sábado, 30 de noviembre de 2019

APUNTES PARA UN DISCURSO SOBRE “LAS CIENCIAS Y LAS LETRAS”

(escrito hacia el año 2000)


“La conversación no decaía un momento; la princesa no tuvo que echar mano de las dos piezas de artillería que reservaba para los casos en que no se hallaba tema para charlar: el bachillerato de letras y el de ciencias y el servicio militar obligatorio”.

León Tolstoi, “Ana Karenina”


Desde que C. P. Snow publicara su libro “Las dos culturas” periódicamente se ha reproducido en medios intelectuales la típica discusión de los institutos y colegios mayores sobre ventajas e inconvenientes, méritos y deméritos de ciencias y letras. Comúnmente la discusión se establece en términos psicológicos y sociológicos, que en sí mismos son irrelevantes, pero detrás de la cuestión sí hay problemáticas que son más esenciales, como la de sí existe un criterio claro de demarcación metodológica entre ciencias de la naturaleza y ciencias del hombre, la crítica política de la razón instrumental, qué es lo que puede querer decir la aseveración orteguiana de que existe una razón histórica y vital distinta de la razón científico-natural, etc.
No es mi intención insistir en la cháchara humanista en defensa de las letras con la que últimamente nos machacan hasta los gobiernos, sino solo ofrecer unas pequeñas glosas, más bien desordenadas y de carácter “culturalista”, sobre el particular. 

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Cuenta don Marcelino Menéndez-Pelayo en esa maravilla que es su “Historia de los heterodoxos españoles” que en la Edad Media hubo un curiosísima secta que defendía que cualquier cosa que se encontrara escrita en un libro era verdadera.
La tradición humanista, sin llegar a tanto, supone siempre que en las “escrituras” literarias se encierra una verdad humana universal, lo cual puede ser una suposición tan contingente históricamente, tan desmontable genealógicamente, como esa suposición que Foucault estudia a través de un amplio desarrollo que alcanzaría su apogeo con las prácticas confesionales y posteriormente psicoanalíticas y del que acabaría saliendo latan influyente políticamente “hipótesis represiva”, suposición según la cual la sexualidad sería el lugar donde se depositaría una profunda verdad personal. 
A propósito de escrituras, uno tiene la impresión de que los griegos, a pesar de lo que digan Nietzsche y compañía, eran gente más bien de ciencias, mientras que los judíos, con su Ley, sus Escrituras y su historicismo trascendente y obsesivo, eran como más de letras, hasta el punto de que la contraposición Atenas-Jerusalem, que hoy tan de moda está en la filosofía hermenéutica de la religión, podría entenderse como un enfrentamiento entre el Número y el Verbo. En tiempos de Jesús se decía entre los rabinos lo siguiente: “¿Cuándo estudiaré la ciencia gringa? Cuando no sea ni de noche ni de día, pues esta escrito: estudiarás la Ley noche y día”. Desde una postura anticientificista se le podría decir al joven intelectual de hoy: ¿Cuándo estudiarás la ciencia físico-matemática? Cuando no sea ni de noche ni de día, pues estudiarás la literatura, en todos sus géneros, incluyendo el metafísico, noche y día. 

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Existe un parentesco entre filosofía y matemáticas que a muchos sorprende cuando se habla de él. Tal vez no sea mucho lo que la filosofía tenga que decir a las matemáticas, a pesar de sus pretensiones de fundamentación, que en la mayoría de los casos pueden resultar ridículas o patológicas, pero sí es mucho lo que la filosofía le debe a las matemáticas o por lo menos a gente con formación matemática:
Temas muy queridos por los filósofos “de letras” como la dialéctica o la visión no mecanicista sino dinamicista y organicista de la realidad hunden sus raíces últimas en determinadas direcciones de la filosofía de uno de los creadores del cálculo diferencial, Leibniz. La imponente gigantomaquia del idealismo alemán poskantiano, con su atractivo ético ( Fichte), historicista (Hegel) o de visión de la Naturaleza alternativa a la tecnocienífica (Schelling), tampoco hubiera sido posible sin la aportación del matemático y óptico práctico Spinoza y su “Ética more geometrico demostrata”. Si en el siglo XX ha habido una filosofía sólida distinta del positivismo, de la que han estado alimentándose existencialistas, hermeneutas, personalistas y demás, ha sido gracias a la invención de la fenomenología por un matemático llamado Edmund Husserl. 


