como cuando, literariamente, Goethe escribe unos versos cuyo sentido
viene a decir lo siguiente: los nobles se refugiaban en sus castillos, los
campesinos vivían apegados al terruño: ¿de quién vendría la más bella educación
si no fuera del burgués?; apreciación que podría ser fácilmente adaptada para
nuestros días.
El
sociólogo alemán del conocimiento Karl Mannheim estableció una distinción
fundamental, que debe ser tenida en cuenta a la hora de hablar de la actitud de
la burguesía ante la “cultura” y que alcanzó su realización más plena y
exacerbada en Alemania pero que es extrapolable a otros países, entre una
burguesía propietaria y empresarial y una burguesía cultivada centrada en
ideales relacionados con la educación y la formación, subclases que tienen una
visión ideológica de la realidad completamente diferente. Estas dos tendencias
pueden desarrollarse simultáneamente en el seno de los mismos grupos, como el
de la burguesía o pequeña burguesía comercial y de servicios, produciendo
dentro de ellos contradicciones ideológicas. La nefasta preponderancia de la
educación tecnocientífica ha propiciado que sectores en principio predispuestos
hacia una visión “cultural” hayan
acabado integrándose en la tendencia utilitaria y pragmática en términos
alicortos de la burguesía industrial-empresarial. Contra la idea también de
Mannheim de los “intelectuales que flotan libremente” por encima de los
intereses desu clase de origen se ha opuesto la idea marxista vulgar de que la
conciencia de los intelectuales también está determinada por su “ser social”.
Contra todo marxismo vulgar yo afirmo que la dedicación a la búsqueda de la
verdad histórica, social y filosófica produce un alejamiento de la propia clase de origen y de
sus intereses materiales particulares y contingentes, generalmente mezquinos.
Si durante los siglos XIX y XX no hubiera surgido u n grupo de intelectuales
socialistas “flotando libremente” de origen burgués y pequeñoburgués, el
movimiento obrero no habría surgido nunca y, por supuesto, no habría alcanzado
sus éxitos reformistas de carácter economicista.
Los
términos “burgués” y “pequeñoburgués” en sentido despectivo no son exclusivos
de la izquierda, pues también han sido utilizados por la extrema derecha
fascista, es decir revolucionaria, y afín al fascismo. Por ejemplo, recuerdo
que en una ocasión en que fueron detenidos un grupo de jóvenes neonazis en
Alemania, salió en la prensa que uno de los detenidos había declarado que sus
padres, que habían sido sesentayochistas, eran “pequeñoburgueses”.
Los
alemanes tienen el mismo término para
designar al burgués y al
ciudadano, “Bürger”, por lo que para distinguir entre la persona
centrada en sus asuntos privados y el ciudadano que participa activamente en la
“res publica” constitucional tienen que recurrir a los términos franceses “burgeois” y “citoyen” . Es cierto que en
alemán también existe el término “Spiessbürger”
o “Spiesser”, pero es un término abiertamente insultante –no apto para utilizarse en la ciencia política
–para insultar al pequeñoburgués de
mentalidad provinciana y universo ideológico premoderno, pues “Spiess”,
que significa lanza, hace referencia al arma con la que los habitantes de los
burgos medievales salían a defender su localidad cuando se encontraba
amenazada. “Spiessbürger” designa en general al burgués sumido en
preocupaciones pragmáticas enemigas del espíritu.
“Pequeñoburgués”,
que tampoco significa el rico de bajo nivel, es un término generalmente
despectivo, usado para señalar al burgués de escasos horizontes sociales y
espirituales encerrado en la estrechez vital y en la limitación de la
dedicación a intereses privados mezquinamente materiales. En otro tiempo, siglo
XIX y principios del XX, era frecuente que ese conformismo y “materialismo”
práctico se recubriera en la pequeña burguesía con la ideología de un
sentimentalismo cursi, “operístico” –si se nos permite la injusta expresión –y
un idealismo ramplón, ayudado por una religiosidad miserablemente social, que
encubría su pragmatismo y utilitarismo de corto alcance. Pero hoy, como dice
Habermas, la conciencia burguesa se ha vuelto cínica, por lo menos en amplios
sectores urbanos. No obstante todavía puede observarse entre algunos
pequeñoburgueses “retrasados” un humanismo abstracto y totalmente inocuo y la
famosa ideología de los “valores”, que no encubre sino su conformismo y su orientación a los intereses
individualista-familiares. Es propio también de la pequeña burguesía, en un diagnóstico
más político y marxista, la creencia en que sus intereses sociales y políticos
de clase coinciden con los de la burguesía alta reinante en el sistema social.
