viernes, 5 de febrero de 2021

RICHARD WAGNER



Como espada gozosa de victoria,

como fuego de la cumbre del amor,

entraste en el dolor de mi vida,

como heroico sufrimiento de los dioses,

como oscura madre oculta de la conciencia.

Pero eran inútiles el grito de la hija del dios,

el cisne resplandeciente entre armonías azules,

el pecado redimido del cantor agitado,

la renuncia triunfante del loco compasivo,

la victoria romántica sobre la pedantería,

el placer de unión en la oscuridad gozosa.

Eran inútiles el amor y la redención.

Ni más noble ni más profunda,

persistía mi pena extraña.

El sonido grandioso era más rareza en mi vida,

la noche de la exaltación no me trajo el amor,

la muerte no era dulce y suave consumación,

la música seguía siendo negación de mi torpe anhelo,

el entusiasmo era podredumbre del alma enferma.

Más hundido en lo sensible, más apariencia engañadora,

más pérdida de tiempo, más emoción incierta y dolorosa.

Sin embargo la belleza triunfante sucedía,

en interior de certeza inexpugnable de la voluntad.

Allí había imágenes erguidas del éxtasis.

Fue inefable la intensidad de la plenitud,

pero vivía la bendición de la grandeza.

Maldita psicología se transfiguró en soledad jubilosa,

las horas de sueños con el clamor de los héroes

no eran demente política o solo patología,

sino lucha y victoria del arte contra el nervioso mal

de fuerzas siniestras negadoras de la vida.

Era el fervor de la neurosis del pecador

que en el ansia de amor y redención

alcanzaba objetiva mística de lo estético.

Que todo el gozo de la armonía turbulenta

no se pierda en pasado irredento.

Que vuelva una y otra vez el gozo altisonante,

que poesía y música celebren el éxtasis,

que por siempre se exprese en elevación el alma,

que huya el problema personal y social de la extrañeza,

que toda la morralla psicológica degenerada

se sublime en el resonar del canto

que sea la forma encantada y jubilosa

de lo eterno femenino irracional.


Juan Gregorio Álvarez Calderón

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