martes, 23 de junio de 2020

ESBOZOS Y APUNTES PARA UNA OBRA DE TEATRO

LUIS II DE BAVIERA

Esbozos y apuntes para una obra de teatro. ( “Locura y muerte de Luis II de Baviera”) 

Bernhard von Gudden es el psiquiatra de Luis. Aparece en la obra como el típico psiquiatra filisteo marcado por la ideología positivista y materialista del siglo XIX: las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro; Luis es un paranoico y además padece de insania moral; es un ser peligroso y una amenaza social que debe ser neutralizada; es un caso de de degeneración mental; estos sujetos son peligrosos; el castillo de Neuschwanstein es el proyecto salido de una mente enferma.
En la obra va apareciendo, se va insinuando, que Gudden siente envidia de Luis, de su belleza, de su misterio, de su sensibilidad. Gudden no puede soportar la magnificencia espiritual y estética de Luis, porque ella le revela su propia vulgaridad e insignificancia. 
Vulgaridad médica materialista de Gudden. El amor que Luis siente hacia la obra de Wagner también es patológico. 
Al final es él quien mata a Luis cuando esté intenta huir de su encierro en el castillo de Berg hacia Austria donde espera reunirse con Sissi y sus hermanos, que le esperan al otro lado del lago de Starnberg. 
Contrate entre el cientificismo de Gudden y el mundo de ensueño estético de Luis. Gudden comprende frente a él su propia pequeñez, su miseria y su vulgaridad.
Al final, cuando están sobre las aguas poco profundas del lago, mata a Luis y dice:

—¡Muere! ¡Muere! No puedo soportar tu belleza, no puedo soportar tu alma, no puedo soportar tu misterio. 

Luego dice:

—Soy insignificante, yo he de morir también

Y cae fulminado sobre el cadáver de Luis.


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LUIS: ¿Qué sabe usted de los símbolos que ama mi alma? ¿Qué sabe usted de las profundidades de mi deseo y de mi espíritu? ¿Qué sabe usted de mi misterio y de los misterios que hacen la vida noble? 

GUDDEN: Yo solo sé que su cerebro está enfermo, Majestad.

LUIS: Maldito filisteo. Los médicos y científicos materialistas no conseguiréis nunca arrebatarnos el alma a los que no carecemos de ella, a diferencia de vosotros. No conseguiréis reducir mi misterio a una disfunción cerebral. Yo permaneceré siempre como un misterio para vosotros, un misterio que os revelará vuestra pequeñez y vuestra miseria espiritual. 

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Aparece Gudden monologando con el castillo dé Neuschwanstein al fondo.

GUDDEN:  Está construcción sólo puede haber sido ideada por un cerebro enfermo. ¡ Y qué cosa más “kitsch” y más hortera! ¡ Romanticismo de cartón piedra! 
Nuestro siglo ha traído, gracias a la ciencia, mucho progreso y mucho bienestar, y sin duda vamos por la senda que nos conducirá a que cada vez haya más bienestar y más progreso, pero también tenemos en él unas cuantas cabezas locas peligrosas. Literatos y músicos degenerados, místicos borrachos, bohemios encanallados, inconformistas asociales espoleados por ideologías contrarias al buen sentido. 
Aquí en Baviera tuvimos un buen ejemplo con Wagner. Ah, Wagner, ese también estaba loco. Típico degenerado superior. La obsesión con él que el rey tiene es un claro síntoma de desorden mental, y también de cierta inclinación pervertida. Cuando el rey trajo a Wagner a Múnich estaba totalmente obnubilado por él. Satisfacía todos sus caprichos suntuarios y el Reino estuvo a punto de caer en las manos de un antiguo revolucionario, seductor adúltero y derrochador. Menos mal que la sana sociedad de nuestro país se rebeló contra él. 
La música de Wagner afecta especialmente a los trastornados y nerviosos. La música es en general sospechosa. Wagner sin duda seguirá haciendo mucho daño a Alemania. Insania moral y sueños turbios y peligrosos de degenerados superiores y menos superiores. 




   

lunes, 15 de junio de 2020

TRADUCCIÓN DE UN TEXTO DE LUDWIG KLAGES Y UNA PEQUEÑA INTRODUCCIÓN A SU PENSAMIENTO


Klages está hablando del “éxtasis elemental” y del “rapto erótico”:

“Él es placer del ascender y del descender; placer que convierte la muerte y el morir en santa transformación llena de dolor; en el instante de eternidad de su plenitud hay : frenesí desencadenado o éxtasis cristalizado. Y con ello hemos significado ya lo que habría que decir en segundo lugar: Tan poco es comparable él al estado de cualquier necesidad que lo que es impulso en él tenemos que describirlo como impulso de desbordamiento, de brillante derramamiento, del abismarse sin medida. No es necesidad ni falta sino éxtasis de plenitud, brillante llama dorada, poderosa gravidez.¡Allí donde cae su rayo florece en innombrable belleza, donde se posa su pie proliferan los brotes y su abrazo libera en cosas y hombres al encadenado dios!
…sin duda podríamos llamar al éxtasis erótico también éxtasis dionisiaco, si no pudiéramos con el mismo derecho llamar al éxtasis dionisiaco éxtasis erótico. Ambos coinciden tanto en el extático fundamento de las almas como también al mismo tiempo en aquel olear abarcador de todo que (con una vuelta de Nietzssche a Schopenhauer) traspasa los límites de la individuación y devuelve la vida singular a la vida de los elementos.”

Ludwig Klages, “El Eros cosmogónico”

La traducción ha sido hecha por mí, seguramente con imperfecciones y con ayuda del diccionario.

Ludwig Klages (1872-1956) es un filósofo vitalista alemán todavía más “peligroso” que Nietzsche. La idea principal de su pensamiento es la contraposición entre lo que él llama el “Geist” (espíritu) y la “Seele” (alma). “Geist” es lo racional-intelectual destructor, según él, de “lo vivo”, lo orgánico, la naturaleza. “Seele” es justamente todo ese mundo elemental de lo vital y lo telúrico que es destruido por la razón del “Geist” bajo el signo de lo que Klages ya llamó, con un término que luego haría famoso el modernísimo o postmodernísimo Derrida, “logocentrismo”. El mundo de la “Seele” (alma) también es un mundo de “imágenes primordiales” (Urbilder) que desaparecen bajo el efecto de lo conceptua-inteligible propio del “Geist”. Para Klages el “Geist” es un poder extraño invasor y destructor de la Tierrra que viene como de “otro mundo”, de lo exterior a la vida. Este “Geist” (y en esto Klages se aparta de Nietzsche en su valoración) también conlleva una “voluntad de poder” que explota, manipula y destruye la paz y el gozo en los que vive la “Seele” (alma). Aquí podría encontrarse una relación entre el “Geist” y el concepto de “razón instrumental” usado críticamente por los autores de la Escuela de Frankfurt. He leído recientemente en un libro sobre tal escuela que Adorno y Horkheimer, sus dos principales representantes, tuvieron en cuenta a Klages a la hora de escribir su “Dialéctica de la Ilustración”.
Como tantas otras figuras del irracionalismo alemán, Klages se ha visto envuelto y ha sido salpicado por la polémica (cuya obra cumbre es “El asalto a la razón” del marxista Georges Lukács) sobre los orígenes intelectuales del fascismo alemán. Pero, ¿qué fue éste sino una artera intensificación, mediante el militarismo, el industrialismo y mediante ideologías cientificistas modernas como el racismo o la ideología de la eficacia social tecnológica, de la represión de todo lo que no encaja en la modernidad explotadora tanto de la naturaleza externa como de la naturaleza interna del hombre? Aquí hay un problema, porque, como es sabido, los nazis también apelaron al mundo de lo elemental pre-moderno y pre-racional. Sobre esto habría que prestar atención a la tesis “dialéctica” de Adorno y Horkheimer en su obra antes citada según la cual el nazismo fue una movilización de las fuerzas reprimidas de la naturaleza pero para ponerlas al servicio de la propia represión. Tendría que releer la “Dialéctica de la Ilustración”, pero me apetece más embriagarme con textos como el de Klages que he traducido.
Leyendo en alemán este texto esta tarde he sentido deseos de recuperar mi juventud y volver a vivir una noche de aquellas en las que combinaba lo erótico y lo dionisiaco mediante la contemplación de chicas de fiesta y la ingesta de alcohol. Pero desgraciadamente o afortunadamente estoy sometido a vigilancia familiar y no puedo hacerlo.