Pero
“pequeñoburgués” puede utilizarse también en un sentido sociológico descriptivo
para designar a los sectores modestos de la burguesía integrados principalmente
por pequeños comerciantes, pequeños empresarios, empleados, funcionarios,
profesionales liberales de baja categoría, lo que pueda quedar del artesana do,
propietarios rurales medianos, pequeños intelectuales como maestros y
profesores de secundaria, y sectores asimilables. Es decir, principalmente
burguesía modesta dedicada al sector servicios. Desde posiciones, también más o
menos marxistas, cabe hablar de una intelectualidad pequeñoburguesa como
aquella que vive ajena a los problemas históricos y sociales o que los mistifica. En general, se
puede hablar de una intelectualidad pequeñoburguesa cuando su dedicación al
pensamiento y la “cultura” no logra hacerle superar sus condicionamientos
ideológicos ligados a una visión alicorta de la realidad.
El
presidente Mao, en uno de sus textos de marxismo “naif” (con esos principios
teóricos no me extraña que muchos antiguos maoístas hayan acabado en la derecha
e incluso alguno en la socialdemocracia), sitúa entre la pequeña burguesía
–formada, según él y en su país en la época de las luchas revolucionarias, por
los campesinos propietarios, los artesanos propietarios de talleres, los
pequeños comerciantes y las capas inferiores de la intelectualidad nutridas por
los estudiantes, maestros de enseñanza primaria y secundaria, funcionarios
subalternos, oficinistas y tinterillos –y el moderno proletariado industrial un
semiproletariado formado por campesinos semipropietarios, campesinos pobres,
pequeños artesanos, dependientes de comercio y vendedores ambulantes.
El filósofo
marxista Georges Lukács separa claramente la crítica que el joven Hegel hace
del pequeñoburgués de la misma crítica llevada acabo por los románticos
contemporáneos suyos, pues mientras la crítica romántica se basa en motivos
estéticos que ensalzan frente al pequeñoburgués tendencias anárquicas y
bohemias, y en otra vertiente el mundo feudal y gremial premoderno, Hegel lo
que hace es contraponer el privatismo
del moderno pequeñoburgués a la plena
participación en los asuntos públicos del ciudadano libre de la antigua “polis”
griega, y no siente ninguna nostalgia de la Edad Media. Pero hoy creer que la
participación en lo que se ha dado en llamar “sociedad civil” puede suponer una
superación de la estrechez pequeñoburguesa y una radicalización emancipadora de
la democracia que lleve a lo que Zapatero y su filósofo de cabecera, Petit,
llamarían democracia “republicana” es una completa ilusión, pues la “sociedad
civil” hoy no es sino el reino de la teatralidad politiquera o prepolitiquera y
un sector del pujante en nuestro mundo mercado de las personalidades.
La ideología de la pequeña
burguesía es comúnmente conformista, reaccionaria y timorata, pero en épocas de
estancamiento del proceso de lucha de clases o de neutralización de dicho
proceso o de un desplazamiento del mismo hacia la esfera internacional que deja
de tener, por diversas razones, efectos políticos transformadores es normal que
aparezcan diversas formas de rebeldías individualistas, humanismos visionarios,
anticapitalismos románticos, irracionalismos antisistema, antifilisteísmos
bohemios y estetizantes, espiritualismos contestatarios e incluso mezclas de
materialismo y espiritualismo frente al conformismo “burgués”, filosofismos
críticos frente a la “alineación” y el “fetichismo” de la mercancía, y otras
manifestaciones típicas de los que Engels llamaba “pequeñoburgueses
enloquecidos” o del “pequeñoburgués antipequeñoburgués”.Una de esas
manifestaciones puede ser también el fascismo revolucionario, aunque las
manifestaciones políticamente exitosas de esta tendencia tuvieran lugar en
época de acentuación de la lucha de clases. Pero es significativo que numerosos
dirigentes de las que algún autor marxista considera formas específicas de la
influencia de la ideología pequeñoburguesa en la clase obrera, el anarquismo,
el espontaneísmo y la revuelta
putschista, o terrorista como diríamos ahora, entraran a formar parte del “ala
izquierda” del fascismo histórico, depurada luego por los partidos fascistas en
el poder.
