martes, 27 de octubre de 2020

Contra la filosofía kitsch y paleta

 Los ( o las) que divulgan, y en algún caso enseñan, la filosofía haciéndola “bonita” e “interesante” son paletos ( o paletas) filosóficos ( o filosóficas). La filosofía o sirve para romper con el sentido común de la vida “normal”, “burguesa”, o se convierte en un mero decorado cultural para uso de mentes sensibleras o que no tienen nada de auténticamente filosófico en su convencionalidad banal. Con cuatro tópicos y cuatro ideas simplificadoras se puede hacer una filosofía que lo mejor es que no estuviera ni en los planes de estudio de la secundaria. Es indignante que la mayor y más peligrosa aventura intelectual del hombre occidental quede reducida a mera cultura aparente socialmente. 

La filosofía o es trágica y “antiburguesa”, en el sentido de opuesta a toda autosatisfacción en la vida del “ciudadano normal”, o mejor que desaparezca completamente de la civilización. Como conjunto de ideas digeribles por el alma de los filisteos y las filisteas de la sociedad “normal”, la filosofía merece su aniquilación.

Los que en nuestros comienzos con la filosofía nos entusiasmábamos con Nietzsche, no podemos aguantar la vulgarización sensiblera de la filosofía para uso de mentes filisteas, su reducción a mera cultura facilona y compatible con ideas vulgares que se disfrazan de falsa profundidad u originalidad, cuando lo único que se ejerce es un pensamiento basado en los tópicos más necios y más populacheros de la ilustración más superficial.

 Hoy hay mucho paleto filosófico y mucha filosofía kitsch que hace más daño a la auténtica filosofía que todos los planes tecnocráticos de los ministerios de educación de turno.

sábado, 24 de octubre de 2020

Sobre el “cientificismo”

 Sobre el cientificismo 


Respuesta a un corresponsal con el que estoy manteniendo un debate sobre el “cientificismo”: 


Me he decidido a escribir mi respuesta y aquí te la envío. No sé si me ha salido muy bien, pero aquí te la envío y creo que encontrarás material para responderme por tu parte. Espero que siga en marcha, tomándonos el tiempo que haga falta entre respuesta y respuesta, nuestra conversación.


 


Aquí  va mi respuesta. El tono puede ser un poco más radical e irritado que en mi anterior escrito, pero así no me ando por las ramas filosóficas y el debate puede hacerse más interesante.


 


Tu escrito me confirma mi idea de que es muy difícil superar el “sesgo cognitivo” a favor del materialismo que la ciencia impone a sus adeptos. Parece que piensas que el naturalismo materialista, que la ciencia demostraría, tiene un carácter emancipador y liberador del hombre frente a la ignorancia sobre sí mismo.


A esto se le pueden plantear varias objeciones:


No hay ninguna ciencia ni ninguna filosofía que puedan demostrar que el hombre es solo un animal más, perdido , como una contingencia cósmica, en una minúscula partícula de un universo inmenso. La ciencia solo puede explicar al hombre así, pero no puede demostrar que el hombre sea solo eso que ella puede explicar. El materialismo es una posición filosófica cuya verdad la ciencia no puede demostrar. Ella lo asume como un presupuesto metodológico de sus explicaciones, pero esto no significa que lo demuestre.


Que el materialismo sea prácticamente emancipador es también una opinión que propaga la ciencia culturalmente y psicológicamente, pero que cuesta compartir, considerando a qué grado de degradación vital, cultural e intelectual ha llevado el progreso material tecnocientífico y las ideologías a él aparejadas (positivismo, hedonismo, individualismo utilitarista estrecho y vulgar, economicismo, conformismo), que han producido una “normalización” de las personas, por no decir un aborregamiento, como jamás se había conocido en la historia.


