lunes, 21 de enero de 2013

TRABAJO SOBRE "CONOCIMIENTO E INTERÉS" DE HABERMAS (TERCERA PARTE)


(Trabajo realizado hacia la segunda mitad de los años 90)

En Comte la teoría del conocimiento para ser eliminada necesita ser sustituida por una forma vicaria e ideológica de filosofía de la historia, la famosa teoría de los tres estadios. Ni que decir tiene que Comte está completamente preso del objetivismo; posteriormente se mostrará cómo Peirce y Dilthey recaen en él. Peirce al concebir como dato, en sentido pragmatista, no positivista, el “espíritu”, cerrando así el paso a su comprensión desde la intersubjetividad hermenéuticamente funcionante. Dilthey al preferir el atajo de la “Einfühlung” (empatía) para llegar a las objetivaciones del espíritu, obviando así su constitución en la esfera de la intersubjetividad.
                Habermas intenta convencer al lector de que la opción por ese objetivismo, que desde luego no es tematizada como tal por Comte, entraña mayores costes, desde el punto de vista de la “filosofía” que se intenta superar, que la disolución del mismo en términos gnoseológicos que él pretende.  No es lo más grave el recurso a la citada teoría historicista. Habermas mostrará que si no se profundiza en los presupuestos de la objetividad hasta el punto que él considera necesario, se producirá una recaída en una u otra forma de “ontologismo”. Hasta en Peirce acechará ese peligro con su curiosa puesta al día del realismo de los universales. En el caso de Comte, se hace necesario que tras él Mach dilucide la cuestión de cuál sea la positividad de los hechos mediante una ontología de lo fáctico. Habermas deja claro que todo el empeño de Mach en concebir “lo dado” como conjunto d elementos primarios que se organizan desde sí mismos, objetivamente, sin necesidad de un sujeto independiente constructor de su sentido, y que pueden indistintamente considerarse en conexión física o psíquica, viene motivado por su deseo de no dejar lugar para ningún planteamiento gnoseológico donde la objetivación de la realidad para el conocimiento se produzca desde un sistema de referencia previo.
                En la obra de Peirce se produce una operación de importancia crucial para los intereses teóricos de Habermas: la conexión entre el concepto de verdad y la esfera de la vida. Pero ésta es reducida aquí, de forma pragmatista, a entramado de acciones instrumentales, ignorándose por tanto el papel que en ella juega la acción comunicativa. Desde el punto de vista metametodológico, Peirce es la pieza fundamental para Habermas, pues pone en conexión el concepto de interés con la lógica concreta de la investigación. A Habermas no le vale el salto que fuera de la esfera lógica da Marx en su instrumentalismo. Pero Peirce le falla en tanto la mencionada conexión no lleva al proceso de formación de la subjetividad en un medio histórico-hermenéutico. Por ello Peirce necesitará ser complementado con Dilthey.
                Habermas muestra a propósito de Peirce cómo tanto la lógica del lenguaje como la simple lógica de la investigación, entendida como catálogo de posibles recursos silogísticos, son insuficientes de cara al asentamiento de la validez del conocimiento. Para ello es necesario recurrir al campo metalógico de la esfera funcional de la acción instrumental.
                Es la propia lógica de la investigación la que nos remite directamente a esa esfera de la acción instrumental, pues la experimentación en que se incardina lo propiamente lógico es concebida como una concreción programática de la misma. Pero surge aquí el problema de que el recurso a la lógica de la investigación como vía de fundamentación sólo sirve de solución si es aceptado el presupuesto fundamental de que el proceso  de investigación ha sido y continuará siendo un proceso de aprendizaje. Si tal proceso de aprendizaje es lo que subyace a la posibilidad de confiar en el éxito de la investigación, entonces tras ella se encuentra el campo de una comunidad de investigadores cuya constitución y cuyo funcionamiento  sólo pueden ser accesibles en los términos de un acercamiento hermenéutico del que Peirce se mantiene alejado.
                Dilthey ofrece un instrumental conceptual hermenéutico que resulta preciosa a Habermas como alternativa al sentido fenomenológico-especulativo en que Hegel desarrolla su ahondamiento en la subjetividad de la que ingenuamente parte la teoría del conocimiento. Gracias a Dilthey el ahondamiento autorreflexivo en la subjetividad puede quedar situado en el adecuado contexto formal-metodológico al margen de todo contenido especulativo hegeliano, encontrando así su camino como radicalización y no como autosupresión de la teoría del conocimiento, al contrario de lo que sucede en Hegel, pues desde la orientación metodológica de Dilthey no es necesario que el proceso de formación se doble en tránsito hacia el saber absoluto. En el citado camino de ahondamiento al hilo de Dilthey aparecerá inevitablemente la intersubjetividad.
