jueves, 30 de octubre de 2025

El enamoramiento

 


  EL ENAMORAMIENT


Como buen “caballero del espíritu” que pretendía ser, Germán se autoinducía en su afectividad frecuentes enamoramientos, que en realidad no pasaban de ser caprichos obsesivos en los que él buscaba, como le ocurría con su desmedida afición a la música de Wagner, una torpe sublimación neurótica. Las chicas que elegía como objetos de su imaginaria espiritualidad afectiva sublimada eran las más atractivas y también las más banales y tontitas. Por eso no es de extrañar que en aquel año del COU eligiera a Carla para su experimentación sublimatoria. Que este tipo de chicas, como es natural, no le hicieran ni maldito caso era estímulo suficiente para que Germán se sintiera “para sufrir y amar hecho”, como dice el verso de Hölderlin. 

Carla, chica ininteresante intelectual y espiritualmente donde las hubiera, empezó poco antes de la primavera de aquel curso a salir con Alberto, seguramente con la intención de que la estricta moral sexual católica de este sucumbiera a sus encantos, dispuestos a darse generosamente para ser disfrutados de manera consumada. Todos en la Pandilla hablábamos regocijadamente de la “caída” de Alberto al aceptar la relación con una chica que era conocida por su facilidad sexual y su apartamiento de las normas morales religiosas y tradicionales. El cura que era líder religioso de parte de la Pandilla y que era amigo de algunos de nosotros parece ser que se llevó una gran decepción con la formación de esta nueva parejita. 

Para Carla, como para todos los de la Pandilla, Germán era un raro y un intelectual, aunque Carla no era capaz de percibir la torpeza de ese intelectualismo de Germán, pero ni loca se le habría ocurrido establecer relaciones afectivas con él. Le podía servir como objeto de sus afanes sexuales pervertidores un chico formal y con muy buena fama entre las “familias conocidas”, como era Alberto, pero en ningún caso entraba dentro de sus planes la seducción de un ser marcado por el estigma del extraño, como Germán. 

Así que Alberto y Carla formaron una nueva parejita, que presumiblemente sería una “breve locura” más en su camino de aprendizaje para la “larga tontería” del matrimonio, según las palabras usadas por Nietzsche en el Zaratustra.

Parece ser que a Alberto, que antes del Instituto había ido al mismo colegio que ella y que siempre la había tenido como compañera de clase, siempre le había gustado Paula, a pesar de que en el Instituto era bien conocida su frivolidad promiscua y su poca avenencia al control ideológico y conductual católico. 

Pero la espiritualidad afectiva de Germán se movía en esferas muy apartadas e incluso elevadas con respecto a los tonteos juveniles de las parejas habituales y normales e incluso con respecto a la vulgaridad del ser de Carla. Que Germán pretendiera ser un “caballero del espíritu” no quería decir que hubiera llegado, como Kierkegaard, a una interioridad absoluta de signo religioso, sino que era más bien que buscaba en su interioridad estímulos estéticos para obtener la sensación romántica de la sublimación. Su espíritu necesitaba una referencia afectiva en la que pudiera condensar toda su carga libidinal, “coartada en su fin” como hubiera dicho Freud, y dirigirla hacia un objetivo de plenitud sentimental elevada no meramente carnal.

En un libro que me consta que Germán se había metido entre pecho y espalda en aquel año del COU, siguiendo su manía de leer filosofía a tontas y locas y sin enterarse de mucho y atraído por la misoginia y la supuesta fundamentación filosófica de la misma que en este libro se expresan, hay una teoría del amor que es definitiva para comprender lo que espíritus aquejados de patológica misoginia romántica, como el de Germán, experimentan en sus fijaciones afectivas sublimadas. Se trata de la obra de Otto Weininger Sexo y carácter.  Según esta teoría, evidentemente válida para sujetos anormales que tienen dificultades en sus relaciones con las mujeres, el amor es una proyección del ideal del yo de estos sujetos sobre una determinada mujer, que va a representar la concreción sensible de todo lo que el sujeto enamorado de ella considera como superior en cuanto a su valor. Es el propio yo ideal encarnado sensiblemente lo que se ama en el amor de enamoramiento sublimado. 

