(Artículo escrito por mí y aparecido en Enero de 1989 en la
revista Meta, publicada entonces por
un grupo de estudiantes de la Facultad de Filosofía de la Universidad
Complutense de Madrid. He introducido unas mínimas correcciones.)
La dirección dominante dentro del pensamiento filosófico
moderno y occidental ha ido apartando a éste tanto de la producción de
cosmovisiones como de la indagación en lo psicológico. El “logos” de lo real ha
sido considerado por la corriente central y caracterizadora del pensar europeo
como algo presente de suyo en determinados supuestos ontológicos o
gnoseológicos no cuestionados, no como algo a ser descubierto en tanto que
sentido del ser de lo real o como punto de vista último desde el que enfocar el
problema del hombre considerado en la concreción de su existencia individual.
Mientras tanto la tarea de construir cosmovisiones en filosofía, así como la de
intentar comprender lo individual a partir de principios metafísicos ha corrido
por cuenta de los pensadores considerados habitualmente como irracionalistas.
Es
justamente partiendo de Schopenhauer y su cosmovisión pesimista en la que el
deseo es la instancia a negar y reprimir, y pasando por el Nietzsche esencial , el Nietzsche psicólogo, como llegamos a Otto Weininger
y su obra Sexo y Carácter en la que
intenta elevar su desmesurada misoginia al rango de una psicología con
aspiraciones de alcance filosófico que acaba convirtiéndose en una cosmovisión
antropológica, podríamos decir, en la que la contraposición entre lo masculino
y lo femenino adquiere un sentido metafísico; queda convertida en el
antagonismo esencial existente en el seno de la realidad, en el que se refleja
un antagonismo universal.
Pero
antes de adentrarnos en el curioso, cuanto menos, pensamiento de Weininger,
parece obligado detenerse en un dato biográfico que n o se puede olvidar al
acercarse a su obra y que a muchos les parecerá prueba definitiva de que su
extravagante diatriba antifemenina es reductible a pura patología. Weininger
puso fin a su vida e de un pistoletazo en la misma casa de su Viena natal donde
había muerto Beethoven, en 1903, cuando apenas contaba 23 años de edad. Pero
para contrarrestar la opinión de que Sexo
y Carácter es fruto simplemente del
desquiciamiento de un enfermo decadente vienés finisecular leamos lo que dice
Bartley sobre este asunto en su libro sobre Wittgenstein: “se ha señalado
frecuentemente que Wittgenstein admiró la obra de O. Weininger (…) Aquellos que
hoy desprecian a Wininger como un enfermo deberían recordar, si quieren
entender las corrientes subterráneas del pensamiento de la Europa central
anterior a la Primera Guerra Mundial, que muchos de los contemporáneos de
Weininger le tomaron muy en serio. Entre 1903 y 1923 Sexo y Carácter tuvo veinticinco ediciones y en 1923 su libro se
tradujo a ocho idiomas”. En cualquier caso nos encontramos ante alguien que
merece ser incluido en ese grupo de hombres a los que nos debemos atrever a
llamar mártires del espíritu y que nos enseñan sobre la condición del pensador
más de lo que habitualmente estamos dispuestos a reconocer.
