viernes, 21 de diciembre de 2018

UNA POLÉMICA EN 1885-1886 SOBRE EL EVOLUCIONISMO BIOLÓGICO EN "EL ECO DE DAIMIEL"



(Mi ponencia para las V Jornadas de Historia de Daimiel)


1.     Introducción
La publicación de El origen de las especies de Charles Darwin en 1859 supuso la rápida difusión por todos los países de la civilización occidental de las ideas biológicas evolucionistas. No fue Darwin el primer evolucionista, pero fue él quien de una manera metódica y con mayor capacidad de observación y síntesis aportó más pruebas a favor de la evolución de las especies y, sobre todo, quien formuló una explicación de la evolución enteramente basada en un mecanismo procesual natural que satisfacía plenamente los cánones y presupuestos de la ciencia moderna. De esta manera Darwin explicaba el aparente “diseño” y constitución finalística  de los seres vivos de una manera puramente natural, haciendo innecesario el recurso a causas sobrenaturales o finales, que quedan excluidas de la ciencia por la propia esencia de su proyecto de conocimiento.
            Esta explicación meramente natural y mecanicista de la evolución se basa en la llamada por Darwin selección natural: los actos reproductivos de las especies hacen surgir variaciones hereditarias y los organismos que poseen variaciones hereditarias favorables para la adaptación al medio sobreviven y se reproducen, mientras que los organismos dotados de variaciones hereditarias no adaptativas mueren y no se reproducen. De esta manera surge toda la variedad de especies del reino natural.[1]
            Como es sabido, Darwin postuló este mecanismo de la evolución por selección natural observando lo que ocurre en la crianza selectiva de animales domésticos. De la misma manera que el criador de animales domésticos o de ganado selecciona aquellos especímenes que le interesa criar y permite que se reproduzcan y desecha a otros con características que no le interesan e impide que se reproduzcan, consiguiendo de esta manera nuevas razas y variedades de los animales en cuestión, el medio natural cumpliría un papel similar con respecto a los animales que viven en libertad, al provocar que los que tienen características adaptativas sobrevivan y se reproduzcan e impidiendo que lo hagan los que no tienen esas características.
            Esta idea de la selección natural la basó Darwin también en las observaciones de Malthus en su Segundo ensayo sobre la población, según las cuales, como nacen más individuos de los que pueden sobrevivir en función de los recursos del medio, es inevitable que entre ellos se establezca una lucha por la existencia cuyo resultado va a ser la selección natural de los que tienen características más ventajosas y favorables para la adaptación al medio.
            El evolucionismo darwinista supuso un indudable reto para el pensamiento religioso tradicional de las sociedades europeas y también se convirtió en un claro aliado del materialismo naturalista, que hizo del evolucionismo caballo de batalla en su ofensiva contra el pensamiento espiritualista y teísta. Podemos decir, tal y como ha sido ya expresado, que el darwinismo “desafiaba valores metafísicos claves de la identidad occidental”.[2]
            Debido a su evidente repercusión cosmovisional y antropológica, la idea evolucionista darwinista y la discusión en torno a ella, desbordó pronto los ámbitos y círculos estrictamente científicos y se convirtió en un candente e inquietante para muchos problema cultural.
            La polémica y el apasionamiento en un sentido o el otro que provocó el evolucionismo darwinista arreciaron con la publicación en 1871 de The Descent of Man del propio Darwin, que extendió hasta el estudio del origen del hombre las tesis evolucionistas.
            En referencia a España, Diego Nuñez, autor de una monografía de referencia sobre el tema (El Darwinismo en España) nos dice que “casi todos los rincones de la geografía española se verán pronto sacudidos por la polémica darwinista”[3]. Así ocurrió en Daimiel y la polémica de “El Eco” nos lo demuestra. El mismo Diego Nuñez en la misma monografía también nos dice que “la irrupción de la mentalidad positiva en los primeros años de la Restauración llegó a poner de moda hablar de los más candentes temas naturales desde los Ateneos a las tertulias de café”[4]. Así ocurriría en el Casino de Daimiel, donde con toda seguridad podemos pensar que se discutió sobre el evolucionismo. El novelista Benito Pérez Galdós, en referencia la Sexenio Revolucionario (1868-1874), época inmediatamente anterior a la de la Restauración (dentro de la cual tiene lugar la polémica de “El Eco de Daimiel”) hablará de la “moda transformista” y de que era rara la reunión social con pretensiones de culta donde no se hablara de la nueva cuestión palpitante[5].
            La polémica de “El Eco de Daimiel”, pues, no fue un caso aislado, sino un reflejo de una honda preocupación que invadió a los espíritus más inquietos y cultivados en esta época del siglo XIX, preocupación donde se reflejaban también las luchas ideológicas y políticas entre liberales avanzados y conservadores religiosos y clericales que dividieron a la sociedad española de la época.

