(Mi ponencia para las V Jornadas de Historia de Daimiel)
1.
Introducción
La
publicación de El origen de las especies
de Charles Darwin en 1859 supuso la rápida difusión por todos los países de la
civilización occidental de las ideas biológicas evolucionistas. No fue Darwin
el primer evolucionista, pero fue él quien de una manera metódica y con mayor
capacidad de observación y síntesis aportó más pruebas a favor de la evolución
de las especies y, sobre todo, quien formuló una explicación de la evolución
enteramente basada en un mecanismo procesual natural que satisfacía plenamente
los cánones y presupuestos de la ciencia moderna. De esta manera Darwin
explicaba el aparente “diseño” y constitución finalística de los seres vivos de una manera puramente
natural, haciendo innecesario el recurso a causas sobrenaturales o finales, que
quedan excluidas de la ciencia por la propia esencia de su proyecto de
conocimiento.
Esta explicación meramente natural y
mecanicista de la evolución se basa en la llamada por Darwin selección natural:
los actos reproductivos de las especies hacen surgir variaciones hereditarias y
los organismos que poseen variaciones hereditarias favorables para la
adaptación al medio sobreviven y se reproducen, mientras que los organismos
dotados de variaciones hereditarias no adaptativas mueren y no se reproducen.
De esta manera surge toda la variedad de especies del reino natural.[1]
Como es sabido, Darwin postuló este
mecanismo de la evolución por selección natural observando lo que ocurre en la
crianza selectiva de animales domésticos. De la misma manera que el criador de
animales domésticos o de ganado selecciona aquellos especímenes que le interesa
criar y permite que se reproduzcan y desecha a otros con características que no
le interesan e impide que se reproduzcan, consiguiendo de esta manera nuevas razas
y variedades de los animales en cuestión, el medio natural cumpliría un papel
similar con respecto a los animales que viven en libertad, al provocar que los
que tienen características adaptativas sobrevivan y se reproduzcan e impidiendo
que lo hagan los que no tienen esas características.
Esta idea de la selección natural la
basó Darwin también en las observaciones de Malthus en su Segundo ensayo sobre la población, según las cuales, como nacen más
individuos de los que pueden sobrevivir en función de los recursos del medio,
es inevitable que entre ellos se establezca una lucha por la existencia cuyo
resultado va a ser la selección natural de los que tienen características más
ventajosas y favorables para la adaptación al medio.
El evolucionismo darwinista supuso
un indudable reto para el pensamiento religioso tradicional de las sociedades
europeas y también se convirtió en un claro aliado del materialismo
naturalista, que hizo del evolucionismo caballo de batalla en su ofensiva
contra el pensamiento espiritualista y teísta. Podemos decir, tal y como ha
sido ya expresado, que el darwinismo “desafiaba valores metafísicos claves de
la identidad occidental”.[2]
Debido a su evidente repercusión
cosmovisional y antropológica, la idea evolucionista darwinista y la discusión
en torno a ella, desbordó pronto los ámbitos y círculos estrictamente
científicos y se convirtió en un candente e inquietante para muchos problema
cultural.
La polémica y el apasionamiento en
un sentido o el otro que provocó el evolucionismo darwinista arreciaron con la
publicación en 1871 de The Descent of Man
del propio Darwin, que extendió hasta el estudio del origen del hombre las
tesis evolucionistas.
En referencia a España, Diego Nuñez,
autor de una monografía de referencia sobre el tema (El Darwinismo en España) nos dice que “casi todos los rincones de
la geografía española se verán pronto sacudidos por la polémica darwinista”[3]. Así ocurrió en Daimiel y
la polémica de “El Eco” nos lo demuestra. El mismo Diego Nuñez en la misma monografía
también nos dice que “la irrupción de la mentalidad positiva en los primeros
años de la Restauración llegó a poner de moda hablar de los más candentes temas
naturales desde los Ateneos a las tertulias de café”[4]. Así ocurriría en el
Casino de Daimiel, donde con toda seguridad podemos pensar que se discutió
sobre el evolucionismo. El novelista Benito Pérez Galdós, en referencia la
Sexenio Revolucionario (1868-1874), época inmediatamente anterior a la de la
Restauración (dentro de la cual tiene lugar la polémica de “El Eco de Daimiel”)
hablará de la “moda transformista” y de que era rara la reunión social con
pretensiones de culta donde no se hablara de la nueva cuestión palpitante[5].
La polémica de “El Eco de Daimiel”,
pues, no fue un caso aislado, sino un reflejo de una honda preocupación que
invadió a los espíritus más inquietos y cultivados en esta época del siglo XIX,
preocupación donde se reflejaban también las luchas ideológicas y políticas
entre liberales avanzados y conservadores religiosos y clericales que
dividieron a la sociedad española de la época.
