sábado, 8 de febrero de 2020

VUELTA AL HUMANISMO BURGUÉS CLÁSICO (Tercera entrega)

IV

En cuanto a los contenidos axiológicos del humanismo burgués, hay que señalar su vinculación esencial con la idea de autoformación culta de la personalidad. Esta idea alcanzó su rango filosófico en el idealismo clásico alemán, concretamente en Hegel, al ser desarrollada como idea de un proceso de objetivación en el mundo por parte de la subjetividad, en el que la progresiva autoconciencia significa un aumento de la libertad real, objetivada en el mundo efectivo, del individuo. 
Pero ha sido frecuente, al menos por nuestras latitudes nacionales, que estos valores de la formación culta de la personalidad, de procedencia claramente ilustrada, estuvieran mezclados en el burgués clásico con valores espirituales de origen pre-moderno y pre-ilustrado referidos a una dependencia ideológica con respecto a una tradición religiosa confesional. Sin negar valor propiamente espiritual, no “ideológico”, a estos valores religiosos, que podían facilitar, a pesar de su carácter confesional dogmático-ritual, un correcto acceso a la sensibilidad para el problema de lo sagrado, nosotros queremos aquí dar prioridad en la figura reivindicada del burgués clásico a su adscripción a los valores seculares de la cultura formativa de la personalidad. El arraigo religioso y también el patriótico producen en la personalidad una calidez humana totalmente ausente de las personalidades progresistas. Pero ahora, en este contexto de reivindicación del burgués “clásico”, nos interesan más los valores que, como decíamos, tenían un claro signo ilustrado, ligado a las ideas de autoconciencia, autodeterminación y autonomía críticas de la subjetividad, aunque ello no tiene por qué significar que su asunción tenga que ir acompañada por una renuncia a la percepción y disfrute de los valores de lo sagrado. Y tomamos estos valores aquí de una forma estrictamente “fenomenológica” sin tener que asumir aquí su carácter “metafísico” revelado o suprahumano. Es decir, consideramos lo sagrado como algo que es dado a la receptividad espiritual humana para los valores en múltiples modalidades y posibilidades, sin entrar en la discusión sobre su origen estrictamente humano o su posible procedencia sobrenatural. Un poco en la línea de Eduard Spranger en su libro “Formas de vida”, consideramos como religiosa cualquier actitud consistente en la percepción de realidades de la experiencia dotadas de un máximo valor que no puede ser destruido por consideraciones subjetivistas o cientificistas. 
Pero tanto la idea ilustrada-humanista de cultura como su vinculación religiosa hacían conjuntamente que el burgués clásico tuviera una ideología vital no materialista y no relativista. Los que piensan que la modernidad es esencialmente nihilista y conduce irremisiblemente al nihilismo se encuentran aquí con la dificultad de que el tipo humano producido por la madurez histórica de la modernidad no ha sido nihilista. Nihilista es más bien la podredumbre y la decadencia de la Modernidad, su disolución, pero no el momento “clásico” de su madurez histórica. 
Ciertos posmodernos piensan que precisamente el carácter no nihilista de la Modernidad sería responsable de que en ella haya habido un dogmatismo siempre inclinado a la violencia y la explotación, y que, por tanto,el nihilismo sería la buena nueva de la época posmoderna superadora de las verdades espirituales “fuertes” de la Modernidad. Pero pintar al burgués clásico como una figura “fundamentalista” violenta y opresora es una falsedad evidente que solo puede responder a un interés en superar, por afán de emancipación “materialista”, los valores de ese burgués clásico. Por la operación de meter en el mismo saco la época de las cosmovisiones dogmáticas premodernas y la época de la modernidad humanista, que estarían ambas igualmente marcadas por “la metafísica”, se atribuye a la sociedad burguesa “clásica” la posesión de una noción violenta y excluyente de verdad, cuando la Modernidad lo que ha hecho ha sido ir eliminando progresivamente la violencia de los modos premodernos de establecer la cohesión social mediante una verdad dogmática. De nuevo aquí Michel Foucault, lanzando su atractiva retórica relativista contra la modernidad burguesa e ilustrada, ha seducido a muchos para que vean en la Modernidad un cambio en los modos de disciplinamiento de la población, que los hace más sutiles más efectivos y más íntimos, pero que no supone ningún progreso moral frente a la pre-Modernidad. Por muy atractiva que sea esta retórica desmitificadora del progreso moral moderno, no es posible que nadie, ni siquiera los intelectuales académicos que disfrutan de los privilegios que la modernidad ofrece a su saber elitista y dotado de poder de autoridad social universitaria, crea verdaderamente en ella. 
