Este artículo forma parte de mi libro automedicado con megustaescribirlibros.com ("Mis panfletos intelectuales") http://www.juangregorioalvarez.com/
Mayo del 68 representa el final simbólico de
lo que podemos llamar cultura “clásico-burguesa” y el inicio de una cultura
pequeñoburguesa de carácter hedonista, individualista, superficialmente ácrata
en las costumbres e instalada en una autocomplaciente “movida dionisiaca” que
es para las exigencias productivistas del capitalismo un “tigre de papel”.
La verbena de la Sorbona, como decía
Bergamín, no fue en ningún momento un intento serio de acabar con el poder del
Estado y el Capital, sino una juerga de estudiantes que expresaron
involuntariamente la necesidad objetiva para la expansión capitalista de acabar
con las últimas barreras normativas impuestas por una cultura burguesa
“humanista” y todavía con rasgos de “idealismo” axiológico tradicional.
El hedonismo y el individualismo, y
en las capas más intelectualizadas el rechazo de todo humanismo con contenidos
normativos universales, de las generaciones jóvenes actuales son consecuencia
directa de Mayo del 68. Pero se ha revelado como infundado el pesimismo
profético del sociólogo conservador norteamericano Daniel Bell, que creía ver
una contradicción, destructiva para el capitalismo, entre la generalización de
modos de vida bohemios y “dionisiacos”, que habrían pasado de ser exclusivos de
elites artísticas e intelectuales o seudointelectuales a ser un fenómeno de
masas sobre todo entre los jóvenes, y la necesidad capitalista de mantener
entre las amplias capas de la población productiva un rígido ascetismo
intramundano y una sacrificada ética del trabajo. Las locuras juveniles
cooperan en el aumento y la diversificación de la demanda consumidora que el
capitalismo necesita y no impiden que los jóvenes acaben integrándose en la
sociedad capitalista como perfectos pequeñoburgueses. Con razón les gritaba
Ionesco, el dramaturgo vanguardista, a los manifestantes del 68 cuando pasaban
debajo de su balcón: “¡Dentro de dos años seréis todos notarios!”.
Cuando los actuales estudiantes de
secundaria hacen el cabra en clase no están expresando una “despolitización”
que los diferencie definitivamente de sus antepasados de los sesenta, sino que están expresando el
mismo desprecio por la cultura normativa burguesa que animaba a los
“revolucionarios” del 68.Es hora ya de denunciar los penosos efectos de la
ideología antiautoritaria sesentayochista sobre el pensamiento pedagógico, que
renunció a lo que no puede renunciar: tener en cuenta el eje
“orden-jerarquía-disciplina” como condición de posibilidad inexcusable de todo
proyecto educativo serio.
El rechazo radical de la cultura
burguesa “clásica” por parte de los estudiantes del 68 estaba en total
contradicción con lo que habían sido las mejores y más lúcidas intenciones del
movimiento obrero revolucionario, expresadas así por Lenin: “El marxismo
consiguió su importancia histórico-mundial como ideología del proletariado por
el hecho de que no rechazaba en absoluto las conquistas más valiosas de la
época burguesa, sino que, por el contrario, se apropiaba y desarrollaba todo lo
valioso de la evolución del pensamiento y la cultura humana, de más de dos mil
años de antigüedad.” Salvar al “idealismo” burgués de su negación práctica por
las exigencias “nihilistas” de la expansión capitalista y poner las condiciones
materiales necesarias para que ese “idealismo” pudiera ser realizable en la
vida de todos, esa debería ser la finalidad perseguida por toda crítica
socialista del mundo burgués-capitalista, no la destrucción ácrata de la gran
cultura burguesa con sus ideales humanistas y de formación superior de la
personalidad, gran cultura burguesa contra la que siempre ha existido un
resentimiento pequeñoburgués potencialmente anarquista.
Como en todos los grandes
acontecimientos históricos, se dio en Mayo del 68 una diferencia entre el
ejercicio y la autorrepresentación de sus protagonistas, es decir, una cosa era
lo que los estudiantes estaban realizando objetivamente y otra cosa lo que se
creían ellos que estaban realizando, su autorrepresentación. La exigencia de
los estudiantes rebeldes de un saber “conectado con la vida” ha significado
irónicamente la culminación del imperio educativo de la tecnociencia y la
bancarrota definitiva de los estudios humanísticos, es decir, el triunfo de
algo contra lo que los estudiantes creían rebelarse, cuando en realidad con su
“vitalismo” y sus algaradas estaban ofreciendo al poder la oportunidad de hacer
las reformas educativas necesarias para asegurarlo: el triunfo de la
instrumentalización total del conocimiento por la sociedad capitalista.
Que Mayo del 68 significó la
manifestación externa de la descomposición de una cultura burguesa “clásica”
que hay que reivindicar y recuperar supone que estamos defendiendo aquí, en
contra del “antihumanismo”y el relativismo posmodernos, que existe una gran
tradición cultural burguesa que ofrece un contenido normativo universal,
referido a la formación superior de una personalidad auténtica, que no es un
simple “invento moderno” ni el acompañamiento humanístico sentimental del
imperio efectivo de la tecnociencia y de los negocios capitalistas. Ese
contenido normativo es el que produce una contradicción fructífera, si no
socialmente sí al menos en algunas vidas privadas, con las exigencias de la
razón instrumental productivista del capitalismo, no el cachondeo de la “movida
dionisiaca”.
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