 2. Presentación y comentario de la polémica daimieleña sobre el evolucionismo biológico

La polémica daimieleña sobre el evolucionismo que nos ocupa se desarrolló entre los años 1885 y 1886 en el periódico local de la época, “El Eco de Daimiel”, publicación dirigida por Deogracias Fisac y de tendencia liberal. El periódico comenzó a publicarse el 1 de Julio de 1885 y dejó de hacerlo el 24 de septiembre de 1890. Fue al principio bisemanal y semanal desde noviembre de 1888. Santos García Velasco nos dice en su “Historia de Daimiel” que en el periódico se mantuvieron agrias polémicas.[6]
 Los artículos aparecidos en “El Eco de Daimiel” entre finales de 1885 y principios de 1886 a través de los cuales se desarrolla la polémica que nos ocupa son los siguientes:

-En el número del 4 de noviembre de 1885 aparece un artículo firmado por Manuel Álvarez bajo el epígrafe general de “El trasformismo moderno” y subtitulado “Origen de la vida I”
Por una nota aparecida en el periódico el 15-9-1885 sabemos que Manuel Álvarez era un daimieleño que desempeñaba el empleo de Teniente de Infantería y que residía en Hellín. Sabemos que se trata de la misma persona que firma los artículos porque uno de  ellos está firmado en Hellín.
En este artículo Manuel Álvarez plantea el problema del surgimiento de las formas más elementales de vida a partir de la materia inorgánica. El artículo es muy anterior a la reconstrucción hipotética de este origen de la vida realizada ya en el siglo XX por Oparin y  Haldane (1924 y 1928).
Manuel Álvarez sigue en su exposición los planteamientos e hipótesis de Ernst Haeckel en su libro Historia de la Creación de los Seres según las Leyes naturales (traducido al español en 1878-1879)[7]. Así por ejemplo, sigue la misma terminología de Haeckel y llama “móneras” a los primeros seres elementales, que no serían todavía propiamente  unicelulares, al parecer de Haeckel y Álvarez,  pues carecerían de núcleo separado del citoplasma, por lo que se corresponderían con lo que los biólogos actuales llaman procariontes.
            Pero como afirma actualmente el biólogo y bioquímico darwinista Francisco J. Ayala. Las características de los primeros entes vivos  y el tiempo preciso en que aparecieron constituyen un asunto que sigue siendo en gran parte desconocido.[8]
-En el número del 25 de Noviembre de 1885 publica Manuel Álvarez el segundo artículo de su serie con el mismo epígrafe, “El transformismo moderno”,  y con el subtítulo de “El origen de la vida II”
En este artículo Manuel Álvarez sigue tratando de las primeras formas elementales de vida. Hace referencia a la teoría celular y se remonta hasta la anticipación filosófica que hay de esta teoría científica en la obra del filósofo de la naturaleza alamán del XIX Lorenz Oken. En este autor la teoría celular todavía se halla, como lo indica Manuel Álvarez, envuelta en un ropaje místico y especulativo y todavía no es plenamente científica.
También cita extensamente Álvarez en relación a la teoría celular las ideas sobre el particular del biólogo francés Edmundo Perrier, quien había defendido que las unidades celulares de cualquier organismo forman una asociación que podía comprenderse en analogía a la comunidad social humana. Cualquier organismo está formado por una colonia de unidades vitales primarias que siendo independientes, todas ellas realizan en provecho común las funciones que le son propias: “todas son parte ligadas entre sí, que por una solidaridad cada vez más grande concluyen por hacerse inseparables”. Álvarez saca a colación en relación con este tema la idea social de “comunismo”.

-El 12 de diciembre de 1885 aparece en “El Eco” un artículo firmado por Ramón Álvarez, cuya relación con Manuel Álvarez me es desconocida, titulado “Eternidad de la materia”. En él el autor defiende la eternidad del universo y niega la creación “ex nihilo”. Oportunamente cita a Santo Tomás de Aquino, para quien la pura razón no puede saber si la creación del mundo ha sido una creación puntual en el tiempo o es una creación continua desde toda la eternidad , pero para Santo Tomás debemos aceptar la creación “ex nihilo” por Revelación, mientas que Ramón Álvarez la niega.
Este texto, aunque no trata directamente del tema del evolucionismo biológico, podemos considerar que trata el tema de la evolución del universo en un sentido amplio. Tiene también un alcance cosmovisional que lo emparenta con el tema tratado por Manuel Álvarez.  