 


La tercera objeción es más de fondo filosófico, pero es imprescindible sacarla a colación: si el hombre es una simple contingencia natural, su ciencia no puede pretender una validez objetiva universal y necesaria. En este caso, hay que considerar a la ciencia como un simple instrumento que da resultados porque así ha sido seleccionado en el proceso de evolución contingente del hombre. Y por lo tanto esto refuta la concepción de que la ciencia descubre como verdad innegable, indubitable, que el hombre es un ser material y naturalmente contingente. Si la verdad científica depende del hecho contingente de la naturaleza humana, la ciencia es un hecho natural que no puede pretender para su verdad la universalidad y necesidad de la verdad en su sentido ideal, sentido de la verdad que da la casualidad que como hombres poseemos. A este problema en realidad se refería Husserl con su frase “ciencias de hechos, producen meros hombres de hechos”. En definitiva, la ciencia como producto de un ser natural contingente , como mero hecho, se autorrefuta, no puede pretender para sí la verdad absolutamente segura y necesaria que el concepto fuerte, ideal, de conocimiento conlleva.


No sé si me explico, pero el problema es gravísimo, y creo que muchos científicos, tan dados a las “neurociencias” y otras disciplinas reduccionistas del hombre, no se enteran. Si la ciencia es un producto del cerebro humano, si depende de un hecho contingente de la naturaleza como ese, la ciencia se autorrefuta como conocimiento seguro. No es ni más ni menos que eso.


 


Pero frente a esto, tampoco hay razones filosóficas, digamos que “trascendentales”, que nos permitan defender el espiritualismo. Esto solo puede hacerse por una “voluntad de creer”, como diría William James, que tampoco vale, desde luego, para proporcionar conocimiento universal  y necesario. Pero podría ser justificado, el espiritualismo, aceptando el resultado de esa voluntad como un “como sí” que permite al hombre una vida más plena, rica, profunda y magnánima que el materialismo. Esto, desde luego, plantea muchos problemas relativos a la “calidad de vida” de la existencia bajo el materialismo y bajo el espiritualismo. Pero mi opinión actual es que la Ilustración ha producido un tipo de sociedad donde los engaños ideológicos, la servidumbre material y cultural de los hombres , y el estado de postración, miseria y fealdad de la vida no son menores que en las sociedades tradicionales.


No pienses que con esto estoy defendiendo, de ninguna manera, a la religión positiva, por considerarla yo preferible, en sentido pragmatista, al ateísmo materialista. En todo caso, yo defendería solo una religiosidad individualista, no dogmática ni ritualista y absolutamente por libre.   


Bueno, con todo esto se plantean muchos problemas y espero que me permitas seguir intentar aclararlos en próximos  escritos.


Enviado desde mi iPhone

jueves, 8 de octubre de 2020

RESPUESTA A ALGUIEN QUE ME PIDE CUENTAS DE MI “ANTICIENTIFICISMO”

 Quería comenzar dándote la razón en algo que vienes a decir en tu correo: mi libro tiene interés sobre todo como expresión de una subjetividad digamos peculiar o idiosincrática. Yo mismo lo reconozco en la presentación de mis panfletos que encabeza el libro. Pero también digo que este interés no se queda en un interés de valor únicamente psicológico, sino que esa subjetividad peculiar alcanza el nivel de algo interesante desde un punto de vista podemos decir que filosófico general. Yo he llegado a la conclusión de que lo más valioso que puede existir en el mundo es una subjetividad singular que dé expresión a su pensamiento no como erudición o conocimiento objetivo impersonal, sino como pensamiento incorporado en su existencia fáctica y efectiva.

Esto no es otra cosa que estar de acuerdo con Kierkegaard, que defendió ejemplarmente el valor de la subjetividad singular y el valor del pensamiento no alienado científicamente o filosóficamente de la existencia vivida y sentida. Cuando han caído los grandes principios y las grandes verdades universales y ya no es posible el mantenimiento de un “gran relato” o de “metarrelatos” vinculantes para todos y que sean la respuesta intangible a los grandes interrogantes humanos, lo único que queda es el individuo con su verdad particular y no fundamentable universalmente pero que él pude convertir en verdad viva y auténtica afirmándola como verdad incorporada en su existencia y sentida en ella. Esto es lo que Kierkegaard hizo con su fe religiosa, pero también en Nietzsche se puede encontrar, aunque con contenidos diferentes, esta voluntad de verdad personal existencial. Ya no es posible la verdad universal y necesaria, válida normativamente para todos, pero queda la propia verdad sentida, vivida y creída, que no es una magnitud despreciable, como piensa todo racionalismo,  sino que en ella y en su expresión está implicada la autenticidad de la propia existencia. Si no se puede proclamar ya una verdad que obligue a todos y que valga para todos, queda el expresar lo que uno siente y cree como la verdad que fatalmente lleva incorporada en su existencia y que constituye la perspectiva a la que uno no puede renunciar si no quiere renunciar a sí mismo. 

