domingo, 1 de mayo de 2016

MAYO DEL 68: UNA REVOLUCIÓN PEQUEÑOBURGUESA

        
Este artículo forma parte de mi libro automedicado con megustaescribirlibros.com ("Mis panfletos intelectuales") http://www.juangregorioalvarez.com/



  

                                                    
Mayo del 68 representa el final simbólico de lo que podemos llamar cultura “clásico-burguesa” y el inicio de una cultura pequeñoburguesa de carácter hedonista, individualista, superficialmente ácrata en las costumbres e instalada en una autocomplaciente “movida dionisiaca” que es para las exigencias productivistas del capitalismo un “tigre de papel”.
            La verbena de la Sorbona, como decía Bergamín, no fue en ningún momento un intento serio de acabar con el poder del Estado y el Capital, sino una juerga de estudiantes que expresaron involuntariamente la necesidad objetiva para la expansión capitalista de acabar con las últimas barreras normativas impuestas por una cultura burguesa “humanista” y todavía con rasgos de “idealismo” axiológico tradicional.
            El hedonismo y el individualismo, y en las capas más intelectualizadas el rechazo de todo humanismo con contenidos normativos universales, de las generaciones jóvenes actuales son consecuencia directa de Mayo del 68. Pero se ha revelado como infundado el pesimismo profético del sociólogo conservador norteamericano Daniel Bell, que creía ver una contradicción, destructiva para el capitalismo, entre la generalización de modos de vida bohemios y “dionisiacos”, que habrían pasado de ser exclusivos de elites artísticas e intelectuales o seudointelectuales a ser un fenómeno de masas sobre todo entre los jóvenes, y la necesidad capitalista de mantener entre las amplias capas de la población productiva un rígido ascetismo intramundano y una sacrificada ética del trabajo. Las locuras juveniles cooperan en el aumento y la diversificación de la demanda consumidora que el capitalismo necesita y no impiden que los jóvenes acaben integrándose en la sociedad capitalista como perfectos pequeñoburgueses. Con razón les gritaba Ionesco, el dramaturgo vanguardista, a los manifestantes del 68 cuando pasaban debajo de su balcón: “¡Dentro de dos años seréis todos notarios!”.
            Cuando los actuales estudiantes de secundaria hacen el cabra en clase no están expresando una “despolitización” que los diferencie definitivamente de sus antepasados  de los sesenta, sino que están expresando el mismo desprecio por la cultura normativa burguesa que animaba a los “revolucionarios” del 68.Es hora ya de denunciar los penosos efectos de la ideología antiautoritaria sesentayochista sobre el pensamiento pedagógico, que renunció a lo que no puede renunciar: tener en cuenta el eje “orden-jerarquía-disciplina” como condición de posibilidad inexcusable de todo proyecto educativo serio.
            El rechazo radical de la cultura burguesa “clásica” por parte de los estudiantes del 68 estaba en total contradicción con lo que habían sido las mejores y más lúcidas intenciones del movimiento obrero revolucionario, expresadas así por Lenin: “El marxismo consiguió su importancia histórico-mundial como ideología del proletariado por el hecho de que no rechazaba en absoluto las conquistas más valiosas de la época burguesa, sino que, por el contrario, se apropiaba y desarrollaba todo lo valioso de la evolución del pensamiento y la cultura humana, de más de dos mil años de antigüedad.” Salvar al “idealismo” burgués de su negación práctica por las exigencias “nihilistas” de la expansión capitalista y poner las condiciones materiales necesarias para que ese “idealismo” pudiera ser realizable en la vida de todos, esa debería ser la finalidad perseguida por toda crítica socialista del mundo burgués-capitalista, no la destrucción ácrata de la gran cultura burguesa con sus ideales humanistas y de formación superior de la personalidad, gran cultura burguesa contra la que siempre ha existido un resentimiento pequeñoburgués potencialmente anarquista.
            Como en todos los grandes acontecimientos históricos, se dio en Mayo del 68 una diferencia entre el ejercicio y la autorrepresentación de sus protagonistas, es decir, una cosa era lo que los estudiantes estaban realizando objetivamente y otra cosa lo que se creían ellos que estaban realizando, su autorrepresentación. La exigencia de los estudiantes rebeldes de un saber “conectado con la vida” ha significado irónicamente la culminación del imperio educativo de la tecnociencia y la bancarrota definitiva de los estudios humanísticos, es decir, el triunfo de algo contra lo que los estudiantes creían rebelarse, cuando en realidad con su “vitalismo” y sus algaradas estaban ofreciendo al poder la oportunidad de hacer las reformas educativas necesarias para asegurarlo: el triunfo de la instrumentalización total del conocimiento por la sociedad capitalista.
            Que Mayo del 68 significó la manifestación externa de la descomposición de una cultura burguesa “clásica” que hay que reivindicar y recuperar supone que estamos defendiendo aquí, en contra del “antihumanismo”y el relativismo posmodernos, que existe una gran tradición cultural burguesa que ofrece un contenido normativo universal, referido a la formación superior de una personalidad auténtica, que no es un simple “invento moderno” ni el acompañamiento humanístico sentimental del imperio efectivo de la tecnociencia y de los negocios capitalistas. Ese contenido normativo es el que produce una contradicción fructífera, si no socialmente sí al menos en algunas vidas privadas, con las exigencias de la razón instrumental productivista del capitalismo, no el cachondeo de la “movida dionisiaca”.                        


                                                                                                



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