sábado, 13 de junio de 2020

BREVE ENTRADA SOBRE LA FELICIDAD SUBJETIVA

Como es ya imposible para la filosofía establecer los fines objetivos de vida buena, según una esencia humana normativa, y la ciencia moderna no puede ocuparse de tal cosa, solo queda como criterio de felicidad la autosatisfacción subjetiva. Pero la felicidad subjetiva, como por ejemplo el gozo de las tías buenas satisfechas sexualmente por sus novios o por su promiscuidad o el de las bestias con su comida o con su fango, es absolutamente despreciable, aunque no podamos defender ya un “esencialismo” antropológico. 

sábado, 6 de junio de 2020

SOBRE PSIQUIATRÍA Y ANTIPSIQUIATRÍA


                      

 

Voy a comentar aquí mi experiencia con psiquiatras, por la que he tenido que pasar para tratarme un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), lo que antes se llamaba neurosis obsesivo-compulsiva, que padezco desde la infancia.
            Antes quiero llamar la atención sobre lo imprescindible que es el que los padres tengan una mínima cultura psiquiátrica. Cuando de niño les comente a mis padres lo que me pasaba, que eran claramente síntomas neuróticos, ellos no le dieron importancia pensando que se trataba de miedos pasajeros de la  infancia. Si me hubieran llevado entonces al psiquiatra, cuando mi enfermedad estaba menos cargada “ideológicamente”, seguramente se hubiera podido atajar o atenuar notablemente con un simple tratamiento farmacológico. Pero como para el pensamiento burgués y pequeñoburgués las instituciones psiquiátricas, junto con la cárcel y el hospital –este último de una manera peculiar que sería interesante analizar- constituyen la delimitación de un terreno que produce pavor, ir al psiquiatra era visto entonces, como todavía sucederá en muchos medios incultos, como una tragedia.
            Durante casi quince años he estado visitando a un hombre de espíritu humanista y talante liberal ( cuya conciencia es susceptible, por razones que no vienen ahora al caso, de un interesante análisis ideológico), la relación terapéutica con el cual  creo que ha sido tremendamente positiva para la contención de mi enfermedad, sobre todo porque elevaba mi autoestima;  no como una elementa de la Seguridad Social, a la que acudí posteriormente aunque una sola vez (claro, que si hubiera querido volver otra vez tendría que haber esperado no sé si seis meses, en un momento de fuerte crisis de mi enfermedad), que vino a decirme casi literalmente que yo era un desgraciado.
               Antes de comenzar el tratamiento con el psiquiatra “humanista” había visitado, siendo bastante joven, la consulta de un psiquiatra “filisteo”, más filisteo que los cojones de Goliat (aunque la conciencia de incircuncisos mentales como él  también podría prestarse a un desvelamiento de la capa ideológica y de filosofía ingenua no autoconsciente que la recubre, análisis más difícil que el de la conciencia del psiquiatra humanista-“liberal” anterior).  Yo le intenté argumentar  a este señor filisteo el carácter “dogmático” de la psiquiatría haciendo un uso muy torpe y errado por mi parte de la filosofía de Kant, pues por aquel entonces creía que el criticismo kantiano podía ser utilizado para deslegitimar escépticamente la objetividad de la ciencia , cuando se trata de todo lo contrario (que el kantismo, con su doctrina de la incognoscibilidad de la  cosa-en-sí, supone un diagnóstico escéptico sobre la ciencia es una interpretación torpemente errónea, pero en ella contaba con antecedentes ilustres, pues Schopenhauer y Nietzsche interpretaron así a Kant toda su vida). Tal vez hubiera sido mejor criticarlo, más modestamente, en nombre de un delicioso librito del Dr. Marañón que se llama Crítica de la Medicina dogmática, si hubiera conocido por entonces tal libro. También es verdad que por aquel entonces, a mis 18 años, me encontraba en plena ebullición ideológica y no soportaba a los tecnócratas de la mente que pretendían tener soluciones o atenuantes para problemas que yo había aprendido en la Antipsiquiatría, en David Cooper sobre todo, a considerar como fundamentalmente políticos. Este psiquiatra “filisteo” me dijo que no volviera por su consulta porque yo le cuestionaba su profesión.
            Cuando interrumpí la relación con el psiquiatra “humanista”, fundamentalmente por unos malentendidos extrapsiquiatrícos que se produjeron a propósito de su conciencia “liberal”, se me ocurrió acudir a la consulta de alguien que pretendía pasar por psicoanalista. En realidad era un ignorante seudopsicoanalítico que creía en la telepatía y en los viajes astrales y era lector de madame Blavatsky, la fundadora de la secta de la teosofía. Le insinúe que en mi relación con las mujeres podía haber estado presente un “complejo de tercero excluido” y por la respuesta que me dio pude comprobar que el tío no se había enterado de nada.
Cuando salí corriendo de la consulta de aquel señor fui a visitar, también en muy pocas ocasiones, a una psicóloga que era otra inculta, como psicóloga, que presentaba su práctica basada de hecho en las trivialidades de la autoayuda guiada con el pomposo y huero título de terapia cognitivo-conductual de “enfoque lingüístico”. A esta señora le comenté dos citas, una de Epicuro y otra de Shakespeare, sobre la sinrazón y las desventajas de tener miedo a la muerte, y la señora se extrañaba de que yo sabiendo eso le tuviera miedo a la muerte. Como si lo que sabemos intelectualmente pudiera tener alguna repercusión o influencia sobre nuestra vida psicológica concreta. Pero tal idea es, al parecer, el presupuesto principal de la necedad cognitiva.   
Siendo muy joven pensaba que los trastornos mentales tenían que ser tratados por los psicólogos mejor que por los psiquiatras por ser los primeros más “humanistas”. Ahora, por lo que he visto, me atrevo a afirmar que la  mayoría de los psicólogos son analfabetos mentales. No voy a contar aquí un chiste que hay sobre por qué los psicólogos no pueden recetar, porque es demasiado cruel, pero puede ser deducido fácilmente de la anterior afirmación. No obstante, si se combina la carrera de Psicología
con alguna carrera de “ciencias duras” o incluso con la de Filosofía, se puede llegar a ser un verdadero sabio.
            Después de a la psicóloga he visitado otros psiquiatras con los que creo que no he tenido demasiada mala suerte, porque se limitan a recetar, aunque en el caso de alguno de ellos también tenía que aguantar algunas admoniciones triviales  psicologista-humanistas, pero hechas con muy buenas maneras y con un buen grado de sensibilidad hacia mi persona.
            (Hablando de mi neurosis: a algunos filósofos, los exegetas de Heidegger –que en paz descanse, como diría el profesor Gustavo Bueno-, que hablan de la angustia en un contexto sumamente académico y “ontológico”, cuando comentan  Ser y Tiempo, les deseo que nunca tengan que sufrir la angustia meramente “óntica” que produce la neurosis, una angustia que es mero ente psicológico ante entes concretos espero que imaginarios. Los que hablan de fenómenos vitales  en términos “ontológicos” o “trascendentales” o no sé si será correcto decir ontológico-trascendentales, merecen ser puestos en la lista de enemigos de la vida iniciada por Nietzsche y son auténticos filisteos intelectuales. Son disecadores de la vida. Están condenados a caer en una trivialidad de lo general-ontológico que para oídos que no se dejan seducir por jergas filosofísticas, aunque sean de la “autenticidad”, no pueden disimular ni gestos enfáticos señalando hacia lo ontológico, ni gestos tremendistas invocando la angustia o la muerte. Que la llamada “hermenéutica fenomenológica de la facticidad” es un conjunto de trivialidades lo puede comprobar cualquiera que se decida a traducir al lenguaje de la autoayuda todo eso del “poder-ser”, el “proyecto yecto”, el “por-mor-de-sí”, el “tener-se” de la existencia, la “apropiación” y la “propiedad” o “autenticidad” y demás, traducción que me temo han podido estar cerca de hacer los psiquiatras que utilizan o utilizaban el llamado enfoque “existencial”.)

