jueves, 15 de febrero de 2024

EL MAYO DEL 68 Y NOSOTROS

 Pongo aquí un artículo escrito por mí en noviembre de 1987 en la revista de Daimiel "La venganza de don Pato", al comienzo del curso siguiente a la revuelta estudiantil del Cojo Manteca, en la que participé activamente


En el ya próximo año de 1988 se cumplirá el 20 aniversario de los famosos acontecimientos del Mayo francés del 68. Durante esos 20 años la cultura oficial ha tenido tiempo de convertir esa importante revuelta contracultural de la juventud francesa, que hizo temblar a la burguesía de toda Europa, según palabras de su líder más destacado, el judío alemán Dany Cohn-Bendit (estudiante de sociología en Nanterre), en un “gran acontecimiento histórico”, la ha hecho entrar en la “historia de los grandes movimientos ideológicos y políticos del siglo XX”, en definitiva, ha sabido convertir esa revuelta estudiantil en un mito histórico, robando su recuerdo de esa manera a la conciencia viva y palpitante de los que más podrían aprender de ese recuerdo, los jóvenes de hoy, para provecho de la propia estabilidad del sistema de dominación política, que sigue siendo el mismo contra el que se rebelaron los estudiantes franceses, al mismo tiempo que para provecho de profesores de humanidades, sociólogos, filósofos de andar por casa (o sea, de leer en El País) y otros onanistas mentales y buitres de lo que la cultura oficial sabe robarle a la vida para convertirlo en carroña histórica. Sin duda el año próximo los medios de comunicación de masas, espoleados por el mercado cultural, que últimamente parece haber encontrado muy rentable la moda de la celebración de efemérides de todo tipo, tratarán de consumar este proceso de “momificación historicista del Mayo del 68”.

            No se trata de negar la relevancia de esta fecha dentro de la historia de las ideas políticas (hubo cosas que quedaron muy claras, por ejemplo el carácter burgués, cómplice con el sistema, de la línea reformista y economicista seguida por el partido comunista francés y sus homólogos europeos), ni el enorme impacto que esta fecha tuvo sobre el estilo de vida y de pensamiento de muchos jóvenes, que encontraron gracias a ella su madurez política o simplemente un estímulo vital (uno más de los muchos que ofreció la prodigiosa década) o un modelo de acción contestataria. Desde luego no se puede estar de acuerdo con aquello que decía hace tiempo una persona de talante conservador de que el Mayo francés del 68 fue simplemente una algarada organizada por los gamberros bohemios del barrio latino parisiense. Por aquel entonces, hasta los chicos del PSOE, convertidos hoy a todo lo que está en las Antípodas del espíritu del 68, el pragmatismo más cínico, el dirigismo más manipulador (como el propio don Pato ha tenido ocasión de experimentar en su propia carne), el tecnocratismo “modernizador” más típicamente tardocapitalista, la desideologización, etc., creían por aquella época en la necesidad revolucionaria de asaltar el Palacio de Invierno, metáfora desde la traicionada y “fracasada” revolución bolchevique de 1917 de los órganos supremos del poder clasista del Estado burgués.

            Aquel momento fue un gran momento para toda la izquierda con vocación sinceramente transformadora de la realidad social, pero la nostalgia no es un sentimiento revolucionario, y menos todavía el culto historicista de los grandes acontecimientos. Conviene recordar lo que Nietzsche advirtió en su segunda consideración intempestiva de 1874 “Sobre la ventaja y desventaja de la historia para la vida”: “cuando el programa vital, el programa de futuro de la vida decaen, el amontonamiento del saber histórico se convierte en un lastre, más aun en un peligro para la vida” (Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, pg. 44). Sencillamente el poder, convirtiendo el Mayo del 68, a través de sus mecanismos de control cultural (Universidad, medios de comunicación, intelectuales pseudocríticos, etc.), en un “gran acontecimiento histórico, trataría de evitar que algo parecido a ese ”gran acontecimiento histórico” pudiera volver a ocurrir. Cuando un acontecimiento histórico se repite, su segunda aparición se convierte en una caricatura de la primera, dijo Marx. El miedo a realizar una caricatura de Mayo del 68 puede convertirse en un lastre para un proyecto de izquierdas pero de verdad, es decir revolucionario. La única manera de evitar esto es rechazar la mitificación historicista de Mayo del 68, y ver en esta fecha simplemente un episodio de la ya larga lucha contra el dominio capitalista de la clase burguesa, que sin duda para seguir adelante con éxito debe cultivar lo que Nietzsche en la obra antes citada llama una “historia crítica”, es decir, debe mirar al pasado para aprender de cara a la acción de futuro, para perfeccionar su fuerza actual (y de aquí la ventaja de la historia para la vida), pero si recurre al pasado para llorar su pérdida y para mitificarlo dará una muestra de debilidad y su “programa vital” se resentirá de ello.