-El 16 de Diciembre de 1885 aparece en “El Eco” una réplica firmada por Francisco S. Valdepeñas a la defensa de las teorías evolucionistas y materialistas sobre el origen de la vida realizada por Manuel Álvarez en sus artículos.
Francisco S. Valdepeñas es posible que fuera un primo hermano del teólogo daimieleño Manuel Muñoz de Morales y Sánchez Valdepeñas, cuya obra examiné en mi ponencia para las II Jornadas de Historia de Daimiel, que según una esquela de una hermana del teólogo tenía este nombre.[9] Pero dada la frecuencia de este apellido entre los naturales de Daimiel no es posible determinar con ciencia cierta su identidad.
En este artículo Sánchez Valdepeñas ataca a Manuel Álvarez con argumentos en principio “ad hominem”, es decir, dirigidos a su persona, y el tono es agrio e irritado. Acusa a Álvarez de lecturas no asimiladas y de ideas indigestadas. Esto también lo suelen hacer hoy algunas personas cunado ven atacadas sus creencias y cuando descubren que los problemas ideológicos y filosóficos son más complejos que lo que ellas creían en un principio.
Entrando más en el fondo de la cuestión, Sánchez Valdepeñas responde a Álvarez que en sus artículos en vez de hablar del transformismo, de la evolución de las especies biológicas, tal y como indica el título general de la serie, se dedique a especular sobre el origen de la vida a partir de la materia inerte. A la afirmación de Álvarez de que el transformismo estudia el “origen de la vida en el tiempo”, responde Sánchez Valdepeñas, esgrimiendo una idea en cierto modo aristotélica de tiempo, que el tiempo equivale a la vida, a los cambios de estado que se suceden en la vida y que son sentidos por los organismos, por lo que Álvarez está diciendo en realidad que va a estudiar el origen del tiempo en el tiempo, lo cual es un absurdo, un “anacronismo” dice él.
Termina el Sr. Valdepeñas con un párrafo de bellos tonos retóricos donde ensalza el origen no natural sino divino de la vida:

la materia desde el estado amorfo en que existe en la nebulosa, llega hasta producir el hombre: ¡Oh! Imposible: los fulgores que el astro irradia y los perfumes que exhala la flor obra de la materia. El sentimiento que inunda el corazón y la idea que surge en la inteligencia, obra de una célula! El espacio infinito con sus mundos sin número y sus armonías indescifrables, como la tierra con sus perspectivas encantadoras y sus inenarrables bellezas obra del protoplasma! En manera alguna: que todas las cosas, la flor y el astro; y la tempestad con sus truenos y la brisa con sus arrullos; y el animal con su instinto y el hombre con su razón, cantan la gloria de Dios principio y fin de todo lo creado”.
          
Sánchez Valdepeñas dice también en su artículo haber leído a Ernst Haeckel. Este autor, muy conocido en la época y habitualmente esgrimido por los defensores del evolucionismo en contra de las tendencias espiritualistas creacionistas,  destacó por haber ampliado la teoría de la evolución de Darwin para hacer de ella la columna de apoyo principal de un sistema de monismo materialista naturalista.[10]

-El 23 de diciembre de 1885 aparece otro artículo de la serie de Manuel Álvarez que está fechado en Hellín en diciembre de 1885 y que bajo el epígrafe general de el “Origen de la vida se subtitula “Aspecto filosófico III”.
En este artículo Álvarez hace un recorrido por algunos autores de la Antigüedad clásica que defendieron la generación espontánea de los seres vivos. Entre ellos están Aristóteles y Epicuro y los poetas Lucrecio y Virgilio. Pero la realidad de la generación espontánea quedó definitivamente desmentida por los experimentos de Pasteur en el siglo XIX. Anteriormente, en el siglo XVII, ya había quedado experimentalmente negada para el caso de organismos como las moscas y los gusanos. Y Pasteur probó que tampoco hay generación espontánea en el caso de los microorganismos.
Parece como si Manuel Álvarez, al defender que los seres  vivos se han formado por un proceso evolutivo a partir de la materia inerte, se creyera obligado a admitir la posibilidad de la generación espontánea. Pero una cosa es que las leyes biológicas de los organismos puedan reducirse a leyes físico-químicas y que por tanto podamos suponer que, en condiciones muy especiales de la corteza terrestre y de la atmósfera y durante procesos que duraron millones de años, los organismos más elementales se formaron a partir de procesos bioquímicos de los que afectan a la materia y otra cosa es  que de manera contemporánea se produzca la generación espontánea, lo cual, como hemos dicho, está experimentalmente descartado desde Pasteur(1859)

-El 26 de diciembre de 1885 publica Ramón Álvarez otro artículo titulado “Eternidad del espíritu”, donde extiende la idea de evolución al terreno de lo espiritual, como hacía por ejemplo la Teosofía por esta misma época, y defiende la palingenesia o transmigración de las almas, es decir, la reencarnación.

