martes, 22 de junio de 2021

CARTA A UN AMIGO SOBRE LA SUPERACIÓN DEL NIHILISMO

 Te escribo para continuar con el tema del nihilismo y de su posible superación, por el que me preguntabas en tu última comunicación. Decíamos que hoy no queda más remedio que asumir la experiencia del nihilismo, porque es algo que está incorporado en nuestro destino histórico. Esto, desde luego, supone un posicionamiento  que podemos llamar “historicista”: individualmente estamos marcados irremediablemente por la situación histórica objetiva y no podemos pensar lo que no viene determinado por ella. Esto lo acepto, pero yo confieso ahora, de entrada, que cada vez siento mayor interés y mayor preocupación por todo lo relativo al pensamiento religioso superador del nihilismo. No, desde luego, en un sentido confesional u ortodoxo, no en un sentido que me lleve a una asunción comunitaria de una fe eclesial, sino siempre en un sentido individualista, interiorizado y espiritualmente libre. Y esto no lo hago por mero capricho, arbitrariedad o comodidad, sino porque creo sinceramente que toda vivencia comunitaria de lo religioso, en contra de lo que repiten incansables los curas católicos, no es un ingrediente esencial de la religiosidad, sino que es más bien principio de su falseamiento como ideología psico-social política. La religiosidad oficial y comunitaria puede ser perfectamente estudiada y desenmascarada como un tinglado social funcional que actúa como mecanismo ideológico de integración y cohesión social. Pero creo que frente a esta religiosidad funcional “burguesa” hay que luchar por una religiosidad individualista que se libre de ser ideología social. Soy muy crítico con la religiosidad que sirve a los “burgueses” para mantener y reforzar su sentimiento de pertenencia social y que podemos decir que es algo solo “humano, demasiado humano” y que no supone una auténtica espiritualidad, sino un vulgar mecanismo psico-social mundano y, desde una perspectiva cristiana auténtica, enteramente pagano. 

        Decía yo también que la superación del nihilismo solo cabe plantearla hoy en un sentido pragmatista. Es decir, hay que plantear esa superación incidiendo en que la alternativa al nihilismo tiene consecuencias más favorables y valiosas que las que para la vida y el hombre tiene el nihilismo. Pero no entiendo esta ventaja en el sentido vulgar y social y psicológicamente conformista de pensar que el hombre necesita creer que no todo acaba en este mundo para rendir y ser “feliz” en este mundo como burgués o, como se dice ahora, como “ciudadano normal” o, como también dicen ahora los psiquiatras y otros filisteos, para tener mayor “calidad de vida”. 

       Creo en la necesidad de salir del nihilismo porque pienso que el pensamiento religioso libre y la espiritualidad libre permiten una intensificación, una profundización y una elevación ennoblecedora de la vida, mientras que el nihilismo nos lleva a caer en un materialismo vulgar y alicorto, incapaz de reconocer y crear valores no ya espirituales, sino simplemente vitales (referentes a la polaridad noble-vulgar) superiores. Por mucho entusiasmo dionisiaco que, con Nietzsche, queramos echarle al nihilismo o por mucho lirismo o seudolirismo moralizante existencial que le echemos, como yo creo que hacía Camus, los resultados prácticos del materialismo nihilista solo pueden ser un hedonismo muy poco valioso vitalmente, por no ser capaz de aprehender otros valores que los de lo útil y lo agradable, y por otra parte, y en lo referente a los valores cognitivos, solo puede ser consecuencia de ese materialismo un papanatismo cientificista también ciego para valores vitales que se salgan del mundo cuantitativamente unidimensional y planamente mecanicista que nos ofrece la tecnociencia. 

        Como sabes, Nietzsche distinguió entre dos clases de nihilismo: el “nihilismo reactivo” y el “nihilismo activo”. El “nihilismo reactivo” es el del “último hombre”, cuyo vivir sobre una Tierra desencantada, sin Dios y sin trascendencia, es descrito por Nietzsche en el Prólogo del Zaratustra. Este nihilismo reactivo del último hombre consiste en que, una vez que ha muerto Dios, el hombre ya solo vive para buscar su felicidad, entendida como bienestar, comodidad y aseguramiento de su pequeña existencia intramundana de carácter “burgués”. Es un nihilismo que, en vez de intensificar la vida, la degrada, la hace más mediocre y superficial. Es el nihilismo del hombre que ya no pude creer en nada, que solo tiene capacidad de aprehensión para su “miserable bienestar” al que él llama felicidad. No es un exceso de fuerza autoafirmativa lo que lleva a este nihilismo, sino el simple desgaste de los valores tradicionales, que conducen al hombre a conformarse con una vida inferior, no ascendente, no potenciada, no intensificada. Es un declinar de la vida cuando ya no hay ideales superiores y los valores “trasmundanos” han perdido su vigencia. El hombre simplemente se deja llevar por el nihilismo, pero no actúa a partir de él para engrandecerse. Si no recuerdas el pasaje del Zaratustra donde Nietzsche describe el mundo y la vida del “último hombre”, te recomiendo que lo busques y lo releas, porque es la profecía perfecta de la sociedad actual ( “Así habló Zaratustra”, Prólogo &.5, pgs. 39-40, edición de Alianza Editorial) 