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Los argumentos anticientificistas que muchas veces se plantean no pasan de ser a menudo tópicos humanistas de una notable baratura, como ese de la “barbarie de la especialización”, cuando resulta ridículo pensar, como dice el profesor Gustavo Bueno, que un bárbaro pueda ser especialista en algo. ( Lo mismo podría decirse de la expresión mayo-sesentayochista de “idiotas especializados”, expresión que habría suscrito por ejemplo Ortega, autor sobre el que, por cierto, uno ha pensado muchas veces que, a pesar de lo antipático que puede resultar frecuentemente desde el punto de vista político, con su desprecio de las masas y su “prefascismo” de las minorías dirigentes, se habría sentido entusiasmado con el movimiento parisino de Mayo. Quede para otro artículo el tratar de mostrar lo necesaria que es ahora mismo, desde el punto de vista de la propia izquierda “auténtica”, la desmitificación de ese movimiento, con sus frases literarias de baja calidad y sus nefastas consecuencias en el campo, por ejemplo, de los planteamientos pedagógicos).
Los argumentos psicológicos y sociológicos son los que suelen emplear los padres “convencionales” para que sus hijos estudien ciencias. Sin embargo, recuerdo que cuando se producían mis primeros escarceos con la literatura y la filosofía, estando todavía en el bachillerato, mi padre trataba de disuadirme con argumentos como el de que los literatos solían ser malas personas, en apoyo de lo cual me remitía a un libro de Ortega donde al parecer se hace ese juicio a propósito de Ortega (argumento psicológico pero culto), o que Kant en su “Crítica de la Razón Pura” había dejado demostrado definitivamente ( se refería al famoso pasaje de las Antinomias de la Razón en la Dialéctica Transcendental) que los problemas filosóficos básicos no podían tener solución alguna, por lo que era mejor olvidarse de ellos. Incluso cuando, en una situación algo más dramática, no pude seguir ocultando mi entusiasmo por Marx y Nietzsche de consuno, me decía que esos autores habían escrito hacía más de cien años, cuando, por ejemplo, las casas no podían tener agua caliente, pero que la consolidación posterior del mundo burgués y capitalista, al proporcionar un bienestar generalizado, había hecho sus críticas totalmente obsoletas. Uno debe agradecer, desde luego, tener un padre que le oponía tales argumentos y no el filisteísmo crudo que suele ser más frecuente entre la pequeña burguesía. 
El filósofo abecedario José Antonio Marina ( que es de esos autores que cuando hablan o escriben parece que están en posesión del Santo Grial de la condición humana y tienen a bien aleccionarnos para que alcancemos la perfección con su palabra salvífica) afirma, seguramente con razón, que más que insistir en la enseñanza de las humanidades lo que hay que hacer es mostrar que existe una manera humanista de enseñar las matemáticas o la física. 
Recuerdo que en las clases de Física y Química de segundo de bachillerato se nos dijo en alguna ocasión que en muchas ocasiones la ciencia divergía del mundo aparente de los sentidos, como cuando, por ejemplo, la física atómica nos revelaba como una materia llena de “huecos” lo que a nuestros sentidos les parece materia compacta. Importante observación que puede llevar directamente al crucial tema filosófico de la relación entre el mundo tal y como lo describe y explica la ciencia y el mundo de la vida, tema en el que se atraviesa de lleno toda la fenomenología. Es evidente que la teoría científica puede dar mucho juego de este tipo, y no voy a descubrir ahora que los problemas centrales de la filosofía, que no es de ciencias ni de letras, como les gusta decir a algunos colegas, tienen su origen, sobre todo en la época moderna, donde el problema fundamental es el del conocimiento, en cuestiones lógicas y metodológicas que se plantean en lo más general de la teoría científica. 
Pero igual que Hegel decía que no hay filosofía que valga si no se entra en el arduo trabajo del concepto, si lo que se quiere es instruir personas con una sólida formación científica no queda más remedio que internarse de lleno en el terreno del todavía más arduo trabajo de la razón calculador ( como bien hacíamos en esas clases de segundo, que me aterrorizaban), razón que obviamente es una razón “deshumanizada”, lo cual no quiere decir algo negativo, análogamente a como precisamente Ortega veía en el carácter deshumanizado del arte del siglo XX su superioridad sobre el arte romántico y sus secuelas, que con todas sus sublimidades y florituras nunca sería capaz de sacarnos de los estrechos límites de “lo que les pasa a Juan y María”. El carácter deshumanizado de la razón instrumental tecnocientífica nos saca de una manera efectiva, inmediata de las miserias psicológicas e ideológicas de lo “humano, demasiado humano”. En la ciencia sí que se pasa, de una manera efectiva, en el ejercicio, en lo que efectivamente se está haciendo, y no de una manera meramente intencionada o en la mera representación, como solemos hacer los profesores de filosofía, de la “doxa” (simple opinión) a la “episteme’ (conocimiento razonado).