-A continuación apareció en “El Eco de Daimiel” la contrarréplica de Manuel Álvarez al ataque de  Francisco S. Valdepeñas. La primera parte es del día 30 de Diciembre de 1885 y una segunda parte firmada en Daimiel el 26 de diciembre de 1885, apareció el 2 de enero de 1886.
Ante la objeción del Sr. Valdepeñas de que una serie de artículos dedicados al transformismo no era el lugar para hablar del origen de la vida, el Sr. Álvarez responde que para examinar el proceso de transformación de las especies es necesario primero examinar las formas de vida más elementales que constituyen el eslabón primero y fundamental de ese proceso, y que él no establece que las primeras formas de vida sean fijas , sino que a partir de ellas comienza el proceso evolutivo que llevará hasta el hombre.
Sobre la cuestión de la identificación entre el tiempo y la vida que S. Valdepeñas había establecido, diciendo que por tanto estudiar el origen de la vida en el tiempo suponía el absurdo de estudiar el origen del tiempo en el tiempo, Álvarez replica que existe un tiempo cosmológico o de la naturaleza que es independiente de la vida y de la sensación que los seres vivos tengan de este tiempo. Apunta aquí Álvarez a la diferenciación entre tiempo subjetivo y tiempo objetivo que será importante en la filosofía del siglo XX.
Al reproche de Sánchez Valdepeñas acerca de que la idea transformista, tal y como Álvarez la había presentado, eran meras hipótesis y conjeturas, este replica poniendo de relieve el valor fundamental para la ciencia de las hipótesis, ya que la ciencia no es una mera recolección de datos de hecho, sino que la ciencia tiene que adelantar hipótesis que expliquen los datos. Efectivamente, el método de la ciencia no es una recolección de datos sino el hipotético-deductivo: hay que adelantar hipótesis que expliquen los hechos y luego contrastarlas con la realidad empírica para ver si no son desmentidas.
Pero en relación con la concepción de la ciencia, Álvarez también incurre en un planteamiento que puede ser considerado ingenuo. Dice Manuel Álvarez que S. Valdepeñas al rechazar que la ciencia pueda utilizar hipótesis y conjeturas está intentando erradicar de sus lectores las bases de la verdad científica, pues estas están en la curiosidad y el deseo de encontrar respuesta a la pregunta por la causa de los fenómenos naturales. Presupone aquí Álvarez que las bases de la ciencia están en la curiosidad como fenómeno psicológico. Pero la ciencia en realidad es fruto de complejos procesos históricos donde actúan múltiples factores culturales, sociales, políticos y filosóficos, que van más allá de lo meramente psicológico. La ciencia no surge de la simple curiosidad ni del puro afán de saber, sino que es resultado de un complejo proyecto de comprensión de la realidad. Consistente en que la naturaleza se proyecta como realidad medible, cuantificable y explicable matemáticamente y según un modelo mecanicista, para lo cual es necesario que colaboren múltiples planteamientos surgidos históricamente y de carácter tanto teórico como material. La ciencia es un proyecto histórico de tematización de lo real no un simple fruto de la curiosidad o el afán de saber.
            En cuanto a la negativa de Sánchez-Valdepeñas a admitir la evolución biológica como hecho probado, hay que tener en cuenta que esta era la posición predominante en el seno de la Iglesia Católica. La admisión de la evolución pero como simple hipótesis no se produjo por parte de la Iglesia hasta la encíclica Humani Generis del Papa Pío XII. Y hay que esperar hasta el Papa Juan Pablo II para la admisión del hecho de la evolución, que se efectuó en una alocución en 1996 del citado Pontífice, que también advirtió en la misma ocasión que la Biblia no pretende ser un libro de ciencia o de historia, sino que su tema es la regulación de las relaciones morales entre el hombre y Dios.[11] 

-La polémica se interrumpe en este punto a raíz de que Francisco S. Valdepeñas envía un comunicado al periódico, firmado en Madrid el 10 de enero de 1886 y publicado el 16 de enero de 1886, en el que da a conocer que renuncia a seguir replicando a Manuel Álvarez. La razón que esgrime es que había enviado dos artículos a “El Eco” refutando, dice él, el transformismo y no le habían sido publicados. Manuel Álvarez, por su parte, interrumpe su serie de artículos, en los que, era de esperar, habría continuado pasando del tema de el origen de la vida a partir de la evolución de la materia inerte a la evolución de la especies biológicas.

