domingo, 1 de julio de 2018

EL ENRARECIMIENTO DEL AÑO DEL COU (primera entrega)

Cuando ocurrió la horrenda muerte de Germán, los de la pandilla nos divertíamos en la discoteca de verano con músicas brutalmente marchosas y con alcohol que nos producía un entusiasmo banal y poco imaginativo, como de costumbre en nuestras correrías estivales. La discoteca, en las afueras del Pueblo, justo donde comenzaba la llanura que lo rodeaba inmensamente, rompía el misterio de la noche con luces y fiesta ruidosa en la oscuridad donde se adivinaba la amplitud del campo sin relieve. En la noche de agosto corría ya una brisa suavemente refrescante que ponía algo más de sensualidad en nuestra diversión, no obstante ajena a toda sensación de auténtica vitalidad consciente. 
           Habíamos concluido nuestros estudios en el Instituto del Pueblo y quedaba atrás, en ese final del verano, el año de nuestro COU. Yo entonces no había decidido todavía dejar el estudio de las ciencias y tampoco había decidido dejar a Isabel, la hermosa chica con la que había estado saliendo durante todo ese curso y ese verano. Pero no obstante, interiormente mi enrarecimiento espiritual ya se había ido incubando en mi mente, aunque solo la muerte de Germán iba a terminar de provocar la crisis intelectual y vital que me llevaría a tomar esas dos decisiones.
             No puedo afirmar que fuera el propio Germán durante ese último año de su vida la causa fundamental de que en mí se desencadenara el proceso que me iba a llevar a romper con mi medio y mi anterior vida, lo que iba a ser juzgado por los de la pandilla como un misterioso caso de enrarecimiento. La última consecuencia de ese proceso que me alejó de todo el horizonte ideológico y cultural de mi vida en el Pueblo es el que me haya decidido a escribir estos recuerdos de Germán, al mismo tiempo que a tratar de justificar y hacer comprender mi evolución de aquel año, o sea, mi conversión a la rareza intelectual.
                Yo era el único de la pandilla que fue receptivo con Germán, pero por eso mismo sé que él no se encontraba en condiciones de ejercer ninguna influencia intelectual clara y efectiva. Mi conocimiento de su estado mental y vital durante aquel año hace que este relato pueda ser el relato del fracaso de su intento de ser un intelectual. Eso le llamaban los de la pandilla, pero en aquel año el COU se condensó y se manifestó ante él mismo y ante mí, por ser yo el único que llegué a tener confianza con él, el fracaso de su pretensión intelectual. Este relato será la historia del fracaso de una formación. 
             La muerte de Germán solo fue el final azaroso pero macabro de esa formación que en sus inicios estaba malograda. Yo solo llegué a comprender a mí amigo raro e “intelectual” y su fracaso tras su muerte y tras la eclosión de mi propia conversión en raro e intelectual. Mi propósito ahora es comunicar esa comprensión y de esa manera salvar su personalidad para ese inconcreto reino del espíritu que él tanto anheló pero para el que no estaba destinado. 
                 Solo llegué a comprender a Germán cuando se me apareció con claridad y evidencia vital de pronto surgida en mi tras mi crisis la vulgaridad y la miseria de todo aquel ambiente juvenil de los estudiantes del Instituto del Pueblo. Si la vida de Germán aquel año no consiguió hacerme esta revelación, su muerte sí me hizo sufrir el impacto necesario para la conversión que me abrió aquella evidencia. 
                  Mi intención aquí y lo que puedo llamar, sin el escrúpulo de no aparecer afectado e inmodesto, mi misión en este relato son una intención y una misión espirituales, las de transmitir una situación cultural objetiva y la reacción fracasada para superarla y escapar de ella de un alma muy especial, y de interés espiritual también objetivo.  
                   No quiero escribir, por tanto, una novela de historietas y chismorreos imaginarios. No quiero simplemente contar una historia más o menos ingeniosa y bien urdida. Reniego de la literatura ingeniosa y decorativa. Quiero salvar para el espíritu, es decir, para el conocimiento y la valoración de las manifestaciones de la vida en su pluralidad y en su profundidad, todo lo que aquellos jóvenes vivimos en la inconsciencia de nuestra banalidad y en la inesencialidad de nuestro insignificante mundo provinciano. 
                   No me interesan, por tanto, los fuegos de artificio del formalismo lingüístico. Renuncio a los efectos verbales de la imaginación ingeniosa. No quiero valor artístico en mi relato, quiero en él solo el espíritu que revela la vida en su significado de interés social y cultural universal. No pretendo demostrar mi habilidad intelectual con juegos de ingenio verbal. Quiero hacer solo una pieza de salvación cultural de lo que fue mi circunstancia y la de Germán. Y, como he dicho, quiero sobre todo la salvación espiritual de mi amigo, de su personalidad que tuvo que fracasar y que desapareció absurdamente en la realidad vital material. 
                  Por eso insisto en que quiero la expresión descarnada y sin escrúpulos formales de una personalidad y su circunstancia. No quiero urdir un bello artefacto de la inteligencia para producir gratificantes sensaciones estéticas o estados de ánimo de interés psicológico especial. Quiero darle al conocimiento la oportunidad de aprehender un trozo de vida, prescindiendo absolutamente de toda demostración de la propia valía psicológica. Quiero librar una última batalla contra la banalidad e insignificancia de aquella circunstancia viva elevándola al reino de lo expresado y compartido con quien quiera no únicamente admirar una obra de ingenio y habilidad estética sino tomar contacto con la vida en sus manifestaciones de significación espiritual objetivamente valiosa. Porque de lo que estoy seguro es de que la lucha fracasada de Germán con su circunstancia tiene ese interés espiritual, más allá de lo psicológico y de lo estético. 


                

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