2. Presentación y comentario de la polémica
daimieleña sobre el evolucionismo biológico
La
polémica daimieleña sobre el evolucionismo que nos ocupa se desarrolló entre
los años 1885 y 1886 en el periódico local de la época, “El Eco de Daimiel”,
publicación dirigida por Deogracias Fisac y de tendencia liberal. El periódico
comenzó a publicarse el 1 de Julio de 1885 y dejó de hacerlo el 24 de
septiembre de 1890. Fue al principio bisemanal y semanal desde noviembre de
1888. Santos García Velasco nos dice en su “Historia de Daimiel” que en el
periódico se mantuvieron agrias polémicas.[6]
Los artículos
aparecidos en “El Eco de Daimiel” entre finales de 1885 y principios de 1886 a
través de los cuales se desarrolla la polémica que nos ocupa son los
siguientes:
-En
el número del 4 de noviembre de 1885 aparece un artículo firmado por Manuel
Álvarez bajo el epígrafe general de “El trasformismo moderno” y subtitulado
“Origen de la vida I”
Por
una nota aparecida en el periódico el 15-9-1885 sabemos que Manuel Álvarez era
un daimieleño que desempeñaba el empleo de Teniente de Infantería y que residía
en Hellín. Sabemos que se trata de la misma persona que firma los artículos
porque uno de ellos está firmado en
Hellín.
En este artículo Manuel Álvarez plantea el problema del
surgimiento de las formas más elementales de vida a partir de la materia
inorgánica. El artículo es muy anterior a la reconstrucción hipotética de este
origen de la vida realizada ya en el siglo XX por Oparin y Haldane (1924 y 1928).
Manuel Álvarez sigue en su exposición los planteamientos e
hipótesis de Ernst Haeckel en su libro Historia
de la Creación de los Seres según las Leyes naturales (traducido al español
en 1878-1879)[7].
Así por ejemplo, sigue la misma terminología de Haeckel y llama “móneras” a los
primeros seres elementales, que no serían todavía propiamente unicelulares, al parecer de Haeckel y
Álvarez, pues carecerían de núcleo
separado del citoplasma, por lo que se corresponderían con lo que los biólogos
actuales llaman procariontes.
Pero como afirma actualmente el
biólogo y bioquímico darwinista Francisco J. Ayala. Las características de los
primeros entes vivos y el tiempo preciso
en que aparecieron constituyen un asunto que sigue siendo en gran parte
desconocido.[8]
-En
el número del 25 de Noviembre de 1885 publica Manuel Álvarez el segundo
artículo de su serie con el mismo epígrafe, “El transformismo moderno”, y con el subtítulo de “El origen de la vida
II”
En este artículo Manuel Álvarez sigue tratando de las
primeras formas elementales de vida. Hace referencia a la teoría celular y se
remonta hasta la anticipación filosófica que hay de esta teoría científica en
la obra del filósofo de la naturaleza alamán del XIX Lorenz Oken. En este autor
la teoría celular todavía se halla, como lo indica Manuel Álvarez, envuelta en
un ropaje místico y especulativo y todavía no es plenamente científica.
También cita extensamente Álvarez en relación a la teoría
celular las ideas sobre el particular del biólogo francés Edmundo Perrier,
quien había defendido que las unidades celulares de cualquier organismo forman
una asociación que podía comprenderse en analogía a la comunidad social humana.
Cualquier organismo está formado por una colonia de unidades vitales primarias
que siendo independientes, todas ellas realizan en provecho común las funciones
que le son propias: “todas son parte ligadas entre sí, que por una solidaridad
cada vez más grande concluyen por hacerse inseparables”. Álvarez saca a
colación en relación con este tema la idea social de “comunismo”.
-El
12 de diciembre de 1885 aparece en “El Eco” un artículo firmado por Ramón
Álvarez, cuya relación con Manuel Álvarez me es desconocida, titulado
“Eternidad de la materia”. En él el autor defiende la eternidad del universo y
niega la creación “ex nihilo”. Oportunamente cita a Santo Tomás de Aquino, para
quien la pura razón no puede saber si la creación del mundo ha sido una
creación puntual en el tiempo o es una creación continua desde toda la
eternidad , pero para Santo Tomás debemos aceptar la creación “ex nihilo” por
Revelación, mientas que Ramón Álvarez la niega.
Este texto, aunque no trata directamente del tema del
evolucionismo biológico, podemos considerar que trata el tema de la evolución
del universo en un sentido amplio. Tiene también un alcance cosmovisional que
lo emparenta con el tema tratado por Manuel Álvarez.