-La polémica tendrá un colofón o secuela en una larga serie de artículos sobre la evolución, titulada “Gradación de los seres en la naturaleza”, que primero fue publicada en “El eco de Daimiel”, entre julio y septiembre de 1890, y luego en “La Propaganda de Daimiel”, entre octubre y noviembre de 1891. Firma estos artículos el Sr. Ángel Corrales , que gracias a una nota informativa aparecidas en “El Eco”[12] podemos saber que era un joven estudiante de Ciencias Naturales en la Universidad de Madrid e hijo del maestro daimieleño Aquilino Corrales.
Estos art´﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ utilizar hip desmentiquilino Corrales.
rales enla universidad de Madrid en el que da a conoicer utilizar hip desmentiículos muestran una gran erudición científica, con gran profusión de citas de autores geológicos y biológicos. El artículo aparecido el 1 de noviembre de 1891 en “La Propaganda de Daimiel” está expresamente dedicado al darwinismo. En él, Ángel Corrales mantiene una posición ambigua y ecléctica sobre la teoría de la evolución. Parece admitir el hecho de la evolución pero niega que se produzca por el mecanismo de la selección natural. Hay alusión favorable al darwinismo social. Pero parece adoptar al final una postura cercana al fijismo al afirmar que la evolución afecta al exterior de los animales pero no a su interior.

3. La polémica daimieleña en el contexto de la discusión española sobre el darwinismo en el siglo XIX

En 1877 se traduce al castellano el libro de Darwin El Origen de las Especies, cuyo original inglés es de 1859. En 1885 se traduce completa la otra obra capital de Darwin La Descendencia del hombre, publicada originalmente en inglés en 1871. Esto supone un relevante retraso con respecto a las traducciones de estas mismas obras a otras lenguas europeas: El Origen se edita en Alemania en 1860, en Francia en 1862 y en Italia en 1865; La Descendencia en 1871 en Italia y en 1872 en Francia. 
Sin embargo, en los comienzos de la década de 1860, el naturalista Antonio Machado y Núñez, abuelo de los poetas Antonio y Manuel Machado, desde su cátedra de Historia Natural de la Universidad de Sevilla defendió el evolucionismo y se declaró expresamente partidario de Darwin.
            Rafael García Álvarez, catedrático de Historia Natural del Instituto de Granada, en 1867, en su obra Nociones de Historia Natural para el uso de los alumnos de Segunda Enseñanza, incluye el evolucionismo. Manuel Álvarez, el defensor daimieleño de las tesis evolucionistas, cita en su contrarréplica a Francisco S. Valdepeñas a este autor como una autoridad nacional en el tema del “trasformismo”.
            José Monlau, catedrático de Historia Natural en el Instituto de Barcelona, enfoca conforme al criterio evolucionista el primer tomo de su Compendio de Historia Natural  (1867).
            En sentido contrario al evolucionismo se pronunciaron en sendos discursos académicos Francisco Flores Arenas, catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla (1866) y el doctor José de Letamendi en el Ateneo de Barcelona (1867).[13]
            Estos datos indican que a pesar de las restricciones ideológicas impuestas por los últimos gobiernos isabelinos, el evolucionismo empieza a extenderse por España antes de la Revolución de 1868. Pero es gracias a la libertad de expresión reinante durante el llamado Sexenio Revolucionario, cuando el evolucionismo se propagará ampliamente y dará lugar a una serie de polémicas en las que se proyecta la polarización de la conciencia nacional y que desbordan el ámbito estrictamente científico para adquirir un significativo alcance ideológico.
            Hay que tener en cuenta también que el fracaso del Sexenio Revolucionario (1868-1875)  supuso una reacción de abandono de las posiciones idealistas y románticas dentro del liberalismo democrático, a favor  del progreso de una mentalidad positivista y cientificista. Dentro de esta última mentalidad, el evolucionismo darwinista supuso un importante ingrediente. Ya en la época de la Restauración asistimos durante sus primeros años a un auge de la mentalidad positiva en España.