Al
igual que Schopenhauer, Weininger intenta
apoyar el comienzo del desarrollo d esu doctrina en el pensador que parce más
alejado de toda doctrina en este sentido, Kant. Weininger coincide con éste en
que es necesario salvar al Yo de la crítica empirista para mantenerlo en su
dignidad de instancia fundante de la racionalidad. Weininger dice situarse en
la dirección (cita como pertinentes a ella nombres como los de Windelband y
Husserl entre otros) que “contra el método psicológico-genético de Hume hace
valer y mantiene el pensamiento crítico-trascendental de Kant”(Sexo y Carácter, pg. 144). Pero en
contra de Kant, Weininger no se conforma con un Yo sustancial (alma) que sea
solamente una realidad (nouménica) a la que se acceda por el reconocimiento de
que en el hombre se da el factum de la conciencia moral, siendo desde el punto
de vista de la primera crítica simplemente una posibilidad. Coincidiendo con
Fichte, Wininger piensa que la lógica, empezando por el principio de identidad,
A=A, requiere que se dé la identidad de un sujeto poseedor de una realidad
inteligible. Pero Weininger le da un giro psicologista al admitir un Yo
sustancial como fundamento de la racionalidad de la experiencia más allá de las
formas aprióricas de la sensibilidad y el entendimiento; este Yo sustancial no
está dado trascendentalmente por encima de toda contingencia empírica sino que
es deducido a partir de la actividad del sujeto psicológico que mediante la
memoria como facultad empírica unifica la corriente de sus vivencias
singulares. Hay Yo sustancial allí donde se pueda sentir la propia vida como
“una serie lógica de sucesos continuos, sin lagunas, ordenados en forma causal,
poniendo en relación el principio, el medio y el fin de la vida individual”
(op. cit., pg. 158). De la opinión de que en la mujer pura no se da una tal
continuidad de la experiencia
posibilitada por la memoria se deduce que la mujer carece de Yo
sustancial, de alma, y por lo tanto no puede pensar lógicamente: “un ser que
como la mujer absoluta no se sintiese
idéntico en los diferentes momentos sucesivos no poseería siquiera la evidencia
de la identidad del objeto de su pensamiento en los diversos instantes”. Por
tanto, cuando falta la memoria falta la posibilidad de pensar lógicamente. De
su argumentación deduce Weininger que existe una gradación variable de la
identidad y unidad del sujeto, de su sustancialidad: es máxima en el sujeto
empírico en el que la conexión de la experiencia psicológicamente asentada es
máximo, el hombre genial, que es el hombre puramente masculino, y no existe en
el sujeto en el que la desconexión de la experiencia es máxima, la mujer
absoluta.
Cuando
Weininger habla de hombre o de mujer absolutos está refiriéndose a tipos
ideales, pues parte de la hipótesis, que él intenta probar con argumentos de
tipo biológico desarrollados en la primera parte del libro, de que en toda
persona se da una combinación de elementos masculinos y femeninos: Weininger
afirma por tanto la bisexualidad de toda persona. Este asunto de la
bisexualidad en Weininger tiene su historia, pues fue la causa de que Freud
rompiera con el amigo, Wilhelm Fliess, que fue el testigo de su autoanálisis.
Freud había comunicado, presentándola como suya cuando en realidad era de
Fliess, la tesis de la bisexualidad a un paciente, Swoboda, en el curso de la
terapia; éste a su vez se la comunicó a Weininger, quien la utiliza en Sexo y Carácter sin citar a Fliess.
Cuando se publicó Sexo y Carácter se
produjo una agria polémica entre Freud y Fliess que acabó con su amistad.
Freud, sin embargo, llegó a reconocer, en vano, antes de la ruptura que había
sufrido un “olvido” al declarar como suya la tesis de la bisexualidad.
Pero
volvamos a Weininger . Decíamos que para él n o existen como personas reales ni
la mujer pura ni el hombre puro. Esto quiere decir que igual que no se da un
ser humano totalmente alógico, tampoco se da un sujeto puramente lógico. De
esto último se sigue que el concepto lógico puro no se hace presente nunca en
ninguna conciencia pues toda representación suya está siempre contaminada por
la materialidad contingente y empírica de los sujetos psicológicos en los que
aparece. Todo concepto en tanto que dado en una conciencia particular es una
“representación gráfica general” (op. cit., pg. 157). Lo puramente formal, la
idea lógica de una clase de particulares no puede ser nunca alcanzada en una
conciencia particular pues es intemporal y puramente ideal y, por lo tanto, no
puede ser en cuanto tal contenido del sujeto que está contaminado por el tiempo
y por la materia que recibe a través de la percepción sensible, materialidad y
temporalidad que , por supuesto, Weininger identifica con el principio
femenino, mientras que lo formal-racional se corresponde con el principio
masculino. Lo dicho anteriormente con respecto a la lógica también es aplicable
a la ética. Ésta tiene su manifestación empírica en el arrepentimiento y, por
lo tanto, requiere como condición que se dé la cohesión que haga que el sujeto
experimente como suyos todos los actos realizados por él en el pasado. Los
preceptos de la lógica, por tanto, sólo
pueden ser observados por un sujeto que sea lógico y que por tanto se sienta
constantemente como idéntico a sí mismo, con toda la corriente de sus vivencias.
