En los aparentemente filantrópicos, naturales, normales, benéficos y profesionales esfuerzos (y además avalados por su cientificidad) de psicólogos y psiquiatras por conseguir el “bienestar social” y la “calidad de vida” de sus pacientes, y hoy día no sólo de ellos sino de la gente en general, necesitada de asesoramiento emocional empático, se oculta la siniestra ideología del “mundo feliz” de Aldous Huxley.
Pero a esa ideología de los incapaces de ver más allá de la adaptación “feliz” al medio social dado hay que oponerse no con ninguna “teoría crítica” materialista que reivindique que esa adaptación supone necesariamente una represión de las “verdaderas” necesidades pulsionales liberadoras del individuo ( para lo cual se echa mano de la hipótesis “ad hoc” del inconsciente), sino que hay que oponerse a tal ideología con una rebelión espiritual que exclame con el Salvaje de la novela de Huxley:
–Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
Es decir, en contra de lo dicho por Horkheimer y repetido con aplauso por Adorno en su escrito sobre la famosa novela de Huxley, no hay que criticar la goma de mascar porque sea “metafísica”, sino que hay criticar la goma de mascar porque perjudica a la metafísica.
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