            Debemos recordar que nos encontramos en un momento en el que todavía la Iglesia se opone al evolucionismo escudándose en una interpretación literal o cuasi literal del Génesis y por el lado de la ciencia secularizadora se ataca a la religión, especialmente a la católica, por defender dogmas incompatibles con la verdad científica. En este sentido fue significativa la publicación en España en 1876 del libro Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia, con prólogo del político republicano Nicolás Salmerón . Esta obra anticatólica gozó de gran difusión y provocó incontables polémicas.
            Se produce por estos años una copiosa bibliografía sobre el evolucionismo y el darwinismo. Destaca en este aspecto la labor de la Sociedad Antropológica Española (fundada en 1865) y de la Sociedad Española de Historia Natural (fundada en 1871), que publican revistas donde aparecen artículos sobre Darwin y Haeckel.
            En la krausista Institución Libre de Enseñanza, un grupo de naturalistas destacan como decididos partidarios de la teoría evolucionista. Darwin figuró como profesor honorario de esta institución.
            Pronto comenzaron los ataques desde el lado conservador católico: realizaron ataques contra el evolucionismo autores como Antonio Benítez de Lugo, Francisco de Asís Aguilar y Tomás Cámara. Podemos citar también entre ellos al daimieleño Manuel Muñoz de Morales, quien en su discurso de 1899 Incapacidad absoluta de la Antropología científica para resolver los problemas de la naturaleza, el origen y el fin último del hombre atacó al evolucionismo
            Filósofos de diversas tendencias también se enfrentaron al evolucionismo: Ortí y Lara, tomista; Moreno Nieto, ecléctico; Antonio María Fabié, hegeliano, o Emilio Reus y Bahamonde, krausista.
            Pero no faltaron quienes defendieron una actitud de tolerancia y de compatibilidad de la nueva teoría científica evolucionista con las creencias religiosas, como el ingeniero Prieto y Canales, el crítico asturiano Sánchez Calvo o el profesor Gumersindo de Azcárate. Así mismo, algunos clérigos mostraron posturas más abiertas y neutrales que las habituales, como el cardenal Ceferino González (que vivió una evolución en este aspecto) y el dominico Fray Tomás González de Arintero.[14]
            La polémica daimieleña sobre el evolucionismo se situaría en la tercera etapa de las cuatro en las que le profesor Glick dividió cronológicamente la recepción del darwinismo en España.[15] Una etapa iniciada en 1880 y en la que ya se estaría produciendo la consolidación del evolucionismo en la comunidad científica y entre los intelectuales liberales. A esta tercera etapa le habría precedido una primera, comprendida entre 1859 (Año de la publicación de El origen de las especies de Darwin) y 1868, fecha del comienzo del Sexenio Revolucionario, y una segunda comprendida entre 1868 y 1880. En la primera etapa, la difusión de las ideas de Darwin habría sido lenta y escasa, reservada a unos pocos ensayos y reseñas en revistas especializadas de escasa circulación. Pero la segunda etapa (1868-1880) se habría caracterizado por ser la de un gran debate entre partidarios y detractores del darwinismo. A partir del año siguiente a la publicación de la obra de Darwin The Descent of Man (1871) habría comenzado una fuerte polémica, en la que la jerarquía católica  se manifestaría en decidida oposición al darwinismo y condenaría tajantemente obras que lo defendían. Frente a esta oposición, habría habido en los últimos años de este periodo una creciente actividad en defensa de Darwin procedente de las tendencias liberales y librepensadoras. Una cuarta etapa de esta recepción española de Darwin, posterior a la de 1880-1936, sería, según el profesor Glick la que iría desde el final de la Guerra Civil hasta la fecha de publicación de su artículo, caracterizada por una apropiación y defensa católica del evolucionismo con apoyo en la obra de Teilhard de Chardin[16].   