La sabiduría popular, tan patosa como siempre, piensa que el estudiar mucho puede producir locura (cosa que en mi caso es totalmente falsa, pues mi enfermedad neurótica comenzó mucho antes de mis estudios, en mi infancia, como he dicho, alrededor de los 8 o 9 años, aparte de que estudiando lo que he estudiado, estudiar, lo que se dice estudiar, he estudiado más bien poquito).
Me contaba el psiquiatra “humanista”  que una vez un señor del campo le decía: “Yo tengo problemas porque he tenido que estudiar mucho”; y le preguntó el psiquiatra: “¿Y qué ha tenido que estudiar usted?”; y le contestó el labrador: “Yo en mi vida he tenido que estudiar los huesos de las mulas y las cabañuelas de agosto”, o algo así.
Estudiar, como cualquier actividad que requiera perderse-“alienarse”- en cualquier tipo de objetividad y olvidarse de uno mismo, siempre será algo psicológicamente sanísimo. Esa otra actividad puede ser, por ejemplo, leer (si son cosas “serias” y no las tonterías que suele leer la gente, mejor). Que leer también produce locura ha sido una creencia popular alimentada en España por la recepción popular del Quijote. No quisiera yo tratar de emular aquí al entrañable escritor derechón César González- Ruano que una vez se presentó en una conferencia en el Ateneo diciendo:”Cervantes era manco y por eso el Quijote está escrito con los pies”, pero algunas veces dan ganas de decir que Cervantes era un filisteo, sobre todo si no se dio cuenta de las implicaciones de lo que estaba escribiendo y  pensó que sólo estaba produciendo una obra de entretenimiento y parodia. Pero sobre el Quijote y la diferencia entre las intenciones del autor y la objetividad de la obra producida, que se corresponde con la distinción escolástica entre finis operantis (fin del operante) y finis operis (fin de la obra), podemos hablar otro día.
Y qué decir de los medios populares, e incluso algunas veces facultativos, que se consideran adecuados para mantenerse mentalmente sano. Cuenta Claudio Magris en su estupendo libro “El Danubio” que en Centroeuropa existía entre el siglo XVIII y XIX la creencia popular de que andar mucho prevenía las enfermedades mentales, y uno que tenía tendencias melancólicas se pasó media vida andando y al final se volvió más loco que una cabra.
Igual ocurre con lo que se suele decir  hoy sobre lo conveniente que es para la salud mental el no estar solo y “relacionarse”. Si se tienen problemas de personalidad “relacionarse” sólo lleva a enfangarse en la problemática psicologista de si habré quedado bien o no, si soy más o menos que los demás, si me habré expresado bien y habré sabido comunicarme, si me ven “raro”o no me ven “raro”, etc. La situación de mayor comodidad psicológica es la soledad, donde toda problemática psicologista narcisista se va al carajo. Sobre todo si uno tiene los suficientes recursos “culturales” para olvidarse de sí mismo y “salvarse en las cosas”, según reza la expresión orteguiana. Aparte de que a algunos de nosotros nos resulta imposible soportar, no por ningún snobismo o intelectualismo sino por una realidad psicológica, el imperio de la cháchara insustancial y las habladurías en el que “cae” “el ser-ahí en su cotidiano término medio”, como dice el otro en su jerga. Cuando, empujados por la pulsión de ver chicas, solíamos salir a los sitios donde hay gente y chicas de buen ver, teníamos que recurrir al abuso del alcohol para poder aguantar semejante imperio de la cháchara y las habladurías o poder evadirnos de él.
Pero el individuo nunca está solo, está siempre con los vivos y con los muertos. El profesor Gustavo Bueno explica así el ser-con-los otros, como diría el otro, que envuelve a vivientes y no vivientes, y lo explica de una manera material y concreta, no como el otro: las personas muertas influyen, con lo que han hecho en sus vidas, sobre nosotros, pero nosotros ya no podemos influir sobre ellas; en relación con los otros vivientes, ellos influyen sobre nosotros y nosotros influimos sobre ellos; y en relación con los no nacidos todavía , nosotros estamos ya influyendo sobre ellos, pero ellos no pueden influir sobre nosotros todavía.

Una distinción ya clásica en psiquiatría , que todavía aparece en libros de divulgación, es la distinción entre neurosis y psicosis. Esta distinción puede hacerse comprender si recurrimos a la diferencia entre las expresiones populares “estar mal de los nervios” (neurosis) y “estar mal de la cabeza” (psicosis). Hay un chiste, que decía un psiquiatra divulgador que es malo pero que a mí me parece bastante bueno, que también puede ayudar a comprender la diferencia: le preguntan a un psicótico “¿cuántos son 2 y 2?” , y dice una barbaridad, 80 millones; se lo preguntan a un neurótico y dice “Cuatro, pero no puedo soportarlo”.
En términos psicoanalíticos, la diferencia entre neurosis y psicosis radica en que ante la contradicción deseo-realidad, el neurótico niega el deseo y esto le causa problemas por el famoso “retorno de lo reprimido”, mientras que ante la misma contradicción el psicótico niega la realidad.
Hay que advertir que la distinción entre psicosis y neurosis está en desuso en la psiquiatría actual, supongo que por sus connotaciones psicoanalíticas, enfoque este el psicoanalista del que huyen como de la peste la mayoría de los psiquiatras actuales; y así por ejemplo no aparece en el  DSM-IV (texto revisado) de 2000 (traducción española de 2002), que es el listín USA de enfermedades mentales por el que se guía la tecnocracia mental, como le decía yo al psiquiatra “filisteo” del que hablamos antes. En este “manual nosológico”  la casi totalidad de las enfermedades mentales aparecen designadas con el común denominador de “trastornos”. Sí hay algunos de ellos que aparecen especificados como “trastornos psicóticos”, pero el género “neurosis” ha desaparecido por completo.
Por lo que respecta a la neurosis obsesiva (mi enfermedad), el Dr. Francisco Alonso-Fernández llega incluso a decir en  su Compendio de Psiquiatría, utilizado como  libro de texto, al menos hace años, por los estudiantes de Medicina de la UCM: “Son muchos los autores que se resisten a incluir entre las neurosis los cuadros obsesivos de evolución crónica. La mutación o ruptura existencial que implican y su modo seudomágico de estar-en-el-mundo[ya está aquí la influencia, supongo que meramente “óntica”, del otro] son factores más próximos al mundo de las psicosis que al de las neurosis”. O sea, hablando en plata, que el neurótico obsesivo está tan loco como el psicótico.
La delimitación de la normalidad con respecto a toda anormalidad neurótica o psicótica la dejó establecida Freud de manera magistral: “¿ Quién es la persona normal? La que es capaz de amar y trabajar.”
Pero ni la psicosis ni la neurosis son estados permanentes y continuos y no es muy cierto lo que se decía tradicionalmente: que entre la neurosis y la normalidad no existe una línea de demarcación clara, pues todas las personas son un poco neuróticas y sólo se llega a la neurosis patológica cuando en una línea continua se está hacia el extremo, mientras que entre la psicosis y la normalidad sí hay una línea de separación clara o solución de continuidad. Un psiquiatra “normal” me comentó que una persona que sea dominante y con capacidad de influencia psicológica puede provocar, si se lo propone, en otra normal, hablando con ella, un brote psicótico.
Tampoco es completamente cierto que la diferencia entre neurosis y psicosis está en que los neuróticos son conscientes de su enfermedad y sufren por ello, mientras que los psicóticos no saben que están locos, pues hay bastantes esquizofrénicos, sobre todo cuando tienen cierta “cultura” –y  ya hemos hablado de lo importante que es este factor para amortiguar el efecto de las enfermedades mentales -, que son conscientes de su enfermedad.