-El
16 de Diciembre de 1885 aparece en “El Eco” una réplica firmada por Francisco
S. Valdepeñas a la defensa de las teorías evolucionistas y materialistas sobre
el origen de la vida realizada por Manuel Álvarez en sus artículos.
Francisco S. Valdepeñas es posible que fuera un primo
hermano del teólogo daimieleño Manuel Muñoz de Morales y Sánchez Valdepeñas,
cuya obra examiné en mi ponencia para las II Jornadas de Historia de Daimiel,
que según una esquela de una hermana del teólogo tenía este nombre.[9] Pero dada la frecuencia de
este apellido entre los naturales de Daimiel no es posible determinar con
ciencia cierta su identidad.
En este artículo Sánchez Valdepeñas ataca a Manuel Álvarez
con argumentos en principio “ad hominem”, es decir, dirigidos a su persona, y
el tono es agrio e irritado. Acusa a Álvarez de lecturas no asimiladas y de
ideas indigestadas. Esto también lo suelen hacer hoy algunas personas cunado
ven atacadas sus creencias y cuando descubren que los problemas ideológicos y
filosóficos son más complejos que lo que ellas creían en un principio.
Entrando
más en el fondo de la cuestión, Sánchez Valdepeñas responde a Álvarez que en
sus artículos en vez de hablar del transformismo, de la evolución de las
especies biológicas, tal y como indica el título general de la serie, se
dedique a especular sobre el origen de la vida a partir de la materia inerte. A
la afirmación de Álvarez de que el transformismo estudia el “origen de la vida
en el tiempo”, responde Sánchez Valdepeñas, esgrimiendo una idea en cierto modo
aristotélica de tiempo, que el tiempo equivale a la vida, a los cambios de
estado que se suceden en la vida y que son sentidos por los organismos, por lo
que Álvarez está diciendo en realidad que va a estudiar el origen del tiempo en
el tiempo, lo cual es un absurdo, un “anacronismo” dice él.
Termina el Sr. Valdepeñas con un párrafo de bellos tonos retóricos
donde ensalza el origen no natural sino divino de la vida:
“la
materia desde el estado amorfo en que existe en la nebulosa, llega hasta
producir el hombre: ¡Oh! Imposible: los fulgores que el astro irradia y los
perfumes que exhala la flor obra de la materia. El sentimiento que inunda el
corazón y la idea que surge en la inteligencia, obra de una célula! El espacio
infinito con sus mundos sin número y sus armonías indescifrables, como la
tierra con sus perspectivas encantadoras y sus inenarrables bellezas obra del
protoplasma! En manera alguna: que todas las cosas, la flor y el astro; y la
tempestad con sus truenos y la brisa con sus arrullos; y el animal con su
instinto y el hombre con su razón, cantan la gloria de Dios principio y fin de
todo lo creado”.
Sánchez Valdepeñas dice también en su artículo haber leído a
Ernst Haeckel. Este autor, muy conocido en la época y habitualmente esgrimido
por los defensores del evolucionismo en contra de las tendencias
espiritualistas creacionistas, destacó
por haber ampliado la teoría de la evolución de Darwin para hacer de ella la
columna de apoyo principal de un sistema de monismo materialista naturalista.[10]
-El
23 de diciembre de 1885 aparece otro artículo de la serie de Manuel Álvarez que
está fechado en Hellín en diciembre de 1885 y que bajo el epígrafe general de
el “Origen de la vida se subtitula “Aspecto filosófico III”.
En este artículo Álvarez hace un recorrido por algunos
autores de la Antigüedad clásica que defendieron la generación espontánea de los
seres vivos. Entre ellos están Aristóteles y Epicuro y los poetas Lucrecio y
Virgilio. Pero la realidad de la generación espontánea quedó definitivamente
desmentida por los experimentos de Pasteur en el siglo XIX. Anteriormente, en
el siglo XVII, ya había quedado experimentalmente negada para el caso de
organismos como las moscas y los gusanos. Y Pasteur probó que tampoco hay
generación espontánea en el caso de los microorganismos.
Parece como si Manuel Álvarez, al defender que los
seres vivos se han formado por un
proceso evolutivo a partir de la materia inerte, se creyera obligado a admitir
la posibilidad de la generación espontánea. Pero una cosa es que las leyes
biológicas de los organismos puedan reducirse a leyes físico-químicas y que por
tanto podamos suponer que, en condiciones muy especiales de la corteza
terrestre y de la atmósfera y durante procesos que duraron millones de años,
los organismos más elementales se formaron a partir de procesos bioquímicos de
los que afectan a la materia y otra cosa es
que de manera contemporánea se produzca la generación espontánea, lo
cual, como hemos dicho, está experimentalmente descartado desde Pasteur(1859)
-El
26 de diciembre de 1885 publica Ramón Álvarez otro artículo titulado “Eternidad
del espíritu”, donde extiende la idea de evolución al terreno de lo espiritual,
como hacía por ejemplo la Teosofía por esta misma época, y defiende la
palingenesia o transmigración de las almas, es decir, la reencarnación.
