viernes, 22 de enero de 2021

CARTA SOBRE LA ALIENACIÓN A UN INTERLOCUTOR FILOSÓFICO CONOCIDO EN REDES SOCIALES

 

El problema de la alienación, efectivamente, hace referencia a la cuestión de la pérdida de la propia esencia, como ya dijimos. Pero la cuestión está en saber quién puede erigirse en portavoz de la esencia para establecer de una manera racional fundada y con validez general, para todos, lo que es la esencia auténtica de aquellos que la han perdido al estar alienados. 
La ciencia moderna ha sustituido el conocimiento válido universalmente de la esencia por la fijación de las leyes que rigen la asociación regular de los fenómenos. El conocimiento de esencias, más allá de la apariencia fenoménica, de lo que es de hecho, es un conocimiento metafísico que hoy es muy difícil de defender frente a la ciencia moderna. Como señaló Popper en su crítica de Platón y Aristóteles, la ciencia no funciona determinando esencias mediante las definiciones, sino estableciendo leyes que tengan consecuencias empíricas contrastables con los fenómenos. La idea de que es misión de la ciencia descubrir la esencia más allá de los fenómenos es una idea que todavía está presente en la concepción de la ciencia que tenían Hegel o Marx, e incluso, si no estoy equivocado, está presente en la filosofía de la ciencia de Gustavo Bueno, pero esta concepción es una idea enfáticamente filosófica y metafísica de ciencia que no se corresponde con lo que hace la ciencia efectiva, o al menos ese es el punto de vista de un filósofo de la ciencia solvente cómo Popper. 
¿Qué se puede hacer si el “esencialismo” ha sido derrotado por la situación histórica actual del conocimiento positivo?
Hay que tener en cuenta que la frase de Sartre “la existencia precede a la esencia” hay que entenderla también en un sentido “antiesencialista”. No tenemos que ser, en tanto que hombres, la realización de una determinada esencia, de ciertas determinaciones universales que en cuanto son realizadas nos convertirían en hombres no alienados. Lo que seamos depende de lo que decidamos hacer en nuestra existencia absolutamente infundada, sin esencia previa que decida universalmente lo que tenemos que ser para ser hombres auténticos y no alienados. 
Creo que lo único que podemos hacer ante esta caída objetiva, tanto científica como filosófica, de la idea de esencia es afirmar nuestra perspectiva, contingente y accidental pero psicológicamente fatal, de aprehensión y valoración de lo que consideramos individualmente, no universalmente, como bueno, correcto y verdadero. Se debe evitar construir sobre esto un discurso que pretenda tener una validez ética o política normativa de alcance universal, pero en nuestra vida personal privada tenemos que atenernos a ello y tenemos que expresar y defender esa perspectiva radicalmente nuestra en la que fatalmente estamos situados. 
Yo, por ejemplo, considero desde mi perspectiva psicológica y cultural irreductiblemente personal que la mayoría de las personas de nuestra sociedad son unos pequeñoburgueses filisteos absolutamente odiosos y despreciables. Lo que tengo que hacer es atenerme  en mi vida personal  privada a ello y actuar en consecuencia, evitándolos y viviendo de espaldas a ellos, pero sabiendo que como esa aprehensión mía y esa valoración mía son resultado de una perspectiva individual no universalizable ni fundamentable en una razón común discursiva, no puedo sacar de ellas un discurso de validez pública  que establezca políticamente – o aunque solo sea éticamente, en una “moral pública”– la forma de vida que es la públicamente correcta para ser hombre auténtico y no alienado. 
Creo que la distinción entre una esfera pública y una esfera privada es una distinción, desde luego,  liberal y que de alguna manera constituye el eje de esta ideología política burguesa y capitalista, pero que hoy es insuperable y de la que no queda más remedio que servirse para pensar lo que podemos hacer con nuestras vidas hoy. La esfera pública debe estar presidida por principios morales de convivencia y comunicación justas que sean universales y que garanticen derechos y libertades iguales para todos, principios de una razón práctica universalista e igualitaria. Pero en nuestra vida privada tenemos que guiarnos por valoraciones que sólo pueden ser perspectivísticas y personales, y que es en lo que tenemos que basarnos para elegir nuestra forma de vida sustancial y efectiva, dentro del marco formal de convivencia justa que viene dado por los principios universales pero meramente formales ( que nos dicen cómo tenemos que tratar éticamente a los demás pero no qué contenidos de vida tenemos que elegir) de la razón práctica. 
Bueno, al final creo que me estoy liando un poco, pero simplemente quiero aludir a la distinción liberal entre cuestiones de justicia, que son competencia de la razón práctica universal, y cuestiones de vida buena, que solo podemos resolver desde nuestra perspectiva particular no racionalizable. Es decir, la convivencia política y ética debe solucionarse con principios universales de justicia, que se traducen prácticamente en el respeto a todas las formas de vida y pensamiento que a su vez respeten a las demás, pero la elección de nuestra concreta forma de vida solo la podemos hacer sobre nuestras preferencias perspectivísticas no racionalizables mediante su universalización normativa. Esta dicotomía liberal entre vida privada y vida pública, entre cuestiones de justicia y cuestiones de vida buena, entre razón práctica universalista y formalista, por un lado, y gustos y preferencias sobre contenidos vitales “materiales”, por otro, creo que es una dicotomía liberal que es hoy insuperable y necesaria tener en cuenta. Ante la falta de perspectivas políticas de cambios materiales y espirituales profundos, lo único que podemos hacer es, respetando a todo el mundo en sus formas de vida y pensamiento, refugiarnos en nuestra vida privada y establecer allí una cultura y una psicología alternativa a la de las mayorías filisteas y pequeñoburguesas, a las que hay que respetar políticamente y éticamente pero que en nuestra forma de vida particular, en nuestra “moral privada”, podemos y debemos despreciar y de las que podemos y debemos, en la medida de lo posible, huir. 

En el texto de mi libro titulado “Precisiones éticas” he tratado de exponer estas cuestiones, aunque no sé si la remisión a él servirá para aclarar las cosas o confundirlas más. 

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