lunes, 26 de septiembre de 2016

COMENTARIO SOBRE EL LIBRO "DEGENERACIÓN" DE MAX NORDAU SEGUIDO DE UNA PEQUEÑA AUTOCRÍTICA INTELECTUAL

En el libro Degeneración, obra publicada en 1893 por el médico judío Max Nordau y de la que existe traducción castellana recientemente reeditada, puede encontrar todavía hoy el hombre “normal” y de “sentido común” (como diría Rajoy), es decir el filisteo, material aprovechable para hacer la crítica de su contrario, el snob intelectual y estético, aunque las referencias literarias y artísticas de Nordau parecerán a muchos anticuadas.
            Si para el pobre “burgués” Max Nordau resultaba, en 1893, que el prerrafaelismo, el simbolismo, el wagnerismo, el decadentismo, el naturalismo, el tolstoísmo y el ibsenismo eran manifestaciones de la “debilidad mental” y de la locura por degeneración en el arte y la literatura, no sabía el pobrecito lo que se les venía encima a los buenos burgueses con las vanguardias, que por aquel entonces no iban a tardar mucho en irrumpir. Aparte de lo que también esperaba al positivismo, el cientificismo, el pacifismo, el democratismo liberal, el progresismo bienpensante y a todo ese maravilloso “burguesismo” de la “belle epoque”, dentro del cual se inscribe la posición de Nordau, a la vuelta del año 1914. Esperemos que todas esas manifestaciones de un humanismo “burgués” en las que han vuelto a caer las masas y sus dirigentes no tengan ahora un final parecido al de entonces. Y esperemos también que no se produzcan ahora, en un movimiento de péndulo, las reacciones “totalitarias”, fascismo y comunismo, que siguieron entonces a ese dominio del liberalismo demócrata “burgués”.
            Para insultar a los mantenedores de esos movimientos artísticos y literarios que destacaban por su originalidad a finales del XIX, y que en cierto modo son antecedentes directos de las entonces próximas vanguardias, Nordau recurre a la noción seudoclínica de “degeneración”, que por aquel entonces, por obra principalmente de Lombroso, hacía furor en medios científicos y semi-científicos. Según Lombroso y sus seguidores, todas las “rarezas” contrarias al mundo “burgués”, desde la criminalidad a la “genialidad” o seudogenialidad pasando por las diversas formas de locura, eran producto de un proceso hereditario de degeneración de la “raza” que se manifestaba en los famosos rasgos fisiognómicos estudiados por estos seudoinvestigadores, pero que también tenía secuelas psíquicas, de las que se ocupa Nordau en su libro. Para éste, todas las grandes figuras literarias y artísticas originales de la segunda mitad del siglo XIX eran “degenerados”: los prerrafaelistas, los impresionistas, Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, Rimbaud, Wagner, Tolstoi, Ibsen, Zola, Nietzsche, junto a otras figuras menores en su órbita hoy olvidadas o menos conocidas. El éxito que ya entonces comenzaban a tener estos personajes en algunos sectores cada vez más amplios, que Nordau identifica con la “buena sociedad” ociosa, es atribuido en el libro a otra patología, la histeria.
            Para explicar las “rarezas” de estos creadores, “rarezas” como el gusto por las ideas “extravagantes” e inconcretas, el gusto por “epatar”, e incluso recursos formales como la sinestesia de los poetas simbolistas o los primeros esbozos de ruptura con el realismo de los pintores impresionistas y afines, Nordau recurre a los principios de una elemental psicología asociacionista que hará sonreír a los señores profesores de filosofía actuales que hayan pasado por la fenomenología. Yo no despacharía esos principios tan alegremente, pues no sé si nuestra experiencia vital real y concreta, que hay que separar radicalmente de la producción trascendental de las proposiciones científicas, está o no constituida en su esencia por las leyes psicológicas meramente empíricas, no trascendentales, de la asociación de ideas.
            En cualquier caso, para Nordau las rupturas de los “genios” finiseculares del XIX con las formas y procedimientos lógicos, “clásicos” y “sensatos” se debían a una voluntad enfermiza que no era capaz de dirigir una atención robusta que estableciera en sus mentes nítidamente los contornos de las ideas, su combinación asociativa y sus expresiones. Dice Nordau hablando de la incapacidad para la atención cuidadosa y el trabajo mental regular propia de los que un tal Magnan llamaba “degenerados superiores” y Lombroso “matoideos”(el equivalente italiano de “locoides”) : “se alegra de su imaginación que opone al prosaísmo del filisteo, y se consagra con predilección a toda clase de ocupaciones libres que permiten a su espíritu la vagancia ilimitada, mientras que no puede sujetarse a las funciones burguesas reguladas que exigen atención y una constante consideración de la realidad. Llama a esto `una disposición para el ideal`, se atribuye inclinaciones estéticas irresistibles y se califica arrogantemente de artista [o estudia filosofía, añado yo]”. Esta incapacidad para la robusta y realista asociación de ideas que sería condición del pensamiento sano y apto para la “ciencia” es, junto con la locura moral, la emotividad, el abatimiento tedioso y el misticismo, uno de los rasgos básicos que definirían la psique de los que Nordau llama sin rodeos “débiles mentales”. Con “locura moral” se refiere el autor de Degeneración a la “moral insanity”, la falta, teórica o práctica, de todo sentido de la moralidad. Sabemos nosotros a qué tipo de fácil moralismo filisteo se debe esta acusación, pues a los que estamos incapacitados para todo trabajo o servicialidad de tipo “burgués” y tenemos todos los rasgos propios del “débil mental” que trata de pasar por hombre especial y “superior” (e incluso admitimos que podríamos poner en nuestra boca la paráfrasis del Homo sum de Terencio que Nordau hace, a propósito de Wagner:”Soy un desequilibrado y ninguna perturbación intelectual humana me es ajena”) nos son bien conocidos los filisteos que piensan que somos “malas personas” y nos atribuyen una “mala fama” que, puesto que no habrán hecho ninguna encuesta para confirmarla empíricamente, seguramente ellos afirman de nosotros porque sí se da en sus habladurías sobre nosotros.
            También según Nordau, uno de los efectos de los rasgos básicos de los “imbéciles”, como también los llama, intelectuales es su inconformismo, su negativismo y su oposición a toda situación social que les obligue a tener que rendir como personas “normales”. Al igual que Lombroso, Max Nordau mete a los anarquistas y revolucionarios en general en el saco de los degenerados.
            En un asqueroso capítulo dedicado a demostrar que en el caso de Richard Wagner nos encontraríamos ante el más degenerado de los degenerados, Nordau carga las tintas en algo que ha sido notado por otros muchos autores: la mezcla en el gran Maestro de Bayreuth de erotomanía y confusos sentimientos piadosos y místicos. Otros, sin saber darle ninguna salida artística a esta mixtura, padecemos lo mismo y no por casualidad o por mero snobismo somos devotos de Wagner. Pero gracias a padecer este síntoma de “debilidad mental” somos capaces de comprender el gran misterio y la tremenda verdad que se esconde en la postura religiosa tradicional sobre la sexualidad…