-A
continuación apareció en “El Eco de Daimiel” la contrarréplica de Manuel
Álvarez al ataque de Francisco S.
Valdepeñas. La primera parte es del día 30 de Diciembre de 1885 y una segunda
parte firmada en Daimiel el 26 de diciembre de 1885, apareció el 2 de enero de
1886.
Ante la objeción del Sr. Valdepeñas de que una serie de
artículos dedicados al transformismo no era el lugar para hablar del origen de
la vida, el Sr. Álvarez responde que para examinar el proceso de transformación
de las especies es necesario primero examinar las formas de vida más elementales
que constituyen el eslabón primero y fundamental de ese proceso, y que él no
establece que las primeras formas de vida sean fijas , sino que a partir de
ellas comienza el proceso evolutivo que llevará hasta el hombre.
Sobre la cuestión de la identificación entre el tiempo y la
vida que S. Valdepeñas había establecido, diciendo que por tanto estudiar el
origen de la vida en el tiempo suponía el absurdo de estudiar el origen del
tiempo en el tiempo, Álvarez replica que existe un tiempo cosmológico o de la
naturaleza que es independiente de la vida y de la sensación que los seres
vivos tengan de este tiempo. Apunta aquí Álvarez a la diferenciación entre
tiempo subjetivo y tiempo objetivo que será importante en la filosofía del
siglo XX.
Al reproche de Sánchez Valdepeñas acerca de que la idea
transformista, tal y como Álvarez la había presentado, eran meras hipótesis y
conjeturas, este replica poniendo de relieve el valor fundamental para la
ciencia de las hipótesis, ya que la ciencia no es una mera recolección de datos
de hecho, sino que la ciencia tiene que adelantar hipótesis que expliquen los
datos. Efectivamente, el método de la ciencia no es una recolección de datos
sino el hipotético-deductivo: hay que adelantar hipótesis que expliquen los
hechos y luego contrastarlas con la realidad empírica para ver si no son
desmentidas.
Pero en relación con la concepción de la ciencia, Álvarez también
incurre en un planteamiento que puede ser considerado ingenuo. Dice Manuel
Álvarez que S. Valdepeñas al rechazar que la ciencia pueda utilizar hipótesis y
conjeturas está intentando erradicar de sus lectores las bases de la verdad
científica, pues estas están en la curiosidad y el deseo de encontrar respuesta
a la pregunta por la causa de los fenómenos naturales. Presupone aquí Álvarez
que las bases de la ciencia están en la curiosidad como fenómeno psicológico.
Pero la ciencia en realidad es fruto de complejos procesos históricos donde
actúan múltiples factores culturales, sociales, políticos y filosóficos, que
van más allá de lo meramente psicológico. La ciencia no surge de la simple
curiosidad ni del puro afán de saber, sino que es resultado de un complejo
proyecto de comprensión de la realidad. Consistente en que la naturaleza se
proyecta como realidad medible, cuantificable y explicable matemáticamente y
según un modelo mecanicista, para lo cual es necesario que colaboren múltiples
planteamientos surgidos históricamente y de carácter tanto teórico como
material. La ciencia es un proyecto histórico de tematización de lo real no un
simple fruto de la curiosidad o el afán de saber.
En cuanto a la negativa de
Sánchez-Valdepeñas a admitir la evolución biológica como hecho probado, hay que
tener en cuenta que esta era la posición predominante en el seno de la Iglesia
Católica. La admisión de la evolución pero como simple hipótesis no se produjo
por parte de la Iglesia hasta la encíclica Humani
Generis del Papa Pío XII. Y hay que esperar hasta el Papa Juan Pablo II
para la admisión del hecho de la evolución, que se efectuó en una alocución en
1996 del citado Pontífice, que también advirtió en la misma ocasión que la
Biblia no pretende ser un libro de ciencia o de historia, sino que su tema es
la regulación de las relaciones morales entre el hombre y Dios.[11]
-La
polémica se interrumpe en este punto a raíz de que Francisco S. Valdepeñas
envía un comunicado al periódico, firmado en Madrid el 10 de enero de 1886 y
publicado el 16 de enero de 1886, en el que da a conocer que renuncia a seguir
replicando a Manuel Álvarez. La razón que esgrime es que había enviado dos
artículos a “El Eco” refutando, dice él, el transformismo y no le habían sido
publicados. Manuel Álvarez, por su parte, interrumpe su serie de artículos, en
los que, era de esperar, habría continuado pasando del tema de el origen de la
vida a partir de la evolución de la materia inerte a la evolución de la
especies biológicas.
