El volcán de caricias y de besos
arroja el siniestro fuego del alma
profunda,
toda la miseria de la muerte y de la
nada:
inconsciencia, pecado, esclavitud, error,
mal.
Tiene que negar y vencer la libertad
el engañoso promontorio del deseo
que quiere alcanzar sensación suprema
y nos despeña en dolor arrepentido.
Suspiros y espasmos de la gloria de los
cuerpos
son el engañoso éxtasis del caos de la
materia
y la necesidad de un ansia inconcebible
que nos arrastra al incansable
sinsentido.
La celebración sofocante del placer
es olvido del dolor esencial del mundo
que nos obliga a la constante alerta
del esfuerzo del espíritu y la castidad.
No es más profundo el placer que el
dolor,
aunque Nietzsche y los amantes lo
dijeran,
y es deber ideal del alma elevada
la compasión de Parsifal y su renuncia.
La felicidad de los amantes extasiados
siempre ríe del sufrimiento de la
Redención,
como Kundry en la Pasión de Cristo,
y cree tener ya la plenitud de lo humano
real.
Ni el placer del alma en pasión calmada,
ni el gozo del cuerpo que se sabe amado
son el fin supremo del espíritu
triunfante
que persigue el Bien y la Verdad
conscientes.
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