         El “nihilismo activo”, por el contrario, es e es el nihilismo del superhombre, que a partir del declive de los valores tradicionales y la muerte de Dios actúa para crear nuevos valores que sirvan ahora para afirmar la vida intensificándola y ennobleciéndola. Es un nihilismo que expresa una vida ascendente, que expresa fuerzas favorables a a vida, que no niega meramente lo que había antes, sino que se emancipa de la negación de la vida que significaban los valores antiguos para potenciar la vida. El nihilismo del último hombre es simplemente una reacción pasiva a la muerte de Dios, que no significa un nuevo comienzo, una liberación de las potencias vitales afirmativas. El nihilismo del superhombre significa, por el contrario, una acción práctica que a partir de la superación del pasado crea unos valores más altos, unos valores, ante todo, afirmativos de la vida. 

      Pues bien, mi duda está en saber si no será el nihilismo reactivo el único nihilismo al que puede llevar el materialismo. Nietzsche se esforzó por concebir y desarrollar unas consecuencias del monismo materialista (solo existe la realidad sensible-material) que no fueran las del positivismo mostrenco y filisteo. Pero, en primer lugar, él quiso darle, sobre todo en sus últimos momentos de lucidez, a su nihilismo activo, opuesto al positivismo vulgarmente hedonista y limitado al “materialismo” en sentido práctico, un sentido político “más allá del bien y del mal” ( la famosa “gran política”) que no se puede aceptar moralmente, menos después de lo sucedido en el siglo XX. 

        Hago un inciso para señalar que hay un ámbito de “relaciones psicológicas” moralmente indiferentes donde podemos ser nietzscheanos y buscar nuestra autoafirmación contra las miserias de los hombres (y las mujeres) del rebaño, de los filisteos y filisteas. Es el ámbito del “imaginario” psicológico que nos construimos sobre nosotros mismos y sobre los demás, un ámbito de las relaciones “personales” en las que buscamos la satisfacción de nuestra “voluntad de poder” psicológica. Pero más allá de este ámbito psicológico, en lo que son las relaciones de convivencia social y política, tenemos que admitir que existe unos valores morales que ponen límites a nuestra voluntad psicológica de autoafirmación. Podemos ser agresivamente antifilisteos en la imagen personal que damos ante los demás y en lo que decimos, pero no podemos causar un daño material objetivo a los filisteos, tenemos que “respetarlos”, como suele decirse. Y menos podemos obligarles mediante un uso aristocratizante y autoritario del poder político a que cambien sus formas de vida. O sea, y resumiendo, hay que luchar contra los filisteos, pero solo con armas psicológicas y descartando todo daño material objetivo o toda imposición política. 

         Pero volviendo a lo del nihilismo activo de Nietzsche: aunque queramos convertir el nihilismo en una grandiosa oportunidad para favorecer la vida y su potenciación, el resultado práctico del nihilismo yo solo acierto a verlo en una despreocupación acomodaticia a la vida en su dimensión más pequeña y cotidiana que nos haga olvidar lo terrible de la nada a la que estamos condenados, alternándose con accesos de desesperación y desolación en los momentos en que no seamos capaces de distraernos con los pequeños, miserables y filisteos placeres “materialistas”. Creo sinceramente que, más allá de visiones desiderativas de lo que podría ser el nihilismo, las épocas tradicionales no nihilistas han sido más valiosas culturalmente, vitalmente y espiritualmente que las épocas como la nuestra que no aciertan a salir del nihilismo. No sé si será una postura muy reaccionaria, pero creo que la religión y las épocas, digamos, espirituales han producido una riqueza cultural, estética, filosófica, mitológica, poética, que está muy por encima de los logros culturales de nuestra civilización tardomoderna.

