lunes, 8 de octubre de 2018

A FAVOR DE UNA IDEA IRRACIONAL DE "MUNDO DE LA VIDA"

En la filosofía continental del siglo XX se ha pretendido buscar y afirmar en el llamado “mundo de la vida” el asiento y el origen de una racionalidad no reducida en sentido lógico-científico, de una racionalidad humanizada y experiencialmente no disminuida que podría fundar una respuesta a la cuestión del “sentido”. La razón no reducida no sería ajena a una universalidad del “sentido” e incluso tendría un alcance ontológico a partir del cual su universalidad no quedaría encerrada en los límites de lo formal-gnoseológico, sino que podría intervenir en la respuesta a la pregunta por un “sentido” sustancial de los contenidos experimentados por el sujeto vivo situado concretamente en un mundo. La comprensión de algo como algo en la que consiste la aprehensión del “sentido” tendría un alcance remitente a un “mundo de la vida” de carácter ontológico-universal, cuyo desvelamiento haría posible una respuesta a la pregunta por el ser del hombre, pero de tal manera que esa respuesta no estaría aquejada ni de contingencia ni de esencialismo naturalista, sino que tendría propiamente un carácter trascendental, es decir, nos daría las condiciones de posibilidad necesarias de todo existir humano concreto en un mundo. 
Las corrientes filosóficas continentales en concreto que consideramos embarcadas en este proyecto antropológico ontológico-trascendental son la fenomenología de Husserl en su estadio maduro, la fenomenología hermenéutica del primer Heidegger, la hermenéutica filosófica y la teoría de la acción comunicativa de Habermas. Hablen o no de razón no reducida metódico-gnoseológicamente, estas corrientes tratan de encontrar un “logos” trascendental,( posibilitador  del actuar, el comunicar y el conocer humanos), y de alcance ontológico, (revelador de un ser necesario del vivir humano) en el “mundo de la vida” y consideran que la captación del “sentido” puede ser mostrada en su operatividad vivida como algo no meramente psicológico-empírico-contingente, sino dotado de una “estructura” vivida que hace de ella un proceder universal necesario para toda existencia humana. También es indiferente para la existencia de esta visión ontológico-trascendental del mundo de la vida común a las filosofías citadas que el ser universal necesario del mundo de la vida se haga recaer en lo monológico o en lo dialógico. De esa base del “mundo de la vida”, la comprensión de “sentido” que le pertenece ontológicamente como “logos” de su ser necesario, las filosofías citadas han intentado extraer bien una antropología no esencialista pero universal o bien una racionalidad comunicativa de alcance práctico. 
Pero las apelaciones a un “mundo de la vida” en el que estaría inserta una racionalidad experiencial, no meramente lógico-formalista, no pueden librarse de su carácter abstracto no válido para la universalización concreta de contenidos de “sentido” vividos, pues la propia noción de “mundo de la vida” es el resultado de un proceso de razonamiento abstracto en el que los contenidos vividos por la subjetividad individual concreta quedan excluidos, “segregados” en la operación mental por la que se trata de extraer una estructura ontológica universal de la acción 
y/o la comunicación  que caracterizaría a todo existir humano posible. El “mundo de la vida” es una “estructura” universal-formal y los contenidos vitales son particular-concretos, y no hay ninguna clase de razón que pueda salvar esta escisión para dar lugar a una “razón vital” donde se hallarían reconciliados la necesaria forma universal de la razón y los contenidos particulares de las vivencias. Ni siquiera la dialéctica hegeliana puede dar el universal concreto de contenidos vitales que a la vez tengan la normatividad universal-formal de la razón, pues esa dialéctica lo que hace es prescindir de los contenidos vitales efectivos y sustituirlos por contenidos concretos pero histórico-objetivos, no vitalmente subjetivos. Además la racionalidad histórica objetiva de la dialéctica no está exenta de arbitrariedad, de forzar un sentido de lo histórico que no puede ser mostrado en el “ser dado” de la experiencia, de someter lo experimentado históricamente a mediaciones no dadas en la experiencia en tanto que experiencia, y, como ha sido repetido en múltiples ocasiones, ella también supone un sacrificio de los contenidos concretos a la universalidad de la forma racional. Pero este no es el momento de hacer una crítica de la dialéctica. Volvemos a dirigirnos contra la idea de “mundo de la vida” como sede de una racionalidad que a la vez sería concreta y vital. 
El “mundo de la vida” de las filosofías trascendentales humanizadas por mundanización es solo una abstracción que no puede rendir la vivencia efectiva de ningún “sentido” racional-universal con el que poder asentar una idea normativa de razón vital humana. El “mundo de la vida” es una vaciedad abstracta más de la razón, que solo puede universalizar por abstracción y a la que es necesariamente ajena la cuestión del sentido sustancial de los contenidos particular-concretos vividos. 
A la conversión del “mundo de la vida” en un apriori ontológico-trascendental oponemos aquí una radical negación de la función trascendental del mundo de la vida y su afirmación como plano fáctico y contingente donde tiene su asiento y su origen todo lo no racionalizable ni universalizable. Abogamos por un mundo de la vida sin lingüisticidad y sin intersubjetividad, un mundo de la vida del sujeto psicológico sensitivo, pulsional y emocional. No la vida como único trascendental verdadero sino como invalidación de todo planteamiento trascendental. Y no el mundo de la vida en su universalidad vacía ontológico-general, sino la particularidad no universalizable de una subjetividad radicada no en “estructuras” generales de su acción y comunicación, sino dotada de contenidos sensitivos y pulsionales vividos en una interioridad radicalmente no universalizable. 

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