En la entrada en que presentaba al filólogo y crítico
literario daimieleño del siglo XVIII Pedro Estala, decía que don Marcelino
Menéndez Pelayo alababa a este paisano nuestro en su imponente y muy importante
obra “Historia de los heterodoxos españoles” (algo aquejada de fanatismo
católico, por no decir que muy aquejada, pero imprescindible para el estudio de
la historia de la filosofía y de las ideas en España). La verdad es que en esta
obra se encuentra solo una alusión al afrancesamiento de Estala y es en la “Historia
de las ideas estéticas en España” donde don Marcelino se explaya en el
comentario de la obra crítica del daimieleño y elogia su aportación a la teoría
estética literaria. Según nos informa la doctora María Elena Arenas Cruz en su
monografía sobre Estala (Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
2003), también escribe Menéndez Pelayo sobre él en su recopilación “Biblioteca
de traductores españoles”, pero no dispongo d esta obra en mi biblioteca.
La
referencia a Estala en la “Historia de los heterodoxos españoles” es la
siguiente:
“Los literatos del grupo moratiniano, Estala, Hermosilla,
Melón, etc…, se afrancesaron todos, sin excepción de uno solo. Estala, ya
secularizado y desfrailado, como él por tantos años había anhelado, pasó a ser
gacetero del Gobierno intruso y escribió contra el alzamiento nacional varios folletos,
v. gr. : “ Cartas de un español a un anglómano”.
(Marcelino Menéndez Pelayo: “Historia de los heterodoxos
españoles”, Biblioteca de Autores Cristianos, vol. 2, pg. 686)
La “Historia de las ideas estéticas en España” dedica a glosar
la figura de Estala catorce páginas (de
la 172 a la 185, tomo III ,volumen segundo, capítulo III. Utilizo la edición de
1886 de Imprenta de A. Pérez Dubrull). Lo primero que hay que decir es que en
esta obra don Marcelino hace a Estala natural de Madrid, pero posteriormente a él, en los años sesenta del pasado siglo, se
descubrió la partida de nacimiento de Estala en el archivo de la parroquia de
San Pedro de nuestra localidad. (Toda su familia era procedente de Valencia,
excepto su abuela paterna, Josefa Lozano Ruiz de Baldelomar, que era de
Daimiel).
Procedo
a continuación a hacer un resumen de la larga referencia a Estala en la “Historia
de las ideas estéticas en España”.
Comienza don Marcelino glosando los dos discursos sobre la
tragedia y la comedia antigua que Estala leyó en su cátedra de Historia Literaria
de los Reales Estudios de San Isidro, y que después antepuso a sus traducciones
de Sófocles y Aristófanes (recuérdese que además de crítico literario Estala
era filólogo clásico). Empieza Menéndez Pelayo con un elevado elogio al crítico
daimieleño: “hay en estos discursos verdaderas adivinaciones y un modo de crítica
verdaderamente moderno”. Pues Estala se habría apartado de de la rigidez y la
pesadez con la que algunos gramáticos habrían hecho uso de de la “Poética” de
Aristóteles , al sacar de ella, nos dice don Marcelino, ”reglas arbitrarias que
solo sirven para impedir los progresos del ingenio”. Además, la modernidad de
Estala en estos discursos radicaría en que habría examinado el drama griego en
relación con la religión y las instituciones sociales del pueblo ateniense,
llegando a extraer dos ideas principales encerradas en el teatro griego: el dogma
de la fatalidad o del destino y el principio de la libertad democrática.
Sobre
esto, Estala habría acertado al reconocer las diferencias substanciales existentes
entre el teatro griego y el resto de teatros de otras épocas, criticando con
ello justamente a todos los que trataban de imitarlo y caían con ello en una
mera recreación externa e insulsa de ese teatro griego inalcanzable para los
modernos. Estala prueba, nos dice don Marcelino, que la tragedia griega era un
acto religioso y una representación completamente ideal, apartada de las cosas
de este mundo y sostenida por la música,
y, por tanto, al ser extraños a los modernos estos conceptos, era absurdo
querer trasplantar la tragedia griega a una época que había olvidado sus
presupuestos.
En relación
con estas ideas sobre la tragedia griega, Menéndez Pelayo compara a Estala nada
menos que con August Wilhelm Schlegel, uno de los gerifaltes del Romanticismo alemán, e incluso lo pone por
encima de él, pues mientras Schlegel, según don Marcelino, al criticar la “Fedra”
de Racine como mala imitación de la tragedia griega del mismo nombre, habría
querido “sustituir una idolatría teatral a otra, un convencionalismo amanerado
a otro igualmente amanerado”, Estala se habría dado cuenta de que el teatro
griego y el teatro moderno eran simplemente diferentes y no se podía poner a ninguno de ellos
por encima del otro.