            Por otra parte, tal como están las cosas, también parece equivocada otro tipo de lectura del Mayo francés defendida por el mismo Dany Cohn-Bendit hace poco en una entrevista televisiva (2ª cadena y a una hora de escasa audiencia: típico ejemplo de lo que Marcuse llamó, precisamente allá por el 68, “tolerancia represiva”). Según esta lectura del Mayo del 68, este movimiento, si no consiguió la conquista del poder, objetivo de todo movimiento revolucionario que se precie, sí por lo menos habría conseguido producir un cambio en las pautas culturales de comportamientos de los jóvenes.

            Sin embargo, hoy más bien parece, o nos parece a nosotros, que las cosas son muy distintas: la imaginación no solo no está en el poder, sino que también parece estar en vías extinción dentro de nuestras cabezas, pues como es bien sabido hoy ya no nos dejamos “comer el coco” por rollos “raros” (léase lo que nuestro ilustre paisano Pepe Sanroma dice al comienzo de su valiente y recomendable opúsculo Persistir en la lucha por la revolución de los pueblos de 1980 sobre el uso “ideológico”, en el sentido marxista del término “ideológico”, es decir, sobre el uso interesada y maliciosamente “comecocos” que el dispositivo de control cultural del poder hace de esta expresión de la jerga juvenil, “comer el coco”).

Además, poco espacio parece quedar hoy para la imaginación en nuestras cabezas, definitivamente conquistadas por la “razón instrumental”, casi omnipotente hoy en su apoteosis informática…

            Por otra parte, actualmente sigue siendo tan necesario como en el 68 un movimiento que sea al mismo tiempo anticapitalista y anticomunista (por emplear para entendernos el término anticomunismo como sinónimo de antisovietismo, cosa que no es ni mucho menos correcta), o como dijo Cohn-Bendit, anticomunista por ser anticapitalista, que es lo mismo que decir un movimiento contrario al capitalismo en sus dos versiones actuales, la versión imperialista de tendencia monopolista “made in U.S.A.” y la versión burocrática y estatalista de la U.R.S.S. (ojalá sea inoportuno decir esto al comienzo de la era Gorbachov). Sin embargo, a pesar de todo ello lo que hoy predomina es la posmodernidad, esa gilipollez, y sus debilidades reaccionarias: el “pensamiento débil”, que es una invitación a la frivolidad tanto práctica como intelectual o el hedonismo  también débil, y trivial, que sabe convivir en las mismas personas con “ideologías” de contenido ascético también sabiamente debilitadas por sus representantes terrenales, cuando no degeneran en fenómenos que si bien son también débiles en sus contenidos ideológicos ( sin comillas esta vez) no lo son tanto en su fuerza “desconcienciadora “, cuando no “descorporalizadora”, fenómenos tales como el de las “drogas” ( música popo, televisión, alcoholismo, heroína, etc.)  o como el también gilipollesco fenómeno de las tribus urbanas (heavies, punkies, pijos, horteras -la gran mayoría-, yuppies, etc.).

            Tal vez ante semejante panorama, a los que más allá de modas culturales, y desde luego más allá de “fiebres de juventud” seguimos rechazando el poder de la burguesía, con sus obsoletos, hipócritas y mistificadores valores ético-morales; su “cultura de consumo”, cada vez más inaguantable en su vulgaridad y en su idiotismo; su interesada, “ideológica”, sacralización del trabajo “alienado” al que nos condena ( cuando no es al paro a lo que os condena); su concepción productivista y lucrativa de la economía   (a costa de la clase trabajadora y del Tercer Mundo, por supuesto) etc., no nos quede más remedio que recurrir a la nostalgia…, que aunque no es un sentimiento revolucionario, como sentimiento romántico que es (por favor, entiéndase el término romántico en su sentido serio, viril y profundo, y no en su sentido sensiblero, vulgar y femenino) tal vez sea ingrediente necesario de ese “escapismo bueno” ( contrario al malo de las “drogas”) al que tal vez estemos condenados aquellos a los que nos gustaría seguir viendo ese hilo rojo de la historia  (siempre viva y hacia delante) del que habló Ernst Bloch, filósofo de la  esperanza utópica…

 

 

                                                          EL PSICOPATO DE LA COLINA, Noviembre de 1987          

              

        

    

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