Pero pasemos a hablar un poco de la Antipsiquiatría. El psiquiatra “humanista” me dijo una vez que las ideas antipsiquiátricas estaban en conexión con ideas populares sobre la locura que surgen espontáneamente entre la gente. Y es cierto que en algunas clases de ética cuando proponía a los alumnos hablar sobre el tema de las  enfermedades mentales, en las contadas ocasiones en que en dichas clases se podía hablar de algo, surgían, por parte de algunas chicas, ideas, aunque expresadas de manera más vulgarizada, que están en la Antipsiquiatría, como la de que muchos casos psiquiátricos se deben al “acoso” que por parte de los “normales” sufren personas especialmente sensibles. Sin embargo uno de los antipsiquiatras más destacados, David Cooper, insistía en que en ningún modo se trataba de “romantizar la locura”, que es lo que surge algunas veces en la ideología popular, sino de “politizar la locura”.
            La Antipsiquiatría fue un movimiento médico-político (pues tanto David Cooper, como Laing, como Franco Basagilia como otros patriarcas de este movimiento eran médicos psiquiatras con su formación académica completa) que se desarrolló en la época dorada del pensamiento y la acción antisistema, finales de los 60 y años 70, y que vino a defender, por decirlo de una manera simplificada y vulgarizada, que la locura era un acto de protesta del individuo frente a la estupidización, la alineación y la reificación de la vida cotidiana debidas al moldeamiento de ésta por la exigencias vitales del tardocapitalismo, y la institución manicomial una pieza del engranaje represivo del Estado capitalista. En este último sentido, el  auge de la Antipsiquiatría tuvo una repercusión práctica tangible en las reformas psiquiátricas que se emprendieron en la mayoría de los países occidentales (en España a comienzos de los años 80) y que dejaron los manicomios prácticamente vacíos, reforma psiquiátrica que, como todas las reformas “progresistas” , tuvo un resultado ambivalente, por la enorme carga que pusó sobre los hombros de las familias de los enfermos y por las repercusiones negativas que pudo tener en algunos casos sobre la seguridad de los “normales”.
Pero lo más interesante de la Antipsiquiatría no es lo que diga sobre las causas de la locura, que desde  mi punto de vista actual también cae bajo la categoría de lo “romántico”, aunque sea de lo romántico-político; sino la crítica que hace de la “normalidad” existente en las actuales condiciones sociales y culturales. Así describe, por ejemplo David Cooper,  esa “normalidad”:”La “socialización primaria” en la familia y la consiguiente “socialización secundaria” en la sociedad extrafamiliar de la escuela, la universidad, el sindicato, la profesión y así sucesivamente , inducen a un conformismo que yace (en el sentido más amplio de la palabra) en la oposición de los estados de cordura y locura. La cordura y la locura se encuentran en polos opuestos, y su única diferencia consiste en que la persona cuerda, a diferencia de la loca, retiene –con un poco de suerte- una dosis suficiente de estrategias normales, de la apariencia y no del hecho del conformismo, para evitar la invalidación, es decir, el hecho de ser convertido en un inválido o en un paciente por los depredadores del Mundo Normal. El estado de normalidad, en el otro polo, representa la detención o la esclerosis de una persona, y, como mínimo, la imbecilización, cuando no la muerte de la existencia personal. Este proceso de normalización se funda en el deseo de una vida fácil, uniforme, progresivamente acomodada, segura, ”feliz”, que sin duda alguna es una especie de muerte. Simultáneamente quedan prohibidas todas las señales de vida, las intensidades extáticas de la experiencia  en el placer que atraviesan las fronteras de la desesperación y el sufrimiento, y el amor orgásmico”       
Ya decía Schopenhauer, el que según el otro sólo decía trivialidades, que la vida del hombre “normal” se asemeja al desplazamiento de un muñeco mecánico al que se le ha dado cuerda y realiza sus ridículos movimientos sin enterarse de nada.
Pero la vida de la mayoría, la “multitud de los superfluos” que diría Nietzsche, ha sido estúpida y será estúpida por los siglos de los siglos, bajo el comunismo primitivo, si lo hubo, el modo de producción asiático, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo, el “socialismo real” y cualquier otro sistema de producción que pueda advenir en el futuro. Seguramente tiene razón el otro cuando dice que la “caída”  del “ser-ahí” en lo que él llama “impropiedad” es algo original  e inevitable del “ser-en-el-mundo”, y cuando añade, en su jerga, que “también se entendería mal [esta] estructura ontológico-existenciaria, si se le quisiera dar el sentido de una mala y lamentable propiedad óntica que quizá pudiera eliminarse en estados más avanzados de la cultura humana”.
Sí es cierto que la Psiquiatría ha podido, con los tratamientos manicomiales y “de fuerza”, tender a hacer permanentes y continuas enfermedades que sí son crónicas, con excepciones como la del famoso caso de las depresiones habituales, pero que se manifiestan por crisis y altibajos. Y como me decía el psiquiatra “humanista” entre crisis y crisis puede pasar una vida entera.
Existen casos en los que la Psiquiatría , o más bien la ilustración psiquiátrica de la gente, es claramente patógena, como en el caso de la depresión y de la anorexia. Estoy tentado de decir –con todo el respeto del mundo hacia las muchas personas que, sin duda, realmente hayan podido o puedan sufrir estas enfermedades, y hacia sus familias –lo que creo que Foucault decía con respecto al amor: “ Si alguien no hubiera oído hablar del amor, nunca se enamoraría”. A la Psiquiatría se el podría aplicar en estos casos el famoso chiste del genial Karl Krauss, según el cual “una de las enfermedades más extendidas es el diagnóstico”.
Dicho sea también con  la salvedad de las familias que tengan que sufrir en su seno un caso de psicosis y grave, y con el respeto también debido a ellas, el mejor ambiente terapéutico será siempre el ambiente familiar, y el de la familia de origen, pues el amor de padres y hermanos siempre será inmensamente más rico y más grande que el “amor” que pueda dar cualquier pareja. En la valoración de la familia sí que disiento totalmente del enfoque negativo y destructivo que, dentro de su proyecto político y micropolítico, tenía la Antipsiquiatría.
También disiento de la predicación que hicieron los antipsiquiatras a favor de las drogas, concretamente del LSD, como medio para liberarse de la “normalidad” burguesa. Dedicaremos un próximo artículo a glosar por qué pienso que las drogas no pueden ser un medio para “liberar” a nadie de nada.
En cuanto al tratamiento de las enfermedades mentales con psicofármacos, que también fue ampliamente criticado por la Antipsiquiatría desde su básico espíritu “romántico”, podemos afirmar, desde nuestra experiencia, que si no curan –pues estas enfermedades suelen ser crónicas, al menos las graves -, como me decían las chicas “sensibles” de la clase de ética, sí son efectivos para atenuar y contener la enfermedad y diferir los estados críticos. Me atrevería a afirmar la paradoja de que la verdadera antipsiquiatría es el tratamiento farmacológico de las enfermedades mentales. El psiquiatra tiene que limitarse a detectar los síntomas estrictamente patológicos , diagnosticarlos, seguir su evolución y prescribir la medicación indicada sin meterse ni en la vida ni en la forma de pensar del paciente. La forma de vivir y de pensar del enfermo mental puede estar motivada en parte por su enfermedad, pero en ella influyen multitud de otros factores, psicológicos y no psicológicos, que están en relación con el carácter único de cada persona y de su circunstancia, y donde no cabe ninguna intervención médica, pues la particularidad personal es inaprensible por cualquier tipo de ciencia (o filosofía), por razones intrínsecas, y además cae fuera, afortunadamente, de lo que son las posibilidades clínicas de la medicina mental en una sociedad liberal. El médico no puede cambiar la vida de nadie y todos los intentos por hacerlo, convirtiéndose en consejero espiritual del paciente, están condenados al fracaso de ver cómo se agudizan las contradicciones de éste con su medio.              
          