-La
polémica tendrá un colofón o secuela en una larga serie de artículos sobre la
evolución, titulada “Gradación de los seres en la naturaleza”, que primero fue
publicada en “El eco de Daimiel”, entre julio y septiembre de 1890, y luego en
“La Propaganda de Daimiel”, entre octubre y noviembre de 1891. Firma estos
artículos el Sr. Ángel Corrales , que gracias a una nota informativa aparecidas
en “El Eco”[12]
podemos saber que era un joven estudiante de Ciencias Naturales en la
Universidad de Madrid e hijo del maestro daimieleño Aquilino Corrales.
Estos art
ículos muestran una gran erudición
científica, con gran profusión de citas de autores geológicos y biológicos. El
artículo aparecido el 1 de noviembre de 1891 en “La Propaganda de Daimiel” está
expresamente dedicado al darwinismo. En él, Ángel Corrales mantiene una
posición ambigua y ecléctica sobre la teoría de la evolución. Parece admitir el
hecho de la evolución pero niega que se produzca por el mecanismo de la
selección natural. Hay alusión favorable al darwinismo social. Pero parece
adoptar al final una postura cercana al fijismo al afirmar que la evolución
afecta al exterior de los animales pero no a su interior.
3. La
polémica daimieleña en el contexto de la discusión española sobre el darwinismo
en el siglo XIX
En
1877 se traduce al castellano el libro de Darwin El Origen de las Especies, cuyo original inglés es de 1859. En 1885
se traduce completa la otra obra capital de Darwin La Descendencia del hombre, publicada originalmente en inglés en
1871. Esto supone un relevante retraso con respecto a las traducciones de estas
mismas obras a otras lenguas europeas: El
Origen se edita en Alemania en 1860, en Francia en 1862 y en Italia en
1865; La Descendencia en 1871 en
Italia y en 1872 en Francia.
Sin embargo, en los comienzos de la década de 1860, el
naturalista Antonio Machado y Núñez, abuelo de los poetas Antonio y Manuel
Machado, desde su cátedra de Historia Natural de la Universidad de Sevilla
defendió el evolucionismo y se declaró expresamente partidario de Darwin.
Rafael García Álvarez, catedrático
de Historia Natural del Instituto de Granada, en 1867, en su obra Nociones de Historia Natural para el uso de
los alumnos de Segunda Enseñanza, incluye el evolucionismo. Manuel Álvarez,
el defensor daimieleño de las tesis evolucionistas, cita en su contrarréplica a
Francisco S. Valdepeñas a este autor como una autoridad nacional en el tema del
“trasformismo”.
José Monlau, catedrático de Historia
Natural en el Instituto de Barcelona, enfoca conforme al criterio evolucionista
el primer tomo de su Compendio de
Historia Natural (1867).
En sentido contrario al
evolucionismo se pronunciaron en sendos discursos académicos Francisco Flores
Arenas, catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla
(1866) y el doctor José de Letamendi en el Ateneo de Barcelona (1867).[13]
Estos datos indican que a pesar de
las restricciones ideológicas impuestas por los últimos gobiernos isabelinos,
el evolucionismo empieza a extenderse por España antes de la Revolución de
1868. Pero es gracias a la libertad de expresión reinante durante el llamado
Sexenio Revolucionario, cuando el evolucionismo se propagará ampliamente y dará
lugar a una serie de polémicas en las que se proyecta la polarización de la
conciencia nacional y que desbordan el ámbito estrictamente científico para
adquirir un significativo alcance ideológico.
Hay que tener en cuenta también que
el fracaso del Sexenio Revolucionario (1868-1875) supuso una reacción de abandono de las
posiciones idealistas y románticas dentro del liberalismo democrático, a favor del progreso de una mentalidad positivista y
cientificista. Dentro de esta última mentalidad, el evolucionismo darwinista
supuso un importante ingrediente. Ya en la época de la Restauración asistimos
durante sus primeros años a un auge de la mentalidad positiva en España.
Debemos recordar que nos encontramos
en un momento en el que todavía la Iglesia se opone al evolucionismo
escudándose en una interpretación literal o cuasi literal del Génesis y por el
lado de la ciencia secularizadora se ataca a la religión, especialmente a la
católica, por defender dogmas incompatibles con la verdad científica. En este
sentido fue significativa la publicación en España en 1876 del libro Historia de los conflictos entre la religión
y la ciencia, con prólogo del político republicano Nicolás Salmerón . Esta
obra anticatólica gozó de gran difusión y provocó incontables polémicas.
