sábado, 23 de noviembre de 2013

LO QUE MENÉNDEZ PELAYO DICE SOBRE EL CRÍTICO LITERARIO DAIMIELEÑO DEL SIGLO XVIII PEDRO ESTALA


En la entrada en que presentaba al filólogo y crítico literario daimieleño del siglo XVIII Pedro Estala, decía que don Marcelino Menéndez Pelayo alababa a este paisano nuestro en su imponente y muy importante obra “Historia de los heterodoxos españoles” (algo aquejada de fanatismo católico, por no decir que muy aquejada, pero imprescindible para el estudio de la historia de la filosofía y de las ideas en España). La verdad es que en esta obra se encuentra solo una alusión al afrancesamiento de Estala y es en la “Historia de las ideas estéticas en España” donde don Marcelino se explaya en el comentario de la obra crítica del daimieleño y elogia su aportación a la teoría estética literaria. Según nos informa la doctora María Elena Arenas Cruz en su monografía sobre Estala (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2003), también escribe Menéndez Pelayo sobre él en su recopilación “Biblioteca de traductores españoles”, pero no dispongo d esta obra en mi biblioteca.
                La referencia a Estala en la “Historia de los heterodoxos españoles” es la siguiente:
“Los literatos del grupo moratiniano, Estala, Hermosilla, Melón, etc…, se afrancesaron todos, sin excepción de uno solo. Estala, ya secularizado y desfrailado, como él por tantos años había anhelado, pasó a ser gacetero del Gobierno intruso y escribió contra el alzamiento nacional varios folletos, v. gr. : “ Cartas de un español a un anglómano”.
(Marcelino Menéndez Pelayo: “Historia de los heterodoxos españoles”, Biblioteca de Autores Cristianos, vol. 2, pg. 686)
La “Historia de las ideas estéticas en España” dedica a glosar la figura de Estala  catorce páginas (de la 172 a la 185, tomo III ,volumen segundo, capítulo III. Utilizo la edición de 1886 de Imprenta de A. Pérez Dubrull). Lo primero que hay que decir es que en esta obra don Marcelino hace a Estala natural de Madrid, pero posteriormente  a él, en los años sesenta del pasado siglo, se descubrió la partida de nacimiento de Estala en el archivo de la parroquia de San Pedro de nuestra localidad. (Toda su familia era procedente de Valencia, excepto su abuela paterna, Josefa Lozano Ruiz de Baldelomar, que era de Daimiel).
                Procedo a continuación a hacer un resumen de la larga referencia a Estala en la “Historia de las ideas estéticas en España”.
Comienza don Marcelino glosando los dos discursos sobre la tragedia y la comedia antigua que Estala leyó en su cátedra de Historia Literaria de los Reales Estudios de San Isidro, y que después antepuso a sus traducciones de Sófocles y Aristófanes (recuérdese que además de crítico literario Estala era filólogo clásico). Empieza Menéndez Pelayo con un elevado elogio al crítico daimieleño: “hay en estos discursos verdaderas adivinaciones y un modo de crítica verdaderamente moderno”. Pues Estala se habría apartado de de la rigidez y la pesadez con la que algunos gramáticos habrían hecho uso de de la “Poética” de Aristóteles , al sacar de ella, nos dice don Marcelino, ”reglas arbitrarias que solo sirven para impedir los progresos del ingenio”. Además, la modernidad de Estala en estos discursos radicaría en que habría examinado el drama griego en relación con la religión y las instituciones sociales del pueblo ateniense, llegando a extraer dos ideas principales encerradas en el teatro griego: el dogma de la fatalidad o del destino y el principio de la libertad democrática.
                Sobre esto, Estala habría acertado al reconocer las diferencias substanciales existentes entre el teatro griego y el resto de teatros de otras épocas, criticando con ello justamente a todos los que trataban de imitarlo y caían con ello en una mera recreación externa e insulsa de ese teatro griego inalcanzable para los modernos. Estala prueba, nos dice don Marcelino, que la tragedia griega era un acto religioso y una representación completamente ideal, apartada de las cosas de este mundo y  sostenida por la música, y, por tanto, al ser extraños a los modernos estos conceptos, era absurdo querer trasplantar la tragedia griega a una época que había olvidado sus presupuestos.
                En relación con estas ideas sobre la tragedia griega, Menéndez Pelayo compara a Estala nada menos que con August Wilhelm Schlegel, uno de los gerifaltes  del Romanticismo alemán, e incluso lo pone por encima de él, pues mientras Schlegel, según don Marcelino, al criticar la “Fedra” de Racine como mala imitación de la tragedia griega del mismo nombre, habría querido “sustituir una idolatría teatral a otra, un convencionalismo amanerado a otro igualmente amanerado”, Estala se habría dado cuenta de que el teatro griego y el teatro moderno eran simplemente  diferentes y no se podía poner a ninguno de ellos por encima del otro.