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En relación con la formación de Michel Foucault hay algunas anécdotas significativas concernientes a nuestro tema: cuando se encontraba en la elitista Ecole Normal Superier eran los alumnos de letras los que despreciaban a los de ciencias y no a la inversa, como hemos tenido que sufrir los que hemos convivido en algún colegio mayor con “telecos” y otras mentes robóticas; cuando estaba en el bachillerato su madre se preocupó (su padre era médico) de que en el colegio donde estudiaba se contratará un buen profesor de filoso, pues consideraba que esa asignatura era fundamental y muy difícil, lo que es significativo de la diferencia entre la burguesía francesa, la más culta de Europa, y la burguesía que se estila por otros pagos.



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Anécdotas psicológicas y sociológicas de la Facultad de Filosofía son muchas las que podría contar: cómo algunos de los alumnos más brillantes, amigos míos, eran hijos de ingenieros de “teleco”; lo que decía un compañero que había estudiado Derecho y al acabar se había puesto a preparar las oposiciones para notario: “estar en aquella situación me producía preocupaciones muy gordas, así que me dije: voy a ir a un sitio donde pueda institucionalizar mi neurosis...ya sé, voy a ir a la Facultad de Filosofía”; la presencia en aquellas aulas de un nieto comunista, también amigo mío, de don Raimundo Fernández-Cuesta; la cantidad de alumnos que se habían matriculado allí, según decían, por prescripción facultativa; el numerito que una licenciada en matemáticas le montó a un profesor porque no le entendía ni “papa”; las peleas entre analíticos y metafísicos; las misoginadas de algunos profesores, etc. 



sábado, 23 de noviembre de 2019

A UNA FOLLAMIGA (Nueva versión)

Ricura y hermosura de tu cuerpo
con la alegría de esas tus tetas
y el travieso coñito quitapenas,
poderoso santuario de mi miembro.

Qué maravilloso es el folleteo
que me das sin pamplinas de burguesa
y me venga de tanta tía buena
que no me tiré cuando era tiempo.

¡Vaya marcha que tienes, niña mía!
Son nuestros polvos la Gloria Bendita
o bendición de Dios en nuestros días.

Me como feliz esa tu almejita 
para que estés contenta de la vida
gozando celestial filosofía. 




viernes, 22 de noviembre de 2019

A UNA FOLLAMIGA

Ricura y hermosura de tu cuerpo
con la alegría de esas tus tetas
y el travieso coñito quitapenas
que presiona poderoso mi miembro. 

Qué maravilloso es el folleteo
que me das sin tonterías burguesas
y me venga de tanta tía buena
que no me tiré cuando era tiempo.

¡Vaya marcha que tenemos, niña mía!
Son nuestros polvos la Gloria Bendita
o bendición de Dios en nuestros días.

Me como ya otra vez tu almejita 
para que estés contenta de la vida
gozando celestial filosofía.