Mi subjetividad auténtica y fatal es desde luego abigarrada, contradictoria, confusa y desordenada, pero expresándola así, tal cual, permanezco fiel al imperativo formulado por Ortega y Gasset (que también puede ser incluido entre los autores que descubren la verdad vital individual tras la caída de los “grandes relatos” metafísicos y religiosos) de permanecer fiel al “fondo insobornable” de uno mismo, de coincidir con uno mismo como fórmula de esa verdad vital individual. Mi forma de coincidir conmigo mismo es mostrar, tal cual, el abigarramiento y contradictoriedad de mi pensamiento íntimo.

Pero repito que la expresión de mi pensamiento abigarrado y desordenado creo que no solo tiene un interés psico-patológico, sino que en ella hay autenticidad no sé si filosófica pero por lo menos humana. Estimo mucho la insistencia que aparece en la obra de Unamuno en que todo lo vivo tiene que ser contradictorio, y, como Nietzsche, rechazo todo sistematismo como dogmatismo antivital. Creo firmemente que una subjetividad que se contradice y que lucha abigarradamente con las ideas para tratar de expresar su complejidad y profundidad tiene más valor que todas las subjetividades cortadas de una pieza e ideológicamente unilaterales, incluso se puede decir que cosificadas, que hoy tanto abundan. Tengo la certeza de que soy una subjetividad que, más allá del interés psicopatológico que pueda tener, tiene un interés singular referido a la complejidad y profundidad de las ideas que expreso con mis lucha, contradicciones y abigarramientos.

Es algo que llama la atención el que al principio de la modernidad, cuando acababa de caer la cosmovisión medieval religiosa y políticamente unitaria, Montaigne en sus Ensayos pone su yo como tema central de su escritura, y que al final de la misma modernidad, cuando caen las grandes sistematizaciones metafísicas de la razón filosófica moderna, tanto Kierkegaard como Nietzsche, a los que habría que añadir al autor de la izquierda hegeliana Max Stirner, vuelven a descubrir el valor filosófico central del yo. Y no del yo “trascendental” descarnado del idealismo, sino del yo “de carne y hueso”, como decía Unamuno ( que también podría ser situado entre estos autores redescubridores del yo y su valor de verdad), y situado fácticamente en su perspectiva vital irremediable. 

Creo que los autores posmodernos se equivocan cuando dan como respuesta a la modernidad una metafísica negativa, invertida, afirmando la diferencia frente a la identidad, la pluralidad y la dispersión frente a la unidad, y lanzando una crítica de la subjetividad que alcanza no solo a la subjetividad filosófica idealista, podemos decir que “abstracta”, sino también a la subjetividad vital personal. Al cerrarse el ciclo de los “grandes relatos” de la metafísica moderna, lo único que queda es el individuo psicológico y su “verdad subjetiva”(según expresión empleada por Kierkegaard), es decir, la verdad de su autenticidad y de su expresión personal autoafirmativa.

Pero volviendo a la cuestión de esa autocomprensióncierta que tengo de mi subjetividad como subjetividad cuya expresión tiene un carácter humano vital que trasciende lo meramente referido a la curiosidad psicológica o psicopatológica, creo que aquí podemos encontrar un punto de apoyo para lanzarnos al tema de la discusión sobre el tema de la ciencia. 

Como en este caso de mi autocomprensión, creo que hay un conocimiento comprensivo de carácter intuitivo sobre lo humano que, siendo completamente ajeno a cualquier método científico, es un conocimiento más esencial y más valioso que el de cualquier ciencia. este conocimiento comprensivo-intuitivo de lo humano no es controlable por ningún método, ni puede constituir ninguna ciencia cuya verdad tenga un valor universal y necesario, pero nos permite una sabiduría el hombre y de 

la vida que es más importante que cualquier ciencia, ya sea esta ciencia natural o ciencia social. 