En la estética literaria de la época de Estala dominaba una
estrecha concepción de la idea aristotélica de la imitación, según la cual el
cometido de la obra de arte literaria, y de la obra de arte en general, era parecerse
lo más posible a la realidad y llegar a provocar la ilusión de que, en el
teatro por ejemplo, se estaba ante la misma realidad. Estala rompe con
esta idea y muestra su carácter absurdo: “Ningún espectador sensato puede
padecer ilusión, ni por un momento, en el teatro; sabe que ha ido a ver una
representación, no un hecho verdadero (…)No es menos cierto, que aunque fuese
posible la ilusión, debía desterrarse del teatro, porque en tal hipótesis, no
sería una diversión sino un tormento”, dice Estala según cita de don Marcelino. El crítico daimieleño
sustituye el grosero principio de la imitación por el de simpatía, que nos hace
disfrutar al derramar lágrimas en el teatro, cosa que no se daría si fuesen
efecto de la ilusión, pues en tal caso,
nos dice Estala, “nos avergonzaríamos de que el autor y el actor nos hubiesen
engañado en tal extremo”.
En la preceptiva dramática del tiempo de Estala, era famosa
la llamada regla de las tres unidades, también de procedencia aristotélica, según
la cual en toda obra de teatro debía dhaber unidad de tiempo, de lugar y de acción,
es decir, el argumento de la obra debía desarrollarse en un único lugar, en un
tiempo coherente y estar centrado en un único asunto. Pues bien, Estala fue un crítico contundente
de este riguroso precepto: afirma que las reglas de la tragedia griega no
pueden trasladarse a la moderna; prueba que Aristóteles en su “Poética”, en realidad,
no prescribe la unidad de tiempo como regla invariable y esencial, y , por
último, saca a colación múltiples ejemplos de obras de la Antigüedad que no
respetaban la regla de las tres unidades. Frente a la fría preceptiva de su
época, Estala ensalza el teatro español del Siglo de Oro (Lope, Calderón, etc.),
que incumplía las regla de las tres unidades por todos los lados, y que , según
el crítico daimieleño, “dio al teatro
moderno su verdadero carácter”, y sin el cual estaríamos, continúa
Estala, “sufriendo todavía la frialdad y la languidez de las pretendidas
imitaciones del griego”.
Estala,
en 1786, comenzó la publicación de una colección de antiguos poetas castellanos,
a algunos de cuyos títulos antepuso el correspondiente prólogo (entre ellos
puso prólogo a los tomos dedicados a las ”Rimas” de los hermanos Arguensola, a
Herrera y a Jáuregui). Don Marcelino se refiere a estos prólogos y destaca el
que Estala puso a las poesías de Herrera, pues en él el crítico daimieleño
reacciona enérgicamente contra la poesía prosaica, utilitaria, razonadora, insulsa
y fría que ese extendió en la literatura española en el siglo XVIII, y reivindica
frente a ella un estilo poético distinto del de la prosa, con artificios y con
un vocabulario lírico y no razonador y utilitario. Estala se muestra también
contrario al rígido preceptismo en poesía y defiende frente a él el papel
poético del entusiasmo , lo sublime, y lo que él llama los raptos y vuelos del
poeta. Dice así nuestro paisano en bellas palabras: “ los verdaderos poetas
líricos rompen, a manera de un torrente impetuoso, todo los diques que suele
oponer un rígido preceptista, y para mostrar los nuevos mundos que va descubriendo
en su vuelo rápido, no pueden guardar aquel escrupuloso método que se exige del
que escribe a sangre fría: en estos momentos, que aun en los grandes poetas
suelen ser raros, de ninguna otra cosa se cuidan menos que del método y riqueza,
exactitud en las ideas y en las palabras…”. Este tema de lo sublime y del
entusiasmo en poesía según Estala ha sido suficientemente y acertadamente
tratado por la doctora María Elena Arenas Cruz en su monografía que cité al
principio.
Según Menéndez Pelayo, el nombre de Estala, por todo lo dicho
y por la modernidad de sus ideas, debería ocupar uno de los primeros lugares en
la historia de la crítica española, y termina don Marcelino quejándose de que
la importancia de Estala para la crítica de la tragedia griega no fuera
reconocida internacionalmente. Para los autores extranjeros, dice el gran
patriota don Marcelino, “libro castellano es como si no existiera o como si
estuviese escrito en el dialecto de las islas de Otahití”.
Nos
recuerda por último don Marcelino que
Estala ejerció una notable influencia crítica sobre dos de los literatos más importantes
de de su época, Moratín hijo (el autor de “El sí de las niñas”) y Forner, que
se reunían con él por la noche en su celda monástica. Forner escribió una
comedia titulada “El Filósofo enamorado” que corrigió sumisamente según las indicaciones
de su amigo daimieleño , y Moratín reconocía, según Menéndez Pelayo, en su
tiempo solo dos autoridades críticas, la de Estala y la del P. Arteaga, un importante
teórico literario de la época.