          

miércoles, 3 de junio de 2020

SOBRE EL SIGNIFICADO DE LOS TÉRMINOS “BURGUÉS”, “PEQUEÑOBURGUÉS” Y “FILISTEO”





            En mis escritos aparecen frecuentemente los términos “burgués”, “pequeñoburgués”  y “filisteo”. Bien puede decirse que en ellos hay más burgueses, pequeñoburgueses y filisteos que en los casinos de pueblo que visitaba a principios del siglo XX el escritor del 98, considerado menor, Eugenio Noel.
            Creo que es necesaria una aclaración sobre el significado de los términos mencionados, pues el sentido en el que empleo los dos primeros no coincide con aquél en el que son empleados, por influencia de la terminología marxista, por muchas personas y el significado en sentido figurado del tercero no es muy conocido, a pesar de la importancia que ha tenido, sobre todo en el área cultural germánica.
            “Burgués” no lo empleo en el sentido marxista de persona perteneciente  a la clase propietaria de los medios de producción, sino en el sentido que podríamos llamar “romántico” o “bohemio”, de persona  “vulgar, mediocre, carente de afanes espirituales o elevados”, que es el que recoge en la acepción cuarta del término el DRAE. El difunto profesor Aranguren hace explícita  mención de esta diferencia semántica al hablar de su experiencia universitaria norteamericana con los movimientos juveniles de protesta de los años sesenta, que tan decisivos fueron en el giro político que tomó su carrera intelectual.
            En el uso habitual de la palabra “burgués” se hace referencia en realidad al carácter de la bourgeoisie ,burguesía en su versión francesa decimonónica: el gusto por el lujo y la ostentación, la riqueza y el refinamiento material. Existe otra acepción, más germánica, del término “burguesía” que se refiere favorablemente a una clase caracterizada por su laboriosidad, meticulosidad, probidad y honradez. Es la clase surgida de la ética protestante del trabajo y de la racionalización de la vida, ideal ético que se ha extendido, o se extendió, también a las clases medias de los países católicos, moralizando o desfigurando, según se mire, la propia religiosidad católica.
            Pero ya he dicho que yo uso el término “burgués”, o “pequeñoburgués”, en su significación despectiva de hombre vulgarmente convencional y acomodaticio, una significación que viene a coincidir con la significación figurada, también de origen germanico, del término “filisteo”, del que luego hablaremos.  
            En sentido estrictamente sociológico, “burgués” no tiene por  qué significar persona rica o adinerada que lleva una vida opulenta, pues como también recoge el DRAE  se llama burgués a lo perteneciente o relativo al burgués, ciudadano de la clase media. Es burgués quien no es aristócrata, obrero o campesino: los empleados de servicios(que formarían el núcleo de la subclase de la pequeña burguesía), los propietarios, grandes o pequeños, y también los profesionales liberales. En este sentido “burgués” no tiene por qué tener una connotación despectiva, como cuando los historiadores hablan de la época de las “revoluciones burguesas” o de la “sociedad burguesa” como opuesta a la del Antiguo Régimen. Incluso puede admitir un matiz favorable, como cuando, literariamente, Goethe escribe unos versos cuyo sentido viene a decir lo siguiente: los nobles se refugiaban en sus castillos, los campesinos vivían apegados al terruño: ¿de quién vendría la más bella educación si no fuera del burgués?; apreciación que podría ser fácilmente adaptada para nuestros días.
            El sociólogo alemán del conocimiento Karl Mannheim estableció una distinción fundamental, que debe ser tenida en cuenta a la hora de hablar de la actitud de la burguesía ante la “cultura” y que alcanzó su realización más plena y exacerbada en Alemania pero que es extrapolable a otros países, entre una burguesía propietaria y empresarial y una burguesía cultivada centrada en ideales relacionados con la educación y la formación, subclases que tienen una visión ideológica de la realidad completamente diferente. Estas dos tendencias pueden desarrollarse simultáneamente en el seno de los mismos grupos, como el de la burguesía o pequeña burguesía comercial y de servicios, produciendo dentro de ellos contradicciones ideológicas. La nefasta preponderancia de la educación tecnocientífica ha propiciado que sectores en principio predispuestos hacia una visión “cultural”  hayan acabado integrándose en la tendencia utilitaria y pragmática en términos alicortos de la burguesía industrial-empresarial. Contra la idea también de Mannheim de los “intelectuales que flotan libremente” por encima de los intereses desu clase de origen se ha opuesto la idea marxista vulgar de que la conciencia de los intelectuales también está determinada por su “ser social”. Contra todo marxismo vulgar yo afirmo que la dedicación a la búsqueda de la verdad histórica, social y filosófica produce un  alejamiento de la propia clase de origen y de sus intereses materiales particulares y contingentes, generalmente mezquinos. Si durante los siglos XIX y XX no hubiera surgido u n grupo de intelectuales socialistas “flotando libremente” de origen burgués y pequeñoburgués, el movimiento obrero no habría surgido nunca y, por supuesto, no habría alcanzado sus éxitos reformistas de carácter economicista. 
            Los términos “burgués” y “pequeñoburgués” en sentido despectivo no son exclusivos de la izquierda, pues también han sido utilizados por la extrema derecha fascista, es decir revolucionaria, y afín al fascismo. Por ejemplo, recuerdo que en una ocasión en que fueron detenidos un grupo de jóvenes neonazis en Alemania, salió en la prensa que uno de los detenidos había declarado que sus padres, que habían sido sesentayochistas, eran “pequeñoburgueses”.
            Los alemanes tienen el mismo término para  designar  al burgués y al ciudadano, “Bürger”, por lo que para distinguir entre la persona centrada en sus asuntos privados y el ciudadano que participa activamente en la “res publica” constitucional tienen que recurrir a los términos franceses “burgeois”  y “citoyen” . Es cierto que en alemán  también existe el término “Spiessbürger” o “Spiesser”, pero es un término abiertamente insultante –no  apto para utilizarse en la ciencia política –para  insultar al pequeñoburgués de mentalidad provinciana y universo ideológico premoderno, pues “Spiess”, que significa lanza, hace referencia al arma con la que los habitantes de los burgos medievales salían a defender su localidad cuando se encontraba amenazada. “Spiessbürger” designa en general al burgués sumido en preocupaciones pragmáticas enemigas del espíritu.
            “Pequeñoburgués”, que tampoco significa el rico de bajo nivel, es un término generalmente despectivo, usado para señalar al burgués de escasos horizontes sociales y espirituales encerrado en la estrechez vital y en la limitación de la dedicación a intereses privados mezquinamente materiales. En otro tiempo, siglo XIX y principios del XX, era frecuente que ese conformismo y “materialismo” práctico se recubriera en la pequeña burguesía con la ideología de un sentimentalismo cursi, “operístico” –si se nos permite la injusta expresión –y un idealismo ramplón, ayudado por una religiosidad miserablemente social, que encubría su pragmatismo y utilitarismo de corto alcance. Pero hoy, como dice Habermas, la conciencia burguesa se ha vuelto cínica, por lo menos en amplios sectores urbanos. No obstante todavía puede observarse entre algunos pequeñoburgueses “retrasados” un humanismo abstracto y totalmente inocuo y la famosa ideología de los “valores”, que no encubre sino su conformismo y su  orientación a los intereses individualista-familiares. Es propio también de la pequeña burguesía, en un diagnóstico más político y marxista, la creencia en que sus intereses sociales y políticos de clase coinciden con los de la burguesía alta reinante en el sistema social.
            Pero “pequeñoburgués” puede utilizarse también en un sentido sociológico descriptivo para designar a los sectores modestos de la burguesía integrados principalmente por pequeños comerciantes, pequeños empresarios, empleados, funcionarios, profesionales liberales de baja categoría, lo que pueda quedar del artesana do, propietarios rurales medianos, pequeños intelectuales como maestros y profesores de secundaria, y sectores asimilables. Es decir, principalmente burguesía modesta dedicada al sector servicios. Desde posiciones, también más o menos marxistas, cabe hablar de una intelectualidad pequeñoburguesa como aquella que vive ajena a los problemas históricos y  sociales o que los mistifica. En general, se puede hablar de una intelectualidad pequeñoburguesa cuando su dedicación al pensamiento y la “cultura” no logra hacerle superar sus condicionamientos ideológicos ligados a una visión alicorta de la realidad.
            El presidente Mao, en uno de sus textos de marxismo “naif” (con esos principios teóricos no me extraña que muchos antiguos maoístas hayan acabado en la derecha e incluso alguno en la socialdemocracia), sitúa entre la pequeña burguesía –formada, según él y en su país en la época de las luchas revolucionarias, por los campesinos propietarios, los artesanos propietarios de talleres, los pequeños comerciantes y las capas inferiores de la intelectualidad nutridas por los estudiantes, maestros de enseñanza primaria y secundaria, funcionarios subalternos, oficinistas y tinterillos –y el moderno proletariado industrial un semiproletariado formado por campesinos semipropietarios, campesinos pobres, pequeños artesanos, dependientes de comercio y vendedores ambulantes.
            El filósofo marxista Georges Lukács separa claramente la crítica que el joven Hegel hace del pequeñoburgués de la misma crítica llevada acabo por los románticos contemporáneos suyos, pues mientras la crítica romántica se basa en motivos estéticos que ensalzan frente al pequeñoburgués tendencias anárquicas y bohemias, y en otra vertiente el mundo feudal y gremial premoderno, Hegel lo que hace es contraponer  el privatismo del moderno pequeñoburgués  a la plena participación en los asuntos públicos del ciudadano libre de la antigua “polis” griega, y no siente ninguna nostalgia de la Edad Media. Pero hoy creer que la participación en lo que se ha dado en llamar “sociedad civil” puede suponer una superación de la estrechez pequeñoburguesa y una radicalización emancipadora de la democracia que lleve a lo que Zapatero y su filósofo de cabecera, Petit, llamarían democracia “republicana” es una completa ilusión, pues la “sociedad civil” hoy no es sino el reino de la teatralidad politiquera o prepolitiquera y un sector del pujante en nuestro mundo mercado de las personalidades.
La ideología de la pequeña burguesía es comúnmente conformista, reaccionaria y timorata, pero en épocas de estancamiento del proceso de lucha de clases o de neutralización de dicho proceso o de un desplazamiento del mismo hacia la esfera internacional que deja de tener, por diversas razones, efectos políticos transformadores es normal que aparezcan diversas formas de rebeldías individualistas, humanismos visionarios, anticapitalismos románticos, irracionalismos antisistema, antifilisteísmos bohemios y estetizantes, espiritualismos contestatarios e incluso mezclas de materialismo y espiritualismo frente al conformismo “burgués”, filosofismos críticos frente a la “alineación” y el “fetichismo” de la mercancía, y otras manifestaciones típicas de los que Engels llamaba “pequeñoburgueses enloquecidos” o del “pequeñoburgués antipequeñoburgués”.Una de esas manifestaciones puede ser también el fascismo revolucionario, aunque las manifestaciones políticamente exitosas de esta tendencia tuvieran lugar en época de acentuación de la lucha de clases. Pero es significativo que numerosos dirigentes de las que algún autor marxista considera formas específicas de la influencia de la ideología pequeñoburguesa en la clase obrera, el anarquismo, el espontaneísmo y  la revuelta putschista, o terrorista como diríamos ahora, entraran a formar parte del “ala izquierda” del fascismo histórico, depurada luego por los partidos fascistas en el poder.
Hagamos una pequeña incursión en el marxismo como método de análisis de la realidad social para detectar algunos rasgos ideológicos de la pequeña burguesía que tienen que ver, precisamente, con su filisteísmo en el sentido no marxista de cortedad de miras espiritual. El autor marxista al que nos hemos referido arriba al hablar de los “pequeñoburgueses enloquecidos”, el politólogo Nicos Poulntzas, distingue tres aspectos fundamentales en la ideología de la pequeña burguesía “normal”:
a)                    Lo que llama”un aspecto ideológico anticapitalista del statu quo”; es decir, por un lado animadversión hacia la “opulencia”, las “grandes fortunas”, pero, por otro lado, como la pequeña burguesía tiene apego a su propiedad y le produce pánico su posible proletarización, prefiere que las cosas se queden como están (satatu quo).Esto se combina, nos dice Poulantzas, con un “igualitarismo” contrario a las tendencias monopolistas del capitalismo y nostálgico de una ilusoria “igualdad de condiciones” de la “justa” competencia.
b)                   Un aspecto ideológico vinculado no a la transformación revolucionaria de la sociedad sino al mito de lo que Poulantzas llama la “pasarela”.Es decir, por el temor a la proletarización y la atracción hacia la burguesía inmediatamente superior a ella, la pequeña burguesía aspira a convertirse en burguesía y lo hace insistiendo en la creencia en la posibilidad del paso hacia arriba de los “mejores” y los “más capaces”.
c)                    Un aspecto ideológico del “fetichismo del poder”, del que , nos dice Poulantzas, ya hablaba Lenin. Al ser una clase aislada económicamente entre la burguesía y el proletariado y equidistante de ambos (de donde surgiría también el “individualismo pequeñoburgués”), la pequeña burguesía tiende a creer en el Estado “neutro”, por encima de las clases , lo que en buena ortodoxia marxista es un completo disparate, porque, como es sabido, para los marxistas el Estado es un aparato ideológico y coactivo completamente al servicio de la clase dominante. La pequeña burguesía espera que el Estado neutro le aporte desde arriba cuanto necesita. La neutralidad, también ilusoria, de la pequeña burguesía entre el proletariado y la burguesía le hace identificarse con un ilusorio Estado neutro que sería “su” Estado. En definitiva, la pequeña burguesía aspira al “arbitraje” social, en el sentido de que quisiera, como ya decía Marx según nos recuerda Poulantzas, que toda la sociedad se volviera pequeñoburguesa. Es de notar que este último aspecto de la ideología de la pequeña burguesía tradicional ha sido sustituido en la actualidad, por influencia de la ideología neoliberal, por cierto antiestatismo, que echa la culpa al Estado y su intervensionismo fiscal de la decadencia de los negocios pequeñoburgueses, cuando lo cierto es que si no existiera un Estado regulador de la economía y dispensador de servicios y garantías sociales, las tendencias monopolistas del capitalismo se comían a la pequeña burguesía en tres telediarios, como se suele decir vulgarmente.
    