            La lectura del libro de Max Nordau me ha hecho pensar que algunos de los que nos hemos rebelado contra el “mundo burgués”, procediendo de ambientes pequeñoburgueses “retrasados” –en el sentido de impregnados todavía de cierta cultura burguesa “clásica” y no hundidos en el pragmatismo cínico y obtuso de los sectores más “avanzados” de esa pequeña burguesía –, no hemos hecho sino reproducir la rancia figura del snob en lucha con el filisteo. Al no haber asimilado lo suficiente la experiencia de las vanguardias, que significó la aparición de un mundo positivamente distinto del mundo “burgués” y no su mera negación, nos hemos quedado en el enfrentamiento decimonónico entre el “burgués” y el hombre singular. Nos hemos quedado en un romanticismo anterior a las sofisticadas aportaciones del siglo XX. No hemos sabido crearnos un mundo intelectual abstracto, es decir separado de las determinaciones sociales ideológicas, en el que poder afirmarnos intelectualmente sin ni siquiera acordarnos de la miseria “burguesa”, sino que, por el contrario, necesitamos continuamente mirar de reojo a esa miseria para compararnos con ella y así poder autoafirmarnos psicológicamente.
            Nuestro coqueteo con el izquierdismo revolucionario ha sido eso que tanto se ocuparon de denostar los marxistas: rebeldía pequeñoburguesa, basada en motivaciones irracionalistas y no “científica”. Las razones “progresistas”, o basadas en la idea de justicia, de una opción política por los desheredados nos han sido siempre ajenas. Nuestra rebeldía ha sido puramente estética y dirigida no contra los explotadores sino contra la vulgaridad del filisteo. Hemos desconocido cualquier tipo de “obrerismo” en nuestra rebeldía. En esto tal vez hayamos gozado de una ventaja política, pues podría rastrearse perfectamente cómo el culto al trabajo, la producción y la tecnociencia del movimiento obrero “ortodoxo” no ha sido ajeno al fracaso del llamado “socialismo real”.
            Pero no hemos sabido los “pequeñoburgueses antipequeñoburgueses” adentrarnos en el mundo intelectual “puro”, libre de adherencias de problemáticas “psico-ideológicas”, en el que viven los “intelectuales” “avanzados” de la actualidad; un mundo ajeno a toda preocupación antiburguesa y desconectado de toda inquietud que pueda producir todavía en algunos segmentos “retrasados” la contradicción inherente al mundo pequeñoburgués tradicional entre “cultura” y “filisteísmo”. En el seno de la nueva “pequeña burguesía universal”, que hoy domina en todas partes, esa contradicción también ha sido anulada, pero por el camino, inverso al seguido por la intelectualidad, de quedarse sólo con el “filisteísmo”, o por decirlo de manera que se entenderá mejor, en un estado de encefalograma cultural plano.
            El mundo del vanguardismo –entendiendo por vanguardismo desde los primeros balbuceos del dadaísmo, el surrealismo y el futurismo hasta el post-estructuralismo, que es una forma de vanguardismo filosófico y tal vez sólo se quede en eso, y la post-modernidad, que es un rizar el rizo del vanguardismo con apariencia, en algunos casos, de superación –es un mundo que no necesita para nada de la pugna con el mundo “burgués”, es un mundo definitivamente superador del romanticismo que nosotros nunca hemos acabado de superar.
            Por otra parte, la filosofía ofrece en todas las épocas un mundo intelectual puro donde las conexiones puramente ideales que se establecen dentro de él neutralizan las influencias que sobre él pudiera tener cualquier problemática ideológica, psicológica o de psicología ideológica. (Al menos esa es la “ideología” de los profesores de filosofía actuales de cierto nivel, que en eso se parecen a los profesores de filosofía de todas las épocas. Pero, ¿quién se atrevería a interpretar hoy a Heidegger, Foucault o Derrida, o incluso, por otro lado, a Habermas, como exponentes del estado de ánimo de una clase o subclase intelectual o a desvelar, en un análisis ideológico “more psicoanalítico”, sus filosofías como expresiones de ocultos intereses de clase?)
            O sea, que los “pequeñoburgueses antipequeñoburgueses” hemos vivido en un mundo cultural decimonónico y pre-vanguardista y, además, envueltos en un  conflicto ideológico pre-filosófico.

      

                             

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