                En Dilthey el trasfondo de toda subjetividad, también cuando se erige en sujeto de conocimiento objetivo, es la constante labor de interpretación de sus objetivaciones en las que se ve envuelto el espíritu. Precondición de esa actividad del espíritu es que éste aparezca como fragmentado en forma de sujetos que se identifican de forma particular a partir de un contexto histórico común.
                De todas formas, tampoco Dilthey llegará a comprender el alcance y la importancia de la intersubjetividad. Habermas se ve obligado a intentar alumbrar el aspecto lógico-metodológico de la contribución de Dilthey desde su teoría de la interacción comunicativa entre sujetos. La mediación que debe producirse, como en toda ciencia, dentro de la hermenéutica diltheana entre lo particular y lo universal es resuelta según el modelo de la mutua implicación entre autoidentificación y pertenencia a un grupo culturalmente configurado que se produce por vía de la comunicatividad entre sujetos individuales enzarzados en el mutuo reconocimiento. Pero Habermas tiene que rechazar la concepción de la verdad como copia a la que sucumbe  Dilthey con su no completo abandono de la “Einfühlung” (empatía), elemento romántico de su hermenéutica que interferirá en toda su obra.
                Pero si aceptamos el planteamiento de Habermas, ¿qué diferencia hay entre la comprensión cotidiana y la que tiene una pretensión teórica de conocimiento en las “ciencias del espíritu”? Puede darse el peligro de una reducción de la ciencia a mera reflexión autoclarificadora como la que puede surgir en una conversación cotidiana en la que surgen dificultades de comprensión. Las amenazas para la teoría envueltas en la insistencia en la base vital del conocimiento pueden alcanzar no sólo a las ciencias naturales sino también a las otras. Más si cabe a éstas, pues Habermas pretende que su contenido no surge a partir de una variación del contexto vital, como muy heideggerianamente Habermas  comprende el papel fundante del interés técnico, sino que en ellas el entrelazamiento, la mutua imbricación entre estructuras de la cotidianidad comunicativa, con su experiencia individual correlativa no mermada, y estructuras de la objetividad científica es total.
                Pero en cualquier caso, mediante Dilthey comprendemos cómo gracias a la trabazón hermenéutica de la intersubjetividad conformada en un contexto vital “puede la realidad aparecer como algo”.  En las “ciencias del espíritu” es explicitada esa relación hermenéutica inscrita en el lenguaje cotidiano que posibilita la existencia de una comunidad de investigadores enfrentados a la realidad, pero es igualmente presupuesto tácitamente por el proceso de investigación en las ciencias de la naturaleza. Es el interés práctico del conocimiento el que permite el acceso al estrato de las condiciones “aprióricas” de toda objetividad posible; es decir, dicho interés está dotado de una reflexividad de que carece el interés técnico. La comprensión hermenéutica no es por tanto sólo la base de uno de los tipos de conocimiento posible, sino el trasfondo presupuesto por todo conocimiento y a la vez la vía de acceso a su verdadero sentido, enraizado y sólo alcanzable en el contexto vital, en el que la relación hermenéutica toma forma. Habermas afirma en varios lugares de Conocimiento e Interés que la disposición al éxito de la acción instrumental, que corresponde a la esfera del conocimiento científico-natural, procede de una modificación por reducción del ámbito previo y omnicomprensivo de una comunicatividad cotidiana en la que están ya inscritos los fundamentos metodológicos del saber hermenéutico de las  “ciencias del espíritu”, a las que corresponde por tanto, o por mediación de las cuales es posible, remontarse hasta él. Para el positivismo se habría visto imposibilitado tal acceso al tomar él como modelo a las ciencias de la naturaleza y haberse centrado exclusivamente en ellas a la hora de desarrollar su análisis metodológico. De esta manera era imposible para tal positivismo abrirse camino fuera del objetivismo que Habermas tanto le reprocha. Para hacer más justicia al positivismo y en cierta medida disculpar sus errores, Habermas tendría que haber comprendido el objetivismo más que como una errada interpretación de la ciencias en general  como resultado del propio proceder técnico de las ciencias  de la naturaleza, incluso como condición de su efectividad instrumental, prerrequisito trascendental de la propia actividad de investigación.
                Recordemos que Habermas afirma que las ciencias hermenéuticas no presuponen un punto de vista trascendental distinto al de las ciencias empírico-analíticas, sino que más bien se mueven dentro del propio nivel trascendental tematizándolo. El interés vitalmente enraizado, lo que quiere decir hermenéuticamente, sólo se hace accesible a través de las ciencias humanas, que se sitúan en el mismo nivel de la configuración trascendental intersubjetiva del mundo de la vida.