jueves, 27 de febrero de 2014

NOTICIA SOBRE PROCESOS INQUISITORIALES CONTRA VECINOS DE DAIMIEL EN EL SIGLO XVIII Y PRINCIPIOS DEL XIX

He estado en el Archivo Diocesano de Cuenca viendo los legajos con los procesos habidos contra vecinos de Daimiel en el siglo XVIII y he llegado a la conclusión de que no ofrecen material suficiente para hacer un trabajo destinado a las próximas Jornadas de Historia, como tenía pensado.
El caso más interesante es el de Francisco Gil Medina, procesado en 1777 por proposiciones heréticas, pues se trata del caso de un librepensador con tendencias libertinas. Pero resulta que en la documentación del juicio se encuentra uno con que en realidad el acusado no era vecino de Daimiel, pues lo habían identificado primero como tal, y habían supuesto que había sido alcalde mayor de Daimiel, pero hechas las diligencias oportunas habían averiguado que no era vecino de Daimiel sino de Utiel. Una pena, porque este caso sí habría dado juego para un buen trabajo.

El caso de Josef Clemente Gastamón es el de un francés residente en Daimiel acusado de creencias supersticiosas en 1778. Su delator Joseph Martín de Bernardo, natural de Ciudad Real y vecino también de Daimiel, testifica que en una conversación con el acusado mantenida en la calle Arenas le había oído decir que "cogiendo un murciélago vivo o muerto y poniéndolo debajo del ara del altar, que dijese misa en aquel altar y se sacara y hecho polvo, se le echaran unos polvicos de aquellos a cualquier mujer que se quisiese y que se iría tras él (...) que aunque fuese hija de familia siempre tendría excusa para salir de casa".
Asimismo testificó el delator que "sabiendo que hacía aparecer toros y otras figuras le dije por mera curiosidad que cómo hacía aquello, a lo que me respondió  que él no hacía aquello porque era muy malo y era menester casi renegar de Dios, porque se cortaban tres varas iguales a lo largo y grueso, que representaban a las tres personas de la Santísima Trinidad y que puestas al fuego, mientras se hacía cierta mezcla de unos ungüentos luego se podían representar y aparentar toros y las figuras que se quisieran, pues del fuego y sacrificio de las tres divinas personas  que seguía el dicho efecto".

Luego está el caso de Fray Juan de San Agustín,que ya comenté en otra entrada de este blog. Se trata de un carmelita descalzo del convento de Daimiel que en 1730 invocó al diablo al estar harto de la persecución que sufría por parte de sus compañeros. La lectura del proceso no ofrece mayor novedad. Solamente sería de destacar que al parecer al realizar la invocación diabólica el fraile hizo una especie de reserva mental por la que pretendía no comprometer la salvación de su alma, de tal manera que una vez que el demonio le sacará del convento el pacto dejara entonces de tener validez. Esto viene, yo creo, a reforzar la idea, que ya expresé en la entrada anterior dedicada a este caso, de que en él estamos ante un síntoma de una neurosis religiosa,  una más de entre las muchas que la religión oficial ha provocado en la historia.

Hay un último caso, juzgado ya en el siglo XIX (1807) que afectó a fray Alberto de San José, prior de los carmelitas, al que se acusó de haber pedido en una confesión al penitente que le revelará el nombre de su cómplice en un hecho confesado, lo cual parece ser que estaba prohibido por la legislación eclesiástica de la época. Cuando tuve noticia de este caso y vi que se trataba de acusación por sospechas sobre la confesión pensé que se trataría de un caso de solicitación, es decir, de petición de relaciones sexuales a una penitente, lo cual hubiera sido mucho más interesante.

A estos casos habría que añadir el de Cándido Martin de Bernardo condenado por proposiciones heréticas y francmasón en 1818. Este habría sido el último proceso, salvo noticia diferente, contra un vecino de Daimiel llevado a cabo por la Inquisición,  que fue abolida de forma efectiva primero en 1820, comienzo del trienio liberal ( aunque ya había sido decretada su abolición primero por los franceses y luego por las Cortes de Cádiz), y luego definitivamente en 1834. Este último proceso se encuentra en el archivo de Toledo.