Se produce por estos años una
copiosa bibliografía sobre el evolucionismo y el darwinismo. Destaca en este
aspecto la labor de la Sociedad Antropológica Española (fundada en 1865) y de
la Sociedad Española de Historia Natural (fundada en 1871), que publican revistas
donde aparecen artículos sobre Darwin y Haeckel.
En la krausista Institución Libre de
Enseñanza, un grupo de naturalistas destacan como decididos partidarios de la
teoría evolucionista. Darwin figuró como profesor honorario de esta
institución.
Pronto comenzaron los ataques desde
el lado conservador católico: realizaron ataques contra el evolucionismo
autores como Antonio Benítez de Lugo, Francisco de Asís Aguilar y Tomás Cámara.
Podemos citar también entre ellos al daimieleño Manuel Muñoz de Morales, quien
en su discurso de 1899 Incapacidad
absoluta de la Antropología científica para resolver los problemas de la
naturaleza, el origen y el fin último del hombre atacó al evolucionismo
Filósofos de diversas tendencias
también se enfrentaron al evolucionismo: Ortí y Lara, tomista; Moreno Nieto,
ecléctico; Antonio María Fabié, hegeliano, o Emilio Reus y Bahamonde,
krausista.
Pero no faltaron quienes defendieron
una actitud de tolerancia y de compatibilidad de la nueva teoría científica
evolucionista con las creencias religiosas, como el ingeniero Prieto y Canales,
el crítico asturiano Sánchez Calvo o el profesor Gumersindo de Azcárate. Así mismo,
algunos clérigos mostraron posturas más abiertas y neutrales que las
habituales, como el cardenal Ceferino González (que vivió una evolución en este
aspecto) y el dominico Fray Tomás González de Arintero.[14]
La polémica daimieleña sobre el
evolucionismo se situaría en la tercera etapa de las cuatro en las que le
profesor Glick dividió cronológicamente la recepción del darwinismo en España.[15] Una etapa iniciada en
1880 y en la que ya se estaría produciendo la consolidación del evolucionismo
en la comunidad científica y entre los intelectuales liberales. A esta tercera
etapa le habría precedido una primera, comprendida entre 1859 (Año de la
publicación de El origen de las especies de
Darwin) y 1868, fecha del comienzo del Sexenio Revolucionario, y una segunda
comprendida entre 1868 y 1880. En la primera etapa, la difusión de las ideas de
Darwin habría sido lenta y escasa, reservada a unos pocos ensayos y reseñas en
revistas especializadas de escasa circulación. Pero la segunda etapa
(1868-1880) se habría caracterizado por ser la de un gran debate entre
partidarios y detractores del darwinismo. A partir del año siguiente a la
publicación de la obra de Darwin The
Descent of Man (1871) habría comenzado una fuerte polémica, en la que la
jerarquía católica se manifestaría en
decidida oposición al darwinismo y condenaría tajantemente obras que lo
defendían. Frente a esta oposición, habría habido en los últimos años de este
periodo una creciente actividad en defensa de Darwin procedente de las
tendencias liberales y librepensadoras. Una cuarta etapa de esta recepción
española de Darwin, posterior a la de 1880-1936, sería, según el profesor Glick
la que iría desde el final de la Guerra Civil hasta la fecha de publicación de
su artículo, caracterizada por una apropiación y defensa católica del
evolucionismo con apoyo en la obra de Teilhard de Chardin[16].
4. Conclusión
Quisiera destacar sobre todo en la conclusión de esta
ponencia el reconocimiento de que en la época de la polémica que tratamos
existía en Daimiel una burguesía culta interesada en temas filosóficos y científicos de alcance
cosmovisional , es decir, relativos a la visión del mundo y de la vida en él.
Es cierto que el interés profano por estos temas es hoy más difícil que
entonces por la especialización creciente a la que se han visto sometidas tanto
la ciencia como la filosofía.
El tema del evolucionismo es un tema en principio
científico, pero que tiene un indudable alcance filosófico. Si coincidimos con
Kant en que en la pregunta “¿Qué es el hombre?” se resumen todas las preguntas
de la filosofía, veremos la importancia que tiene el tema de la evolución, pues
incide directamente en la respuesta que se dé a esta pregunta por la esencia
del hombre, la pregunta en torno a la cual se constituye la llamada
antropología filosófica. El profesor Gustavo Bueno Martínez decía que se podía
contestar a esta pregunta como si contestáramos a la pregunta “¿Qué es el
cocodrilo?”. Deberíamos entonces decir que el hombre es un mamífero que ha
evolucionado a partir de los primates antropoides, que dieron lugar Astralopitecus,
al homo habilis, al homo erectus, etc. , igual que decimos que el cocodrilo es
un reptil que ha evolucionado a partir de otro animal anfibio, etc. De esta
manera, con un materialismo reduccionista que ha asumido el naturalismo
evolucionista quedaría rebajada la presunta sublimidad filosófica de la
pregunta por el ser del hombre.