           
El sentido figurado moderno del término “filisteo”, fuertemente asociado al de “pequeñoburgués y Spiessbürger, como persona vulgar y pacata hostil a la “cultura” tiene su origen en la Alemania del siglo XVII. El término había sido profusamente usado por Lutero en el sentido, directamente derivado de su significado bíblico, de “enemigo de la verdadera fe”. Pero en el siglo XVII se produjo un desplazamiento semántico por el que “filisteo” pasó a denominar  en la jerga estudiantil “el enemigo del espíritu goliardesco”, es decir enemigo del espíritu de los goliardos, unos clérigos y estudiantes medievales vagabundos que llevaban una existencia irregular dedicada a vivir y cantar poéticamente las excelencias del vino, la comida y el amor. Las poesías latinas compuestas por los goliardos sobre temas amorosos, báquicos y satíricos han llegado hasta nosotros en los famosos “Carmina Burana”, de los que se ha conservado también la versión musical original, y que también fueron puestos en música, en el siglo XX, por Carl Orff en su famosa obra así llamada. “Carmina Burana”. Paradójicamente el término “goliardo” derivó del nombre del gigante filisteo Goliat, para denominar  al que es dado a la gula y a la vida desordenada como seguidor del vicio y del demonio personificado en ese gigante filisteo.
            Goethe tomó el término “filisteo” de la jerga estudiantil para referirse a los “ausentes de la vida del espíritu” y, especialmente, a los “negados a todo sentimiento de poesía”. Sus epigramas o pequeños poemas satíricos llamados “Xenien” querían ser “zorros con la cola en llamas “ arrojados a “las cosechas papelescas de los filisteos”, en alusión a la narración bíblica del sabotaje de las mieses filisteas que Sansón llevó a cabo mediante este procedimiento
            Tras Goethe, los románticos resumieron en la palabra “filisteo” todo lo que es “mezquino, angosto y prosaico” y acabaron identificando al filisteo con el “Spiessbürger”, el “burgués práctico”, encerrado en los aires de suficiencia de su fácil moralismo. El irónico Heine  trató condescendientemente la figura del filisteo, describiéndolo cuando, en domingo, sale en “Sonntagröcklein “[ropa dominguera], se llena los oídos de trinos de gorriones y poética y convencionalmente “begrüsst die schöne Natur” [saluda a la bella naturaleza].
            El poeta romántico Clemens Brentano (no creyente que transcribió las revelaciones privadas de la monja visionaria y estigmatizada Catalina Emmerich, en las que se basa, en parte la película de Mel Gibson  La Pasión) publicó en 1811  El filisteo antes de la historia, en la historia y después de la historia , obra dirigida a los “cristiano-alemanes”, donde se da expresión al tópico romántico del filisteo y que fue acogida triunfalmente. Sin embargo el filósofo Fichte, ese troglodita ético, la recibió muy mal y trató de demostrar que el propio Brentano era el más filisteo de los filisteos; seguramente porque no le gustó que en su obra Brentano considerara al “Yo” como una potencia ética negativa. En esta obra Brentano recorre la historia del filisteo desde los principios de la narración bíblica, asociándolo a la figura de l.ucifer como negación, “uno” o “Yo” que se opone a la unidad universal. Aparece luego en Cam, el hijo maldito de Noé, primero de la estirpe de aquel pueblo que Sansón derrotará y que dará origen a Goliat, vencido por David. Por fin, en la modernidad, aparece como filistea la masa sorda y opaca, desprovista de espíritu, que se propaga por el mundo y siempre se propagará, y ya tenemos al filisteo como el mediocre, el vulgar, el convencional, que se opone y comprende y odia como su polo opuesto al “hebreo”. Brentano satiriza en su obra también a la Ilustración con ganas de filosofar, a todo lo que sujetaba al movimiento romántico, al “entusiasmo patriótico” y al soplo poético. Los románticos alemanes solían llamar filisteo al político prusiano progresista  e ilustrado, como Zapatero, Hardenberg.
            El gran politólogo y teórico del derecho alemán Carl Schmitt en su libro contra el romanticismo político alude a la irónica relación que se estableció entre los románticos alemanes y el filisteo. Dice: “El romanticismo había comenzado satirizando al filisteo; en él descubría la realidad chata y vulgar, el opuesto completo de la realidad superior y verdadera que el romanticismo buscaba. El romántico odiaba al filisteo, pero resultó”, dice Carl Schmitt aludiendo a la asimilación burguesa del romanticismo en la época del Biedermeier, “que el filisteo amaba al romántico”; y añade la inteligente afirmación, perfectamente aplicable a lo que sucede en la vida real cuando un romántico y un filisteo se encuentran para disputarse algo: “y en una relación semejante la superioridad estaba evidentemente del lado del filisteo”.
En el terreno musical, Schumann compuso una serie de piezas programáticas para piano en las que contraponía a los filisteos opuestos a la música romántica con los miembros de la Davidsbund o liga de David, aquellos que se identificaban con el rey David en su doble condición de músico y hombre culto. El hijo de Richard Wagner, Sigfried, que también fue compositor, aunque menos importante que su padre, tiene un poema sinfónico de 1923, una de cuyas partes lleva el título de “La felicidad de los filisteos” y en la cual se trata de describir musicalmente la felicidad o autosatisfacción típica en la que suele vivir el auténtico filisteo.
            El término “filisteo” aplicado a la falta de sensibilidad cultural y a la hostilidad hacia ella pasó a Inglaterra a través de la importante obra de crítica conservadora de la cultura moderna  Culture and Anarchy (1869) de Matthew Arnold. En esta obra Matthew Arnold distingue tres clases en la sociedad moderna a las que critica por igual: los bárbaros (la aristocracia), los filisteos (las clases medias) y el pueblo en general (la clase obrera). La cultura real y la búsqueda de la armonía interior no pueden encontrarse en ningún a de estas clases; sólo está al alcance de un reducido grupo de extraños que pueden brotar en cualquiera de las tres clases, pero que se separan de ellas en la búsqueda de la verdad objetiva y de la perfección humana. Arnold adelanta ya en su obra la idea recurrente en la crítica de la cultura de masas contemporánea de que el conformismo de la clase media es la peor forma de estancamiento cultural. Al parecer, Matthew Arnold encontró consuelo a su pesimismo cultural refugiándose en posturas religiosas.
            Los hebreos Marx y Trotsky, y el tal vez con algún antepasado hebreo Lenin, usaron profusamente el término para designar al burgués o pequeñoburgués que por sus mezquinos intereses materiales no es capaz de elevarse a una visión liberadora de la historia.
            El término “filisteo” también ha sido utilizado por egregios antisemitas, como Richard Wagner, en cuya correspondencia puede leerse la expresión despectiva “¡Juden und Philister!” [judíos y filisteos].
            El historiador francés François Furet ha visto en el odio al filisteo la raíz común, cuya existencia él afirma, de fascismo y comunismo como alternativas, enfrentadas entres sí, al mundo liberal-burgués.
            Schopenhauer, que fue un genuino luchador contra el filisteísmo –incluido el filisteísmo de la filosofía académica –en sus escritos sobre sabiduría vital definió al filisteo como el hombre que carece de necesidades espirituales y que por esa carencia está incapacitado para disfrutar de placeres auténticamente humanos, por lo que termina cayendo en el hastío, del que no le pueden sacar ni el juego de cartas, ni la afición a los caballos, ni los viajes, ni las mujeres,etc., es decir los equivalentes en su época de la actual cultura de masas. Y Schopenhauer pone el dedo en la llaga al señalar que el odio que el filisteo siente hacia la “cultura” tiene su causa, generalmente, en una envidia secreta  que el filisteo trata de ocultarse a sí mismo.
            Nietzsche acuñó el término “cultifilisteo” o filisteo cultural en su Primera Consideración Intempestiva para denigrar al hegeliano de izquierda David Friederich Strauss y su “evangelio de cervecería”, una crítica “dialéctica” del cristianismo que pretendía convertir el Evangelio, mediante la presentación de la Encarnación como símbolo de la identidad entre lo humano y lo divino, en una especie de metáfora de las ilimitadas posibilidades del hombre y su progreso.
            El filósofo marxista Georges Lukács utiliza repetidas veces la expresión “filisteo intelectual” en su magnífica obra El asalto a la Razón para designar al intelectual  que encerrado en su mundo erudito y académico es incapaz de abrirse a los problemas de la gente, dela vida histórica concreta y los relacionados con una sensibilidad política emancipadora.
            En una de mis noches alcohólicas en mi pueblo recuerdo que alguien, no sé quién, que había estado trabajando en Mallorca con alemanes como relaciones públicas, o algo así, me dijo que los jóvenes alemanes siguen empleando como término despectivo la palabra “filisteo” (Philister), lo que me lleno de alegría.
            En resumidas cuentas el filisteo es la persona convencional y vulgar de intereses y aspiraciones miserables, odio secreto a la “cultura” y al pensamiento y mente encerrada dentro de las lindes de su privatismo familiar-profesional, es decir la persona dedicada a lo que ese gran pensador de la normalidad burguesa que fue Freud consideraba precisamente “normal “, el amar y trabajar según las formas convencionales establecidas por la llamada sociedad.
            Pero a la figura del filisteo o burgués en este sentido no hay que oponerle la del “bohemio” , porque esa es su coartada para hacerse creer a sí mismo que el orden y la sensatez están de su parte, sino, para que descubra su auténtica miseria, la del gentleman culto, la del caballero del espíritu, la del que ética, estética y políticamente es noble. Si expresiones como gentleman o caballero o aristócrata del espíritu nos parecen algo ridículas es porque la plebeya burguesía nos ha vencido con su democratismo igualador de todos en la vulgaridad universal. Ante ello hay que cumplir el imperativo orteguiano de desenmascarar y dar caza al filisteo.
            Y repito que no desde la “bohemia”, pues el bohemio es una figura pequeñoburguesa (recuérdese a los Rodofolfo, Mimí y compañía del músico pequeñoburgués por excelencia, Puccini) que sólo ha existido sobre los escenarios teatrales y en las novelas, para solaz y diversión de algún que otro filisteo, como decía don Pío Baroja.