El enamorado sublimador condensa en un individuo sensible, en una mujer, que según la misoginia metafísica de Weininger no es nada por sí misma, toda la carga de idealidad ética y de valor en general a la que aspira. Eso se logra convirtiendo en bello al objeto del amor. Weininger no admite que haya una belleza natural objetiva en la mujer amada que sea la causa de que en ella se objetive la carga de idealidad del enamorado. La belleza es puesta en la mujer amada por el enamorado que la idealiza y al mismo tiempo sensibiliza en ella su ideal. Al igual que Schopenhauer, que tiene un divertido pasaje sobre ello en su famoso ensayo sobre las mujeres y el amor, Weininger no reconoce belleza objetiva auténtica en la mujer. Schopenhauer y Weininger no hacen con esto otra cosa que aplicar aquí el famoso juicio de Spinoza: “las cosas bellas son llamadas bellas porque nos gustan y no sucede que nos gusten porque sean bellas”. Es decir, aplicado al caso de las mujeres, ellas nos parecen bellas porque las deseamos, porque son objeto de nuestro apetito concupiscible, no es que las deseemos porque sean bellas. Solo que tanto Schopenhauer y Weininger sí admiten que existe una belleza ideal objetiva, pero es la del arte, no la presunta belleza natural objeto de nuestro deseo instintivo.

La posición de Schopenhauer y Weininger sobre la belleza sexual supone ir más allá de Platón a través un subjetivismo moderno de la idealidad, pues Platón, como objetivista antiguo, pensaba al menos que los cuerpos por los que empieza el ascenso erótico al mundo inteligible superior eran reflejos objetivos de la Belleza en sí ideal, eran bellos por participación, previa a la atracción del sujeto hacia ellos, en esa Belleza en-sí inteligible, aunque Platón parece ser que tampoco pensaba preferentemente en los cuerpos femeninos cuando decía todo esto en su obra El Banquete.   

La mujer amada es verdaderamente bella para Weininger solo en tanto el enamorado pone en ella la idealidad de su propio yo inteligible ético y supraempírico. Y este enamorado no desea la posesión sexual de la mujer amada, sino solo tener una representación sensible de la idealidad inteligible de su propio yo superior. Por eso el amor sublimado es también inmoral para Weininger: en lugar de llevar a cabo un esfuerzo ético en el mundo para realizar el valor moral inteligible ínsito en su yo supraempírico, “trascendental”, el enamorado sensibiliza en una mujer la idealidad moral de su yo para poder cerciorarse de ella y poder verla como algo ya realizado, ya presente en el mundo.

El resultado es que los enamoramientos de Germán (pues antes de enamorarse de Carla había tenido otros) eran otra forma de manifestación de su tortuosa voluntad neurótica de sublimación. Weininger separa totalmente el enamoramiento de toda atracción sexual hacia la mujer amada. Pero parece que si Germán no hubiera sentido una originaria atracción sexual hacia Carla, no se le hubiera ocurrido convertirla en objeto cargado con su propia idealidad espiritual. Parece más acorde con el proceso real de enamoramiento la noción de sublimación de Freud que la pura idealización que defiende Weininger. Pero en el caso de Freud no queda claro que de la propia atracción sexual, de la propia libido corporal pueda surgir la fuerza espiritual de atracción. Pudiera suceder que esta se adhiriera al deseo carnal, que se pusiera en funcionamiento con ocasión del deseo carnal, pero que su origen estuviera en otra parte, propiamente en el espíritu.