        Pero, justamente, la salida del nihilismo tendría que consistir en la creación de un nuevo tipo de espiritualidad que significara una alternativa a la religiosidad burguesa funcional y utilitaria para el “ciudadano normal”, religiosidad que en realidad pertenece al bagaje del nihilismo reactivo: esa religiosidad es uno más de los “pequeños venenos”, como creo recordar que dice Nietzsche en el pasaje del Zaratustra sobre el “último hombre”, que no hacen demasiado daño al buen burgués pero que sirven para incrementar el “miserable bienestar” al que llamamos felicidad, haciéndonos olvidar lo terrible del nihilismo conscientemente asumido. El buen burgués usa la religiosidad comunitaria mundana y pagana para no complicarse espiritualmente la vida y poder dedicarse así con más tranquilidad y confianza a sus negocios y a su ocios de distracción y pequeños placeres timoratos. 

           Se puede pensar que la defensa que he hecho de las épocas de religiosidad culturalmente rica y manifestada en una tradición estético-comunitaria no concuerda con mi rechazo de la religiosidad social comunitaria que expresaba al comienzo de este escrito. Debo decir que actualmente siento una gran admiración hacia la tradición del catolicismo estético-comunitario pre-moderno, pero esa admiración se queda en un plano, podemos decir, político, y mantengo intacta mi convicción de que ahí tampoco se encuentra el cristianismo auténtico, evangélico. Y soy también consciente de que ese catolicismo tradicional estético-comunitario no puede restaurarse hoy día en unas condiciones de modernidad nihilista consumada. En este sentido, todavía acepto la enseñanza del materialismo histórico según la cual el simple progreso material, el progreso de la fuerzas productivas, hace que las formas ideológicas del pasado queden irremediablemente obsoletas. La nostalgia de un catolicismo tradicional creo que solo se puede mantener hoy como pose estético-literaria o para epatar al progresismo fácil y filisteo que hoy tanto abunda, y esto último yo lo suelo hacer a menudo, por ejemplo en Twitter. 

            Pero mi búsqueda de un cristianismo libre de servidumbres ideológicas sociales, ya sean de carácter burgués o nostálgicas de un mundo social orgánico semi-feudal, me está llevando últimamente a los terrenos de la teología luterana. Creo que en la crítica luterana del cristianismo de obras hay “in nuce” una crítica de las ideologías, aunque decir esto sea desde luego muy arriesgado. Pero la idea de que lo que nos justifica ante Dios no es ningún tipo de obras que puedan asegurarnos de nuestro valor moral religioso, sino que es la fe interiorizada en Jesucristo como Redentor a través de su sacrificio expiatorio en la Cruz, me parece una idea que encierra una gran lucidez sobre la naturaleza caída del hombre, que hace que todo gloriarse en las obras sea un autoengaño y una insumisión por parte del hombre. 

               Bueno, estoy entrando en detalles doctrinales que últimamente me preocupan pero que sería difícil explicar aquí. Mejor será que me limite, para ir terminando, a indicar simplemente que si creo que hay que recurrir a una alternativa al nihilismo solo fundamentada de manera pragmatista es porque creo que cognitivamente la cuestión de si el nihilismo está en lo cierto o no  no tienen solución, por lo que hay que recurrir al expediente pragmatista de ver si las consecuencias que se derivan del nihilismo son positivas o no. Desde el punto de vista cognitivo no hay solución para el “problema metafísico” y por tanto la postura más indicada es el agnosticismo. Un creyente oficial y convencional dirá que ahí aparece la fe, o no aparece. Pero lo que sea la fe, más allá de un mero no-saber en el que la voluntad yendo más allá del entendimiento decide tomar posición, no lo tengo claro. Quiero leer y estudiar filosofía analítica que hay en abundancia sobre esta cuestión de la creencia y su significado verdadero. Me limito por el momento a pensar que los valores de lo sagrado tienen una importancia y un significado supremos en sentido cultural, vital y propiamente espiritual, pero adoptando una postura “neutral” en lo concerniente a su posible respaldo ontológico, quiero decir, a la posible realidad que pueda hacer de esos valores de lo sagrado valores objetivos, referidos a algo existente con independencia de la conciencia que los vive. Hay gente que no comprende esto, que se pueda pensar que lo sagrado tiene un valor supremo pero sin dar el paso a considerar que responde a algo que existe con independencia de la conciencia que crea, vive y siente lo sagrado. Pero yo creo que es claro: lo sagrado es manifestación del poder más sublime de creación humana de valores y como tal puede ser vivido en el sentimiento sin que ello implique estar seguro de que tiene realidad como algo independiente de la conciencia que lo vive. 