Con respecto a la situación científica actual del
evolucionismo darwinista, podemos decir que aunque los científicos discuten aspectos
importantes de la Teoría Sintética de la Evolución (neodarwinista), esta teoría
carece globalmente de rivales dignos de mención[17]. Este es, al menos, el
consenso reinante en la “ciencia normal”[18] de nuestros días. Así,
una autoridad biológica en el tema como Francisco J. Ayala afirma: “La ciencia
ha demostrado más allá de la duda razonable que los organismos evolucionan y se
diversifican a lo largo del tiempo, y que sus rasgos son fruto de un proceso,
la selección natural, que explica su ‘diseño’ “.[19]
En la época de Darwin, esta evidencia era resultado del
estudio comparativo de los organismos vivos, de su distribución geográfica y de
los restos fósiles de organismos extintos. En la actualidad, otras disciplinas
biológicas recientes como la genética, la bioquímica, la fisiología, la
ecología, el estudio del comportamiento animal (etología) y, especialmente, la
biología molecular, han aportado pruebas adicionales y reforzadas de la
correspondiente evidencia. En torno a estas nuevas disciplinas se ha
constituido científicamente la llamada Teoría Sintética de la Evolución o
neodarwinismo.
Precisamente, en los últimos tiempos ha surgido un
movimiento pretendidamente científico que disiente de esta teoría neodarwinista
de la evolución. Es el movimiento que apoya la famosa Teoría del Diseño
Inteligente o “ciencia creacionista”. Aparte de los argumentos científicos
contra esta teoría , que en tanto recurre a la intervención de causas
sobrenaturales e hipótesis no contrastables puede ser considerada como
esencialmente no científica y no solo coyunturalmente, el notable biólogo y
también teólogo Francisco J. Ayala (ex-padre dominico, pero que parece
mantenerse fiel a la fe católica) ha ofrecido en su libro Darwin y el Diseño Inteligente interesantes argumentos teológicos
contra el “creacionismo” de la Teoría del Diseño Inteligente: pensar que Dios
ha diseñado la naturaleza es hacer responsable de toda la crueldad y el sadismo
que se encuentran en ella (prácticas de los animales carnívoros, fenómenos
especialmente sádicos en el ámbito del parasitismo, prácticas sexuales como la
de la mantis religiosa, etc.); si todo esto se atribuye, por el contrario, a la
autonomía de la naturaleza regida por el principio de la selección natural a
través de la lucha por la existencia, libramos a Dios de ser el responsable de
semejante cantidad de sufrimiento natural. Lega a decir Ayala que el Diseño
Inteligente haría responsable a Dios de la enorme cantidad de abortos
espontáneos que se producen en la especie humana. Si todo esto lo atribuimos a
un proceso de selección natural tendríamos resuelto, según Ayala, el problema
clásico de la teodicea, es decir, el problema de hacer compatible la existencia
de Dios con el mal natural. Este habría sido, según palabras de este biólogo
español, nada menos que el “gran regalo” de Darwin a la teología.
En general, sobre la cuestión del posible conflicto entre creencia
religiosa y evolucionismo existen hoy las siguientes posturas:
La postura que defienden algunos científicos evolucionistas
como el ya mencionado Francisco J. Ayala, pero también otros como Stephen Jay
Gould,[20] agnóstico, es que ciencia
y religión se refieren a ámbitos distintos de la realidad, respectivamente el
ámbito de los hechos naturales y el ámbito de los valores y del sentido y que
por tanto el conflicto entre ellas no tiene por qué darse.
Junto a esta postura “de centro” (y no sabemos si por ello
virtuosa, como hubiera querido Aristóteles) estarían los dos extremos
representados respectivamente por los creacionistas del Diseño Inteligente, por
una parte, y, en el extremo opuesto, por
autores como el terrible científico ateo Richard Dawkins. Ambos extremos
estarían de acuerdo en que creencia religiosa y evolucionismo darwinista son
incompatibles. Pero mientras los defensores del Diseño Inteligente negarían la
validez del evolucionismo darwinista, Dawkins y compañía afirman la
obsolescencia de la religión debido a la cientificidad del evolucionismo
darwinista.
Con todo este panorama, podemos decir que, como ha sido
dicho con respecto a Darwin, “con él llegó el escándalo”[21]. Hemos visto como este
escándalo llegó también a Daimiel.