Hagamos una pequeña incursión en
el marxismo como método de análisis de la realidad social para detectar algunos
rasgos ideológicos de la pequeña burguesía que tienen que ver, precisamente,
con su filisteísmo en el sentido no marxista de cortedad de miras espiritual.
El autor marxista al que nos hemos referido arriba al hablar de los
“pequeñoburgueses enloquecidos”, el politólogo Nicos Poulntzas, distingue tres
aspectos fundamentales en la ideología de la pequeña burguesía “normal”:
a)
Lo que llama”un aspecto ideológico anticapitalista del statu
quo”; es decir, por un lado animadversión hacia la “opulencia”, las
“grandes fortunas”, pero, por otro lado, como la pequeña burguesía tiene apego
a su propiedad y le produce pánico su posible proletarización, prefiere que las
cosas se queden como están (satatu quo).Esto se combina, nos dice
Poulantzas, con un “igualitarismo” contrario a las tendencias monopolistas del
capitalismo y nostálgico de una ilusoria “igualdad de condiciones” de la
“justa” competencia.
b)
Un aspecto ideológico vinculado no a la transformación
revolucionaria de la sociedad sino al mito de lo que Poulantzas llama la
“pasarela”.Es decir, por el temor a la proletarización y la atracción hacia la
burguesía inmediatamente superior a ella, la pequeña burguesía aspira a
convertirse en burguesía y lo hace insistiendo en la creencia en la posibilidad
del paso hacia arriba de los “mejores” y los “más capaces”.
c)
Un aspecto ideológico del “fetichismo del poder”, del
que , nos dice Poulantzas, ya hablaba Lenin. Al ser una clase aislada
económicamente entre la burguesía y el proletariado y equidistante de ambos (de
donde surgiría también el “individualismo pequeñoburgués”), la pequeña
burguesía tiende a creer en el Estado “neutro”, por encima de las clases , lo que
en buena ortodoxia marxista es un completo disparate, porque, como es sabido,
para los marxistas el Estado es un aparato ideológico y coactivo completamente
al servicio de la clase dominante. La pequeña burguesía espera que el Estado
neutro le aporte desde arriba cuanto necesita. La neutralidad, también
ilusoria, de la pequeña burguesía entre el proletariado y la burguesía le hace
identificarse con un ilusorio Estado neutro que sería “su” Estado. En
definitiva, la pequeña burguesía aspira al “arbitraje” social, en el sentido de
que quisiera, como ya decía Marx según nos recuerda Poulantzas, que toda la
sociedad se volviera pequeñoburguesa. Es de notar que este último aspecto de la
ideología de la pequeña burguesía tradicional ha sido sustituido en la actualidad,
por influencia de la ideología neoliberal, por cierto antiestatismo, que echa
la culpa al Estado y su intervensionismo fiscal de la decadencia de los
negocios pequeñoburgueses, cuando lo cierto es que si no existiera un Estado
regulador de la economía y dispensador de servicios y garantías sociales, las
tendencias monopolistas del capitalismo se comían a la pequeña burguesía en
tres telediarios, como se suele decir vulgarmente.
El sentido figurado moderno del
término “filisteo”, fuertemente asociado al de “pequeñoburgués y Spiessbürger,
como persona vulgar y pacata hostil a la “cultura” tiene su origen en la
Alemania del siglo XVII. El término había sido profusamente usado por Lutero en
el sentido, directamente derivado de su significado bíblico, de “enemigo de la
verdadera fe”. Pero en el siglo XVII se produjo un desplazamiento semántico por
el que “filisteo” pasó a denominar en la
jerga estudiantil “el enemigo del espíritu goliardesco”, es decir enemigo del
espíritu de los goliardos, unos clérigos y estudiantes medievales vagabundos
que llevaban una existencia irregular dedicada a vivir y cantar poéticamente
las excelencias del vino, la comida y el amor. Las poesías latinas compuestas
por los goliardos sobre temas amorosos, báquicos y satíricos han llegado hasta
nosotros en los famosos “Carmina Burana”, de los que se ha conservado también
la versión musical original, y que también fueron puestos en música, en el
siglo XX, por Carl Orff en su famosa obra así llamada. “Carmina Burana”. Paradójicamente
el término “goliardo” derivó del nombre del gigante filisteo Goliat, para
denominar al que es dado a la gula y a
la vida desordenada como seguidor del vicio y del demonio personificado en ese
gigante filisteo.