Pero hay que tratar de explicar cuál puede ser la presumible razón de que Germán eligiera para sus historias o caprichos amorosos sublimatorios a las chicas más frívolas, vulgares y tontitas. El propio Weininger dice que el enamorado idealizador suele hablar con arrobo de la mujer amada, pero que esta puede ser en realidad una vulgar coqueta o una simple estúpida. Cuanto mayor sea la inanidad de la mujer elegida como objeto del enamoramiento más fácil resultará la proyección de la propia idealidad subjetiva sobre ella. Pero me da la impresión de que en Germán, junto a este mecanismo de la proyección del yo ideal sobre la mujer amada, se daba otro proceso de sentido muy diferente que reforzaba su tendencia a la elección de mujeres banales como objetos de su amor, proceso o motivo que podríamos decir que “sobredeterminaba” esta elección. Como fenómeno psicológico de la afectividad más profunda de la persona, y más profundo todavía en el caso de los anormales misóginos, el amor no es “claro” ni “distinto”, sino que en él se mezclan motivos plurales y aun ambivalentes. Tengo la impresión, y algunas de sus confesiones confusas me hacen pensar en ello con cierta seguridad, de que Germán buscaba con estos enamoramientos una huida de su “intelectualismo”, que buscaba una reconciliación con el mundo de la Pandilla y del Pueblo, una vuelta a lo que él en el fondo veía como sano e inocente vitalismo del medio social en el que existíamos los demás. En las chicas banales, Germán veía una salvación mundana y carnal de su problemática idiosincrasia espiritual, veía en estas chicas tontas y vulgares de las que él se enamoraba una exuberancia vital y sensual que le parecía ser apropiada para salvarle de su extraño y enfermizo “intelectualismo”. Es decir, con independencia de que Germán efectuara una proyección idealizadora sobre estas chicas tontitas, había también en sus enamoramientos un deseo de redención en la frivolidad, en la anulación del espíritu, en la recuperación de la vitalidad despreocupada que él había perdido y que no podía dejar de ver como un estado de salud psicológica. Pero esto suponía que lo que Germán proyectaba sobre estas chicas no era su yo mejor, su yo inteligible poseedor de la idealidad, sino su yo inferior deseoso de reconciliación con el mundo material-sensible y en concreto con el mundo material-sensible que socialmente estaba revestido con la miseria intelectual y espiritual del mundo de la Pandilla, el Pueblo y el Instituto. Lo que movía a Germán en su proyección afectiva era su deseo de huir de su “intelectualismo“ e integrarse en la vulgaridad de su medio, no un deseo de mejorar y elevar su “intelectualismo” para hacerlo más sano y menos patológicamente extraño. Era, por tanto, un movimiento afectivo aun más inmoral que el que Weininger creía reconocer en el caso de la proyección del yo ideal-inteligible.

No sé si Germán se había leído la novela breve Tonio Kröger de Thomas Mann, es posible que sí, porque creo recordar que algo me dijo en alguna ocasión sobre el gran novelista alemán, pero esta temática del alejamiento del mundo “burgués” que protagonizan algunos jóvenes sensibles que luego sienten nostalgia de él y lo ven como un mundo sano e inocente frente al mundo vital y moralmente problemático del “espíritu” es el asunto principal del magistral relato de Thomas Mann. Salvando las distancias con la Alemania hanseática de finales del XIX y con la alta burguesía de allí que son retratadas en el relato de Thomas Mann, es perfectamente posible afirmar que Germán era un Tonio Kröger de nuestra región y de nuestra época. Aunque desde luego hay que tener en cuenta que todos los problemas espirituales que aparecen como grandes y refinados en el medio social de la alta burguesía (los problemas que trata por ejemplo el mismo Thomas Mann en el conjunto de sus novelas) se dan de forma cutre y caricaturesca entre la pequeña burguesía. Por eso mismo, no es oportuno emplear en el caso de Germán el elegante distanciamiento irónico que Thomas Mann emplea para tratar a sus personajes con sus experiencias y padecimientos. El género adecuado para Germán sería el de la farsa o la sátira, pero nosotros pretendemos “salvar” a Germán como individuo con espíritu y envuelto en una problemática espiritual, sin ambigüedades ni dobleces, afirmando sin reservas el espíritu que anidaba en él, a pesar de que en el nivel psicológico, inferior al del espíritu, hagamos duros juicios de valor sobre la idiosincrasia de Germán. 

Pero volviendo al enamoramiento de Carla que Germán se autoprovocó con fines sublimatorios y en tanto iba por la vida de “caballero del espíritu”, hay que advertir que esta intención espiritual de su amor no impedía que Germán diera muestras bastante indiscretas de que estaba enamorado. Todos los de la Pandilla y la misma Carla sabíamos que ella le gustaba. No se atrevía a decírselo a ella directamente, a declararse, pero cuando estábamos reunidos los de la Pandilla no le quitaba ojo y se sonrojaba algunas veces cuando ella aparecía. En la discoteca, si ella estaba bailando en la pista, se arrimaba a la barra del bar tomándose alguna copa y mirándola absorto con ojos de borrego degollado. A mí, desde luego, me había confesado sus sentimientos, pero además, encontrándose bajo los efectos del alcohol, también se lo había dicho a otros chicos de la Pandilla. Y las chicas, con el interés altamente intuitivo que las mujeres suelen tener en estas cuestiones amorosas, también lo sabían. 