BIBLIOGRAFÍA
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RUSE,
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Cristiano?(La Relación entre Ciencia y Religión), Madrid, Siglo XXI
[1] Conviene recordar que Darwin también admitió y tuvo en
cuenta la selección sexual como mecanismo coadyuvante a la evolución de las
especies. Por la selección sexual quedarían explicados la persistencia y el
desarrollo de rasgos que no sirven para la adaptación al medio, como son, por
ejemplo, los conocidos casos de la
cola del pavo real o
la cornamenta de los ciervos. Ortega y Gasset en su imprescindible artículo de
1927 “La elección en amor” afirma que fue una de las grandes ideas de Darwin el
señalar que el instinto sexual es por sí selectivo. (Cf. José Ortega y Gasset, Obras Completas, Tomo V,
Taurus/Fundación José Ortega y Gasset, 2006 pg. 504, nota.)
[2] PELAYO, Francisco: “El impacto del darwinismo en la sociedad
española del siglo XIX” en Hispania nova, num.14, año 2016, pg. 313
[5] Ibidem, pg. 29; Cf.
también NUÑEZ, Diego (1975), La
Mentalidad Positiva en España:
Desarrollo y Crisis, Madrid, Túcar, Capítulo VI, “La presencia del
evolucionismo en el pensamiento español decimonónico”
[7]HAECKEL,
Ernesto (s.f.): Historia de la Creación
de los Seres según las Leyes Naturales, Valencia , Prometeo, pgs. 111-117,
Tomo Segundo
[10] Sobre la recepción de la obra de Haeckel en España cf.
PELAYO, Francisco, Ciencia y Creencia en
España durante el Siglo XIX, Madrid, CSIC, Capítulo VIII, “El materialismo
naturalista y la difusión del evolucionismo haeckeliano en España”
[11] Cf. MINOIS, Georges (2016): La Iglesia y la Ciencia, Madrid, Akal, pgs. 905-918, 1111-1118, y
RUSE. Michael (2009):¿Puede un Darwinista
ser Cristiano? Madrid, Siglo XXI, pg.63
[13] Para los datos que anteceden, cf. NUÑEZ, Diego (1969), El Darwinismo en España, Madrid,
Castalia, Estudio Preliminar, pgs. 24-43
[14] Cf. Asimismo para todo lo que antecede NUÑEZ, Diego, op.cit.
Y también IDEM. La Mentalidad Positiva en
España: Desarrollo y Crisis, Madrid , Túcar, Capítulo VI, “La presencia del
evolucionismo en el pensamiento español decimonónico”
[15] Cf. PELAYO, Francisco (2016), “El impacto del darwinismo en
la sociedad española del siglo XIX” en Hispania Nova, num. 14, año 2016 (http://www.uc3m.es/hispanianova).
Cf. asimismo GLICK, Thomas F. (1975), Darwin
en España, Madrid, Peninsula
[16] Hay que advertir que las ideas de Teilhard de Chardin no
constituyen una teoría científica que reconcilie la evolución con el
creacionismo religioso, como piensan algunas personas religiosas
bienintencionadas, sino que se trata de ideas de tipo filosófico y teológico,
basadas en una peculiar cristología evolutiva, que no son contrastables con la
realidad empírica.
[17] CARMENA, Ernesto, El
Diseño Inteligente, ¡Vaya Timo!, Madrid, Laetoli, pg. 52. A pesar del
título, poco afortunado y provocador de este libro, propio de una colección de
libros de la editorial Laetoli dedicada a la divulgación cientificista más que
científica, su autor, licenciado en Biología y divulgador científico, ofrece en
él un buen resumen de la posición científica “normal” y consolidada en esta
cuestión del evolucionismo frente a los que la impugnan desde las posiciones
neocreacionistas defensoras del llamado Diseño Inteligente
[18] Uso el término “ciencia normal” empleado por el filósofo de
la ciencia Thomas S. Kuhn para designar el consenso de la comunidad científica
de una época dada sobre lo que es válido científicamente, pero el uso de tal
término no implica por mi parte la asunción de un punto de vista relativista
sobre la ciencia y su progreso, sino que tal uso pretende solo describir la
situación de hecho sobre lo que es aceptado en nuestra época como
científico.
[20] Cf. JAY GOULD, Stephen (2000): Ciencia versus Religión (Un falso Conflicto), Barcelona, Crítica
[21] Cf. ESCUDERO PÉREZ, Alejandro, Hojas de Ruta, Madrid , Ápeiron Ediciones, pgs. 157-193. El
capítulo IV de este libro, titulado “La ruta del poshumanismo”, es muy
recomendable para el conocimiento de las implicaciones filosóficas del
darwinismo.