jueves, 6 de febrero de 2020

VUELTA AL HUMANISMO BURGUÉS CLÁSICO (Segunda entrega)

III

Tenemos que admitir, por todo lo dicho anteriormente, que nuestro juicio de valor sobre el presente como una situación de decadencia y degradación espiritual no puede ser presentado como principio de una “filosofía del presente”, sino que presupone una perspectiva personal socialmente situada que no puede aspirar a su universalización comunicativa consensual. A los muchos que, a pesar del daño natural ecológico infringido de manera ya harto evidente por la sociedad moderna hiperavanzada, en lo que respecta a lo “espiritual” ven en el presente una edad de florecimiento cultural, por la ingente producción de mercancías artísticas, literarias y académicas que hay hoy, y de apertura de grandes posibilidades humanas, por los adelantos técnicos de información y comunicación, no podemos oponerles ninguna filosofía. Ni una “fenomenología”, que daría una experiencia originaria concreta dotada de validez “lógico-teórica”, ni una “historia del Ser”, un metarrelato autoelevado a regiones ontológicas de validez igualmente universal, ni mucho menos una “filosofía de la historia”, que tendría que apoyar su validez en una filosofía especulativa de la realización de la razón en la realidad del mundo, pueden convertir lo que es un diagnóstico perspectivístico, en sentido psicológico e ideológico al mismo tiempo, en una “filosofía del presente” con validez universal justificada por fundamentación última. Estamos solo en el terreno opinable de los juicios de valor sobre contenidos vitales y culturales, acerca de los cuales no puede haber discurso universal con evidencia certificable en el acuerdo intersubjetivo al que, por su propia pretensión de verdad, tendería ese discurso. 
No queda más remedio que admitir que solo estamos haciendo un diagnóstico personal del presente que solo puede justificarse pragmáticamente como relevante para la comunicación si de hecho encuentra en otros, pocos o muchos, su reconocimiento cultural. Lo personal no es filosófico, pero es la “verdad subjetiva” que hay que luchar por hacer relevante culturalmente, por comunicarla para que pueda ser compartida por la singularidad de los que también la asuman como su verdad existencial. 
No solo el filósofo, sino también el hombre común niegan valor teórico a lo personal. Pero aquí defendemos, con Kierkegaard, que lo personal-psicológico es lo más valioso en general que existe en el mundo, y con Ortega defendemos lo personal-perspectivístico como órgano de captación de la verdad vital, parcial pero inexcusable existencialmente. Con esto no caemos en el relativismo “tolerante” del “todas las opiniones son igualmente respetables”, sino que nos decidimos por la necesidad de convertir la propia opinión en respetable y relevante a través de la lucha cultural, en la que hay que hacer aparecer a otras opiniones como menos relevantes y respetables que la propia. Pero siempre manteniendo la conciencia de que se trata de eso, de lucha cultural retórica y no de demostración filosófica de la verdad universal de la propia posición. 
Pero prosigamos nuestro camino no filosófico, abandonando todo escrúpulo de pretensión universalista asegurada de verdad, solo con pretensión incierta de relevancia cultural. Y para ello debemos defender y concretar la idea de cultura que hemos asociado a la figura del burgués “clásico”, que a su vez hemos contrapuesto a la figura hoy dominante del pequeñoburgués inculto filisteo.A la figura del “homo oeconomicus” burgués pero sin la cultura humanística de gran estilo propia del burgués “clásico” es a quien llamamos aquí pequeñoburgués filisteo.  
Hoy muchos objetarán que la figura del burgués “clásico” se sostenía ideológicamente sobre un humanismo culto y liberal en el sentido superior de su apertura a la comprensión no prejuiciada pero selectiva de lo humano en la pluralidad de su capacidad de autoinvención histórica, pero que realmente tal figura estaba posibilitada socialmente por unas condiciones materiales condenables moralmente como condiciones capitalistas, colonialistas y patriarcalistas de dominación. 
También puede surgir la objeción referida a que lo que nosotros hemos llamado la figura del burgués clásico es algo que no ha existido nunca realmente en la sociedad moderna. La nostalgia de lo representado por esta figura, un humanismo enriquecedor del individuo en un sentido liberal superior por su capacidad de comprensión de lo humano, sería fruto de una ilusoria idealización de las clases superiores de una sociedad capitalista temprana, donde en realidad sólo habría dominado un “individualismo posesivo” y no una cultura de la formación superior de la personalidad. 
Empezaremos ahora la discusión sobre la primera objeción, sobre la acusación de ideología lanzada sobre el humanismo burgués clásico.
Es cierto que toda posición humanista exige que se tome postura a favor de la posibilidad de determinar normativamente la autenticidad y plenitud de lo humano, como realización de la esencia humana. Una crítica “izquierdista” ( o si se quiere socialmente preocupada) de este esencialismo, debe ir dirigida contra la no realización socialmente democrática de esta esencia humana, pero no contra los contenidos de valor superior en sí mismos de dicha esencia. Si no, se cae en una crítica resentida de los valores humanamente superiores por parte de aquellos que no pueden captarlos y realizarlos. Para un “izquierdismo” no resentido esos valores espirituales y vitales deberían ser considerados como valores que tienen que ser puestos a disposición de todos por la modificación de las condiciones sociales que impiden que la mayoría de la población pueda acceder a su reconocimiento y disfrute. 
Pero el materialismo que el “izquierdismo” activo de hecho históricamente ha tenido a bien establecer como su base ideológica cosmovisional ha levantado la veda de la crítica de esos valores superiores como valores “relativos”, “etnocéntricos”, “ideológicos”, y ha impedido que la crítica se dirigiera a lo que podemos llamar la mala distribución de su vivencia entre la población. Es a una crítica social no materialista ( a la que no tenemos ningún inconveniente en que se le retire el certificado de “izquierdismo”) a quien corresponde no la destrucción nihilista de los valores espirituales ( en el más amplio sentido de esta calificación), sino la reivindicación de una justicia distributiva en su vivencia, en su captación y disfrute. El burgués culto “tradicional” no es que viviera engañado y engañando con valores falsos, meramente encubridores de la explotación, sino que vivía con un privilegio axiológico  que habría que democratizar, convertir de privilegio en posesión democráticamente generalizada. Pero en la tradición marxista ha podido más la fuerza de su materialismo filosófico de base y el resultado ha sido que los vestigios actuales de tal tradición se han fundido totalmente con el relativismo nihilista antiespiritual que ve en los valores burgueses tradicionales solo mentira e impostura interesadas. 
No obstante, en este punto habría que considerar la cuestión de si tal democratización es posible, de si existe una igualdad axiológica espiritual de los individuos que permita que todos, dadas unas condiciones sociales favorables, podamos acceder a la vivencia de los valores superiores del humanismo.  Hay que examinar también si, por decirlo con el lenguaje del materialismo histórico y dando por cierta esa igualdad, “el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas” permite ya la democratización del valor superior hasta ahora nunca alcanzada en la historia. Pero antes debemos intentar concretar el contenido de esos valores superiores que constituyen la herencia clásica burguesa del humanismo. Dejamos todas estas cuestiones para la próxima entrega de este escrito. 


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