En la estética literaria de la época de Estala dominaba una estrecha concepción de la idea aristotélica de la imitación, según la cual el cometido de la obra de arte literaria, y  de la obra de arte en general, era parecerse lo más posible a la realidad y llegar a provocar la ilusión de que,  en el  teatro por ejemplo, se estaba ante la misma realidad. Estala rompe con esta idea y muestra su carácter absurdo: “Ningún espectador sensato puede padecer ilusión, ni por un momento, en el teatro; sabe que ha ido a ver una representación, no un hecho verdadero (…)No es menos cierto, que aunque fuese posible la ilusión, debía desterrarse del teatro, porque en tal hipótesis, no sería una diversión sino un tormento”, dice Estala según cita de  don Marcelino. El crítico daimieleño sustituye el grosero principio de la imitación por el de simpatía, que nos hace disfrutar al derramar lágrimas en el teatro, cosa que no se daría si fuesen efecto de  la ilusión, pues en tal caso, nos dice Estala, “nos avergonzaríamos de que el autor y el actor nos hubiesen engañado en tal extremo”.
En la preceptiva dramática del tiempo de Estala, era famosa la llamada regla de las tres unidades, también de procedencia aristotélica, según la cual en toda obra de teatro debía dhaber unidad de tiempo, de lugar y de acción, es decir, el argumento de la obra debía desarrollarse en un único lugar, en un tiempo coherente y estar centrado en un único asunto.  Pues bien, Estala fue un crítico contundente de este riguroso precepto: afirma que las reglas de la tragedia griega no pueden trasladarse a la moderna; prueba que Aristóteles en su “Poética”, en realidad, no prescribe la unidad de tiempo como regla invariable y esencial, y , por último, saca a colación múltiples ejemplos de obras de la Antigüedad que no respetaban la regla de las tres unidades. Frente a la fría preceptiva de su época, Estala ensalza el teatro español del Siglo de Oro (Lope, Calderón, etc.), que incumplía las regla de las tres unidades por todos los lados, y que , según el crítico daimieleño, “dio al teatro  moderno su verdadero carácter”, y sin el cual estaríamos, continúa Estala, “sufriendo todavía la frialdad y la languidez de las pretendidas imitaciones del griego”.      
                Estala, en 1786, comenzó la publicación de una colección de antiguos poetas castellanos, a algunos de cuyos títulos antepuso el correspondiente prólogo (entre ellos puso prólogo a los tomos dedicados a las ”Rimas” de los hermanos Arguensola, a Herrera y a Jáuregui). Don Marcelino se refiere a estos prólogos y destaca el que Estala puso a las poesías de Herrera, pues en él el crítico daimieleño reacciona enérgicamente contra la poesía prosaica, utilitaria, razonadora, insulsa y fría que ese extendió en la literatura española en el siglo XVIII, y reivindica frente a ella un estilo poético distinto del de la prosa, con artificios y con un vocabulario lírico y no razonador y utilitario. Estala se muestra también contrario al rígido preceptismo en poesía y defiende frente a él el papel poético del entusiasmo , lo sublime, y lo que él llama los raptos y vuelos del poeta. Dice así nuestro paisano en bellas palabras: “ los verdaderos poetas líricos rompen, a manera de un torrente impetuoso, todo los diques que suele oponer un rígido preceptista, y para mostrar los nuevos mundos que va descubriendo en su vuelo rápido, no pueden guardar aquel escrupuloso método que se exige del que escribe a sangre fría: en estos momentos, que aun en los grandes poetas suelen ser raros, de ninguna otra cosa se cuidan menos que del método y riqueza, exactitud en las ideas y en las palabras…”. Este tema de lo sublime y del entusiasmo en poesía según Estala ha sido suficientemente y acertadamente tratado por la doctora María Elena Arenas Cruz en su monografía que cité al principio.
Según Menéndez Pelayo, el nombre de Estala, por todo lo dicho y por la modernidad de sus ideas, debería ocupar uno de los primeros lugares en la historia de la crítica española, y termina don Marcelino quejándose de que la importancia de Estala para la crítica de la tragedia griega no fuera reconocida internacionalmente. Para los autores extranjeros, dice el gran patriota don Marcelino, “libro castellano es como si no existiera o como si estuviese escrito en el dialecto de las islas de Otahití”.

                Nos recuerda  por último don Marcelino que Estala ejerció una notable influencia crítica sobre dos de los literatos más importantes de de su época, Moratín hijo (el autor de “El sí de las niñas”) y Forner, que se reunían con él por la noche en su celda monástica. Forner escribió una comedia titulada “El Filósofo enamorado” que corrigió sumisamente según las indicaciones de su amigo daimieleño , y Moratín reconocía, según Menéndez Pelayo, en su tiempo solo dos autoridades críticas, la de Estala y la del P. Arteaga, un importante teórico literario de la época.