Goethe tomó
el término “filisteo” de la jerga estudiantil para referirse a los “ausentes de
la vida del espíritu” y, especialmente, a los “negados a todo sentimiento de
poesía”. Sus epigramas o pequeños poemas satíricos llamados “Xenien” querían
ser “zorros con la cola en llamas “ arrojados a “las cosechas papelescas de los
filisteos”, en alusión a la narración bíblica del sabotaje de las mieses
filisteas que Sansón llevó a cabo mediante este procedimiento
Tras
Goethe, los románticos resumieron en la palabra “filisteo” todo lo que es
“mezquino, angosto y prosaico” y acabaron identificando al filisteo con el
“Spiessbürger”, el “burgués práctico”, encerrado en los aires de suficiencia de
su fácil moralismo. El irónico Heine
trató condescendientemente la figura del filisteo, describiéndolo cuando,
en domingo, sale en “Sonntagröcklein “[ropa dominguera], se llena los
oídos de trinos de gorriones y poética y convencionalmente “begrüsst die
schöne Natur” [saluda a la bella naturaleza].
El poeta
romántico Clemens Brentano (no creyente que transcribió las revelaciones
privadas de la monja visionaria y estigmatizada Catalina Emmerich, en las que
se basa, en parte la película de Mel Gibson
La Pasión) publicó en 1811 El filisteo antes de la historia, en la
historia y después de la historia , obra dirigida a los
“cristiano-alemanes”, donde se da expresión al tópico romántico del filisteo y
que fue acogida triunfalmente. Sin embargo el filósofo Fichte, ese troglodita
ético, la recibió muy mal y trató de demostrar que el propio Brentano era el
más filisteo de los filisteos; seguramente porque no le gustó que en su obra
Brentano considerara al “Yo” como una potencia ética negativa. En esta obra
Brentano recorre la historia del filisteo desde los principios de la narración
bíblica, asociándolo a la figura de l.ucifer como negación, “uno” o “Yo” que se
opone a la unidad universal. Aparece luego en Cam, el hijo maldito de Noé,
primero de la estirpe de aquel pueblo que Sansón derrotará y que dará origen a
Goliat, vencido por David. Por fin, en la modernidad, aparece como filistea la
masa sorda y opaca, desprovista de espíritu, que se propaga por el mundo y
siempre se propagará, y ya tenemos al filisteo como el mediocre, el vulgar, el
convencional, que se opone y comprende y odia como su polo opuesto al “hebreo”.
Brentano satiriza en su obra también a la Ilustración con ganas de filosofar, a
todo lo que sujetaba al movimiento romántico, al “entusiasmo patriótico” y al
soplo poético. Los románticos alemanes solían llamar filisteo al político
prusiano progresista e ilustrado, como
Zapatero, Hardenberg.
El gran
politólogo y teórico del derecho alemán Carl Schmitt en su libro contra el
romanticismo político alude a la irónica relación que se estableció entre los
románticos alemanes y el filisteo. Dice: “El romanticismo había comenzado
satirizando al filisteo; en él descubría la realidad chata y vulgar, el opuesto
completo de la realidad superior y verdadera que el romanticismo buscaba. El
romántico odiaba al filisteo, pero resultó”, dice Carl Schmitt aludiendo a la asimilación
burguesa del romanticismo en la época del Biedermeier, “que el filisteo amaba
al romántico”; y añade la inteligente afirmación, perfectamente aplicable a lo
que sucede en la vida real cuando un romántico y un filisteo se encuentran para
disputarse algo: “y en una relación semejante la superioridad estaba
evidentemente del lado del filisteo”.
