Con la coartada de la utilidad y la amenidad y, por supuesto, presuponiendo siempre que se está ejerciendo el sentido común y que éste es incontestable e ideológicamente inmaculado, la psicología médica ( psiquiatría) o no médica se convierte en un banal saber prudencial sobre cómo vivir de la manera más adaptativa y más conformista posible. Un pragmatismo rastrero, autosatisfecho y autoasegurado por la negativa, autoevidente para el inculto y el filisteo, a “filosofar” cierra el paso, como un bloque pétreo a prueba de toda conmoción o conversión, a cualquier forma de complejidad o profundidad teórica que sirva para ejercer una sensibilidad comprensiva humana de lo puramente humano dado en la singularidad del individuo no reductible a organismo biológico que tiene su único fin operante en la adaptación funcional al medio dado. En la negativa cerrada del psicólogo o psiquiatra a ejercer la comprensión de lo humano complejo y profundo, comprensión que va más allá del control de la conducta para hacerla adaptativa, se da una situación terapéutica en la que el terapeuta se está acogiendo de facto a la máxima de la cita de Bertold Brecht utilizada también precisamente por Adorno en su crítica de la cultura de masas: “ No quiero ser en absoluto un ser humano”.
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