domingo, 10 de noviembre de 2013

CRISTÓBAL DE MADRID, UN DAIMIELEÑO EN LOS ALBORES DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS



Cristóbal de Madrid es, sin duda, la personalidad religiosa más importante nacida en Daimiel. Formó parte del primer grupo de jesuitas reunidos en torno a la figura del fundador, san Ignacio de Loyola.
                Nos informa Santos García-Velasco en el “Ensayo de un catálogo de daimieleños ilustres” incluido en su Historia de Daimiel de que Cristóbal de Madrid ingresó en la Compañía de Jesús en 1550 y asistió a la muerte de san Ignacio. Fue consultor del Colegio Cardenalicio, asistente por Italia y Sicilia del padre Laínez y administró la casa profesa de los jesuitas en Roma.
Hervás y Buendía en su Diccionario histórico ,geográfico, biográfico y bibliográfico de la provincia de Ciudad Real añade que por su cargo de teólogo consultor se puede comprender cuál sería su pericia en las ciencias sagradas y que además Cristóbal de Madrid era tenido en gran aprecio por san Ignacio por su prudencia y autoridad.
                Fue el autor de un libro, que alcanzó una importante fama y difusión,  dedicado a defender la costumbre de la comunión frecuente, tema que, andando el tiempo, sería caballo de batalla en las polémicas de los jansenistas contra los jesuitas, polémicas en las que intervendría el gran Blaise Pascal del lado jansenista. El título del libro de Cristóbal de Madrid, escrito en latín clásico pero en forma escolástica, es De frequenti usu santissimae Euccaristiae sacramentu libellus y se publicó en 1555 en Nápoles en una edición limitada. La publicación definitiva tuvo lugar dos años más tarde en la imprenta del Colegio Romano. Fue el primer libro que se publicó con el propósito expreso de defender la frecuente recepción de la Eucaristía. En el proemio del libro, Cristóbal de Madrid trata de defender la Eucaristía de los ataques protestantes pero su principal preocupación viene dada por los católicos que se oponían a la comunión frecuente. Niega la idea de que uno debe hacerse digno antes de acercarse a la Eucaristía, pues, según Cristóbal de Madrid, virtud y mucha devoción no eran prerrequisitos, ya que precisamente para conseguirlas se distribuía la comunión. En respuesta  a la objeción de que la Iglesia no urgía la comunión frecuente, invocaba la práctica de la Iglesia primitiva. Recurre Cristóbal de Madrid, como era uso entre los autores escolásticos, al testimonio de la Biblia y de los Padres griegos y latinos, pero, en un rasgo de modernidad típica de los primeros jesuitas, se apoya también en la “experiencia”. Se opone a la comunión rutinaria y critica a los sacerdotes que “por obligación o esperanza de ganancia económica celebran la misa irreverentemente y con negligencia”. Es reticente a condenar a los que se abstenían por reverencia, pero señala el aumento de consolación y de gozo espiritual de los que comulgaban con frecuencia. Es curioso el hecho de que Cristóbal de Madrid invoca en la obra la “libertad cristiana”, de la que también hablaba Lutero, el iniciador del movimiento religioso que era el gran objetivo polémico de los primeros jesuitas.

                Terminaré diciendo que sería muy deseable que un buen latinista acometiera la tarea de traducir el libro de Cristóbal de Madrid al castellano.