Pero hablemos un poco de los filisteos históricos de la Biblia, pues cuando en las tan traídas y llevadas clases de religión de la enseñanza secundaria me temo que, en la mayoría de los casos,  se imparte fundamentalmente humanitarismo filantrópico y psicologismo sensiblero amoroso, un poco de Historia Sagrada no puede venir mal.
Los filisteos eran, como supongo que se sabrá, un pueblo enemigo de los israelitas, que habitaba un espacio geográfico coincidente aproximadamente, aunque era más amplio, con la actual franja de Gaza, donde, por cierto, los israelíes han confinado a buena parte de sus actuales enemigos, los palestinos, que en algún libro prosionista son llamados precisamente “filisteos”. El nombre de origen griego “Palestina” deriva de la palabra “filisteo” y quiere decir tierra de los filisteos.
El pueblo filisteo estaba organizado políticamente como una confederación de cinco ciudades: Asdod, Ascalón, Ecrón, Gat y Gaza. Algunos han señalado que esta forma de organización territorial hacía a los filisteos estar más desarrollados políticamente que sus vecinos israelitas. Precisamente fue una incursión filistea muy grave que se produjo en tiempos de Samuel, el último de los Jueces del Pueblo Elegido, la que convenció a los judíos de la necesidad de que se unieran todas las tribus de Israel y sirvió de acicate para la constitución de la monarquía unificada, primero en la persona de Saúl y luego en la de David. Alrededor de esta época de la constitución del reino unificado, a la altura del siglo XI a.C., los filisteos eran una seria amenaza para los israelitas. Ello se debió a que los filisteos eran unos enemigos más fuertes que los cananeos o los medianitas y también a que sus ataques desde el oeste se coordinaban con los ataques de los ammonitas desde el este del Jordán.
Todavía en tiempos de los Jueces se produjeron los famosos éxitos de Sansón contra los filisteos, con el primer caso conocido en la historia de ataque suicida. En la historia de Sansón y la seductora Dalila también se refleja el mito eterno del hombre virtuoso llevado a la perdición por los ardides de una bella y perversa mujer.
También son conocidas la luchas de David contra los filisteos, empezando por la victoria sobre Goliat, que ha quedado como símbolo de la superioridad de los pequeños virtuosos sobre los grandes fanfarrones. Pero es menos conocido que David en el transcurso de la historia de sus tormentosas relaciones con el rey Saúl, acudió, para escapar de éste, a refugiarse junto al rey filisteo de Gat. No obstante , tanto Saúl como David fueron encarnizados enemigos de los filisteos a los que trataban con desprecio y soberbia.
Los filisteos, no obstante los continuos ataques israelitas, consiguieron preservar su independencia, hasta que cayeron en manos de Asiria . cuando se produjo la caída del imperio asirio, se vieron sucesivamente sometidos por Babilonia, Persia, Alejandro Magno, los seléucidas –que heredaron siria de aquél –y, finalmente, los romanos. Fue el emperador Adriano quien, tras la revuelta judía de 132-135 a. C.. ordenó que la provincia romana de Judea pasara a denominarse Palestina, el término griego que, como hemos dicho, significa “tierra de los filisteos”.
Algún autor sionista actual ha llamado la atención sobre lo curioso que es el significado figurado moderno de “filisteo”, pues según él, excepto en los campos de la teología y la ética los logros culturales de los filisteos fueron notablemente superiores a los de los israelitas. Tecnológicamente habían aprendido el uso del hierro, no sólo en carros, escudos y espadas, sino en la fabricación de herramientas de faena tales como el arado con puntas de hierro. Las naves filisteas de proa elevada surcaban las aguas mediterráneas y sus caravanas de camellos facilitaban los lazos comerciales entre filistea y Mesopotamia. Pero les faltaba el “espíritu”, ese “espíritu” que tan generosamente se derramó sobre los hijos de Israel y con el que acabarían formando un lío sin igual en la historia.