En el terreno musical, Schumann
compuso una serie de piezas programáticas para piano en las que contraponía a
los filisteos opuestos a la música romántica con los miembros de la Davidsbund
o liga de David, aquellos que se identificaban con el rey David en su doble
condición de músico y hombre culto. El hijo de Richard Wagner, Sigfried, que
también fue compositor, aunque menos importante que su padre, tiene un poema
sinfónico de 1923, una de cuyas partes lleva el título de “La felicidad de los
filisteos” y en la cual se trata de describir musicalmente la felicidad o
autosatisfacción típica en la que suele vivir el auténtico filisteo.
El término
“filisteo” aplicado a la falta de sensibilidad cultural y a la hostilidad hacia
ella pasó a Inglaterra a través de la importante obra de crítica conservadora
de la cultura moderna Culture and
Anarchy (1869) de Matthew Arnold. En esta obra Matthew Arnold distingue
tres clases en la sociedad moderna a las que critica por igual: los bárbaros
(la aristocracia), los filisteos (las clases medias) y el pueblo en general (la
clase obrera). La cultura real y la búsqueda de la armonía interior no pueden
encontrarse en ningún a de estas clases; sólo está al alcance de un reducido
grupo de extraños que pueden brotar en cualquiera de las tres clases,
pero que se separan de ellas en la búsqueda de la verdad objetiva y de la
perfección humana. Arnold adelanta ya en su obra la idea recurrente en la
crítica de la cultura de masas contemporánea de que el conformismo de la clase
media es la peor forma de estancamiento cultural. Al parecer, Matthew Arnold
encontró consuelo a su pesimismo cultural refugiándose en posturas religiosas.
Los hebreos
Marx y Trotsky, y el tal vez con algún antepasado hebreo Lenin, usaron
profusamente el término para designar al burgués o pequeñoburgués que por sus
mezquinos intereses materiales no es capaz de elevarse a una visión liberadora
de la historia.
El término
“filisteo” también ha sido utilizado por egregios antisemitas, como Richard
Wagner, en cuya correspondencia puede leerse la expresión despectiva “¡Juden
und Philister!” [judíos y filisteos].
El
historiador francés François Furet ha visto en el odio al filisteo la raíz
común, cuya existencia él afirma, de fascismo y comunismo como alternativas,
enfrentadas entres sí, al mundo liberal-burgués.
Schopenhauer,
que fue un genuino luchador contra el filisteísmo –incluido el filisteísmo de
la filosofía académica –en sus escritos sobre sabiduría vital definió al
filisteo como el hombre que carece de necesidades espirituales y que por esa
carencia está incapacitado para disfrutar de placeres auténticamente humanos,
por lo que termina cayendo en el hastío, del que no le pueden sacar ni el juego
de cartas, ni la afición a los caballos, ni los viajes, ni las mujeres,etc., es
decir los equivalentes en su época de la actual cultura de masas. Y
Schopenhauer pone el dedo en la llaga al señalar que el odio que el filisteo siente
hacia la “cultura” tiene su causa, generalmente, en una envidia secreta que el filisteo trata de ocultarse a sí
mismo.
Nietzsche
acuñó el término “cultifilisteo” o filisteo cultural en su Primera
Consideración Intempestiva para denigrar al hegeliano de izquierda David
Friederich Strauss y su “evangelio de cervecería”, una crítica “dialéctica” del
cristianismo que pretendía convertir el Evangelio, mediante la presentación de
la Encarnación como símbolo de la identidad entre lo humano y lo divino, en una
especie de metáfora de las ilimitadas posibilidades del hombre y su progreso.
El filósofo
marxista Georges Lukács utiliza repetidas veces la expresión “filisteo
intelectual” en su magnífica obra El asalto a la Razón para designar al
intelectual que encerrado en su mundo
erudito y académico es incapaz de abrirse a los problemas de la gente, dela
vida histórica concreta y los relacionados con una sensibilidad política
emancipadora.
En una de
mis noches alcohólicas en mi pueblo recuerdo que alguien, no sé quién, que
había estado trabajando en Mallorca con alemanes como relaciones públicas, o
algo así, me dijo que los jóvenes alemanes siguen empleando como término
despectivo la palabra “filisteo” (Philister), lo que me lleno de
alegría.