             Ya que he desembocado en hacerte una confesión personal religiosa, al hablarte de mi incipiente luteranismo, voy a hacerte una más. Como hemos dicho, no es posible por vía del conocimiento solucionar el “problema metafísico”. No hay ni ciencia ni filosofía que demuestren la verdad del materialismo ni tampoco su falsedad. Pero aquí yo veo aparecer el famoso problema platónico: la posibilidad, que filosóficamente no se puede descartar, de que exista un “mundo verdadero” del ser ideal-inteligible que sea distinto y superior al mundo sensible-material. La cuestión de una posible  autosubsistencia y autonomía del ser ideal-inteligible frente a lo sensible no está decidida, como digo, filosóficamente, y por lo tanto hay que tener en cuenta esa posibilidad. Pero si ese “mundo verdadero” existe como realidad autosubsistente, se plantea el problema religioso de cómo puede concebirse que en ese mundo puramente intelectual, y el acceso al cual es algo propio del entendimiento puro, de un procedimiento lógico-dialéctico, pueda haber algo así como Palabra, Vida, Amor, Misericordia, Providencia y todas esas cosas de las que habla el cristianismo oficial. Ni siquiera está claro que se pueda introducir en ese mundo la existencia de un Dios como Ser Personal. 

                 Nietzsche daba por supuesto que el platonismo es falso, por los fundamentos de su pensar moldeados por su momento histórico y por su falta de sensibilidad para los problemas de “filosofía pura”. Pero que el platonismo sea falso y frente a él tenga razón el empirismo nominalista, que considera que lo inteligible universal e ideal no tiene verdadera existencia y es solo o una abstracción psicológica o un espejismo producido por el lenguaje con sus términos generales y que por lo tanto solo existe lo particular-sensible, es cuestión no decidida filosóficamente. 

                  No obstante,  si este platonismo del mundo autosubsistente ideal-inteligible está en lo cierto, creo que habría que desembocar en un dualismo de corte maniqueísta: afirmar la existencia de un “mundo bueno” de lo intelectual puro frente al mundo de la materia como origen del mal.  Con este maniqueísmo quedaría solucionado el problema del mal que tantos problemas crea al teísmo cristiano. Pero también ese maniqueísmo nos llevaría a considerar que la salvación habría que buscarla haciendo que lo intelectual predomine en nosotros. Esto tendrá sin duda un correlato moral: hacer que en nosotros predomine la templanza y la justicia como forma de conseguir también así que predomine lo intelectual en nosotros. Pero, a pesar de que Nietzsche dijera que el cristianismo es un platonismo para el pueblo, esto nos llevaría a terrenos diferentes a a los del cristianismo, pues el ascenso al mundo verdadero sería ya no algo sentimental y “amoroso”, sino una estricta ejercitación de nuestras facultades cognitivas superiores.  

                Bueno, aquí entramos en terrenos filosóficos sumamente resbaladizos y además terribles, y es mejor dejarlo. 

                 Tal vez lo único que puedas sacar de este largo escrito es que tengo un pensamiento religioso sumamente complejo y confuso. Puede ser, pero creo que por lo menos podrá captarse que estoy implicado en una búsqueda de lo espiritual y, se podría decir también sin temor a “respetos humanos” ( como decían los curas de antes), en una búsqueda de Dios. Creo que pensar que la religión solo puede ser o fanatismo, oscurantismo y superstición o un mecanismo ideológico al servicio de la integración y cohesión social es un error. Yo por lo menos estoy empeñado en la búsqueda de una religiosidad que no sea ni lo uno ni lo otro. Pero reconozco que estoy escindido entre el gusto vitalista por Eros y Dionisos, el anhelo de redención en Cristo y una inclinación intelectual al maniqueísmo platonizante. 

                  Quedan muchas cosas en el tintero. Sobre todo el insistir en la clarificacion del concepto de espíritu o tratar de justificar el uso que hago del lenguaje de los valores, que es algo que no está muy bien visto en buena parte de la filosofía académica actual. También habría que ilustrar muchas de las cosas dichas con más referencias a autores de la tradición filosófica y religiosa. Pero quede todo ello para otra ocasión. Espero no haberte abrumado ni cansado demasiado con mis preocupaciones y confesiones.

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