El gran matemático y gran pensador Pascal estableció una oposición entre un “esprit de geometrie” y un “esprit de finesse”. Pues esta comprensión intuitiva de lo humano, que yo defiendo frente a todo saber científico, pertenecería al “esprit de finesse” opuesto al “esprit de geometrie” de la ciencias. Y hablando de Pascal, hay que recordar que él tuvo el acierto de en su pensamiento religioso y filosófico no guiarse por su sabiduría científica , sino de lanzarse a la intemperie del pensamiento existencial sin base científica. En el parágrafo 687 de sus “Pensamientos” dijo este profundo sabio francés en alusión a su saber físico-matemático: “Cuando comencé el estudio del hombre, he visto que las ciencias abstractas no son propias del hombre y que me desviaba de mi condición penetrando en ellas, más que los otros ignorándolas”.

Como he dicho, creo que el conocimiento del hombre y de la vida debe estar basado en la comprensión intuitiva y no en ninguna ciencia positiva.

En concreto, las ciencias naturales tienen una función explicativa, que ellas realizan mediante la subsunción de lo individual como caso particular en leyes generales, pero no pueden aportar nada a la comprensión de lo humano, que requiere la intuición esencial y valorativa de lo individual en tanto que individual, sin reducirlo a caso de una ley general. Estoy utilizando la diferenciación hecha por los neokantianos entre ciencias “nomotéticas” y ciencias “ideográficas”, es decir, entre ciencias naturales que funcionan explicando su objeto mediante su reducción a caso de una ley general (nomos) y ciencias históricas, humanas o del espíritu, como ellos decían todavía, que tratan lo individual (idios) comprendiéndolo es un su carácter irrepetible irreductible a ser caso de una ley general.

Sin embargo, yo no diría que la comprensión de lo humano irrepetible e irreductible pueda constituirse en ciencia, aunque sea en ciencia de la comprensión “ideográfica” y no ciencia de la explicación “nomológica”. Para mí esa comprensión de lo humano está dispersa en la vida, en la vida psicológica del sujeto fáctico, y no s encuentra en lo que llamamos hoy ciencias sociales. Ellas pueden dar un material descriptivo o teórico que puede estimular y ayudar a la comprensión, pero donde se realiza la comprensión de lo humano no es en ellas sino en las vidas fácticas de los sujetos psicológicos capaces de comunicación y de comprensión intuitiva a través de ella. 

Yo estoy dispuesto a admitir que la única racionalidad que existe es la racionalidad “nomológica”, la de las ciencias positivas naturales basadas en leyes generales y que el campo de la comprensión es un campo irracional donde el conocimiento no puede desarrollarse de manera lógico-discursiva ni demostrarse o fundamentarse de tal manera que se convierta en conocimiento universal y necesario vinculante para todos. Pero aun así, ese terreno de lo humano comprendido vitalmente e intuitivamente, no racionalmente ni discursivamente, es más esencial que el terreno científico. Sócrates, como personaje de Platón, en el diálogo de este titulado “Fedro”, dice en un famoso pasaje que él se había dedicado en su juventud a la filosofía de la naturaleza en la línea de los filósofos jonios, pero que más tarde había comprendido que el verdadero interés y el verdadero valor del conocimiento estaba en tomar a lo humano como su objeto. Creo que hay que insistir en este interés socrático, incluso aunque haya que renunciar a un conocimiento racional del hombre, como el que Platón creía poder conseguir con su dialéctica dogmática, y conformarse con un saber de lo humano falible, perspectivístico y sujeto siempre a una certeza solo subjetiva que no se puede convertir nunca en evidencia objetiva absolutamente indubitable.  