¿Quién es hoy el burgués, el pequeñoburgués, el filisteo? Decía Marx que el proletariado era la clase universal, pues al romper sus cadenas nos iba a liberar a todos, porque también iba a librar a los capitalistas de la alineación  que, según la dialéctica del amo y del esclavo de Hegel que Marx retoma, también les afectaba a ellos, y partiendo Marx de su profecía “científica” y economicista, pero no cumplida, de que en la última fase del capitalismo todos seríamos o proletarios o capitalistas. Hoy, como se ha dicho varias veces, la nueva clase universal es la pequeñaburguesía, por la sencilla y menos dialéctica razón de que todos, desde los antiguos proletarios hasta los famosetes de la tele, pertenecemos, por mentalidad, gustos, estilo de vida y aspiraciones, a ella. De la rebelión de las masas del periodo de entreguerras denunciada por Ortega hemos pasado al dominio ético, estético, político y espiritual de las masas pequeñoburguesas filisteas.
La expresión más clara del filisteísmo actual es la fe beata en el progreso material y en las maravillas de la tecnociencia. El buen burgués que odia secretamente, o no tan secretamente, a los “intelectuales”, pero siente una admiración rendida hacia científicos y técnicos es un filisteo más grande que los cojones de Goliat. La admiración por los avances científicos de hoy en día no es cualitativamente diferente de la expresada por los dos encantadores carcamales filisteos madrileños de La verbena de la Paloma , don Hilarión y don Sebastián, cuando cantan al comienzo de la obra aquel dúo que dice:
                
-El aceite de ricino
ya no es malo de tomar.
Se administra en pildoritas
Y el efecto es siempre igual
-Hoy las ciencias adelantan
 que es una barbaridad
-¡Es una brutalidad!
-¡Es una bestialidad!
(...)
-Pues el agua de Loeches
es un bálsamo eficaz
-Hoy las ciencias adelantan
que es una barbaridad
-¡Es una brutalidad!
-¡Es una bestialidad!
Etc. 
    
     
Pues los avances de la tecnociencia actual son tan ridículos, según el uso que comúnmente se hace de ellos, como los glosados por don Hilarión y don Sebastián. Los medios técnicos pueden tener su interés si se ponen al servicio de una vida más rica y más amplia, pero son intrascendentes si sólo sirven para lograr una conservación meramente cuantitativa de la vida, para proezas sensacionalistas o para llenarse la cabeza de información basura, y son peor que intrascendentes si sirven para perpetrar fechorías ecocidas. Y hay que observar que el libretista de Bretón, Ricardo de la Vega, se burla del cientificismo del boticario y su contertulio en una época en que estaban teniendo lugar avances técnicos reales, como los primeros pasos de la aviación o el automóvil, tan inauditos para la época como lo son los de hoy día para nosotros.

            Para terminar recordemos el imperativo formulado por don José Ortega y Gasset: ¡hay que dar caza al filisteo!