Lógica y ética se hacen dependientes mutuamente , pues también la lógica al no
estar dada trascendentalmente a priori sino que depende de que el sujeto se
sienta a sí mismo como idéntico, se convierte en un precepto ético: “la lógica
constituye una ley a la que se debe obedecer, y el hombre sólo llega a ser tal
cuando es completamente lógico y n o lo será hasta tanto no sea en todo y pot
todo lógico”.
Como
vemos, Weininger asocia todo lo que desde el punto de vista de la filosofía
moderna constituye la racionalidad del
hombre a lo que en el hombre hay de masculino. Lo femenino no sólo es el
principio psicológico inferior, sino que representa la antítesis de todo ,o
metafísicamente positivo: la necesidad frente a la libertad, la materia frente
al espíritu, la temporalidad terrestre frente a lo intemporal, la culpabilidad
frente a la inocencia; en definitiva todo lo que encadena al hombre a la
existencia en este bajo mundo…
Pero
en el hombre también se da lo que es específico de su ser intemporal; el
resultado de la lucha entre lo masculino y lo femenino no está decidido, ni
siquiera dentro de las mujeres mismas, que como queda dicho n o son nunca
mujeres absolutas por la hipótesis de la bisexualidad. En esto radica el que
Weininger no deduzca de su filosofía un antifeminismo práctico. No se debe
relegar a la mujer a lo propiamente femenino, sino todo lo contrario; hay que
ayudar a la mujer a desprenderse de lo femenino y a que triunfe en ella también
lo masculino. Este triunfo al nivel de la especie sólo será posible si ambos
géneros renuncian a lo que constituye la manifestación más pura y más directa
del principio femenino, a saber, la sexualidad. Lo femenino no es el objeto del
deseo, es el deseo mismo. El fenómeno de la tercería, que según Weininger se observa en toda mujer, muestra que
lo que más desa la mujer es que el acto sexual se realice el mayor número
posible de veces. El peculiar
racionalismo de Weininger le lleva a la conclusión de que el triunfo de la
Humanidad como idea, es decir, la actualización absoluta de la lógica y de la
ética, pasa por la renuncia de la Humanidad como especie a su pervivencia.
Weininger es, desde luego, implacable a la hora de llevar sus ideas a sus
últimas consecuencias.
Sin
duda, los argumentos de Weininger tienen un pathos que en los tiempos que corren resulta difícil de entender y
sin duda son en sí mismos delirantes. Tampoco hay duda alguna de que su forma
de razonar es más bien endeble y poco rigurosa; como dice Carlos Castilla del
Pino en su introducción a la traducción castellana de la obra: “En Sexo y Carácter se da una yuxtaposición de juicios de hecho y
juicios de valor en el nivel mismo del texto en donde argumentos y análisis se
ven frecuentemente suplantados por el prejuicio y la racionalización” (op.
cit., p.6). Pero como afirma el propio Castilla del Pino en esta misma
introducción, el libro que tratamos debe ser tenido en cuenta como
significativo en su época debido al enorme éxito que alcanzó en su día. Tampoco
está de más señalar que la concepción que Weininger tiene de la mujer no dista
demasiado, aunque la valoración sea opuesta, de la que puede tener alguien como
Agustín García Calvo cuando dice: “el sexo de por sí, el femenino, está
diciendo de sí mismo: es una amenaza de infinitud, de indefinición, de pérdida
para el Poder en toda la sociedad establecida” (Filosofía y sexualidad, Anagrama, p.54). Que lo otro de la razón sea pensado como sana inmediatez
revolucionaria, libre de las coerciones del pensamiento, o como aquello sobre
lo cual el sujeto debe imperar en nombre de su esencia racional. O que sea
identificado con la mujer o con
cualquier otra cosa es cuestión de gusto, pero en todo caso lo puramente
pulsional, lo no reductible a representación permanece siempre frente al
pensamiento como un reto.
OBRAS CITADAS
Otto Weininger: Sexo y
Carácter, Península
Fernando Savater(editor): Filosofía y Sexualidad, Anagrama
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