4. Conclusión
Quisiera destacar sobre todo en la conclusión de esta ponencia el reconocimiento de que en la época de la polémica que tratamos existía en Daimiel una burguesía culta interesada  en temas filosóficos y científicos de alcance cosmovisional , es decir, relativos a la visión del mundo y de la vida en él. Es cierto que el interés profano por estos temas es hoy más difícil que entonces por la especialización creciente a la que se han visto sometidas tanto la ciencia como la filosofía.
El tema del evolucionismo es un tema en principio científico, pero que tiene un indudable alcance filosófico. Si coincidimos con Kant en que en la pregunta “¿Qué es el hombre?” se resumen todas las preguntas de la filosofía, veremos la importancia que tiene el tema de la evolución, pues incide directamente en la respuesta que se dé a esta pregunta por la esencia del hombre, la pregunta en torno a la cual se constituye la llamada antropología filosófica. El profesor Gustavo Bueno Martínez decía que se podía contestar a esta pregunta como si contestáramos a la pregunta “¿Qué es el cocodrilo?”. Deberíamos entonces decir que el hombre es un mamífero que ha evolucionado a partir de los primates antropoides, que dieron lugar Astralopitecus, al homo habilis, al homo erectus, etc. , igual que decimos que el cocodrilo es un reptil que ha evolucionado a partir de otro animal anfibio, etc. De esta manera, con un materialismo reduccionista que ha asumido el naturalismo evolucionista quedaría rebajada la presunta sublimidad filosófica de la pregunta por el ser del hombre.
Con respecto a la situación científica actual del evolucionismo darwinista, podemos decir que aunque los científicos discuten aspectos importantes de la Teoría Sintética de la Evolución (neodarwinista), esta teoría carece globalmente de rivales dignos de mención[17]. Este es, al menos, el consenso reinante en la “ciencia normal”[18] de nuestros días. Así, una autoridad biológica en el tema como Francisco J. Ayala afirma: “La ciencia ha demostrado más allá de la duda razonable que los organismos evolucionan y se diversifican a lo largo del tiempo, y que sus rasgos son fruto de un proceso, la selección natural, que explica su ‘diseño’ “.[19]
En la época de Darwin, esta evidencia era resultado del estudio comparativo de los organismos vivos, de su distribución geográfica y de los restos fósiles de organismos extintos. En la actualidad, otras disciplinas biológicas recientes como la genética, la bioquímica, la fisiología, la ecología, el estudio del comportamiento animal (etología) y, especialmente, la biología molecular, han aportado pruebas adicionales y reforzadas de la correspondiente evidencia. En torno a estas nuevas disciplinas se ha constituido científicamente la llamada Teoría Sintética de la Evolución o neodarwinismo.
Precisamente, en los últimos tiempos ha surgido un movimiento pretendidamente científico que disiente de esta teoría neodarwinista de la evolución. Es el movimiento que apoya la famosa Teoría del Diseño Inteligente o “ciencia creacionista”. Aparte de los argumentos científicos contra esta teoría , que en tanto recurre a la intervención de causas sobrenaturales e hipótesis no contrastables puede ser considerada como esencialmente no científica y no solo coyunturalmente, el notable biólogo y también teólogo Francisco J. Ayala (ex-padre dominico, pero que parece mantenerse fiel a la fe católica) ha ofrecido en su libro Darwin y el Diseño Inteligente interesantes argumentos teológicos contra el “creacionismo” de la Teoría del Diseño Inteligente: pensar que Dios ha diseñado la naturaleza es hacer responsable de toda la crueldad y el sadismo que se encuentran en ella (prácticas de los animales carnívoros, fenómenos especialmente sádicos en el ámbito del parasitismo, prácticas sexuales como la de la mantis religiosa, etc.); si todo esto se atribuye, por el contrario, a la autonomía de la naturaleza regida por el principio de la selección natural a través de la lucha por la existencia, libramos a Dios de ser el responsable de semejante cantidad de sufrimiento natural. Lega a decir Ayala que el Diseño Inteligente haría responsable a Dios de la enorme cantidad de abortos espontáneos que se producen en la especie humana. Si todo esto lo atribuimos a un proceso de selección natural tendríamos resuelto, según Ayala, el problema clásico de la teodicea, es decir, el problema de hacer compatible la existencia de Dios con el mal natural. Este habría sido, según palabras de este biólogo español, nada menos que el “gran regalo” de Darwin a la teología.
En general, sobre la cuestión del posible conflicto entre creencia religiosa y evolucionismo existen hoy las siguientes posturas:
La postura que defienden algunos científicos evolucionistas como el ya mencionado Francisco J. Ayala, pero también otros como Stephen Jay Gould,[20] agnóstico, es que ciencia y religión se refieren a ámbitos distintos de la realidad, respectivamente el ámbito de los hechos naturales y el ámbito de los valores y del sentido y que por tanto el conflicto entre ellas no tiene por qué darse.
Junto a esta postura “de centro” (y no sabemos si por ello virtuosa, como hubiera querido Aristóteles) estarían los dos extremos representados respectivamente por los creacionistas del Diseño Inteligente, por una parte, y, en el extremo opuesto,  por autores como el terrible científico ateo Richard Dawkins. Ambos extremos estarían de acuerdo en que creencia religiosa y evolucionismo darwinista son incompatibles. Pero mientras los defensores del Diseño Inteligente negarían la validez del evolucionismo darwinista, Dawkins y compañía afirman la obsolescencia de la religión debido a la cientificidad del evolucionismo darwinista.
Con todo este panorama, podemos decir que, como ha sido dicho con respecto a Darwin, “con él llegó el escándalo”[21]. Hemos visto como este escándalo llegó también a Daimiel.       ´﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽as nuevas disciplinas  principio de la seleccci, por el contrario, a la autonoma. En torno a estas nuevas disciplinas       