Pero volviendo al burgués “clásico”, examinemos algunas consecuencias que para su valor humano espiritual tenía su no materialismo y su no relativismo. Por ejemplo y para situarnos en un nivel más concreto y de menos carga de crítica filosófica que la de los últimos párrafos, su no materialismo le evitaba al burgués clásico el caer en esa preocupación obsesiva que hoy el pequeñoburgués filisteo siente por la salud física, muy atenta de manera cientificista a lo que la ciencia diga sobre el cuidado del cuerpo y sobre la bondad del deporte, y también por la “felicidad” psicologista, a cuya prédica es a lo que ha quedado reducida la efectividad cultural popular de las ciencias humanas. De esta última preocupación por una felicidad entendida en un sentido subjetivo hedonista ( lo que ha sido llamado por Gustavo Bueno “felicidad canalla” en su libro “El mito de la felicidad”) el burgués “clásico” se veía salvado por su no relativismo, que le hacía creer en un ideal objetivo de realización humana, basado no en la consecución de goces y comodidades preferidos subjetivamente, sino en la consecución de unos fines de vida determinarles objetivamente como deseables para el ser humano en busca de realización objetiva. Pero no se olvide nunca que aquí hemos reconocido que la ideología del burgués “clásico”,en concreto su no materialismo y su no relativismo, ya no es fundamentable filosóficamente y solo cabe defenderla pragmáticamente por sus consecuencias culturales, como una ideología que evitaba el desolador triunfo social del nihilismo, que si nos vuelve menos reprimidos para el goce, también ha producido de una manera evidente para el hombre interesado en las realizaciones culturales históricas una decadencia feroz de la calidad y valor espiritual y vital de las producciones artísticas y literarias. ¿O es que realmente se puede comparar la cultura estética del siglo XX y lo que va del XXI a la magnificencia y valor de nobleza y belleza y relevancia moral de la producción estética del XIX? Hacerlo así solo puede responder a un snobismo vanguardista ciego para el valor. 
Se dirá que la ideología del burgués “clásico” no tenía su centro en una idea de cultura como medio de la formación ética, estética y vital superior de la personalidad, sino en su preocupación por un “amar y trabajar” normalizados y socialmente funcionales y exitosos. Pero el burgués clásico, al menos en su reconocimiento ideológico, siempre ha reservado un lugar de honor para la cultura de las humanidades, y antes de que se extendiera  la cantinela de que “la ciencia también es cultura” ha entendido a esta fundamentalmente en el sentido de una cultura de lo literario, lo artístico y lo filosófico. El burgués clásico ha tenido claro lo que no tienen claro hoy loa adalides de la “cultura científica”: que lo que se refiere a los medios del simple vivir no puede pertenecer a la misma categoría de valor que lo que desarrolla y especifica los contenidos de la vida buena como fines de una existencia humana auténtica. 
Pero en relación al carácter subordinado de la cultura en la vida del burgués tradicional con respecto a sus intereses familiares y profesionales, hay que recordar que, sin duda a causa de sus privilegios sociales y “patriarcales”, el burgués superior tradicionalmente ha tenido tiempo libre suficiente para su formación cultural. Ha sido el hundimiento de esos privilegios lo que ha provocado que el burgués culto haya tendido a la desaparición y a ser sustituido por un pequeñoburgués inmerso en preocupaciones materiales relativas a la resolución de las tareas domésticas del seno familiar y a la competitividad corrosiva en lo referente al mantenimiento y defensa de su competencia profesional. Esto habrá supuesto un cambio progresista y superador de situaciones injustas ( como la del rentista o la del padre de familia que delegaba en su mujer todo lo relativo a la crianza de los hijos y al mantenimiento del hogar) pero ha tenido un coste altísimo en pérdida del nivel cultural  burgués medio. El gran burgués tradicional que podía vivir como rentista o como gran propietario despreocupado de la competencia mercantil y sin dedicarle ni un minuto a la labores domésticas era más culto que el pequeñoburgués, más progresista o progresado, que vive totalmente ocupado en la “conciliación” de su vida profesional con la vida familiar y sus labores hogareñas, y que en su vida profesional se ha visto obligado a convertirse en un negociante, en un competidor o en un experto sometido a “formación continua” para estar a la altura de la tecnoburocratización de lo que antes eran “profesiones liberales”. La democratización igualitaria y la tecnificación del capitalismo han provocado, junto a lo que podemos llamar un paso del capitalismo de propietarios al capitalismo de negociantes, un fatídico descenso del nivel cultural burgués.  El capitalismo no ha creado una clase minoritaria “propietaria de los medios de producción” cada vez más ociosa, sino que su complicación burocrática y técnica ha implicado cada vez más a la clase propietaria en los negocios y en el sometimiento a la servidumbre con respecto a lo económico.  

Esto nos lleva a pasar ahora a examinar la cuestión relativa a si, en contra de la tendencia mencionada, es posible una democratización del valor espiritual mediante alguna forma de cambio social y político. A ello dedicaremos la próxima sección. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario