Los burgueses que creen en Dios
creen en Él porque piensan que gracias a Él tienen una familia, una profesión y
una instalación normal en la sociedad. Y eso es indignante. Es una tarea
religiosa urgente de nuestro tiempo llegar a una idea no burguesa de Dios. Pero
eso va mucho más allá de concebir una idea social-“izquierdista" de Dios; supone
tomarse en serio el mensaje evangélico de que el Dios cristiano es el Dios de
los fracasados y de los humillados y de los que sufren, que no son sólo los
oprimidos o marginados socialmente. Y en este punto hay que enfrentarse con la
terrible acusación de Nietzsche de que ese Dios es un Dios de los resentidos,
para lo cual hay que defender que la opción por los humillados y ofendidos de
un Dios que se pueda creer como existente por otras vías que la de la necesidad
que puedan sentir de Él los fracasados es una necesidad metafísica para Él
independiente de los efectos psicológicos que tal opción pueda provocar en los
elegidos por ella.