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RUSE, Michael (2009): ¿Puede un Darwinista ser Cristiano?(La Relación entre Ciencia y Religión), Madrid, Siglo XXI

              

  


                   
   d elosn participantes en esta poa polidos por mes cientidentificacior el hecho de que su exposicil, Alberto Celis y diego clemen


[1] Conviene recordar que Darwin también admitió y tuvo en cuenta la selección sexual como mecanismo coadyuvante a la evolución de las especies. Por la selección sexual quedarían explicados la persistencia y el desarrollo de rasgos que no sirven para la adaptación al medio, como son, por ejemplo, los conocidos casos de la
 cola del pavo real o la cornamenta de los ciervos. Ortega y Gasset en su imprescindible artículo de 1927 “La elección en amor” afirma que fue una de las grandes ideas de Darwin el señalar que el instinto sexual es por sí selectivo. (Cf. José Ortega y Gasset, Obras Completas, Tomo V, Taurus/Fundación José Ortega y Gasset, 2006 pg. 504, nota.)
[2] PELAYO, Francisco: “El impacto del darwinismo en la sociedad española del siglo XIX” en Hispania nova, num.14, año 2016, pg. 313
[3] NUÑEZ, Diego (1969), El darwinismo en España, Madrid , Castalia, Estudio preliminar, pg. 31
[4] Ibidem, pg.27
[5]  Ibidem, pg. 29; Cf. también NUÑEZ, Diego (1975), La Mentalidad Positiva en España: Desarrollo y Crisis, Madrid, Túcar, Capítulo VI, “La presencia del evolucionismo en el pensamiento español decimonónico” 
[6] GARCÍA VELASCO, Santos (1987): Historia de Daimiel, Madrid, Romagraf
[7]HAECKEL, Ernesto (s.f.): Historia de la Creación de los Seres según las Leyes Naturales, Valencia , Prometeo, pgs. 111-117, Tomo Segundo
[8]  Cf. AYALA, Francisco J. (2007), Darwin y el Diseño Inteligente, Madrid, Alianza, pg. 146
[9] “El Castellano” de Toledo, 17-2-1921
[10] Sobre la recepción de la obra de Haeckel en España cf. PELAYO, Francisco, Ciencia y Creencia en España durante el Siglo XIX, Madrid, CSIC, Capítulo VIII, “El materialismo naturalista y la difusión del evolucionismo haeckeliano en España”
[11] Cf. MINOIS, Georges (2016): La Iglesia y la Ciencia, Madrid, Akal, pgs. 905-918, 1111-1118, y RUSE. Michael (2009):¿Puede un Darwinista ser Cristiano? Madrid, Siglo XXI, pg.63
[12] “El Eco de Daimiel”, 26-6-1889
[13] Para los datos que anteceden, cf. NUÑEZ, Diego (1969), El Darwinismo en España, Madrid, Castalia, Estudio Preliminar, pgs. 24-43
[14] Cf. Asimismo para todo lo que antecede NUÑEZ, Diego, op.cit. Y también IDEM. La Mentalidad Positiva en España: Desarrollo y Crisis, Madrid , Túcar, Capítulo VI, “La presencia del evolucionismo en el pensamiento español decimonónico”
[15] Cf. PELAYO, Francisco (2016), “El impacto del darwinismo en la sociedad española del siglo XIX” en Hispania Nova, num. 14, año 2016 (http://www.uc3m.es/hispanianova). Cf. asimismo GLICK, Thomas F. (1975), Darwin en España, Madrid, Peninsula 
[16] Hay que advertir que las ideas de Teilhard de Chardin no constituyen una teoría científica que reconcilie la evolución con el creacionismo religioso, como piensan algunas personas religiosas bienintencionadas, sino que se trata de ideas de tipo filosófico y teológico, basadas en una peculiar cristología evolutiva, que no son contrastables con la realidad empírica.  
[17] CARMENA, Ernesto, El Diseño Inteligente, ¡Vaya Timo!, Madrid, Laetoli, pg. 52. A pesar del título, poco afortunado y provocador de este libro, propio de una colección de libros de la editorial Laetoli dedicada a la divulgación cientificista más que científica, su autor, licenciado en Biología y divulgador científico, ofrece en él un buen resumen de la posición científica “normal” y consolidada en esta cuestión del evolucionismo frente a los que la impugnan desde las posiciones neocreacionistas defensoras del llamado Diseño Inteligente a la divulgación cientificista moli dedicada a la divulgaciiversifican a lo largo del tiempo, osensa católica deñ evolucionismo
[18] Uso el término “ciencia normal” empleado por el filósofo de la ciencia Thomas S. Kuhn para designar el consenso de la comunidad científica de una época dada sobre lo que es válido científicamente, pero el uso de tal término no implica por mi parte la asunción de un punto de vista relativista sobre la ciencia y su progreso, sino que tal uso pretende solo describir la situación de hecho sobre lo que es aceptado en nuestra época como científico.  
[19] AYALA, Francisco J. (2007): Darwin y el Diseño Inteligente, Madrid, Alianza Editorial, pg.20
[20]  Cf. JAY GOULD, Stephen (2000): Ciencia versus Religión (Un falso Conflicto), Barcelona, Crítica
[21] Cf. ESCUDERO PÉREZ, Alejandro, Hojas de Ruta, Madrid , Ápeiron Ediciones, pgs. 157-193. El capítulo IV de este libro, titulado “La ruta del poshumanismo”, es muy recomendable para el conocimiento de las implicaciones filosóficas del darwinismo.