Pero además Germán provocó un par de sonados incidentes que dejaron claro para todos que andaba detrás de Carla y que, a pesar del “idealismo” de su amor, buscaba de alguna manera desbloquear la situación de distanciamiento “platónico”. Eso sí, lo hizo con infinita torpeza y de un modo ciertamente patológico. 

Una noche ya cercana a la primavera, muy poco después de que Carla y Alberto hubieran empezado a salir, tras haber estado por la tarde haciendo una de sus solitarias excursiones ciclistas por los campos de alrededor del Pueblo, seguramente exaltado y alterado en su sangre por la ligera brisa semicálida que ya soplaba por aquella llanura, Germán agredió en la discoteca a Alberto con un puñetazo en la cara, no muy fuerte pero impulsado por una evidente y peligrosa excitación nerviosa. 

Pedro había conseguido que Carla accediera a sentarse con él en la solitaria penumbra de la escalera de la salida de emergencia de la discoteca. Iba ella vestida con una divina minifalda que poco podía hacer para cubrir las zonas más comprometidas de sus espléndidas piernas al estar ella sentada en la escalera. Seguramente habían comenzado a besarse cuando Germán se dirigió hacia allí y levantando a Alberto le propinó el puñetazo. Alguien de la Pandilla había seguido a Germán, temiéndose alguna locura por su parte, lo alcanzó después de que consumara la agresión, lo separó de Alberto y lo volvió a bajar a la pista de baile, de donde partía la escalera de emergencia.

Yo, que estaba allí, en la pista de baile, pude oír, cuando pasaron a mi lado, que el de la Pandilla le decía a Germán:


-¿Qué haces? Si ella es una chica fácil.


Entonces Rubén, el graciosete chabacano de la Pandilla, se acercó hasta donde estábamos ya todos los amigos rodeando a Germán y cuando se enteró de lo que había pasado dijo a voces:


-Pero, ¿qué hace este loco? Le ha dado por pensar que le gusta Carla. ¿No sabe que conseguirla para él es tan imposible como que yo ahora mismo me baje los pantalones y los calzoncillos y enseñe los cojones?  


Cuando ya habían pasado unos meses, hacia el final del curso, Germán intentó un nuevo acercamiento agresivo a Alberto. Estábamos reunidos unos cuantos de la Pandilla en la barra de la discoteca, y entre nosotros estaba la parejita formada por Alberto y Carla. Germán remoloneaba torpemente por allí, bajo los efectos de unas cuantas copas, farfullando algo ininteligible mientras la pareja comenzaba a amartelarse. En un momento Germán se acercó al muchacho y le dio un ligero golpe en el estomago. Con mucho genio, Paula le pidió que se apartara un momento con ella y los dos se retiraron un corto espacio de nosotros. La chica empezó a decirle:


-Mira, no me gustas. Y además Alberto me gusta y le quiero. Así que déjanos en paz.


Entonces Germán con voz fuerte pero nerviosa le respondió:


-Alberto es un ser insustancial y vulgar y más filisteo que los cojones de Goliat. Vete con él y púdrete como una pequeñoburguesa, que es lo que eres. 


Inmediatamente, Germán salió disparado de allí con movimientos de agitación nerviosa. Carla sollozó ligeramente, pero volvió con decisión junto a Alberto, que prefirió ignorar el incidente y los insultos a él dirigidos. Posiblemente ni se enteró de lo que quiso decir Germán llamándole filisteo. Como dice el gato Murr de E.T.A. Hoffmann, es muy difícil saber lo que quiere decir figuradamente la palabra “filisteo” cuando se es uno de ellos. Alberto solamente, cuando ya se había alejado Germán, murmuró:


-Está zumbao


Pronto comenzó a besar a Carla. Germán se fue directamente a su casa. A escuchar a Wagner, supongo.      


                     

       


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