La Iglesia católica como institución histórica tradicional tiene que jugar hoy un importante papel en el sostenimiento de una esfera cultural y psicológica privada que esté por encima de la razón pública moderna con la que no queda más remedio que organizar la convivencia política.
La misión de la Iglesia no debe ser reforzar esa razón pública con una ética ilustrada, de carácter filantrópico, progresista y universalista, sino abrir espacios privados para lo sagrado irracional y tradicional.
La Iglesia tiene que jugar un papel de compensación del racionalismo teórico y práctico del que hoy es imposible salirse en la esfera pública.
La Iglesia no puede aspirar a volver a ser el sistema político de poder tradicional que ha sido en su historia premoderna, pero puede ofrecer un material cultural para construir una identidad espiritual privada no moderna, ni progresista, ni ilustrada.
Esta posición supone aceptar algo muy mal visto por los tradicionalistas: la reducción de la eficacia de la religión a la esfera privada. Pero esto es inevitable. ¿ O piensa alguien que hoy es posible una recuperación de un poder público no legitimado en sentido moderno? En vez de hacer gestos, por muy llamativos o enérgicos que sean, a favor de una restauración del poder católico tradicional, lo que hay que hacer es procurar que la esfera privada no sucumba a las ideologías modernas que no dejan espacio para modos de vida culturales y psicológicos no basados en concepciones universal-formalistas de lo justo, sino en concepciones sustanciales no simplemente de vida buena sino de vida exaltada a lo sagrado, de vida que accede a lo irracional y lo no universal sino excepcional de lo sagrado.