En
resumidas cuentas el filisteo es la persona convencional y vulgar de intereses
y aspiraciones miserables, odio secreto a la “cultura” y al pensamiento y mente
encerrada dentro de las lindes de su privatismo familiar-profesional, es decir
la persona dedicada a lo que ese gran pensador de la normalidad burguesa que
fue Freud consideraba precisamente “normal “, el amar y trabajar según las
formas convencionales establecidas por la llamada sociedad.
Pero a la
figura del filisteo o burgués en este sentido no hay que oponerle la del
“bohemio” , porque esa es su coartada para hacerse creer a sí mismo que el
orden y la sensatez están de su parte, sino, para que descubra su auténtica
miseria, la del gentleman culto, la del caballero del espíritu, la del
que ética, estética y políticamente es noble. Si expresiones como gentleman
o caballero o aristócrata del espíritu nos parecen algo ridículas es porque la
plebeya burguesía nos ha vencido con su democratismo igualador de todos en la
vulgaridad universal. Ante ello hay que cumplir el imperativo orteguiano de
desenmascarar y dar caza al filisteo.
Y repito
que no desde la “bohemia”, pues el bohemio es una figura pequeñoburguesa
(recuérdese a los Rodofolfo, Mimí y compañía del músico pequeñoburgués por
excelencia, Puccini) que sólo ha existido sobre los escenarios teatrales y en
las novelas, para solaz y diversión de algún que otro filisteo, como decía don
Pío Baroja.
Pero hablemos un poco de los
filisteos históricos de la Biblia, pues cuando en las tan traídas y llevadas
clases de religión de la enseñanza secundaria me temo que, en la mayoría de los
casos, se imparte fundamentalmente
humanitarismo filantrópico y psicologismo sensiblero amoroso, un poco de
Historia Sagrada no puede venir mal.
Los filisteos eran, como supongo
que se sabrá, un pueblo enemigo de los israelitas, que habitaba un espacio
geográfico coincidente aproximadamente, aunque era más amplio, con la actual
franja de Gaza, donde, por cierto, los israelíes han confinado a buena parte de
sus actuales enemigos, los palestinos, que en algún libro prosionista son
llamados precisamente “filisteos”. El nombre de origen griego “Palestina”
deriva de la palabra “filisteo” y quiere decir tierra de los filisteos.
El pueblo filisteo estaba
organizado políticamente como una confederación de cinco ciudades: Asdod,
Ascalón, Ecrón, Gat y Gaza. Algunos han señalado que esta forma de organización
territorial hacía a los filisteos estar más desarrollados políticamente que sus
vecinos israelitas. Precisamente fue una incursión filistea muy grave que se
produjo en tiempos de Samuel, el último de los Jueces del Pueblo Elegido, la
que convenció a los judíos de la necesidad de que se unieran todas las tribus
de Israel y sirvió de acicate para la constitución de la monarquía unificada,
primero en la persona de Saúl y luego en la de David. Alrededor de esta época
de la constitución del reino unificado, a la altura del siglo XI a.C., los
filisteos eran una seria amenaza para los israelitas. Ello se debió a que los
filisteos eran unos enemigos más fuertes que los cananeos o los medianitas y
también a que sus ataques desde el oeste se coordinaban con los ataques de los
ammonitas desde el este del Jordán.
Todavía en tiempos de los Jueces
se produjeron los famosos éxitos de Sansón contra los filisteos, con el primer
caso conocido en la historia de ataque suicida. En la historia de Sansón y la
seductora Dalila también se refleja el mito eterno del hombre virtuoso llevado
a la perdición por los ardides de una bella y perversa mujer.
También son conocidas la luchas
de David contra los filisteos, empezando por la victoria sobre Goliat, que ha
quedado como símbolo de la superioridad de los pequeños virtuosos sobre los
grandes fanfarrones. Pero es menos conocido que David en el transcurso de la
historia de sus tormentosas relaciones con el rey Saúl, acudió, para escapar de
éste, a refugiarse junto al rey filisteo de Gat. No obstante , tanto Saúl como
David fueron encarnizados enemigos de los filisteos a los que trataban con
desprecio y soberbia.
