Cristóbal de Madrid es, sin duda, la personalidad religiosa
más importante nacida en Daimiel. Formó parte del primer grupo de jesuitas
reunidos en torno a la figura del fundador, san Ignacio de Loyola.
Nos
informa Santos García-Velasco en el “Ensayo de un catálogo de daimieleños
ilustres” incluido en su Historia de
Daimiel de que Cristóbal de Madrid ingresó en la Compañía de Jesús en 1550
y asistió a la muerte de san Ignacio. Fue consultor del Colegio Cardenalicio,
asistente por Italia y Sicilia del padre Laínez y administró la casa profesa de
los jesuitas en Roma.
Hervás y Buendía en su Diccionario
histórico ,geográfico, biográfico y bibliográfico de la provincia de Ciudad
Real añade que por su cargo de teólogo consultor se puede comprender cuál
sería su pericia en las ciencias sagradas y que además Cristóbal de Madrid era
tenido en gran aprecio por san Ignacio por su prudencia y autoridad.
Fue el
autor de un libro, que alcanzó una importante fama y difusión, dedicado
a defender la costumbre de la comunión frecuente, tema que, andando el
tiempo, sería caballo de batalla en las polémicas de los jansenistas contra los
jesuitas, polémicas en las que intervendría el gran Blaise Pascal del lado
jansenista. El título del libro de Cristóbal de Madrid, escrito en latín
clásico pero en forma escolástica, es De
frequenti usu santissimae Euccaristiae sacramentu libellus y se publicó en
1555 en Nápoles en una edición limitada. La publicación definitiva tuvo lugar
dos años más tarde en la imprenta del Colegio Romano. Fue el primer libro que
se publicó con el propósito expreso de defender la frecuente recepción de la
Eucaristía. En el proemio del libro, Cristóbal de Madrid trata de defender la
Eucaristía de los ataques protestantes pero su principal preocupación viene
dada por los católicos que se oponían a la comunión frecuente. Niega la idea de
que uno debe hacerse digno antes de acercarse a la Eucaristía, pues, según
Cristóbal de Madrid, virtud y mucha devoción no eran prerrequisitos, ya que
precisamente para conseguirlas se distribuía la comunión. En respuesta a la objeción de que la Iglesia no urgía la
comunión frecuente, invocaba la práctica de la Iglesia primitiva. Recurre
Cristóbal de Madrid, como era uso entre los autores escolásticos, al testimonio
de la Biblia y de los Padres griegos y latinos, pero, en un rasgo de modernidad
típica de los primeros jesuitas, se apoya también en la “experiencia”. Se opone
a la comunión rutinaria y critica a los sacerdotes que “por obligación o
esperanza de ganancia económica celebran la misa irreverentemente y con
negligencia”. Es reticente a condenar a los que se abstenían por reverencia,
pero señala el aumento de consolación y de gozo espiritual de los que
comulgaban con frecuencia. Es curioso el hecho de que Cristóbal de Madrid
invoca en la obra la “libertad cristiana”, de la que también hablaba Lutero, el
iniciador del movimiento religioso que era el gran objetivo polémico de los
primeros jesuitas.
Terminaré
diciendo que sería muy deseable que un buen latinista acometiera la tarea de
traducir el libro de Cristóbal de Madrid al castellano.