Ya sabes que la filosofía de la ciencia insiste en el carácter falible del conocimiento científico, en que, como se dice vulgarmente, lo que dice la ciencia “es verdadero mientras no se demuestre lo contrario”. Pero creo que se puede admitir que  en la ciencia hay racionlaidad en tanto proporciona un conocimiento universal y necesario, si no de lo que es verdadero definitivamente, sí de lo que no puede ser verdadero de ninguna forma, según la ortodoxia falsacionista. Por ejemplo el heliocentrismo o la teoría del flogisto estarían falsadas de una manera universal y necesaria. En el conocimiento comprensivo de lo humano no habría tal racionalidad en tanto no hay en ella ningún conocimiento, positivo o negativo, universal y necesario. Toda comprensión de lo humano, al no ser racional-discursiva, es falible, perspectivística relativa  a valores que vienen dados por la situación fáctica contingente del que comprende. Pero aun así,lo esencial estaría en ese terreno falible y perspectivístico, en ese terreno donde solo existen puntos de vista que están condenados a combatirse mutuamente sin cesar, a verse envueltos en una lucha cultural sin cuartel. Pero en ese terreno sofístico, podemos decir frente a la seguridad y fundamentación del conocimiento perseguidas por Sócrates y Platón, es al que hay que lanzarse como hombres interesados en la vida y en la autenticidad subjetiva de su conocimiento, que no sería pura teoría sino captación de la vida en su pertenencia a nuestra identidad y a nuestra autenticidad subjetivas.

Ortega y Gasset hizo bellos y notables esfuerzos, en su teoría perspectivística de la verdad, para defender que el carácter perspectivístico de lo que el individuo aprehende no significa que se trate de algo ilusorio, sino que la perspectiva se trata d eun aspecto de la verdad de la realidad, tal y como esta es dada a ese individuo. Ortega termina invocando una concepción dialógica de la construcción intersubjetiva de la verdad, al afirmar que las diversas perspectivas que muestran aspectos parciales de la verdad de la realidad deben confluir comunicativamente para ir formando progresivamente una verdad total siempre en procedo abierto de constitución. Yo tiendo a ver en las distintas perspectivas y su interacción un aspecto más polémico. Pienso que deben entrar en lucha cultural aguerrida, más que en un proceso comunicativo de colaboración , que hoy, dentro de la ética del discurso de los filósofos Apel y Habermas, está bastante de moda. Pero frente a este enfoque comunicativo de la ética del discurso, pienso que hay insistir en una actitud de autoafirmación individualista de lo dado por la propia perspectiva y de su expresión, entendidas como esa verdad individual de la que hablábamos al principio de este escrito. 

   Y ya que estamos con Ortega, podemos poner un ejemplo de lo que para mí ha sido durante mucho tiempo una certeza subjetiva perspectivística que he afirmado como mi verdad individual polémicaSe trata de la comprensión human que yo he tenido,, y en buena medida sigo teniendo, de la psicología de los científicos y de su cultura ideológica. En esta comprensión yo me sentía plenamente de acuerdo con las siguientes aseveraciones que Ortega escribía en La rebelión de las masas dentro de un capítulo titulado “La barbarie del especialismo:

“Pues bien: resulta que el hombre de ciencia actual es el prototipo del hombre-masa. Y no por casualidad ni por defecto unipersonal de cada hombre de ciencia, sino porque la ciencia misma –raíz de la civilización- le convierte automáticamente en hombre-masa; es decir, hace de él un primitivo, un bávaro moderno.

(…)

Y, en efecto, ése es el comportamiento del especialista. En política, en arte, en los usos sociales, en las otras ciencias, tomará posiciones de primitivo, de ignorantísimo; pero las tomará con energía y suficiencia, sin admitir –y esto es lo paradójico- especialistas de esas cosas. Al especializarlo, la civilización le ha hecho hermético y satisfecho dentro de su limitación; pero esta misma sensación íntima de dominio y valía le llevará a querer predominar fuera de su especialidad. De donde resulta que, aun en este caso, que representa un máximum de hombre cualificado –especialismo- y, por tanto, lo más opuesto al hombre-masa, el resultado es que se comportará sin cualificación y como hombre-masa en casi todas las esferas de la vida. 

La advertencia no es vaga. Quien quiera puede observar la estupidez con que piensan, juzgan y actúan hoy en política, en arte, en religión y en los problemas generales de la vida y el mundo los “hombres de ciencia”, y claro es, tras ellos, médicos, ingenieros, financieros, profesores, etcétera. Esta condición de “no escuchar”, de no someterse a instancias superiores, que reiteradamente he presentado como característica del hombre-masa, llega al colmo precisamente en estos hombres parcialmente cualificados. Ellos simbolizan, y en gran parte constituyen el imperio actual de las masas, y su barbarie es la causa más inmediata d ela desmoralización de Europa”. 