Los filisteos, no obstante los
continuos ataques israelitas, consiguieron preservar su independencia, hasta
que cayeron en manos de Asiria . cuando se produjo la caída del imperio asirio,
se vieron sucesivamente sometidos por Babilonia, Persia, Alejandro Magno, los
seléucidas –que heredaron siria de aquél –y, finalmente, los romanos. Fue el
emperador Adriano quien, tras la revuelta judía de 132-135 a. C.. ordenó que la
provincia romana de Judea pasara a denominarse Palestina, el término griego
que, como hemos dicho, significa “tierra de los filisteos”.
Algún autor sionista actual ha
llamado la atención sobre lo curioso que es el significado figurado moderno de
“filisteo”, pues según él, excepto en los campos de la teología y la ética los
logros culturales de los filisteos fueron notablemente superiores a los de los
israelitas. Tecnológicamente habían aprendido el uso del hierro, no sólo en
carros, escudos y espadas, sino en la fabricación de herramientas de faena
tales como el arado con puntas de hierro. Las naves filisteas de proa elevada
surcaban las aguas mediterráneas y sus caravanas de camellos facilitaban los
lazos comerciales entre filistea y Mesopotamia. Pero les faltaba el “espíritu”,
ese “espíritu” que tan generosamente se derramó sobre los hijos de Israel y con
el que acabarían formando un lío sin igual en la historia.
¿Quién es hoy el burgués, el
pequeñoburgués, el filisteo? Decía Marx que el proletariado era la clase
universal, pues al romper sus cadenas nos iba a liberar a todos, porque también
iba a librar a los capitalistas de la alineación que, según la dialéctica del amo y del
esclavo de Hegel que Marx retoma, también les afectaba a ellos, y partiendo
Marx de su profecía “científica” y economicista, pero no cumplida, de que en la
última fase del capitalismo todos seríamos o proletarios o capitalistas. Hoy,
como se ha dicho varias veces, la nueva clase universal es la pequeñaburguesía,
por la sencilla y menos dialéctica razón de que todos, desde los antiguos
proletarios hasta los famosetes de la tele, pertenecemos, por mentalidad,
gustos, estilo de vida y aspiraciones, a ella. De la rebelión de las masas del
periodo de entreguerras denunciada por Ortega hemos pasado al dominio ético,
estético, político y espiritual de las masas pequeñoburguesas filisteas.
La expresión más clara del
filisteísmo actual es la fe beata en el progreso material y en las maravillas
de la tecnociencia. El buen burgués que odia secretamente, o no tan
secretamente, a los “intelectuales”, pero siente una admiración rendida hacia
científicos y técnicos es un filisteo más grande que los cojones de Goliat. La
admiración por los avances científicos de hoy en día no es cualitativamente
diferente de la expresada por los dos encantadores carcamales filisteos
madrileños de La verbena de la Paloma , don Hilarión y don Sebastián,
cuando cantan al comienzo de la obra aquel dúo que dice:
-El aceite de
ricino
ya no es malo
de tomar.
Se administra
en pildoritas
Y el efecto es
siempre igual
-Hoy las
ciencias adelantan
que es una barbaridad
-¡Es una
brutalidad!
-¡Es una
bestialidad!
(...)
-Pues el agua de Loeches
es un bálsamo eficaz
-Hoy las ciencias adelantan
que es una barbaridad
-¡Es una brutalidad!
-¡Es una bestialidad!
Etc.
Pues los avances de la tecnociencia actual son tan
ridículos, según el uso que comúnmente se hace de ellos, como los glosados por
don Hilarión y don Sebastián. Los medios técnicos pueden tener su interés si se
ponen al servicio de una vida más rica y más amplia, pero son intrascendentes
si sólo sirven para lograr una conservación meramente cuantitativa de la vida,
para proezas sensacionalistas o para llenarse la cabeza de información basura,
y son peor que intrascendentes si sirven para perpetrar fechorías ecocidas. Y
hay que observar que el libretista de Bretón, Ricardo de la Vega, se burla del
cientificismo del boticario y su contertulio en una época en que estaban
teniendo lugar avances técnicos reales, como los primeros pasos de la aviación
o el automóvil, tan inauditos para la época como lo son los de hoy día para
nosotros.
Para
terminar recordemos el imperativo formulado por don José Ortega y Gasset: ¡hay
que dar caza al filisteo!