viernes, 25 de agosto de 2017

MI RECIENTE EXPERIENCIA DE BAYREUTH BEI NACHT (BY NIGHT)

Después de la representación de "La Valquiria", primera jornada de la Tetralogía "El Anillo del Nibelungo" en un prólogo y tres jornadas, me fui al hotel desde el Festspielhaus en el taxi puesto a disposición por el mismo hotel para los clientes que asistían al Festival. Ya allí en el hotel tomé una satisfactoria cena a base de Gulatsch (sopa húngara) y salchichas, creo recordar, acompañada por un par de cervezas. Me retiré a la habitación y debía de ser la una o por ahí, cuando, todavía estimulado por la música wagneriana que acababa de escuchar y por las cervezas, decidí, ya que al día siguiente tocaba descanso en el Festival, salir a la noche profunda alemana a buscar diversión. Me puse una de las "camisetas con personalidad" que me había comprado en el Festival: una que lleva inscrita en la parte delantera el verso "Wahn, Wahn, überall Wahn!" (Ilusión, ilusión por todas partes ilusión), perteneciente a uno de los monólogos del protagonista Hans Sachs en "Los maestros cantores de Núremberg".
El hotel estaba situado en el extrarradio de Bayreuth y estuve mirando los autobuses porque creía recordar que había uno que hacía el trayecto al centro en horario nocturno. Pero al no encontrar la parada decidí encaminarme al centro de Bayreuth a pie, siguiendo la ruta que  hacían los autobuses diurnos. Este trayecto bordeaba las típicas viviendas unifamiliares alemanas, pero también algunas pequeñas zonas boscosas. O sea, que era posible una pequeña experiencia de la noche alemana profunda, aunque tan domesticada y disminuida por la civilización como están hoy toda la naturaleza y todo el espíritu alemanes en Alemania.
A pesar de mi poco fiable sentido de la orientación, pude llegar a la zona comercial céntrica de Bayreuth. En el trayecto no tuve ningún problema. Solo me encontré a un grupo de jóvenes de aspecto normal (burgués) pero que poco antes de cruzarse conmigo volcaron con gran algarabía un contenedor de basura. Alguno de ellos dijo algo al cruzarse conmigo, pero yo no le entendí y seguí adelante sin problemas. 
Yo recordaba de mi primera visita a Bayreuth en el Año Nuevo de 1997 que la zona de la llamada marcha estaba en el casco viejo de la ciudad, el barrio en torno a la iglesia protestante. Me encaminé a él y pronto pude comprobar por las voces que llegaban desde allí que había tema. Era la noche del miércoles, pero estaba abierto un local en cuyo entorno se concentraba un grupo de chicos y chicas provocando bastante jaleo, evidentemente motivados por un estado de alegría alcohólica. Pasé al interior donde también había algunos muchachos y algunas muchachas y me tomé una cerveza sin ningún problema. El nivel de buenura de las tías era el esperable en un grupo de alemanas, o sea, bastante alto (perdón por esta alusión "racial"-biologicista, seguramente provocada por lo que el profesor Gustavo Bueno llamaba un "síndrome de chauvinismo reflejo"). Pero me tomé mi cerveza tranquilamente sin molestar a ninguna de las muchachas, cuyo estado etílico era indudable. Nadie parecía reparar en mí ni extrañarse por mi presencia, lo cual me agradó. 
Salí de este local y me dirigí a otro que también estaba abierto unas pocas calles más arriba. Allí un grupo de jóvenes también armaba bastante bulla en evidente estado de entusiasmo alcohólico. Era un local con cierto ambiente "underground" o algo así, lleno de objetos decorativos algo extraños o que a mí me lo parecían por su pertenencia a un acervo generacional al que ya no estoy acostumbrado. Lo único que me resultó familiar fue una botella de licor cuyo nombre era algo alusivo a Siegfried. 
El local parecía regentado por una pareja que estaba tras la barra haciendo cócteles y poniendo música. Él llevaba al cuello un collar perruno y ella era, desde luego, más joven que yo, pero podía estar ya en la treintena. Esta era morena, pero también estaba buena.  
El grupo de jóvenes bulliciosos, la mayoría chicos, practicaba un juego con unas cartas en cuyo reverso estaba escrita la palabra castellana "uno" y decían esta palabra frecuentemente en el transcurso del juego. Recordé lo que decía sobre los juegos de cartas un compatriota de los jóvenes, Schopenhauer, el que fue filósofo favorito de Wagner: como los estúpidos hombres no tenían ideas que intercambiarse, inventaron las cartas para tener algo que intercambiarse. Me bebí un par de cervezas y me fui. 
Volví al primer local, que ya estaba cerrado. Pero un grupo de jóvenes seguía a sus puertas armando jaleo y bebiendo. Tenían una caja de cervezas, de esas grandes que beben los alemanes, en el suelo e iban cogiendo. Después de deambular por allí, me acerqué al grupo y les pedí una cerveza que me dieron muy amablemente. Uno de los jóvenes me preguntó que si tenía un mechero, se lo di y me abrió la cerveza con él. Me dijo algo más, pero no le entendí y me retiré a un banco a sentarme para disfrutar de la cerveza. También habían dicho algo un par de bellas y chispeantes alemanas, pero por no molestar, no dije nada yo y me aparté.  

Un poco más tarde empezaron a aparecer taxis en los que se iban yendo los jóvenes. Me quedé solo y deambulé un poco por allí. La dueña del otro local estaba a la puerta, que estaba cerrada, hablando con un taxista. Le pregunté que si podía entrar y me dijo que estaba "absolut zu", cerrado absolutamente. Me alejé siguiendo mi deambular y llegué hasta la estación de ferrocarril, donde, habiendo ya amanecido, cogí un taxi al hotel. Durante la mañana y parte de la tarde de ese día, que como he dicho era día de descanso en el Festival, descansé, con un sueño interrumpido por numerosas despertares, como siempre me ocurre,  pero al día siguiente estaba ya fresco como una lechuga para tragarme "Sigfrido", segunda jornada de la Tetralogía "El Anillo del Nibelungo" de Richard Wagner.  

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