sábado, 1 de febrero de 2020

DISCURSO DE “LAS CIENCIAS Y LAS LETRAS”

DISCURSO SOBRE “LAS CIENCIAS Y LAS LETRAS”
(Primera entrega)





“La conversación no decaía un momento; la princesa no tuvo que echar mano de las dos piezas de artillería que reservaba para las ocasiones en que no se encontraba tema para charlar: el bachillerato de letras y el de ciencias y el servicio militar obligatorio; tampoco la condesa tuvo ocasión para burlarse de Levin”.

León Tolstoi, “Ana Karenina” 




El tema de “las dos culturas”, planteado en términos sociológicos y de crítica cultural por la famosa conferencia de C. P. Snow de igual titulo, podría ser elevado a un nivel filosófico y planteado como problema no ya cultural, sino de auténtica trascendencia espiritual-filosófica para nuestra época. Vivimos en una civilización tecnocientífica donde el lugar que en ella pueda ocupar una cultura “humanística” se vuelve totalmente problemático, si no es que se revela como una necesidad impuesta por la situación histórica el despedirse de toda ilusión sobre ese tipo de cultura “humanística”. Pensar, como hacen ciertos amigos de la ciencia, entre los cuales se encontraba el propio Snow, que la cultura “de ciencias” es postergada en nuestra sociedad porque los escritores o pensadores son más conocidos que los científicos o porque para ser considerado “culto” se exige saber datos de humanidades pero no la comprensión de los conceptos y leyes científicos básicos es coger el rábano por las hojas y enfocar el problema de una manera trivial. Hoy es dominante entre las masas y también en las élites gobernantes una ideología tecnocientificista que impone la percepción de la ciencia como un gran bien progresista de la humanidad y que es incapaz de una valoración de la cultura “de letras” que haga de ella, como “humanismo”, un principio de dirección espiritual de nuestra sociedad. Decir que hay hostilidad hacia la ciencia es un error de percepción que se queda en la superficialidad sociológica de ciertos fenómenos, como el ya indicado del significado preferentemente “libresco” de humanidades que se da al término “cultura” o como el de la supuesta peligrosidad social de supersticiones y seudociencias, que, a pesar de toda la preocupación que crea en los amigos de la ciencia autodenominanados “escépticos”, es un fenómeno marginal y cuyas raíces profundas podrían estar en un deseo de, en el tratamiento de lo propiamente espiritual, imitar a las ciencias, es decir podría estar en lo que se ha llamado un “materialismo difuso” de origen, en este caso, cientificista. Hay seudociencias y supersticiones mágicas porque a ciertos individuos, que por su marginalidad social pueden ser considerados “chalados”, les gustaría que lo espiritual ( o si se prefiere, y según este uso lato de “espiritual”, lo psicológico) pudiera ser tratado como la ciencia trata a la materia. 
Por otra parte, las humanidades están hoy absolutamente envueltas en una idea de “cultura” que desactiva totalmente la importancia y el valor que ellas podrían tener como principio  creador de un auténtico espíritu superior de la época. Las humanidades o están encerradas y secuestradas por los profesores en los guetos académicos o se aprecian por su colaboración en la producción de materiales para el ocio selecto de ciertos estratos burgueses que más bien podrían ser considerados , tanto en sus versiones conservadoras como progresistas, como seudocultos o semicultos. El espíritu de nuestra época es el marcado sin lugar a dudas por el imperio ideológico y cultural –aparte, desde luego, de su innegable dominio práctico- material sobre la realidad humana y natural– de la tecnocienciencia, y querer que se conceda todavía más valor a la ciencia y a la “cultura científica” es seguramente un síntoma más del cientificismo de nuestra civilización, cuando no una desdeñable maniobra motivada por banales intereses corporativos de los científicos. 
Las masas son hoy cientificistas hasta la médula y su actitud ante las humanidades es la de una filistea condescendencia, cuando no, entre sectores pequeñoburgueses con intereses ideológicos conservadores de tintes religiosos, de franca hostilidad. Por su parte, los sectores progresistas “con sensibilidad” viven disfrutando en su ocio de una cultura, filistea por su autocomplacencia y sectarismo, de “intelectuales” y “creadores” mediáticos y subvencionados que no parece que signifique un verdadero humanismo con valor espiritual “supraideológico”. 
En cuanto a la falta de una “cultura científica” bien generalizada y su presunta postergación frente a la cultura “de letras” ( postergación que en otro tiempo pudo ser mediática, pero ya no lo es, pues hoy las noticias de ciencia han igualado o incluso superado, si mi actual distanciamiento de toda prensa no me engaña, a las noticias “culturales”) hay que decir que ello, cuando pudo existir en la civilización burguesa clásica ya fenecida, respondía a una acertada y justa intuición sobre el valor respectivo de la ciencia y de las aportaciones de escritores, artistas y pensadores. Los conocimientos científicos hacen referencia, en su valor humano, a los medios de la vida, a un saber de manipulación instrumental de la naturaleza para conseguir nuestra viabilidad y expansión como especie biológica, mientras que los conocimientos tradicionales de humanidades se refieren a los fines de una existencia humana plena. La tecnociencia sirve para la conservación y la reproducción de la simple vida, mientras que las humanidades, tradicionalmente, han hecho referencia al buen vivir. O dicho en un lenguaje que a muchos irritará, las humanidades tienen un valor espiritual, la tecnociencia ninguno. 
La diferencia de valor en la jerarquía de lo puramente humano entre “ ciencias” y “letras” fue bien vista por Ortega en su Meditación de la técnica cuando defendió la prioridad antropológica del “proyectar” e “inventar” la vida propios de pensadores, poetas, artistas, profetas, héroes, grandes políticos sobre el proporcionar medios para el simple vivir propio de las ciencias y sus técnicas. Ortega concede una función valorada positivamente al servicio prestado por las ciencias, pero porque con él el hombre se ve liberado, en su tiempo y en sus energías, para la proyección “humanista” de la vida en su excelencia. Incluso piensa que los medios que la tecnociencia proporciona no para la simple conservación y reproducción de la vida materia, sino para la satisfacción de necesidades “artificiales” están subordinados, en su valor humano y en su propio orden de aparición temporal, a las concepciones y proyectos de vida buena que ofrecen y lanzan sobre el decurso histórico las “celebridades humanistas” que con sus obras han suscitado esas necesidades de orden superior. 

Pues, precisamente, una cultura de humanidades que proyecte espiritualmente la vida y que sea principio rector y creador de las formas de vida es lo que falta hoy por completo. Esa función de “invención y proyección” humana de la vida es hoy cumplida por la ideología cientificista, que ha derrocado por completo a los ideales “humanistas” de vida en la dirección de la cultura humana, entendida no como acumulación de conocimientos, sino como las concepciones y proyectos que elevan, según lo que Aristóteles pensaba que era lo específicamente humano, por encima del simple vivir para buscar la excelencia del vivir. 

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