Esta valoración que Ortega hace de la mentalidad de los científicos, considerados como prototipo del “hombre-masa”, a mí me parece justa y adecuada a la realidad de los científicos que he conocido en mi vida hasta hace poco. Ya he dicho que últimamente, gracias a las redes sociales, he empezado a conocer científicos que se pueden librar de la inclusión en este retrato que Ortega hace de ellos. Cabría aquí salir con la vulgaridad de que, aunque la mayoría de los científicos son de pensamiento simplón y superficial, hay excepciones, pero a mí me parece más ajustado e incisivo decir que los científicos que no han caído víctimas de una mentalidad vulgar han tenido la suerte de adquirir, por medios académicos o autodidactas, una formación cultural distinta de la científica. En teoría y según los planes de estudio vigentes, todos los que han pasado por el bachillerato, aunque sea el de ciencias, tendrían que tener esta formación humanística no científica, sin embargo la realidad es que la mayoría de los científicos carecen de la mínima formación filosófico-literaria e histórico-política necesaria para librarse de la vulgaridad de pensamiento. Pero esto es debido a algo de lo que no es culpable la ciencia, sino la pésima situación de la enseñanza de las humanidades en el bachillerato.

Como dijo el matemático y filósofo Edmund Husserl en su libro “La crisis de las ciencias europeas”, ciencias de hechos hacen meros hombres de hechos, es decir, sometidos a la vulgaridad de un positivismo utilitarista completamente ayuno de ideales y valores normativos superiores. Pero el problema está en que no se ofrece educativamente nada que pueda compensar la vulgaridad de pensamiento que yo sí creo que la formación científica favorece. La culpa no es de la formación científica, que necesariamente, para ser efectiva, necesita hacer abstracción de todo valor crítico “sublimador”, sino de que no se ofrece una formación humanística que pueda tener una función “idealizadora” y enriquecedora del pensamiento.

Yo estoy convencido de que la formación científica, si no tiene esta compensación, en estratos pequeñoburgueses crea filisteísmo, es decir hostilidad hacia la cultura literario-filosófica, y en estratos más cultos produce un “sesgo cognitivo” que lleva  aposiciones filosóficas e ideológicas superficiales, generalmente ligadas al positivismo o a formas bien ingenuas o bien dogmáticas de materialismo. 

El “tipo ideal” de científico, susceptible de ser aprehendido comprensivamente mediante la intuición de lo que son ,os científicos de “término medio”, se caracteriza por una mentalidad cultural y política superficial, que se traduce en lo que respecta a lo político por un progresismo filantrópico vulgar y en lo que respecta a lo cultural por una consideración de la cultura como ornamento de la vida marcada por el utilitarismo “materialista”. La mentalidad política del progresismo filantrópico me parece que desconoce duras verdades relativas a la naturaleza humana y la consideración de la cultura como ornamento estético de la vida “materialista” (o como a mí me gusta decir, burguesa) es una entera falsificación del significado de la auténtica cultura.

Y no digo que todos los científicos sean como Homais, el boticario positivista filisteo que aparece en la novela “Madame Bovary”, pero he tenido la mala suerte de conocer a muchos científicos que sí son un fiel reflejo de este famoso e inolvidable personaje de Flaubert. 

Bueno, voy a concluir esta comunicación, pero tengo que complementarla con una próxima segunda parte, pues aquí me he limitado más bien a una crítica psicológica y cultural de los efectos de la ciencia, y queda pendiente entrar en cuestiones filosóficas de fondo. Tendré que tratar de insistir, y en la medida de lo posible aclarar , la idea de lo que parece una contradicción en los términos, me refiero a la idea de “verdad subjetiva”. Hay que darle más vueltas también a la cuestión de que el problema no está en los usos que se hacen de la ciencia, ni siquiera en sus efectos ideológicos, psicológicos o culturales, sino que la ciencia en su esencia operativa estáimbuida de determinada actitud ante la realidad y dedeterminada comprensión de la misma realidad que son las responsables de todo lo demás que se deriva de ella. Hay que ver también la cuestión, a la que tú creo que te refrías en  tu mensaje, de si la ciencia con su materialismo, que ella propaga pero que en ningún caso, como postura filosófica, ella puede demostrar, tiene o ha tenido un efecto emancipador.

Bueno, próximamente intentaré reflexionar y escribir sobre todo esto.